martes, 4 de octubre de 2011

Sermones que matan


Dr. Miguel Ángel Núñez

Leer a los clásicos tiene eseaire de melancolía que produce el encontrarse con ideas ya leídas y que dealgún modo te han modelado y también, un impacto de sorpresa al comprobar queno importa cuánto tiempo pase, dichos conceptos siguen estando vigentes aunquefueron pronunciados hace mucho, mucho tiempo atrás. Es lo que me pasa con ellibro de E. M. Bounds, El poder de la oración, que por ser un librolibre de derechos se ha publicado de muchas maneras.


Edward McKendree Bounds sepreparaba para ser abogado, cuando sintió el llamado para ser ministro. El año1859 fue ordenado al ministerio como pastor de la Iglesia Metodista. Durante laGuerra Civil norteamericana fue capellán del ejército. Cuando terminó laconflagración se dedicó a intentar sanar las heridas que la guerra habíadejado.

Fue editor asociado de uno de losdiarios más conocidos de los metodistas, “El defensor cristiano” y escribió unaserie de libros sobre la oración.

Sermones que matan

De su famoso libro “El poder dela oración” he sacado la frase “sermones que matan”, que procede de uno de loscapítulos que lleva el mismo nombre.

Señala literalmente:
La predicación que mata puede serortodoxa y a veces los es –dogmática e inviolablemente ortodoxa. Nos gusta laortodoxia. Es buena. Es lo mejor. Es la enseñanza clara y pura de la Palabra deDios, representa los trofeos ganados por la verdad es sus conflictos con elerror, los diques que la fe ha levantado contra las inundaciones desoladoras delos que con sinceridad o cinismo no creen o creen equivocadamente; pero la ortodoxia,transparente y dura como el cristal, suspicaz y militante, puede convertirse enmera letra bien formada, bien expresada, bien aprendida, o sea, la letra quemata. Nada es tan carente de vida como una ortodoxia marchita, imposibilitadapara especular, para pensar, para estudiar o para orar.
¡Cuánta claridad! ¡Cuánta elocuencia! “Nada es tan carente de vida como una ortodoxia marchita, imposibilitada para especular, para pensar, para estudiar o para orar”.

Una ortodoxia que no busca laverdad, descansa en la convicción de que ya la encontró y por lo tanto, seconforma, vegeta en la conformidad. Pero no sólo eso, la “ortodoxia marchita”se convierte en acusadora, maltratadora e inquisidora de aquellos que nocuadran con dicha ortodoxia que se considera dueña de la verdad.

Bounds sigue señalando con unaelocuencia extraordinaria:
No es raro que la predicación quemata conozca y domine los principios, posea erudición y buen gusto, estéfamiliarizada con la etimología y la gramática de la letra y la adorne eilustre como si se tratara de explicar a Platón y Cicerón, o como el abogadoque estudia sus códigos para formar sus alegatos o defender su causa y, sin embargo,ser tan destructora como una helada, una helada que mata. La predicación de laletra puede tener toda la elocuencia, estar esmaltada de poesía y retórica, sazonadacon oración, condimentada con lo sensacional, iluminada por el genio, pero todoesto no puede ser más que una costosa y pesada montadura o las raras y bellas floresque cubren el cadáver. O, por el contrario, la predicación que mata muchas vecesse presenta sin erudición, sin el toque de un pensamiento o sentimiento vivo, revestidade generalidades insípidas o de especialidades vanas, con estilo irregular, desaliñado,sin reflejar ni el más leve estudio ni comunión, sin estar hermoseada por el pensamiento,la expresión o la oración. ¡Qué grande y absoluta es la desolación que produceesta clase de predicación y qué profunda la muerte espiritual que trae aparejada!
¡Qué luz! ¡Qué fuerza! ¡Claro queuna retórica sin “pensamiento o sentimiento vivo” lo que provoca es muerte,desolación y desesperanza. Una predicación ortodoxa cargada de suficienciapropia que puede “ser tan destructora como una helada, una helada que mata”.Iglesias con predicadores llenos de suficiencia propia, pero carentes de amor,empatía y redención. Predicaciones llenas de erudición fría, sin fuerza y sinla vida que da la oración que entiende que sin Dios no tenemos nada.

