viernes, 30 de abril de 2010

Por qué les temo a los políticos

No soy ingenuo, sé que la política es necesaria para que se puedan realizar las acciones humanas en todos los sentidos. Siempre es necesario que alguien lidere y que lo haga de la mano de la consulta popular y el apoyo de quienes va a guiar.

Sin embargo, algo tiene el poder que hace que hasta los más honorables cambien cuanto tienen que tomar decisiones que los pone en una posición de autoridad sobre otras personas.

John Acton (1834-1902) solía decir que:
El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.
En muchos sentidos tenía razón. Sin embargo, la corrupción es una cuestión relativa. Se habla de corrupción cuando alguien utilizando su poder se apropia de bienes del estado o de las organizaciones que presiden, o cuando en el uso de las facultades que tienen se toman decisiones que de un modo afectan la honra, la integridad, la dignidad o el patrimonio moral de otras personas.


Sin embargo, no se habla de corrupción cuando la razón de ser del liderazgo se desvirtúa convirtiendo a quien ostenta el poder en una persona que pierde el sentido de su propia condición humana, que es por definición finita y limitada, y por lo mismo debería tornarlo en alguien capaz de sentir miedo de sí mismo y mantenerse humilde ante sus propios monstruos internos que terminan por devorarlo cuando se deja arrastrar por la vanidad del poder, sea cual sea, civil, religioso o empresarial.

Políticos al estilo de Mahatma Gandhi o de Martin Luther King que no iban detrás del poder, sino de los cambios e ideales, pareciera que son especies en extinción. Lo que se observa es una cantidad enorme de personas que llega al poder con idealismo, pero cuando se encuentran con él, comienza un lento proceso de deterioro moral que culmina en procesos autorreferenciales, arrogancia administrativa o ínfulas de iluminados.

Tal vez tenga razón Rubén Blades, el cantante panameño que fue ministro de cultura de su país, cuando dice:
El poder no corrompe; el poder desenmascara.
En el mismo tenor Abraham Lincoln (1809-1865) señalaba:
Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder.
En la misma línea de pensamiento Warren Bennis, el conferenciante de motivación, agrega:
El poder muestra al hombre.
Debe ser que en otras circunstancias no se nota lo que la persona siempre ha sido. El orgullo y la arrogancia se pueden esconder fácilmente bajo el manto de la humildad aduladora, hasta que se tiene la oportunidad de ejercer el poder.

En todas las organizaciones hay políticos, cabilderos del poder que buscan su momento de gloria dirigiendo a otros y compensando sus propias falencias personales teniendo esa sensación de satisfacción que da el tener alguna autoridad sobre la vida de otras personas.

Temo a los políticos:

Cuando convierten el poder en su forma de extensión personal, confundiendo el servicio a los demás, con el servilismo hacia ellos como individuos.

Cuando pierden la perspectiva de su propia capacidad y de pronto creen que por haber sido elegidos para una responsabilidad —civil, religiosa o empresarial— tienen poderes de percepción superiores que les hacen inmunes a las críticas y a los análisis de sus propios errores.

Cuando hacen del ejercicio del poder una acción de favoritismos y de expresiones de caudillismo donde se mezclan la arrogancia, la soberbia y el orgullo en el otorgamiento de favores exclusivamente a quienes sean capaces de caer en panegíricos y alabanzas a sus proezas ficticias o reales.

Cuando persiguen a todo aquel que piensa diferente a ellos porque en ese momento comienza el deterioro no sólo de su liderazgo, sino de lo que pretenden guiar. En un contexto donde no hay lugar a la disidencia y la opinión contraria, se gestan arbitrariedades, injusticias y errores por falta de atención a la perspectiva del otro.

Cuando dividen para gobernar estableciendo el criterio de que quien no lo apoya es simplemente un enemigo, lo que crea las condiciones para la autocensura, el exilio del pensamiento, la represión de la inteligencia y la anulación de la voluntad de cambio, lo que finalmente va en desmedro de la organización o gobierno que dirigen.

Cuando pretenden perpetuarse en el poder, puesto que en las alturas es imposible no marearse y confundir las cosas, en dichos lugares suele faltar el oxígeno y se sabe científicamente que a más presión y menos oxígeno la capacidad de pensar disminuye.

Cuando se rodean sólo de amigos, adeptos al poder o aduladores, puesto que en ese momento, dejan de percibir la realidad, y comienzan a ver los problemas con una óptica irreal y terminan siendo monigotes o títeres al servicio de otros intereses. La adulación es la herramienta más útil para manipular a un político. 

Cuando confunden sabiduría con iluminación y dejan de consultar a los expertos, a quienes saben o han estudiado, y simplemente se dejan llevar por sus intuiciones que en algún momento resultan, pero tarde o temprano se convierten en el plomo a sus pies que terminan por hundirlos.

.         Cuando pierden el temor a realizar acciones inmorales, amparados en su pseudo infalibilidad o arrogancia ficticia que da el poder, comienzan a creer que sus debilidades no son tales y que sus acciones malignas no serán tratadas como tal, pérfida ilusión que los hace desbarrancarse de una manera que suele ser estrepitosa, mientras más alto, más fea y dolorosa es la caída.

Temo que mi temor es fundado, pero temo temer lo que temo porque en dicho temor está mi debilidad. Como dijera Hermann Hesse (1877-1962), el escritor alemán:
Cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido poder sobre nosotros.
Esa es tal vez mi culpa, permitir que alguien que ostenta poder tenga poder sobre mí conciencia, mí futuro o lo que sea.

Thomas Jefferson (1743-1826), el estadista norteamericano, forjador de los inicios de esa nación decía reflexivo:
Nunca he podido concebir cómo un ser racional podría perseguir la felicidad ejerciendo el poder sobre otros.
Pero lo que a él le parece inconcebible, es perfectamente lógico en un mundo de carencias, de soledades, de efectos no entregados, y en ese contexto, cualquier sucedáneo siempre resulta mejor que enfrentar la realidad de su propia condición.

La siembra de la cosecha

El dicho dice que tarde o temprano “todo cae bajo su propio peso”, la Biblia señala por su parte que todo lo que sembramos eso cosechamos (Gálatas 6:7).

Concepción Arenal (1820-1893), la escritora y socióloga española escribió:
Todo poder cae a impulsos del mal que ha hecho. Cada falta que ha cometido se convierte, tarde o temprano, en un ariete que contribuye a derribarlo.
Es la confianza que me cabe, saber que tarde o temprano todos los que obran mal reciben los resultados de su accionar, de eso no tengo dudas, lo que me aflige es que antes que llegue ese momento quedan un sinfín de heridos en el camino.

No dejo de temerles a los políticos, aunque sus respuestas y sonrisas se vean convincentes. Sé que muchos de ellos son honestos, pero eso no quita de mí el temor. El poder es adulador, en la cima de la montaña es difícil recordar el esfuerzo que se ha hecho para llegar, porque la concentración en la gloria no permite ver otra cosa. Sin embargo, en ese lugar no hay espacios para otros, la victoria es un lugar muy solitario y fácilmente el envanecimiento hace perder perspectiva.  Como diría Tácito (55-120):
Para quienes ambicionan el poder no existe vía media entre la cumbre y el precipicio
La contaminación del poder

José Saramago, el novelista portugués, con la ironía y acidez que lo caracteriza señala:
El poder lo contamina todo, es tóxico. Es posible mantener la pureza de los principios mientras estás alejado del poder. Pero necesitamos llegar al poder para poner en práctica nuestras convicciones. Y ahí la cosa se derrumba, cuando nuestras convicciones se enturbian con la suciedad del poder.
A despecho que leo a Saramago por deber intelectual, me parece que tiene razón, que el verdadero problema es que en el uso del poder difícilmente las personas logran salir incólumes.

El poder que no se ejerce de manera ecuánime, con equidad, sabiduría y respeto, se convierte en tóxico.

Poder y servicio

Jesús, con ironía sutil y la autoridad que daba su propia vida señaló implacable:
Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos (Mateo 20:25-28)
La relación entre servicio y poder pocas veces se enfatiza. Quien es servidor, al estilo de Jesús, es decir “esclavo de todos”, en otras palabras, no busca hacer su voluntad sino ayudar a que las personas alcancen el ideal para el cual el poder debería servir.

Una persona que se vale del poder para adularse a sí misma, violentar, humillar, desacreditar, o cualquier otra actitud ajena al espíritu adecuado, simplemente, no entiende a cabalidad la relación que existe con el servicio.

Si hubiera más servidores, tendríamos menos caudillos. En la ley del servicio no hay lugar para despotismos de ningún tipo. Quien sirve actúa con humildad, reconociendo sus propios límites, entendiendo que nunca un ser humano será suficientemente sabio, que sólo en la dependencia de un poder superior seremos grandes, como diría Abraham Lincoln (1809-1865):
Nunca se es más grande que cuando se está de rodillas.
Temo a los políticos porque la mayoría ha olvidado esa gran verdad. Han convertido su cargo en una gran conspiración, en un lugar de conciliábulos, camarillas, secretismos, confabulaciones, amiguismos y otros istmos similares.

No sé si alguna vez confiaré mi cuello a algún político, del que sea, civil, religioso o empresarial, temo que su poder los enceguezca y en un arranque de ira me aplasten con toda su parafernalia aduladora.

Tal vez mi temor, sea al fin y al cabo, mi protección.

jueves, 29 de abril de 2010

50 Razones por las que me encanta pensar en la Tierra Nueva

1. No tendré que usar nunca más una corbata, las detesto. De hecho, espero no tener que utilizar nunca más alguna ropa que se llame “formal” sólo porque a alguien se le ocurrió tamaña barbaridad en algún momento de locura, Dios está más allá de esas estulcias nuestras.

2. Nunca más me voy a cruzar con un político, ni de estados ni de iglesias, que para los efectos son la misma cosa. Sonreiré a todo el mundo, sin miedo a que se sospeche que ando detrás de algún voto.



3. Nunca más vendrá alguien a decirme que una junta administrativa, formada por un grupo de personas iguales de pecadores que yo, decidió qué es lo mejor para mi vida. Viviré en paz, sabiendo que ni la política, ni la cultura ni nada determinará mi vida, sólo la presencia de Dios.

4. Nunca más escucharé el llanto de un niño, ni de un anciano, ni de una mujer, ni de nadie. Nunca viviré un momento triste de ningún tipo.

5. No tendré que hacer consejería matrimonial nunca más. Los matrimonios de hecho, vivirán sin tener que desencontrarse y felizmente yo no tendré trabajo en ese ámbito.

6. No existirán hospitales ni comerciantes de la salud. La salud no será patrimonio de los que tienen ni se abandonará a los que no pueden costear una enfermedad, como si ésta tuviese costo.

7. No habrá más tacos a la hora punta. Nadie me dirá que tengo que salir más temprano para llegar a la hora porque hay muchos vehículos en la fila. De hecho, no necesitaremos de autos ni de comerciantes sin escrúpulos que venden al 5000% los que les ha costado un 1%.

8. Ningún vendedor de ilusiones ni de nada golpeará mi puerta. Viviré en paz sin tener que esconderme de alguien que viene a venderme la última idea, el último plan, el último programa, el último discurso, el plan definitivo para acabar la obra…

9. No tendré que cuidarme de lo que coma, para que no engorde o me enferme. Porque hoy día o es pecado o sirve para aumentar kilos. ¡Qué rico será comer sin complejos de culpa de ningún tipo!

10. No escucharé nunca más un discurso sobre la obediencia, no será necesario, no habrá fariseos que estén a cada rato con su cantinela legalista. ¡Qué lindo será saber que las sectas se acabaron!

11. Estudiaré a mis anchas, sin tener que dar cuenta ni temer la espada de Damocles de una nota o un título pendiendo de mi cabeza. Lo haré como siempre he soñado, con gusto, con alegría, simplemente por saber, por desentrañar misterios.

12. No tendré que soportar nunca más un sermón, ni por buenas razones, ni por las malas. Sólo me concentraré en estar a los pies de Jesús escuchando sus enseñanzas dichas sin soberbia ni violencia de ningún tipo, como deberían decirse todas las verdades.

13. No habrá nadie que me venga a decir: “Supiste lo que le pasó a fulano de tal”, ni tendré que decirle a nadie: “Por favor, no me venga con chismes que me enferman”.

14. No habrán más psiquiatras, ni abogados, ni psicólogos, ni fontaneros, ni presidentes de asociación, ni lobbistas de ningún tipo, ni choferes de buses, ni trabajos molestos.

15. No le temeré a los animales ni ellos temerán a los seres humanos. Viviremos en paz sin escondernos unos de otros.

16. No tendré más vecinos bulliciosos que hacen de la noche día y del día noche. Ni estridencias, ni molestias, ni nada que sirva para tener dificultades.

17. No habrán más cementerios, ni lápidas, ni cruces, ni mausoleos que nos recuerden la frialdad de la muerte ni su cruel silencio.

18. No habrá más discriminación de ningún tipo, ni por raza, ni sexo, características físicas, ideas, perspectivas, talentos, habilidades, ni ningún otro tipo de separación. Por fin seremos hermanos que nos aceptamos tal y como somos.

19. Nunca habrá más disputas sobre músicas y estilos. Podremos tocar el instrumento que nos guste más y de la forma que nos agrade. Los gurús que conversan “directamente” con Dios y “supuestamente” reciben instrucciones directas de qué tipo de música debe escucharse, mantendrán un silencio impresionante ante tanta diversidad… si llegan a estar allá, claro, porque con tanta carga legalista capaz que se queden.

20. No tendré que ver ningún cartel más de alguna multinacional ofreciéndome el paraíso aquí en la tierra y eso incluye a los vendedores de religión que han hecho de las mega iglesias su paraíso terrenal.

21. No habrá más bancos que me cobren intereses de usura, ni financieras, ni cheques, ni tarjetas de créditos ni amables señoritas invitándome a firmar un “compre ahora y pague después”.

22. Nunca más tendré que ver un alambre de púas, ni vallas de ningún tipo, podré recorrer los campos y las praderas sin miedo a que alguien me dispare por invadir propiedad privada.

23. No tendré que despedirme nunca más de nadie, ni de hijos, ni de familia, ni de amigos. Sólo viajaré por placer, sabiendo que me encontraré con mis amados al regreso.

24. Por fin botaré mis anteojos y podré ver sin tener que arrugar la frente ni entornar la vista, será maravilloso ver colores que hoy no alcanzo a distinguir.

25. No habrá más lluvia, ni frío, ni hielo, ni nada que se parezca a eso. Si llega a caer algunas gotas de agua será para alegría y no para padecer la crudeza del invierno.

26. No tendré que sacar nunca más la basura, mía ni de nadie. Todo será limpio, de buen olor y podremos por fin sentir que el aire que respiramos es limpio.

27. No tendré que soportar nunca más la arrogancia de quienes habiendo capitalizado más o simplemente heredado millones, creen con estulcia que eso los hace superiores, sin darse cuenta que se es muy pobre sólo cuando se tiene dinero.

28. Nunca me sentiré discriminado por pensar diferente, de hecho, Dios que nos ha creado con la capacidad de pensar nos animará continuamente a expresarnos sin temor, sin alguien que nos esté diciendo “esa idea es peligrosa”, cuando en realidad el peligro es no tener ideas.

29. Nunca más le temeré a un ladrón, ni a un policía ni a un militar, simplemente no existirán, serán producto prehistórico de otra época, de una pesadilla que ha quedado en el pasado.

30. Tendré amigos de verdad, que nunca usarán un cuchillo ni una palabra para ser desleales. Podré confiar en los verdaderos amigos sin temor a ser traicionado nunca.

31. Nunca más veré un bosque devastado por la codicia, la desidia o el orgullo. Podré ver a las aves anidar tranquilas sabiendo que no vendrá el último depredador con sus maquinarias a destrozar su hábitat.

32. No tendré que darle la mano a ningún diplomático de los que abundan en comercios, negocios, gobiernos e iglesias. Sabré que las personas con las que me encontraré serán honestas, transparentes y no esconderán nada.

33. Nunca más tendré que soportar un chiste de doble sentido, o una broma a costa de las debilidades, inhabilidades o errores de otros. Al contrario, me reiré de mi mismo y gozaré viendo la alegría sana de quienes me rodean.

34. Nunca más saludaré a quienes han hecho de la religión su negocio personal y de los puestos y cargos su meta más preciada, lo más probable es que no encuentre a ninguno allá, y si llega a ir alguno será porque a última hora o en algún momento cambiaron su manera horrorosa de ser y entendieron que orgullo y servicio a Dios nunca pueden ir juntos.

35. No participaré más en discusiones absurdas de formas religiosas: Si orar de pie o de rodillas, si cerrar los ojos o no al orar, si cantar con instrumentos o no, si entrar a la iglesia con corbata o sin ella. ¡Qué lindo será sentirse libre de todas esas conversaciones absurdas que sólo me han quitado tiempo y energía!

36. Podré salir de mi casa a la hora que quiera sin temor a encontrarme con alguien que sospechosamente mira mi billetera o mi cuello. Sentiré la libertad de elegir mi camino aunque sea en la espesura de un bosque sin temor de ningún tipo.

37. Nunca más escucharé una conversación o una discusión de boca de los vanidosos y orgullosos que suponen que ser varones les otorga méritos y por lo tanto miran con desprecio, condescendencia y gestos de humillación a las mujeres, sin entender que ellas son “coherederas de la gracia” y que ser mujer ni varón otorga mérito de ningún tipo. No se elige ser ni lo uno ni lo otro, mal podría Dios asignar mérito por algo que no se ha elegido.

38. Me bañaré en lagos, lagunas, ríos y afluentes, sin temer que alguna piraña me muerda o que la polución producto de la irresponsabilidad afecte mi piel o mi estómago. Simplemente el agua cristalina estará allí para que pueda gozar de ella a pleno.

39. No sé cómo se las arreglará Dios, pero espero una tierra nueva sin baños, letrinas ni nada que se le parezca, es algo desagradable y en el cielo no habrá lugares que se presten para arrugar la nariz ni sentir asco o hastío.

40. Viviré en una casa con habitaciones amplias, sin tener que estar sufriendo por el espacio. Tendré un estudio para pintar, para escribir, para soñar, sin temer que vengan las polillas o las termitas a quedarse con su parte.

41. Nunca más alguien me recordará mi pasado para restregarme en mi cara mis errores, podremos vivir en paz con alegría sabiendo que todos los que allí estaremos sabremos que somos sobrevivientes de una situación absolutamente nefasta y por eso, nadie deseará ni querrá recordar.

42. Nunca más me tendré que encontrar con algún terreno al que llegaron antes los especuladores para hacerlo un muladar y un desierto, simplemente iré por la tierra entendiendo que es lugar de todos y para todos, que somos habitantes de la misma nave espacial que se mueve por el universo.

43. Nunca más temeré por mis hijos, ni las influencias que puedan tener, ni los amigos o enemigos que les puedan salir al paso, ni nada que les pueda dañar. Por fin podré tener mi corazón en paz sabiendo que ellos no corren peligro de ningún tipo.

44. Me sentaré en las tardes a ver la puesta de sol, a admirar las estrellas, a escuchar el trinar de las aves, a gozar del silencio, a sentir el tintinear de las aguas del arroyuelo que estará frente a mi casa… porque buscaré algún lugar frente a una corriente de agua, y me quedaré en paz, sin temor a que alguien interrumpa mi quietud.

45. Nunca más tendré que sentir que en algún momento alguien está demás. Contemplaré el rostro de todos los que vea y sentiré que cada uno de ellos está en el lugar correcto y en la forma adecuada.

46. Buscaré a mi hermano Joel para abrazarlo y recuperar el tiempo que estuvo durmiendo, y también a otros amigos, a Alberto Espinoza, mi pastor y Betty Orellana, mi amiga, y a tantos otros que en algún momento me acompañaron con su amistad hermosa, juntos reiremos y nos gozaremos como niños. Tendré al fin la carrera de 100 metros planos que Betty siempre quiso correr conmigo y con Joel iremos juntos a conversar con Jesús.

47. Gozaré con los chistes de los ángeles y de sus risas cómplices, cuando me observaban en mis esfuerzos por hacer las cosas bien, como un niño de dos años que intenta atarse los cordones de los zapatos, pero lo harán con alegría, con complicidad, sabiendo que al fin y al cabo, de eso se trataba, de esfuerzos inútiles en el contexto de un Dios que ya había hecho todo.