La predicación que mata
Se ocupa de la superficie yapariencia, y no del corazón de las cosas. No penetra las verdades profundas.No se ha compenetrado de la vida oculta de la Palabra de Dios. Es sincera en loexterior, pero el exterior es la corteza que hay que romper para recoger lasustancia. La letra puede presentarse vestida en tal forma que atraiga yagrade, pero la atracción no conduce hacia Dios.
En otras palabras, es unapredicación que se ocupa de las formas y no del fondo, de la imagen y no de lasustancia, del qué dirán que del qué dice Dios, del status quo religioso, antesque de la autenticidad que supone entender a Dios como un ser redentor. Es unapredicación políticamente correcta pero equivocadamente alejada de la verdaderasustancia de la Palabra.

El diagnóstico de Bounds es queesta predicación tiene como sujeto a un predicador que
Nunca se ha puesto en las manosde Dios como la arcilla en las manos del alfarero. Se ha ocupado del sermón encuanto a las ideas y su pulimento, los toques para persuadir e impresionar;pero nunca ha buscado, estudiado, sondeado, experimentado las profundidades deDios.
¿Cómo hablar a nombre de Dios silo que se conoce de él son sólo una sombra oscurecida por normas y reglamentos?¿Cómo representar con discursos duros, afilados e implacables a un Dios que segoza en la misericordia, el perdón y la gracia? Es una contradicción vital hablarde un Dios de amor utilizando las armas de la intolerancia y la exclusión.

De esos predicadores que se lasarreglan para condenar, acusar, maltratar y apuntar a otros cristianos Boundsdice:
Es posible que su ministeriodespierte simpatías para él, para la iglesia, para el formulismo y lasceremonias; pero no logra acercar a los hombres a Dios, no promueve unacomunión dulce, santa y divina. La iglesia ha sido retocada, no edificada;complacida, no santificada. Se ha extinguido la vida; un viento helado sopla enel verano; el suelo está endurecido.
Lo único que se logra con estapredicación es acrecentar “el formulismo y las ceremonias”, convertirlas en elcentro de la adoración y en la vida misma de la iglesia, matando de paso laverdadera adoración que no sigue fórmulas ni ceremonias rígidas nipreestablecidas. Como bien señala el Pr. Bounds, esa predicación “no lograacercar a los hombres a Dios, no promueve una comunión dulce, santa y divina”,sólo produce frialdad, un espíritu de intolerancia y una sensación de pobrezaespiritual que ahoga.

El libro fue escrito en el sigloXIX, pero pareciera que hubiese sido escrito ayer, porque eso es lo que hacenlos clásicos, siguen tañendo su campana aún cuando pasan los años y su mensajesiempre es actual.

Quisiera no escuchar ni decirsermones que maten… Ojalá la realidad eclesiástica fuera otra, una devivificación y no de condena fría, mecánica, aguzada y… orgullosamenteortodoxa. ¿Qué predicaría Jesús si tuviera la oportunidad de hacerlo ennuestras congregaciones? ¿Diría lo que algunos se atreven a decir en su nombre?

sábado, 24 de septiembre de 2011

Perdón, no condena


Dr. Miguel Ángel Núñez

Porque Dios no envió a su Hijoal mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por medio deél” (Juan 3:17).
Jesús vino a perdonar y a mostrar la misericordia divina, no a condenar a quienes yerran.


La mayor demostración de lamisericordia de Dios es que él vino a vivir entre nosotros. Estuvo entre losseres humanos, viviendo como uno más.

No hay ser humano que puedaborrar la misericordia divina. Por esa razón Pablo dice con tanta convicción:
Estoy firmemente convencido deque ni muerte ni vida, ni ángeles ni principios, ni lo presente ni lo futuro,ni potestades, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra cosa creada podrásepararnos del amor de Dios, manifestado en Jesucristo, Señor nuestro (Romanos8:38-39).
Una iglesia sin gracia

La teoría la sabemos. Hasta allíno hay problema. Sin embargo, cuando la comparo con la realidad, a veces mecuesta ver la misericordia y el amor en los profesos seguidores de Cristo.

Visitar algunas iglesias es un paseopor la condenación, la ironización e incluso, el deseo expreso de que “lospecadores, ardan en el infierno…” ¿Quién es santo, quién es justo, quién esperfecto para emitir esas palabras que le escuché a un líder cristiano hace untiempo.

Al navegar por foros cristianosdonde se pretende “buscar una verdadera adoración”, “encontrar la santidad” o “darfe de la doctrina correcta” es como un paseo por el horror extremo de laintolerancia, la justicia propia, la vanidad santificada y los peores epítetos haciaquienes “no adoran correctamente” o a quienes simplemente, van por la vida,confundidos, perdidos y como “ovejas sin pastor” (Marcos 6:34).

El lado oscuro de la luna

Así como la luna tiene un ladooscuro, muchos cristianos tienen una faceta que se revela cuando tienen quetratar con el que se equivoca, el que yerra, y el pecador. Palabras que sonambiguas toda vez que todos nos equivocamos, erramos y pecamos.

Existe predilección en algunoscristianos para juzgar, condenar y maltratar a quienes tienen opinionesdistintas o conductas que difieren de las de ellos y con ello muestran un ladomacabramente perverso. Donde la actitud de condena y suficiencia propia serevela en medio de un discurso paradojal de supuesta reverencia a Dios, elautor del amor.

El espectáculo bajo el árbol dela vida

Anhelo el día en que nosencontremos bajo el árbol de la vida. Allí estarán los que fueron criticadospor sus “hermanos”; los desplazados y exiliados de la fe; los que vivieronincomprendidos y maltratados por aquellos que supuestamente tenían el monopoliode la santidad.

Ese día conoceremos a lasprostitutas que escucharon a Jesús y abrazaron la fe, pero se mantuvieron ensilencio, escondidas de aquellos que a nombre de la religión las aislaron.

Estarán también los publicanosque confiaron en Jesús pero, que tuvieron que buscar vivir la fe lejos de loscreyentes que creían que ningún pecador entraría al reino de los cielos.

Los pobres, que vivieroncondenados por aquellos que consideraron que la pobreza era señal de falta debendición, estarán allí, reunidos y gozosos.

Estarán los que se mantuvieron departe del amor, de la misericordia y el perdón. Aquellos que entendieron quenadie es perfecto y que Dios recibe al que se acerca con humildad y una actitudde contrición.

No hay que equivocarse. Lavanidad religiosa, la condena intolerante, la condena de la santidad, quedaráfuera, porque no hay lugar para dichas actitudes en un Dios que arriesgó todoel universo para salvar a los que se habían perdidos.

Para recibir la salvación, espreciso tener conciencia de pecador. Quien se convierte en juez, condenador ysabio en su propia opinión, lejos está de un Dios que es todo lo contrario.

Ojalá reaccionemos antes que seatarde. Antes que la actitud condenatoria sea tan grave que lleguemos a un puntosin retorno, a aquel donde neguemos la eficacia del Espíritu Santo, porqueestamos ocupados en criticar a quien no adora como yo lo hago o tiene ideasdistintas a las mías.

 Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez

lunes, 19 de septiembre de 2011

¿Será que la gracia es barata?


Dr. Miguel Ángel Núñez

Cada vez que los legalistas escuchan hablar de la gracia yde la dependencia por fe en Cristo Jesús, responden con una frase insultante: “Esoes gracia barata”. Lo repiten con tanta fuerza e insistencia que llegan a creerla mitología de lo que señalan. Analicemos si la gracia es barata o no:
  • La redención costó la vida de Cristo en la cruz, todo elcielo fue puesto en riesgo por venir a rescatar a la humanidad. ¿Es eso barato?
  • Cristo pagó con su sangre nuestra redención. Cuando hablamosde “gracia barata” simplemente insultamos el sacrificio de Jesús.
Como señala Pedro:
El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas,como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un corderosin mancha y sin defecto (1 Pedro 1:19).
La pretensión absurda del legalismo es pagar lo que ya estápagado. Es como que alguien nos hace un regalo y no estamos dispuestos arecibirlo sin hacer algo para recompensar a quien le está haciendo el regalo.En el fondo, es un acto de orgullo no recibir, porque nos sentimos amarrados y noqueremos comprometernos, de esa forma el regalo deja de ser tal y se convierteen deuda.

Pablo afirma que:
Sin derramamiento de sangre no hay perdón (Hebreos 9:22).
Hasta ahí, todos de acuerdo. Es la sangre de Cristo la quenos redime. Sin embargo, los legalistas y perfeccionistas afirman que hay quehacer algo más, para ser dignos de la sangre de Cristo. ¿De dónde sale esaidea? Ese concepto es antibíblico. Es creer que no basta la justificación ytenemos que hacernos dignos de la justificación, haciendo “nuestra parte” paramerecer la gracia. Si la merecemos deja de ser gracia y se convierte en deuda,como señala el mismo apóstol Pablo (Romanos 4:4).