48. Visitaré uno a uno mis personajes bíblicos e históricos favoritos. Buscaré a Rahab para abrazarla y decirle cuánta paz me ha dado su vida; conversaré con Bernabé para hablarle de lo bien que me ha hecho su actitud. Pelearé con Pablo por haber escrito tan oscuro algunas cosas que podrían haber sido dichas de manera más simple, y nos reíremos juntos de las interpretaciones que han dado algunos de sus palabras. Buscaré a Martin Luther King para abrazarlo y a Juan Hus, Maximilian Kolbe, Martín Lutero, Teresa de Calcuta, y otros que ciertamente estarán.

49. Por último, pasaré días enteros conversando con Jesús. En algún momento tendré mi oportunidad, y él con paciencia infinita me explicará lo que hoy no entiendo y los conflictos que vienen a mi mente todas las veces que intento buscar respuestas a los enigmas que enfrento.

50. Finalmente, no tendré que darle explicaciones a nadie de los que leen estas razones, porque estaré tan contento allí, que me olvidaré si algunas de estas expectativas se realizarán o no, y no tendré preguntones ni fariseos alarmados, simplemente, me sentaré en algún lugar, no sé donde, no me interesa si no es en la Nueva Jerusalén, con tal que sea en la Tierra Nueva y me quedaré en paz, lejos de los fariseos que tanto daño me hacen hoy en día.

Nota final: 

Como las expectativas de unos no son las de otros, te invito a que agregues a continuación tus propias razones para anhelar la tierra prometida, juntos podemos llegar a miles de razones para desear estar allí.

miércoles, 28 de abril de 2010

Sermones androcéntricos e identidad de la mujer

Los sermones constituyen el centro neurálgico de toda iglesia. Son la fuente principal de alimento espiritual de la congregación.

La iglesia la componen varones y mujeres. Sin embargo, la mayor parte de los púlpitos y durante casi todas las reuniones son ocupados por varones. En más de una oportunidad alguna dama de la iglesia predica, pero, aparece como algo excepcional y como una concesión del monopolio y siempre entregado de manera condescendiente para que las mujeres no se sientan incómodas. No es práctica habitual.



Es una regla de la naturaleza que los varones vemos el mundo desde la perspectiva de un varón y del mismo modo las mujeres. Sin embargo, aunque la mayoría de las congregaciones están compuestas en una proporción más alta por mujeres, éstas deben aceptar que las predicaciones las den varones. Eso produce, sin intención y sin una planificación ex-profeso una tendencia al androcentrismo.

Androcentrismo 

El androcentrismo es una expresión que significa “el varón como centro”.

Los varones tienden a escoger como temática de sermones aquello que como varones más le impresiona. Eso no tiene nada de malo ni de sorprendente. Es natural. Sin embargo, la mayoría de las temáticas tienen como eje central la experiencia de varones de la Biblia.

La tendencia es a exaltar a los “héroes” de la Biblia. Y es lógico, los varones tienden a identificarse con otros varones.

Incluso algunas secciones de la Biblia son tratadas como si en ellas se hablase exclusivamente de varones. Por ejemplo se suele hablar de Hebreos 11 como “la galería de los héroes de la fe”, olvidando que en dicho capítulo también son presentadas mujeres, y que en general no aparecen como heroínas. Se menciona a Sara, Rahab y algunas anónimas como las “que recobraron con vida a sus muertos”. Son parte activa e importante de aquellos que se mantuvieron fieles a Dios sin importar las circunstancias. Y es interesante que de todos los personajes de la Biblia Pablo elija –al correr de la pluma- a Sara y Rahab, dos contrastes extraordinarios.

Cuando alguien se deja llevar por el androcentrismo entonces, el varón aparece como el centro de la acción. Varones son los que son fieles y varones los que ejecutan la voluntad de Dios a través de la historia. Esto es un énfasis peligroso para la salud de la iglesia y para la identidad de las mujeres.

La forma de presentar a la mujer 

La mayoría de las veces que se utilizan historias bíblicas de mujeres es para exaltar virtudes, supuestamente femeninas: modestia (Ruth), ternura (Jocabed), cuidado de los niños (las madres que traen sus hijos a Jesús), obediencia a sus esposos, aunque eso no dice el texto (Sara), sacrificio personal (Ester), abnegación (Dorcas), cuidado de su casa, aunque harían bien en leer los machistas este texto porque habla de otra cosa (mujer virtuosa de Pr 31), la formación espiritual de los hijos (madre y abuela de Timoteo), buena suegra (Noemí). O para destacar actitudes reprobables la malignidad de Jezabel; la maledicencia de Miriam; la presunción de Eva; o la infidelidad de Gomer la esposa de Oseas.

El mensaje que se trasmite directa e indirectamente a la congregación es que los varones suelen destacar en su peregrinaje espiritual por sobre las mujeres. De los varones se dice que tuvieron luchas espirituales y salieron victoriosos. De ellos se predica la valentía para enfrentar las más difíciles situaciones en pro de la causa de Dios. Las mujeres normalmente aparecen como personajes secundarios detrás de los varones o como “personajes de segunda fila” por usar un término de un historiador argentino.[1]

Este mensaje repetido vez tras vez y todas las semanas por varones bien intencionados, pero, parcializados por su propia visión masculina de la realidad va produciendo un discurso que termina lesionando la imagen que la mujer cristiana desarrolla de sí misma, y lo más lamentable, es que termina presentando un mensaje distorsionado de lo que la Biblia realmente presenta.

¿Es androcéntrico el mensaje bíblico?

La perspectiva bíblica es extraña. Aunque la mayoría de los escritores bíblicos son varones (hay secciones escritas por mujeres, pero son las menos), debería imperar la perspectiva masculina. Sin embargo, no hay tal porque no se presenta dicho planteo en ninguna parte de las Sagradas Escrituras. Aquello obedece simplemente a una situación cultural donde el varón tenía la preeminencia y la mujer no era escuchada ni tratada como una igual. Derivar de allí conclusiones de exclusión desde Dios es no entender el mensaje bíblico.

Lo que llama la atención es que aún cuando la Biblia fue escrita por varones, no contiene las expresiones de desacreditación y disminución tan comunes al lenguaje extra bíblico del tiempo de los escritores de la Biblia. No hay en la Biblia la tendencia que si se observa en los escritos contemporáneos a los que escribieron el texto sagrado. Eso ya enuncia un elemento distinto. Señal de que aún cuando se deslizan ciertos énfasis propios de la masculinidad, el que inspira guía para que aquello no sirva para cargar las tintas en desmedro de la mujer.

Por otro lado, aún cuando no es la práctica habitual de los predicadores, cuando las mujeres son presentadas en la Biblia en general se las presenta en igualdad de condiciones con los varones. Lo cual es un elemento totalmente contrastante y diferencia a las Escrituras de todos los escritos de su tiempo. Esto último podrá parecer extraño a quienes no están acostumbrados a observar este fenómeno por estar acostumbrados a un discurso androcentrista.

Por otro lado, en la Biblia no se encuentra en ninguna parte el mensaje tan común a los escritores extra bíblicos de presentar a la mujer asociada normalmente al mal y a el manejo de lo oculto. Cuando la Biblia presenta el desarrollo del mal no hace discriminación de un sexo sobre otro. Hay brujas y brujos, hechiceros y hechiceras, malvados y malvadas. El mal no es privativo de un sexo en la Biblia.

Finalmente, la Biblia presenta a muchas mujeres ocupando responsabilidades con las que habitualmente se asocia al varón. Lo cual es extraño en un mundo donde las mujeres no tenían derechos personales ni estaban ligadas a ninguna forma de acreditación personal. Se habla de profetizas, juezas, mujeres que guían batallas, reinas, maestras, apóstolas, discípulas, etc.

Hacia un mensaje equilibrado

Va siendo hora de que cambiemos nuestro discurso. No se soluciona el problema de los énfasis haciendo predicar a mujeres, necesariamente. Puesto que muchas damas están tan marcadas con el discurso discriminador que probablemente repetirán el discurso masculino sin darse cuenta de que lo es. El problema se soluciona yendo a la Biblia y permitiendo que nos hable sin cargar a la Palabra con preconceptos o prejuicios.

Desde hace mucho tiempo ha habido una discusión muy grande en relación a lo que es netamente varonil y lo que es propio de la mujer. Se supone que los varones tienen características que lo hacen opuestos totalmente a las mujeres. Sin embargo, cada vez hay más estudios que desacreditan aquellas características que supuestamente son privativas de los sexos. Cada vez hay más investigaciones que prueban que lo que hay en el fondo es formaciones distintas y formas de educar que condicionan a los varones a ser de un modo y a las mujeres de otro.

Sostener que la ternura, la bondad, el servicio, la preocupación por los otros, la laboriosidad, la delicadeza, son características propias de la mujer es no sólo absurdo sino que condena a los varones a un estereotipo que termina finalmente dañando a todos. Es cierto que hay mujeres capaces de ser tiernas, pero un varón no debería ser menos. Asociar lo varonil con la rudeza y lo mujeril con delicadeza es estereotipar la conducta humana. Conozco mujeres tan rudas que harían empequeñecer al varón más duro y del mismo modo, he conocido varones capaces de mostrar rasgos de ternura y delicadeza en el trato con enfermos, niños y necesitados que en nada tienen que envidiar a la mujer. Leer la Biblia con los lentes del estereotipo es simplemente no entender el mensaje que la Biblia presenta.

Héroes y heroínas

La próxima vez que queramos predicar no busquemos a un varón que destaque sino a una persona que haya mostrado, independiente de su sexo, una fidelidad a Dios a toda prueba. Si observamos la Biblia desde esa perspectiva veremos que cuando se trata de la relación con Dios no hay superiores ni inferiores, hay personas, que independiente de su sexualidad, actuaron siendo obedientes a su conciencia y de ese modo lograron llegar a alturas insospechadas de relación con Dios.

Algunos ejemplos aleccionadores:

Rahab. Sería bueno que cambiáramos nuestro discurso. ¿Cuándo fue que escuchó un sermón sobre esta mujer? En particular nunca lo escuché salvo de mis propios labios. Cuando hablamos de ella solemos decir al paso y como fijación mental, “la prostituta de Jericó”. Lo cual constituye un exabrupto exegético y un énfasis que desconoce el sentido bíblico. ¿Cuándo escuchó que desde el púlpito se refirieran a ella como la abuela de David, la heroína de Hebreos 11, la mujer que pasó de ser una despreciada a esposa de un príncipe de Israel? O, la bisabuela de Jesucristo. Es un muy buen ejemplo para mostrar el poder transformador de la justicia de Dios.

Ruth. Solemos referirnos a esta mujer como una muestra de lo que puede hacer el poder de Dios y la obediencia. ¿Cuándo escuchamos del sacrificio de Ruth? Alguna vez le dijeron que su entrega a Noemí y a los ideales que ella representaba significó abandonar su pueblo, su cultura, y todo lo que conocía. Que haber ido en busca de Booz significó todo un acto de valentía y coraje en un mundo donde ella era doblemente despreciada –por ser mujer y por ser Edomita (hija de un pueblo maldito). Su actitud es digna de encomio e imitable no sólo por las mujeres.

Miriam. La mayoría de las veces que he escuchado a un predicador hablar de esta mujer fue en términos de exponer las consecuencias de hablar mal de alguien (como si esto fuera privativo sólo de las mujeres), al hacerlo nos olvidamos que también Aarón hizo lo mismo. Sin embargo, solemos olvidar que ella fue una profetiza respetada por el pueblo. Que cuando Dios hablaba normalmente estaban los tres hermanos presentes. Tal era el respeto que el pueblo sentía por ella que cuando recibió el castigo de la lepra el pueblo no quiso avanzar hasta que ella se reunió de nuevo a la congregación.

Priscila. Solemos hablar de “Aquila y Priscila”. Pero, no es así como los presenta la Biblia. De las cinco veces que aparecen en el relato bíblico tres veces son presentados como “Priscila y Aquila”. Esto que parecería sólo un elemento tangencial no lo es. Muestra, según la costumbre griega de escribir, que el líder es Priscila, por esa razón es mencionada en primer lugar. Ella es la que enseñaba y la que tenía una mayor madurez espiritual. No hay ninguna reprensión por eso ni siquiera una salvedad de excepción, es admitido como perfectamente válido. Señal de que el liderazgo espiritual no es privativo de varones.

María magdalena. El discurso común sobre ella es que fue adúltera y lloró. Sí lo fue, sin duda, pero, no menos que muchos varones de su tiempo. ¿Cuándo fue que escuchamos que esta mujer fue la primera persona en entender el carácter mesiánico de Jesús? Que a diferencia de todos los varones que acompañaban a Jesús fue la primera en entender plenamente que Jesús iba a morir y dar su vida como sacrificio por esa razón lo ungió en vida como testimonio de su comprensión. Que recibió –contraviniendo toda la costumbre que privaba a la mujer de dar testimonio- la orden de Jesús de ir y dar a conocer las buenas nuevas de la resurrección. Y qué recibió el elogio indirecto de Jesús cuando reprendió a quienes no le creyeron (sólo porque era mujer).

Débora. Es uno de los personajes bíblicos olvidados. Nunca he escuchado un sermón sobre ella. Pero es una jueza que gobernaba en Israel y no por imposición de familia o sucesión sino por mérito propio. Debe haber sido extraordinaria para que en su tiempo y rompiendo todas las ataduras de la cultura Barac fuera a suplicarle que le acompañara a la guerra. Entendía que el poder de Dios estaba con ella y no con él. Señal que Dios no discrimina a la hora de utilizar a las personas.

Ester. Las dos veces en toda mi vida que he escuchado un sermón sobre ella ha sido para exaltar la sagacidad e inteligencia de Mardoqueo que supo guiar a Ester. Sólo decirlo así supone ya una distorsión de la realidad. Lo verídico es que Ester se auto sacrificó de tal modo que hoy una persona haciendo algo similar sería inmortalizado como un héroe extraordinario. Se escribirían canciones y se harían poemas por su gesta heroica. El sacrificio contempló estar dispuesta a casarse con un hombre perverso y arriesgar su vida por lo que es justo. Mardoqueo sin la valentía y coraje de Ester no habría hecho nada.

María y las mujeres al pie de la cruz. Las únicas veces que he escuchado sobre este incidente ha sido para destacar el gesto de Jesús de ocuparse de su madre en el último momento. Sin embargo, ¿cuándo cayó en la cuenta que aquellas mujeres estaban al pie de la cruz mientras que los varones que habían prometido dar su vida por él estaban escondidos temerosos por su vida? ¿Cuándo le contaron que aquellas mujeres arriesgaron su vida para ir a estar delante del maestro y declararse abiertamente sus seguidoras? Una cosa es decir estuve con él cuando se está escondido temeroso y con la puerta trancada como los varones que seguían a Jesús y otra muy distinta, decir yo estuve con él y decirlo a los pies de la cruz.

Conclusión

Es hora de que cambiemos nuestro discurso. Ya va siendo hora de que entendamos que Dios no discrimina por sexo. Hacerlo sería monstruoso de parte de Dios e introduciría un sesgo de injusticia donde hablar de amor redentor sería un chiste.

Los púlpitos deben reflejar la verdad bíblica no los énfasis culturales. Debe decirse desde el púlpito que en Jesús no hay más separación de razas, clases ni sexos. En Jesús varones y mujeres recuperan los mismos derechos. Eso debe estar incorporado al mensaje oral de los sermones, de otro modo, de nada sirve que esté escrito. Es hora de traer justicia al púlpito. Es hora de que los que son la iglesia entiendan que no hay cristianos de primera ni segunda categoría. Es hora de dejar el androcentrismo de los sermones y recuperar el discurso de Jesús que nunca discriminó a nadie por ninguna razón.

Referencia


[1] Felix Luna, Segunda fila: Personajes olvidados (Buenos Aires: Planeta, 1999).

lunes, 26 de abril de 2010

La vida sigue igual

El domingo iba a ser un día especial, me dirigí al centro de la ciudad de Melbourne, en el estado de Victoria, con dos amigos para participar por primera vez en mi vida, de la principal fiesta nacional de Australia, ANZAC Day (Australian and New Zealand Army Corps). El día en que Australia y Nueva Zelanda recuerdan su participación conjunta en diversas conflagraciones mundiales, rememoran a los caídos en batalla y dan homenaje a los que participaron.

Es una fiesta nacional. Comienza con un memorial que se realiza al despuntar el día en todas las ciudades de Australia. Se hacen recuerdos frente a fogatas y hay muchas palabras de circunstancia. Es un momento de recogimiento y también de dolor para quienes han perdido a algún ser querido.


Luego, se realizan homenajes, inauguraciones y el momento especial, en todos los rincones del país, es el desfile de los veteranos que aún permanecen vivos y el homenaje de hijos o familiares que desfilan en honor de los que ya han partido, muchos de ellos con fotografías en sus manos. Pasan muchos ancianos acompañados de jóvenes y todos lucen orgullosos las medallas que han obtenido. Todo se hace al estilo australiano, con orden, puntualidad y buen gusto. No hay nada que esté fuera de lugar, todo se hace con regularidad flemática, propia de la herencia inglesa de este pueblo tan especial.

Marchan los escuadrones ordenados por los años de servicio, desde los más antiguos hasta los más cercanos. Son acompañados por bandas militares o de estudiantes de secundaria, algunas tradicionales y otras con gaitas. Todo es un ambiente de fiesta y jolgorio. La gente aplaude mientras pasan los antiguos soldados vestidos con los uniformes que usaron antaño, muchos de ellos en sillas de ruedas.

Entre medio de los grupos de escuadrones que marchan con banderas y pabellones que señalan el año en que participaron, la rama militar a la que pertenecieron, el nombre de los países donde participaron, pasan también vehículos de la época. Autos, camionetas y camiones.

Estamos viendo a uno de esos grupos, a un contingente de ancianos que marchan gallardos, todos vestidos con sacos azules y pantalones plomos, van marchando en silencio y sonriendo tranquilos mientras la multitud los aplaude. Están frente a nosotros, a tan sólo unos tres o cuatro pasos, cuando de pronto el camión que viene detrás de ellos, un viejo vehículo de la segunda guerra mundial cargado de los más ancianos que no pueden caminar se precipita a toda velocidad en contra del grupo de ancianos que marchan. La gente comienza a gritar. La chica que está a mi lado grita de tal modo que me estremece. Son apenas unos segundos, el camión se detiene contra una reja de fierro. En el camino quedan una veintena de ancianos. Vemos al camión arrastrar a unos y aplastar a otros.

 Todo se paraliza. Por un instante es como si no estuviera ocurriendo. De pronto comienzan a correr personas de todos lados. Unos jóvenes que están a mi lado saltan la valla para ayudar. Junto a dos personas más corremos las vallas que están frente a nosotros para que avancen un grupo de paramédicos que están a nuestras espaldas en una ambulancia y vienen corriendo. Llegan dos policías. Comienzan a gritar pidiendo médicos o enfermeras en la multitud. En minutos hay una gran cantidad de gente atendiendo a los ancianos. En cuestión de minutos han llegado cinco a seis ambulancias y un montón de policías, enfermeros, gente de primeros auxilios, paramédicos, y médicos y enfermeras que comienzan a prestar su ayuda mientras llega más socorro.

Siguiendo el espíritu australiano no hay estridencias ni alarmas innecesarias. Algunos militares y boyscouts organizaron a la gente que está mirando, les piden cortésmente que se alejen o simplemente se retiren. Nadie dice nada. Mucha gente llora al ver la tragedia. Mientras los paramédicos y la gente encargada hacen su trabajo me quedo mirando a un grupo que está frente al camión. Me acerco un poco y allí veo al anciano que conducía el camión y que minutos antes lo he visto descender de la cabina del mismo. Está llorando y en estado de schock. Una mujer policía le hace algunas preguntas mientras él mueve la cabeza sin entender. Varios le toman las manos, le dan palmadas en la espalda para reconfortarlo, pero él no se conforma, llora amargamente mientras apunta alguna incoherencia en dirección al camión.