Escribiéndoles a los “judaizantes” de su tiempo, es decir alos que hoy llamaríamos “legalistas” o “perfeccionistas” Pablo les dicetajantemente:
En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón denuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia (Efesios 1:7).
No es conforme a las “riquezas de nuestra obediencia”, sino “conformea las riquezas de la gracia”. Algo muy diferente a la idea que habitualmente sepresenta en algunos círculos religiosos.

Escribiéndole a Tito, quien necesitaba entender el mensajeclaro de las buenas nuevas, Pablo le dice:
Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sinopor su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y dela renovación por el Espíritu Santo (Tito 3:5)
Conociendo la naturaleza humana Pablo señala la razón de lasalvación por gracia:
Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe;esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, paraque nadie se jacte (Efesios 2:8-9).
En otras palabras para que nadie diga: “Porque yo obedezco ytú no”, “porque yo ‘guardo’ y tú no lo haces”, “porque Dios me contesta a míque soy mejor que tú”, y otras expresiones, que si bien no decimos con esaspalabras enunciamos toda vez que discriminamos a alguien que señala suconvicción de la gracia.
Es más, Pablo, con su habitual insistencia en la graciaafirma:
Sin embargo, al reconocer que nadie es justificado por lasobras que demanda la ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemospuesto nuestra fe en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en él y nopor las obras de la ley; porque por éstas nadie será justificado (Gálatas2:16).
Y con la misma lógica, el apóstol señala:
Y si es por gracia, ya no es por obras; porque en tal casola gracia ya no sería gracia (Romanos 11:6).
El legalismo que insiste en la obediencia y las normas, lo queno entiende es que la transformación es resultado, no inicio. No es que somosauto transformados para ser aceptados, es al contrario, somos aceptados envirtud de creer en Jesús (Juan 3:16), para luego ser transformados por gracia.

Philip Yancey, en su libro Gracia divina vs. Condena humana (Miami: Vida, 1998), señala:
Es extraño, pero a veces encuentro escasez de gracia dentrode la iglesia, una institución fundada para proclamar, en frase de Pablo, ‘elevangelio de la gracia de Dios’ (p. 12).
Lo extraño es que yo no lo encuentro extraño, toda vez quese enfatiza la obediencia a la norma y no la dependencia de la gracia, lo queabunda es legalismo y no gracia. Es una cuestión de énfasis, pero también deactitud frente a la generosidad de un Dios que nos ama incondicionalmente.

Cuando se enfatiza la obediencia por sobre la gracia, lo queocurre es que se opaca la gracia y la acción redentora de Jesús se convierte ensecundaria, eso sí que es abaratar la gracia, quitarle su valor real yconvertirla en un producto de segunda categoría.

El psiquiatra cristiano suizo Paul Tournier en su libro  Culpae Graça: Uma analise do sentimento de culpa e o ensino do evangelho (Culpay gracia: Un análisis del sentimiento de culpa y la enseñanza del evangelio; SãoPaulo: Abu Editora, 1985) señala que:
No puedo estudiar este problema tan serio de la culpa, sinrecordar la realidad muy obvia y trágica de que la religión —tanto la mía comola de todos los creyentes— puede aplastar en vez de liberar (p. 13).
Cuando los legalistas hablan de “gracia barata”, para crearculpas en aquellos que supuestamente no alcanzan la norma, se convierten en “creadoresde culpa”, y generan una religión de esclavitud.

El psicólogo y pastor Bernardo Stamateas en su libro Mente de esclavo: Un análisis de lapersonalidad de «esclavo» y sus actitudes ante la vida (Barcelona: Clie,  ) afirma que:
El esclavo no puede aceptar la gracia de Dios, necesita sufrirpara sentir que entonces si lo merece (p. 72).
La religión legalista y farisea se convierte en obsesiva yritualista. Más apegados a las formas que al fondo. Más ligados a la imagen quea la gracia. Más preocupados por el “qué dirán” que por la libertad que Cristoofrece.

El mismo Stamateas en su libro Intoxicados por la fe: Cómo ser libres de una religión tóxica y viviruna espiritualidad feliz (Buenos Aires: Grijalbo, 2010), señala:
El fariseísmo es el prototipo del enemigo de la verdaderavida espiritual, ya que sus doctrinas llevan a una vida ritualista y compulsiva(p. 115).
Una vida que no da paz. Una existencia que no se conformacon la gracia por eso que necesita sentir que está obedeciendo, para hacersedigno de la gracia.

Es la gracia barata, no, la que Cristo ofrece no lo es. Perosi abaratamos la gracia cuando pretendemos que por nuestros actos y obedienciasmerecemos ser considerados dignos de la gracia.