Llegan los medios de comunicación y con un respeto que me deja asombrado no irrumpen en la escena, se dedican a filmar desde lejos mientras algunos periodistas intentan entrevistar a algún testigo. Hay un gran silencio mientras la policía da órdenes y algunos médicos piden implementos a los paramédicos.

En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, la fiesta se ha convertido en tragedia. Mis amigos y yo nos hemos quedado como todos, mudos, en silencio, paralizados, sin atrevernos a decir nada. Estamos ensimismados. Por mi mente pasan miles de pensamientos. Me acuerdo de mis seres queridos, pienso en la fragilidad de la vida, no puedo evitar el nudo que siento en la garganta. Se me han llenado los ojos de lágrimas de manera involuntaria. Pienso en las familias de esos ancianos que yacen boca abajo, mientras los médicos intentan reanimarlos. Se me viene a la mente la alegría que hace unos instantes tenían en sus labios y ahora, veo a quienes han sobrevivido que miran a cierta distancia apoyándose unos a otros, con los rostros demacrados, algunos lloran, otros miran impotentes a sus amigos que yacen en el suelo. Sobrevivieron a una guerra, ahora luchan por la vida en tiempos de paz.

La policía nos invita a retirarnos para dejar pasar a las ambulancias que deben partir a los hospitales. Nos extraña que no suban a los ancianos a las camillas enseguida. Se dan el trabajo de hacer las cosas bien, de inmovilizarlos, de darles los auxilios adecuados, de vendarles, y de darles la mayor seguridad posible.

Estamos parados frente a la Galería Nacional de Arte de Victoria, el segundo lugar al que iríamos después del desfile. Hacia allá nos dirigimos. Hay una exposición original de retratos de grandes artistas Picasso, Munch, Rubens, etc. Me encanta el arte, la pintura y la creatividad, pero no puedo disfrutar. Camino por aquellos pasillos como sonámbulo. No puedo sacar de mi mente la imagen que acabo de ver. Vienen los gritos de la jovencita que estaba a mi lado una y otra vez, y el cuadro del camión pasando por encima de los ancianos se repite vez tras vez. Mis compañeros viven algo similar. No estamos mucho rato en aquel museo, donde pensábamos estar el resto del día.

Luego caminamos y entramos a una galería comercial y vemos a una gran cantidad de personas en los bares y restaurantes de pie y en silencio. Nos acercamos y observamos el inicio de un juego de futbol australiano en la televisión y se está haciendo un minuto de silencio, no sólo por los caídos en tantos años, sino por los ancianos que seguramente en ese momento están en algún hospital. Un militar, también anciano, está tocando la trompeta con el llamado a silencio.

Sin embargo, a medida que camino, otro espectáculo comienza a aflorar. Cientos de personas que caminan riéndose, padres con sus hijos, amigos, grupos de turistas extranjeros, nos acercamos a una feria que vende arte y está llena de gente que compra, que ríe, vemos a algunos acróbatas y artistas callejeros, y luego al llegar al lugar de los restaurantes miles de personas comiendo animadamente, de pronto, tengo otro espíritu y la imagen de la tragedia que me atormenta cede a otro sentimiento y en ese momento, sin poder evitarlo, me acuerdo de la canción de Julio Iglesias, “La vida sigue igual”. La busco en mi Ipod, que me acompaña para todos lados, a ver si la tengo y allí está. Comienzo a escucharla y de pronto su letra adquiere otro significado. El resto del día la canción me acompaña, aunque ya no la escuche, su letra me viene una y otra vez a la mente. “La vida sigue igual”… aunque unos sufran y otros lloren, el show tiene que continuar como dicen en el teatro y en el circo.

Estoy con pena. Pienso en la fragilidad de la vida y en la fuerza que adquieren las palabras en medio de una tragedia.

La canción fue grabada por Julio Iglesias el año 1968 y dice:

"Unos que nacen otros morirán
Unos que ríen otros lloran
Agua sin cauce rio sin mar
Penas y glorias, guerras y paz

Siempre hay por qué vivir
Por qué luchar
Siempre hay por quien sufrir
Y a quien amar

Al final las obras quedan
Las gentes se van
Otros que vienen las continuarán
La vida sigue igual

Pocos amigos que son de verdad
Cuantos te halagan si triunfando estás
Y si fracasas bien comprenderás
Los buenos quedan los demás se van

Siempre hay por qué vivir
Por qué luchar
Siempre hay por quien sufrir
Y a quien amar

Al final las obras quedan
Las gentes se van
Otros que vienen las continuarán
La vida sigue igual".

Al otro día, en la mañana salgo a caminar y correr como hago todas las mañanas. Voy con el Ipod, mi eterno acompañante, y escucho una vez más la canción. Sin embargo, entra a mi mente una frase que el día de ayer en medio de la tragedia no le he prestado atención: “Siempre hay por qué vivir, por qué luchar”. Eso me reanima. Saludo a todos los caminantes que están a esa hora alrededor de la laguna donde suelo hacer mis ejercicios. Decido que el día tiene que tener otro sabor, que no hay nada que pueda hacer respecto a los ancianos, pero si puedo, elegir la actitud que debo tomar.

Luego de la caminata me invitan a visitar la costa. Hacia allá nos vamos. Al subir al auto, otra cosa comienza a suceder. Entro escuchando la misma canción que se ha convertido en obsesión. Al lado del conductor del moderno Toyota deportivo en el que vamos a ir hay instalado un visor de videos. El chofer pone el concierto Vivere: Live en Tuscany de Andrea Bocelli, nos vamos escuchando y viendo, mientras dura el viaje de una hora y media hasta el lugar donde vamos. Siento con fuerza las palabras de la canción que vuelven a adquirir otro significado, diferente a la pena que siento: “Siempre hay por qué vivir, por qué luchar”. Me relajo, escucho la música, disfruto con los amigos de Bocelli que han venido a acompañarlo para participar junto al él en el concierto, disfruto especialmente la música de Kenny G, Sara Brighman, Laura Pausini y el pianista chino Lang Lang.  Es un canto a la vida. La música es nuestro cable a tierra. La manera de celebrar la alegría de vivir.

En ese momento reafirmo mirar las cosas de otra forma. Quiero disfrutar el día. Quiero sentir que la vida tiene otro sabor.

Paseamos por la playa, hundo mis pies en la arena, disfruto del paisaje majestuoso del mar que roza la costa. Me encanta ver las casas a la orilla, con cierta envidia y con alegría por sus diversas tonalidades y formas. Todo exquisitamente adornado. En varias ocasiones pienso en los ancianos y sus familias, en cómo estarán. Mi compañero toma su Iphone y busca en un diario las noticias y allí nos enteramos que finalmente siete de ellos han quedado internados en el hospital, cinco fuera de peligro y dos con graves secuelas esperando su recuperación en cuidados intensivos.

Al mediodía me invitan a un restaurant italiano, pido un plato de spaggettis vegetarianos, disfruto lentamente la comida y la alegría de quienes están a nuestro lado. Es un día feriado, un día de fiesta y de compartir con la familia. Pienso en los míos, tan lejos y a la vez tan cerca con el teléfono e Internet.

Al regresar me espera una pareja quienes me han pedido consejería. Los escucho en silencio y sus aflicciones me parecen tan pequeñas comparadas con el dolor de quienes en ese momento están postrados en el hospital, pero así es siempre, lo que a uno le parece una nimiedad para otro es el universo entero.

A la hora de la cena vemos las noticias en la televisión. El accidente es la noticia del día. Periodistas detallan desde distintos ángulos lo que ha pasado. Entrevistan a sobrevivientes, a testigos y a dos ancianos que están hospitalizados y que están en condiciones de hablar. Uno de ellos se emociona hasta las lágrimas. Sale el tema de Dios y les digo a mis anfitriones que Dios no tiene nada que ver en el asunto. Dios no mata ni provoca accidentes. Dios no se complace con el sufrimiento ni lo provoca. Esa teología es no sólo falsa, sino cruel. Ellos me escuchan en silencio, hacen preguntas, dialogamos, al final parecen entender. Me quedo pensando si realmente han entendido, porque la fuerza de la tradición es tan grande que preferimos culpar a Dios de todo, eximiéndonos de responsabilidad, eso siempre resulta más fácil.

Cuando terminamos vuelvo a mi habitación y escucho por última vez en el día el canto: “La vida sigue igual”. Me acuesto pensando que en realidad, nunca la vida sigue igual, que yo no soy el mismo de ayer, que he aprendido lecciones profundas, y que las imágenes que he visto difícilmente se van a borrar de mi mente. No Julio, “la vida no sigue igual”, el cambio es nuestro compañero más férreo. Siempre algo sucede que nos saca de nuestra habitual conformidad. Con ese pensamiento me duermo. Mañana será otro día.

domingo, 25 de abril de 2010

Lo que se de ser pastor

que hablar de Dios es infinitamente más sencillo que dialogar con Dios.

que el estatus que concede la investidura pastoral fácilmente marea al más débil… y al fuerte también.

que se me exige de mi posición más de lo que estoy dispuesto a admitir… y más de lo que mis posibilidades me permiten entregar.

que es más fácil luchar contra el pecado de otro que batallar con el propio.

que el púlpito es un lugar sagrado cuando no lo envuelve la arrogancia y el orgullo.



que es más cómodo pontificar de la verdad dándo la impresión de tener todas las respuestas que buscar día a día y con insistencia la verdad.

que algún día deberé dar cuenta de lo que dije, lo que no dije, y lo que supe siempre que debía decir pero por miedo, hedonismo o política opté por callar creyendo que a nadie le iba a afectar mi silencio.

que mis silencios son tan elocuentes como mis palabras.

que hablar es más sencillo que callar.

que entre los que me escuchan hay quienes nunca verán en mi al hombre que hay en mi interior librando batallas tan arduas y cansadoras que toda mi vida no alcanzaría para describirlas.

que como pastor es más cómodo acomodarse en la cómoda posición del que sabe todo y no tiene nada más que descubrir.

que en el silencio de la conciencia debo luchar todos los días y a cada instante no sólo por creer sino por mantenerme de la mano de aquel al que pretendo guiar a otros.

que debo cuidarme de los lobos vestidos como pastores para cuidar a mis ovejas, tarea que me desvela.

que amar es más arduo que odiar, pero, es el camino más dificil.

que no podré gustarle a todos y abrá algunos que verán con buen grado mi dolor y caída.

que el reducto donde acaba el pensamiento y la capacidad de razonar es el rincón del dogma y la respuesta rápida del que sólo memoriza sin pensar.

que estoy llamado a pastorear no sólo a los que me agrada y eso lo encuentro una carga difícil de llevar.

que estar de parte del débil y el perseguido es infinitamente más dificil que la complicidad del silencio.

lo fácil que es confundir a quienes ostentan el poder y creer que su sonrisa es síntoma de aceptación, cuando bien puede ser sorna.

lo sencillo que es manipular a un pastor. Basta una sonrisa de aprobación.

que es más sencillo dejarse engañar por el aplauso que por la crítica honesta del amigo que entiende que no somos más que humanos.

que creer es también pensar.

que la repetición constante de los mismos conceptos sin indagación, dialogo y análisis lleva inevitablemente a la apatía y a la sensación de no tener nada más que saber.

que deberé resignarme a que no todos me entiendan, ni siquiera cuando están creyendo que ya comprendieron.

que soñar no es un ámbito en el que se suponga que tengo compentencia.

que muchos esperan que sólo repita, sin pensar, disentir, ni dudar aunque me revele con todas mis fuerzas a la sóla idea que aquello ocurra en la mente de algunos.

que debo aparecer como teniendo todas las respuestas, aunque en el fondo entiendo que hay muy pocas certezas definitivas.

que la vida es infinitamente más difícil de lo que a veces hacemos aparecer en un sermón.

que es más fácil predicar que vivir.

que aunque finja cuando estoy dirigiendo un funeral no puedo evitar el estremecimiento de entender que la vida tiene un final y existe la posibilidad que en algún otro momento otro ministro diga palabras de circunstancia, pero, en relación a mi.

que el liderazgo puede ser un lugar muy solitario.

que la teoría es diferente a la práctica, pero, sin teoría no hay práctica que resista.

que cargo sobre mis espaldas más secretos de los que quisiera y más de los que quisiera enfrentar conscientemente, tal vez por eso me recluyo más de una vez en la soledad silenciosa de las letras.

que caminar por el sendero es más estimulante que llegar.

que estoy encadenado a una forma de vida, que inevitablemente me obliga a ser punto de referencia.

lo difícil que es saberse imperfecto, aunque en más de una ocasión nos obligan a creer que debemos vivir lo contrario.

que la fe no es llegar, sino permanecer luchando.

que soy nada más que humano.

que el ministerio no es carrera, ni profesión, ni oficio, sino un llamado constante a escuchar la voz silenciosa de Dios para repetirla en eco para que otros también puedan oírla.

que mis lágrimas no bastan para cubrir el dolor ajeno.

que la envidia es poderosa para forjar enemistades.

que mis hijos necesitan un padre y no un pastor.

que cuando el dolor y el error me arrastren, necesitaré otro pastor, para que me diga lo que hoy yo digo.

que nunca es tarde para empezar, excepto, cuando ya no quieres.

que en muchas paradojas hay verdades escondidas.

que todos los años de universidad no me convierten en teólogo. Demandará la eternidad entender a Dios… en parte.

que algún día veré a la cara de Jesús, y tendré que reconocer que muchas de mis convicciones, simplemente fueron, apenas vislumbres de la Verdad.

tantas cosas… y a veces me cuesta trabajo saber qué sé.

viernes, 23 de abril de 2010

Más amor que sexo


En torno a los adolescentes se tejen muchos mitos. La mayoría de estos mitos están relacionados con ideas que han surgido del mundo de las comunicaciones que sin hacer estudios serios se lanzan a propagar informaciones desprovistas de verdad.

Es innegable que un gran número de adolescentes son sexualmente activos; desconocer dicha realidad es cerrar los ojos frente a algo que no se puede negar. La gran cantidad de adolescentes que mantienen relaciones sexuales ha llevado a muchos a pensar que lo que más buscan los adolescentes es la actividad sexual; sin embargo, eso no es cierto. Si lo analizamos a fondo y logramos conectar con los adolescentes, lo que descubrimos finalmente es que lo que los adolescentes buscan, en primer lugar, es sentirse amados y aceptados.



Un estudio realizado en Chile entre adolescentes embarazadas demostró que el 95% de ellas mantuvieron relaciones sexuales por una gran carencia afectiva y una enorme necesidad de sentirse amadas y queridas. Sin embargo, quienes lo ven desde afuera prefieren creer que el problema es la promiscuidad, cuando en realidad dicha premisa es falsa.

Josh McDowell, en su libro Mitos de la educación sexual, presenta seis mitos en torno a la relación sexual de los adolescentes. Uno de esos mitos es que los adolescentes quieren tener más sexo que amor. McDowell cita un estudio realizado entre chicos de 12 a 14 años que mostró que la mayoría de los adolescentes
sostiene que su mayor necesidad en educación sexual era “aprender a decir “no” ante las presiones sexuales”.[1] Muchos chicos y chicas, en su búsqueda de intimidad y afecto, llegan a implicarse sexualmente porque piensan, equivocadamente, que decir “sí” al sexo es dar un paso hacia un mayor compromiso
afectivo.

Los temores de los adolescentes

Los dos temores más profundos de los adolescentes son: temer que nunca serán verdaderamente amados, y que no podrán amar realmente a alguien. Este temor se ve reforzado por la gran cantidad de fracasos que
ven en su entorno. Padres, amigos, profesores, personajes famosos fracasan en sus relaciones afectivas, y ellos se preguntan: ¿Qué esperanza tengo yo? ¿Cómo voy a saber amar realmente?

Como bien afirma McDowell, el amor no es un sentimiento sino una acción que hay que aprender. El ambiente donde se debería aprender a amar es el hogar.

Sin embargo, cuando las estadísticas nos dicen que uno de cada dos matrimonios acaba en divorcio[2] y que una gran cantidad no se divorcia, pero mantiene una vida de constante odio, agresión y violencia física y emocional, nos encontramos ante una generación que carece de modelos de amor que le ayuden a vivir de tal modo que puedan tener esperanzas de aprender.

Carencias de los adolescentes

En medio de esta situación, la carencia adolescente más profunda de hoy es la seguridad de ser amados. En un estudio realizado con jóvenes, una de las cuestiones planteadas era “¿Qué pregunta querrías que tus padres contestasen con total sinceridad?”[3] El 70% respondió sorprendentemente: “¿De verdad me quieres?".

Honestamente, muchos padres aman a sus hijos; sin embargo, sus acciones son tan incoherentes que sus hijos simplemente no les creen. Por lo tanto, dicha carencia es suplida fuera del hogar y de ahí a comprometerse
sexualmente hay un paso.

¿Cómo prevenirlo?

El remedio no es la información sexual. Ése ha sido el error que han cometido muchos estados que han creído, ingenuamente, que la información por sí sola va a producir adolescentes responsables de su sexualidad. Lo que los adolescentes necesitan es un ambiente familiar que les asegure que son amados y queridos de manera incondicional. Esto implica tener padres que no sólo estén preocupados por el desarrollo físico de sus hijos, sino que estén presentes en su vida de manera plena.

No importa qué edad tengan los hijos, lo que necesitan es tiempo y atención. Amar no sólo con palabras, sino con hechos concretos que ayuden a nuestros hijos a enfrentar las presiones sexuales de sus parejas porque no dudan del afecto que reciben en sus hogares.

A menudo, las madres tienen más facilidad para demostrar afecto a sus hijos; sin embargo, los padres, frecuentemente, se muestran irresponsables en este ámbito tan fundamental. Existe un círculo vicioso que es difícil de romper: hombres y mujeres que han recibido poco afecto en sus hogares de origen, luego tienen dificultades para aprender a expresar emociones afectuosas en la intimidad de sus hogares. Y, si a eso agregamos el mito absurdo gestado en un machismo enfermizo de que los varones no deben expresar sus emociones, estamos ante un cuadro pasmoso de una sociedad que tiene muchas ideas respecto a cómo solucionar problemas tecnológicos, pero lo más profundo, la necesidad de amar y ser amado, simplemente no se vive.

Los adolescentes, aunque no sean capaces de expresarlo con total libertad, preferirían “estar enamorados
cuarenta años que enamorarse cuarenta veces”. Quieren tener una relación permanente y duradera. Anhelan desesperadamente ver parejas plenas, viviendo juntos en amor, matrimonio y compromiso de familia.

Sin duda, los adolescentes quieren más amor que sexo. Sostener lo contrario es, simplemente, no entender.

Referencias

[1] Josh McDowell, Mitos de la educación sexual (Barcelona: Clie, 1992), 25.

[2] Ibíd., 26.

[3] Ibid., 27.

martes, 20 de abril de 2010

Mentiras que te contaron

¿Alguna vez te dijeron que si te esforzabas suficiente podrías superar tus defectos de carácter? ¿Vino alguien diciéndote que si te lo proponías podrías dejar a un lado esos pensamientos impuros que te abordan cuando menos lo piensas? ¿Te dijeron que si ibas a la iglesia, orabas y leías la Biblia, las ganas de estrangular al profesor de física se te irían automáticamente?

Lo cierto es que te mintieron. Por mucho que te esfuerces no puedes superar tus defectos de carácter. Tampoco puedes evitar esos pensamientos que vienen a ti. Y los deseos asesinos que te asaltan más de una vez, estarán ahí cuando menos lo pienses.

Y antes de que cierres este blogs escandalizado permíteme contarte una realidad que tal vez sí te dijeron, pero como estabas tan ocupado tratando de portarte bien quizá no escuchaste.



La teología del fariseo se concentra en las acciones pecaminosas, pero no en el fondo del asunto. En otras palabras, se trata de hacer cosas buenas. Sin embargo, la raíz más profunda del mal no es la acción pecaminosa en sí, sino aquello que la provoca.

La raíz del pecado no son las acciones pecaminosas que cometes. La mayoría de los cristianos (incluidos los adventistas) “no están realmente interesados en el pecado”, su interés se centra en las acciones cotidianas: no mentir, no robar, no asesinar, no maldecir, etcétera. Sin embargo, la verdad es que el problema más profundo del ser humano no son sus acciones pecaminosas sino el pecado. Esa tendencia que está tan arraigada en nosotros y que no podemos evitar tener.