Aún hoy, después de cientos de años, los judaizantes entrenosotros aún no aprenden que la gracia se recibe, como un regalo inmerecido y acontinuación lo que queda es gozo, satisfacción, alegría. ¿Tal vez eso lesmoleste a los que no entienden la gracia, la alegría de quienes se gozan en elperdón incondicional del Señor hacia quienes han errado y luego han encontradorefugio en su amor eterno?

El concepto “gracia barata” fue enseñado por el teólogoalemán Dietrich Bonhoeffer en su libro Elprecio de la gracia: El seguimiento (Salamanca: Ediciones Sígueme, 2004).Pero lamentablemente, como sucede con gente que lee a medias la idea ha sidosumamente mal entendida. De hecho el capítulo donde presenta la idea se titula “lagracia cara”. Lo que critica Bonhoeffer es la actitud de quienes aceptan lagracia pero llegan a creer que deben quedarse con los brazos cruzados, en unaactitud de presunción.

Textulamente Bonhoeffer afirma:
La gracia barata es la gracia como doctrina, como principio,como sistema, es el perdón de los pecados considerado como una verdad universal,es el amor de Dios interpretado como idea cristiana de Dios. Quien la afirmaposee ya el perdón de sus pecados. La Iglesia de esta doctrina de la graciaparticipa ya de esta gracia por su misma doctrina. En esta Iglesia, el mundoencuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente yde los que no desea liberarse. Por esto, la gracia barata es la negación de lapalabra viva de Dios, es la negación de la encarnación del Verbo de Dios. Lagracia barata es la justificación del pecado y no del pecador. Puesto que la gracialo hace todo por sí sola, las cosas deben quedar como antes (p. 15).
El contexto en el que Bonhoeffer escribe es el de laAlemania nazi, donde una iglesia luterana cercana al régimen se ha aliado para destruir,maltratar y asesinar, sin embargo, siguen considerando que tienen “la gracia”de su parte.

Por otro lado, afirma:

La gracia barata es la gracia que tenemos por nosotrosmismos (p. 16).
Como señala en la cita anterior, la seguridad de “pertenecer a una iglesia” y listo, sin entender ni aceptar que un cristiano de verdad, que vive la gracia, refleja en sus actos el estar viviendo en la gracia. En otras palabras, la bondad que manifiesta no es para salvación sino evidencia de la misma, tal como señala a los Gálatas, “fruto del espíritu” (Gálatas 5:22).

El mismo Bonhoeffer agrega:
La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, lagracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado (p. 16).
La gracia cara significa renunciar a sí mismo para seguir aCristo (Mateo 16:24). Abandonar la complacencia propia para seguir, por amor, aJesús. Nunca para ganar su favor. Visto así “las obras” de las que hablaSantiago son resultado de la gracia, y no camino a la gracia. Son consecuenciade la acción de la gracia y nunca mérito para obtener la gracia. En estasutileza es donde el legalismo comete su peor error, y de paso, amarga la vidade quienes deberían estar gozosos en la gracia, diciendo con el apóstol Pablo: 
Alégrensesiempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense! (Filipenses 4:4).

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez 

domingo, 18 de septiembre de 2011

El perfeccionismo mata, amarga y maltrata

Dr. Miguel Ángel Núñez

El apóstol Pablo, con una transparencia fuera de toda interpretación sesgada, dice:
¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? (Gálatas 3:1-3).

El desafío que plantea el apóstol a los Gálatas es confiar en Cristo o en la ley. Al referirse a la carne está hablando de nuestra naturaleza pecaminosa, que no puede ser transformada por nuestra voluntad y que algunos pretenden hacerlo para recibir la bendición divina, entrando en un callejón sin salida que lo único que provoca es frustración y desánimo.

El perfeccionismo es una actitud mental donde una persona juzga su vida en base a los logros que tenga. La existencia se mide en términos de productividad y metas. Es un camino de esfuerzo continuo para alcanzar derroteros que son imposibles, sin que se logren nunca, pero sigue con brío, con la ilusión de ser algún día plenamente perfecto. Una persona perfeccionista no se siente satisfecha nunca. Lo que predomina en su lenguaje es: “Debo, tengo que hacer, debería”.

Es una compulsión permanente a avanzar en pro de una meta que en su mente se ubica en un contexto alcanzable, pero que de manera fáctica es imposible de lograr. Un perfeccionista se niega a ser guiado o ayudado, su mente no acepta otra cosa que no sea el hacer algo para sentirse “bueno”.