La estela del fariseo

Uno de los problemas de la religión del fariseo es que deja una estela profunda de frustración a su paso. Quienes tienen su mente concentrada en las acciones pecaminosas corren dos riesgos: uno es autoengañarse creyendo que al abstenerse de matar al vecino ya son buenas personas; y en segundo lugar, convertirse en jueces implacables de las conductas erradas de las personas que están a su lado.

La ironía de Jesús al decir a los fariseos que colaban el mosquito pero se tragaban el camello (Mat. 23: 24) consiste en que –bienintencionadamente– ponían su atención en las acciones cotidianas; sin embargo, en su ceguera, dejaban a un lado la raíz del problema.

No importa cuánto lo intentes, nunca serás bueno por tu propio esfuerzo.

La vida cristiana no consiste en hacer determinadas acciones para dejar de pecar, sino en admitir con honestidad que no es posible dejar el pecado por muy buenas acciones que realices.

El problema de fondo no son las acciones pecaminosas, sino la naturaleza contaminada con el pecado que tú y yo hemos heredado. No adquirimos de nuestros padres su pecado, pero sí la tendencia hacia el mal, y aunque también tenemos inclinaciones a realizar determinadas acciones buenas, en el contexto global lo malo
es más poderoso que lo bueno.
El que intenta llegar a ser santo mediante sus propios esfuerzos para guardar la ley, está intentando un imposible”.[1] 
Si lees bien esta cita te darás cuenta de que no nos deja alternativa. Es como intentar derribar una montaña utilizando la cabeza como martillo, el único que se dañará serás tú y la montaña seguirá intacta.

Del mismo modo, “no ganamos la salvación por nuestra obediencia”.[2] Esa es otra mentira repetida hasta la saciedad por quienes simplemente están luchando con su pecado con tal grado de frustración que no quieren estar frustrados solos.

Lo cierto es que:
La educación, la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo humano, todos tienen su propia esfera”, pero para cambiar la naturaleza pecaminosa no tienen ningún poder.[3] 
Pueden producir una corrección externa (es decir, hacer ver que eres bueno), pero no pueden cambiar el corazón (en otras palabras, tus pensamientos impuros seguirán estando ahí); no pueden purificar las fuentes de la vida (seguirás queriendo estrangular al profesor de física).

La única forma de cambiar es que obre un poder externo a ti. El único cambio real viene desde Cristo y de nadie más.

No lograrás cambiar a menos que le digas honestamente a Jesús en oración: “¡Señor, no puedo! ¡Por mucho que lo intento no puedo hacerlo! ¡Ayúdame!”

En ese momento, comenzará la transformación.

Sólo en la convicción de tu propia incapacidad y en el esfuerzo por dejar que Cristo obre en ti está la clave de una vida cristiana victoriosa.

Referencias

[1] Elena G. de White, El camino a Cristo (Miami: Asociación Publicadora Interamericana, 1981), 60.

[2] Ibid., 61.

[3] Ibid., 18.

lunes, 19 de abril de 2010

Jesús nos muestra al padre: Análisis de la oración modelo

Dos factores condicionan nuestra relación con Dios: la idea que tenemos sobre la divinidad y el concepto que hemos desarrollado sobre nosotros mismos. La mente humana funciona bajo leyes estrictas. Somos lo que pensamos. Todos hemos desarrollado alguna idea respecto a Dios y, sin duda, todo ser humano piensa algo de sí mismo. Para orar, es vital que entendamos quién es Dios y quiénes somos nosotros en contraste con la Deidad. Cristo enseñó una oración modelo que a menudo usamos para explicar cómo orar; pocas veces, sin embargo, nos detenemos a pensar que lo que en realidad hay en dicha invocación es una revelación de Dios en siete facetas distintas.

Dios el padre

La plegaria comienza diciendo "Padre nuestro" (Mat. 6: 9). Evidentemente aquí encontramos dos cuestiones básicas: Cristo quiere que entendamos a Dios como Padre y, por contraste, que sepamos que somos hijos. Jesús no está hablando del padre a la manera occidental, sino del padre que entendían quienes estaban escuchándolo en ese momento.



En la cultura antigua, ser padre significaba estar investido de una dignidad que lo hacía merecer respeto. Los hijos estaban no sólo al cuidado del progenitor, sino que eran considerados su posesión y podía disponer de ellos a voluntad. Si Dios es nuestro Padre no debemos preocuparnos. Él sabe lo que necesitamos y procurará ayudarnos en todo porque sus motivos se basan en la relación filial que tiene con nosotros; no somos extraños para él sino sus hijos, de ahí la exclamación de Juan: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamado hijos de Dios" (1 Juan 3: 1). No necesitamos convencerlo, por eso las «vanas repeticiones» (Mat. 6: 7) son innecesarias; un Padre que ama siempre escucha a sus hijos.

Dios el santo

La siguiente revelación que Jesús nos hace es que el nombre de Dios debe ser santificado. Lo que nos está diciendo es que cuando nos acercamos al trono de la gracia, estamos yendo en procura de alguien cuya santidad para nosotros es incomprensible porque somos distintos y diametralmente opuestos. Lo que está implícito es que debemos reconocer la santidad de Dios precisamente porque nosotros no somos santos. Nuestros motivos, acciones y pensamientos están contaminados de pecado. Por otra parte, el reconocimiento explícito de la santidad de Dios implica aceptar que él obra siempre por motivos santos. Muchas veces actuamos como si Dios nos manipulase o fuese un engreído y egoísta, incluso, llegamos a creer que Dios obra de un modo arbitrario e injusto. Cuando decimos esto no estamos comprendiendo al Dios que tenemos. Todo lo que Dios hace tiene un solo sello, su santidad. Nada va a hacer Dios que no sea correcto y justo.

Dios el rey

A continuación Cristo dice: "Venga tu reino. Hágase tu voluntad" (Mat. 6: 10). Hoy nos cuesta entender esto en el contexto de reyes que sólo son figuras simbólicas sin gran poder y con conductas personales éticamente reprobables. Sin embargo, los interlocutores de Jesús entendían perfectamente de lo que se está hablando. En tiempos de Cristo el único que podía alegar libertad, poder y posesión era el rey. Los súbditos no tenían derechos personales, ni siquiera eran dueños de decidir sobre sus propias vidas. Ser súbdito implicaba estar bajo la soberanía y el arbitrio del rey.

Si nos acercamos a Dios, debemos entender que él es nuestro Rey y nosotros sus súbditos. No nos acercamos a su trono de gracia para indicarle lo que debe hacer, sino para someternos a su voluntad

Dios el proveedor

Si entendemos lo anterior, es decir que somos hijos, pecadores y súbditos, justo ahora estamos en condiciones de pedir el pan. "El pan nuestro dánoslo hoy" es una forma de decir: “Dios, te necesitamos y dependemos de ti”. Dios tiene el poder de darnos el “pan” que necesitamos. Pero él es el Padre, el Rey y el Santo que sabe qué, cuánto y cuándo lo necesitamos. Nos acercamos a él no para pedir el pan, sino para reconocer cuánto necesitamos de su protección y cuidado. Nunca desampara Dios a sus hijos y, aunque cueste entenderlo, aun el hambre en ocasiones puede ser parte de la protección de Dios para nuestras vidas.

Dios el perdonador

Cuando pedimos a Dios que perdone nuestras faltas, se comprende que él tiene el poder para hacerlo; además, damos por hecho que estamos dispuestos a hacer lo mismo con aquéllos que están a nuestro lado y nos han agredido. Dios nos perdona porque es nuestro Padre y Rey y porque además es Santo. Muchas veces trasmitimos la idea errónea de que Dios se aleja de nosotros cada vez que cometemos algún acto deleznable; pero, eso no es así. Dios siempre está con nosotros (Mat. 28: 20), invitándonos (Apoc. 3: 20) a que vayamos junto a él para cuidarnos, restaurar nuestras heridas y perdonar nuestros errores (Isa. 1: 18). Somos nosotros los que nos ponemos al margen de su gracia y nos alejamos de su amor.

Dios el salvador

Él no sólo nos perdona, también nos protege para que no volvamos a equivocarnos. Esa es la parte que olvidamos. Cuando Jesús dice: "y no nos metas en tentación" (Mat. 6: 13) no está diciendo que es Dios quien nos pone en situación de peligro moral y espiritual, sino todo lo contrario. Lo que está afirmando es que no somos capaces por nosotros mismos de superar el pecado y necesitamos de su gracia y de su poder para poder salir adelante. El engaño del enemigo es hacernos creer que Dios juega con nuestras vidas como si fuéramos maniquíes y nos tiende trampas para hacernos caer. Así actúa Satanás, no Dios. Los motivos de Dios son santos, nunca hará algo que pueda empañar la santidad de sus acciones. Por lo tanto, lo que Jesús nos dice es que, sin la protección del Padre, jamás podremos ser librados plenamente del mal

Dios el todopoderoso

El broche de oro es recordarnos que Dios, el Padre-Santo-Rey, tiene toda la soberanía, "el poder y la gloria" (Mat. 6: 13), él es Todopoderoso. Si acudimos a Dios no vamos ante algún dignatario suyo poder y soberanía son limitadas, nos presentamos ante el magno Creador, aquél que todo lo puede porque para él nada es imposible (Luc. 1: 37). No importa que cuitas o penas nos aquejen. Si estamos hundidos por el pecado, el sufrimiento o la soberbia. Si tenemos miedo ante peligros fortuitos reales o imaginarios. No importa qué sea, Dios tiene el poder para resolverlo. Sin embargo, si nos hemos acercado como hijos, pecadores y súbditos de su voluntad, entonces, entenderemos que él, Dios, tiene la última palabra y, como buen Padre, nos dará lo que sea mejor.

Conclusión

Muchas veces confundimos a Dios con un supermercado. Solemos ir a dicho lugar sólo para buscar lo que necesitamos; una vez que hemos encontrado nuestro producto, pagamos lo que llevamos y no volvemos a acordarnos de la existencia de dicho lugar hasta la próxima necesidad. Pero eso no es lo que hace un hijo que, además, se sabe pecador y que entiende que es súbdito. Se acerca continuamente a Dios para aprender como hijo, para ser iluminado por la santidad de Dios como lo hace quien sabe que es indigno de dicha santidad, y para obedecer y buscar la voluntad del Soberano. Si entendemos eso, entonces reconocemos que tenemos necesidad de subsistencia, de perdón y de protección. No dudamos de que nos responda, porque él es todopoderoso para hacerlo. Sin embargo, recurrimos a su voluntad, no a la nuestra.

Quien se acerca con este espíritu no duda de las acciones de Dios porque sabe que todo lo que hace es santo. Por lo tanto, Cristo nos dice que el Dios al que oramos tiene siete características y que cada vez que doblamos ante él nuestras rodillas debemos recordar que nosotros somos la antítesis:
  • Él es el Padre, nosotros los hijos.
  • Él es Santo, nosotros pecadores.
  • Él es Rey, nosotros súbditos.
  • Él provee, nosotros necesitamos.
  • Él nos da sanidad, nosotros estamos enfermos de pecado.
  • Él nos protege, nosotros no podemos hacerlo por nosotros mismos.
  • Él es el Todopoderoso, nosotros somos finitos y deficitarios.
¡Qué extraordinario es el Dios al que oramos!

sábado, 17 de abril de 2010

Vaso frágil

Vivid con ellas sabiamente,  dando honor a la mujer como a vaso más frágil (1 Pedro 3:7 RV60)

Hay dos lecturas posibles para este texto, una es entender que la mujer es frágil y tenemos que tratarla con delicadeza, no vaya a ser que se rompa. Esa es la manera tradicional, de raigambre machista, con la que se ha interpretado este texto. Con dicha forma de observar el versículo, quienes tienden a mirar a la mujer como una persona que necesita ser protegida y cuidada, entonces, tienen refuerzo para su postura equivocada.



Cuando un marido, compañero o novio asume una actitud de protector de su esposa, compañera o novia, se pone en una posición de poder que le da autoridad por sobre ella. Esa sola actitud rompe el equilibrio que se necesita para construir una relación de pareja sana.

En ese caso, ya no hay dos personas iguales en derechos y deberes, sino uno que asume que tiene el deber de guiar, orientar, y dictar las directrices para el otro.

En ese contexto se crean las condiciones para que los varones que asumen dicha actitud y las mujeres que lo acepten, se creen lazos de poder y codependencia que den lugar al abuso, la violencia y la manipulación psicológica.

Lamentablemente esta lectura sexista del texto está tan arraigada que algunos varones no son capaces de observar otra cosa, porque simplemente, sus mitos y conceptos culturales no le permiten ver algo diferente.

El texto puede tener otra lectura, que en general no se la hace, pero es más lógica con el contexto y el propósito del libro de Pedro.

Instrumento

En este versículo se utiliza la expresión skeuos, que podría traducirse simplemente como “instrumento”. La expresión original es traducida al español como “alhaja”;[1] “vaso”;[2] “vasija”;[3] “instrumento”;[4] “velas”;[5] “aparejos”.[6]

La palabra era utilizada para referirse a los más variados utensilios de diferentes materiales vidrio, metal, madera, tela, que eran empleados en los más variados propósitos tanto en el hogar, como en el campo, la guerra o la paz.[7]

Vaso

Sin embargo, en el Nuevo Testamento la expresión adquiere un sentido metafórico. Especialmente en la utilización del pensamiento paulino se refiere al ser humano, como una “vasija” receptora. Tiene el sentido de servicio.[8] Ese sentido se puede observar en Ro. 9:21 y 1 Tim. 2:20-21, donde el vaso es sinónimo de ser humano, en este caso, utilizado por Dios.

En 2 Cor. 4:7 queda en evidencia la fragilidad de los “vasos de barro” que son los seres humanos. Cuerpos mortales y frágiles que pueden fenecer.
Por lo tanto, vaso es simplemente una forma metafórica para referirse al ser humano, en este caso, las esposas.

¿Por qué frágiles?

Este es el quid del asunto, cuando entendemos fragilidad por falta de fuerza, debilidad o incapacidad, entonces, Pedro le estaría faltando el respeto a la mujer y se contradeciría con la frase que sigue al llamarlas “coherederas de la gracia”. No pueden estar al mismo nivel del varón si son “frágiles”.
Tiene que esta hablando de otra cosa que no se entiende a primera vista.
Un aspecto que viene a dilucidar el asunto es el propósito y los destinatarios de la carta.

En el primer versículo de la epístola se menciona que Pedro le está escribiendo a judíos que están dispersos por “Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1 Ped. 1:1) y que lo más probable es que antes vivieron en Roma.[9] En otras palabras, están inmersos en una cultura que no conoce al Dios verdadero.

Varios de ellos se han convertido al cristianismo y a ellos Pedro les dirige sus llamados para vivir una vida santa. Les ruega que se atengan a una vida nueva, diferente a la que conocían (1 Ped. 1: 14).

En ese contexto, Pedro está conciente que hay esposas que se han hecho cristianas pero sus esposos no. A ellas les dice que se mantengan unidas[10] a sus maridos, “sujetas”, es decir, el llamado es a lograr que con sus vidas puedan provocar cambios en sus maridos “por su conducta” casta y respetuosa que debe reflejarse en el atavío y en la forma de vivir. Esto en referencia a una cultura que había convertido el vestir en una forma de seducción y de prácticas que estaban reñidas con los valores del cristianismo.

Como es de suponer, también hay maridos que están casados con mujeres que aún no conocen el evangelio, o que están en camino de salir de su ignorancia y sus prácticas no cristianas. A ellos les dice Pedro, traten a sus esposas cuidadosamente.

Previamente les ha dicho que tienen que vivir con ellas “sabiamente”, “dándoles honor” y tratándolas con cuidado. Evidentemente, porque los maridos de ese tiempo hacen todo lo contrario con sus esposas. Pedro entiende perfectamente que ahora que son cristianos la conducta debe ser diferente.

Por lo tanto, la “fragilidad” no tiene nada que ver con concepciones machistas, sino con la no comprensión de la plenitud del evangelio.

Por eso que agrega a continuación una serie de actitudes que el marido debe tener con su esposa para que con su conducta la gane para el evangelio: “En fin, vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes. No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan, porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición. En efecto, ‘el que quiera amar la vida y pasar días felices, guarde su lengua del mal y sus labios de proferir engaños. Porque el Señor mira con buenos ojos a los justos y sus oídos están atentos a sus oraciones, pero mira con indignación a los que hacen el mal’. Apártese del mal y haga el bien; busque la paz y sígala” (1 Ped. 3:8-12).

Estos últimos consejos se entienden en el contexto de una cultura que maltrataba a las mujeres, que las obligaba a ser esclavas sexuales y que las trataba como si estuvieran al servicio del varón.[11]

Pedro está marcando una conducta que deben tener los maridos que es totalmente opuesta a la forma de ser de un no cristiano. Alguien que ha conocido el evangelio y que entiende el significado de vivir conforme a la gracia tratará a su esposa que aún no conoce a Dios con cuidado (la mujer traducción de fragilidad), con respeto y entendiendo que ella también es una coheredera de la gracia, en otras palabras, a ella también se le ha ofrecido la posibilidad de la salvación.

Esta manera de interpretar el texto, se apega más al original y al sentido que tiene la expresión bíblica en su sentido más pleno en el texto bíblico.

Entender a las esposas de 1 Ped. 3:7 como no cristianas es la forma más satisfactoria de entender el pasaje[12] y pone el equilibrio que se necesita para llegar a comprender la epístola en general.

Por lo tanto, el pasaje es un llamado a esposos cristianos para que traten correctamente a sus esposas no cristianas con el fin de que ellas lleguen a conocer al Señor. No hay sexismo ni machismo en dicho llamado, sino una petición de coherencia con la misión evangélica.

Esta forma de analizar el texto se condice más con el evangelio en general, y hace justicia a la forma revolucionaria y justa en que Jesús mismo trató a las mujeres, a las que no discriminó de ninguna forma, al contrario, las trató como seres humanos con los mismos derechos que cualquier otra persona.

Tenemos mucho que aprender, no sólo al leer la Biblia con otros ojos, sino con la forma en que nos tratamos unos a otros. El trato personal debe reflejar que somos hijos de Dios y que estamos bajo su gracia siempre.

Esto es especialmente cierto para varones que son cristianos y sus cónyuges no lo son, puesto que su responsabilidad es mayor, por una parte ser esposos que reflejen la nueva vida que están viviendo, y por otro lado, vivir de tal modo que su testimonio logre que sus esposas acepten a Jesús como su salvador personal. Pedro entendió muy bien el evangelio. Nos cuesta a nosotros, los testarudos de hoy, comprender el sentido que dichos consejos tienen en nuestra realidad contemporánea.

Referencias

[1]  Mt. 12:29; Mr. 3:27; Lc. 17:31.

[2]  Mr. 11:16; Jn. 19:29; Hch. 10:11, 16; 11:5; Rm. 9:21, 22, 23; 2 Co. 4:7; 1 Tes. 4:4; 2 Tim. 2:20, 21; Heb. 9:21; 1 Ped. 3:7; Ap. 2:27; 18:12.

[3]  Lc. 8:16.

[4]  Hch. 9:15.

[5]  Hch. 27:17.

[6]  Hch. 27:19.

[7]  Christian Maurer, “skeuos”, en Theological Dictionary of the New Testament (Gerhard Kittel, Gerhard Friedrich, Geoffrey W. Bromiley, eds.; Grand Rapids, MI.: Eerdmans, 1971), 7: 360.

[8]  Ibid., 362.

[9]  Karen H. Jobes, 1 Peter (Grand Rapids, MI.: Baker Academic, 2005).

[10]Lamentablemente la mayoría de las traducciones interpreta esa unión como obediencia, subordinación o sometimiento, lo cual es incorrecto porque no es el sentido del texto ni de la expresión original. En muchos sentidos, es un eco de las palabras de Pablo expresadas en 1 Cor. 7:13-14.

[11]Shondrah Tarrezz Nash y Latonya Hesterberg, “Biblical Framings of and Responses to Spousal Violence in the Narratives of Abused Christian Women”, Violence Against Women 15 (2009): 342.

[12]Carl D. Gross, “Are the Wives of 1 Peter 3.7 Christians?”, Journal for the Study of the New Testament 35 (1989): 95.