Una vida de esclavitud

El perfeccionismo produce una constante sensación de frustración. El perfeccionismo va amargando, lentamente, sin que la persona incluso tenga conciencia de lo que está pasando por su mente. La vida se convierte en una especie de paranoia donde el peor enemigo de sí mismo es su propia conciencia que nunca está satisfecha.

El perfeccionista vive una esclavitud porque:
  • No esta nunca satisfecho. Siempre quiere más, no hay gozo de logros, aunque vive atado a la posibilidad de alcanzar una meta, que no entiende que la misma Biblia señala como irrealizable: Superar el pecado.
  • Vive criticando a los demás. De algún modo, como una forma de autodefensa, para sentir que él o ella están avanzando, que han logrado algo, que están “mejor” que otros. Necesita convencerse que es más “bueno” que otros, de allí su crítica implacable a otros.
  • Anhela metas imposibles. La Biblia constantemente habla de “pecado” y no “pecados”, entendiendo que el mayor problema de la humanidad es su condición, su naturaleza pecaminosa, lo que Pablo llamaba “el hombre de muerte” (Romanos 7:24) que hay en mí. No logra comprender el perfeccionista que la lucha no es ser bueno, sino en permitir que Dios obre su bondad en ti, en un proceso que no acabará nunca en esta tierra.
  • Busca un ideal utópico. Es en muchos sentidos vivir fuera de la realidad y no aceptar su condición esencial.
  • Se valorar a sí mismo en función de las obras, de lo que tiene, de lo que obtiene. Por esa vía, la vida misma se mide en función de logros y superaciones. Es la constante lucha por ser hoy un poco mejor que ayer, para sentir que de esa forma, voy avanzando, para obtener la aprobación de Dios.
  • Vive en constante culpabilidad sin descanso. Como es una lucha continua, como sabe en el fondo que es imposible, siente culpa si en algún momento para de luchar, porque siente que no lo logrará si no vive en constante esfuerzo por lograr una vida santa, sin comprender que la santidad es nominalmente otorgada por Dios a quienes creen en Jesús.
  • Está constantemente pensando en la obediencia y la aprobación. Una mente perfeccionista no descansa. Está enfocado en lograr su propósito de lograr superación y santidad, sin comprender que la vida cristiana es un proceso.
La solución divina

El primer paso para superar esta situación es aceptar la gracia, entender que la aceptación de Dios no depende de lo que hayamos hecho, ni de lo que haremos, ni de lo que estamos haciendo. La gracia es gracia, es decir, es don gratuito, de otro modo sería deuda (Romanos 4:4) y entonces nos “ganaríamos” la salvación.

Pablo señala:
Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado (Efesios 1:16).
Dios nos ha aceptado en función de la gracia, no de las obras. La gracia es lo que permite al ser humano ser libre, pese a su naturaleza pecaminosa. Libre en la comprensión de la aceptación de Dios en función de la santidad y justicia de Cristo, no la nuestra. Eso permite vivir sin culpa y protegido por la gracia.

Una mala comprensión de la gracia nos hace concebir a un Dios que procura sorprendernos en algún pecado para condenarnos. Dios no nos empuja ni está constantemente poniéndonos a prueba, esa es una versión antropomórfica de Dios carente de sustento bíblico. Dios no está escondido para prendernos en alguna falta para luego enrostrarnos nuestro error. Dios no espera que le agrademos, lo que debía satisfacer la justicia ya fue hecho: La vida, muerte y resurrección de Jesucristo.

La verdadera naturaleza de la gracia es que es Dios quien nos acepta, tal como somos, en virtud de la gracia obrada en nosotros y por nosotros, en Jesús. La fe en ese hecho es lo que nos hace aceptos. Creer que somos aceptados por Dios pese a nuestra condición es el supremo acto de la fe.

Ponerse metas no está malo en sí, sin embargo, si creemos que de eso depende la aceptación de Dios estamos muy equivocados. Intentar vivir a la altura de un estándar ético aceptable es deseable y encomiable, pero creer que de eso depende la aceptación de Dios es negar la gracia. Si alguien intenta ganar el favor de Dios con una buena conducta, entonces, ha elegido un camino que lo llevará a la frustración y al desánimo. Sólo en la gracia se puede ser libre de esa actitud mental de perfeccionismo obsesivo que lleva a neurotizar la religión.

Pablo, habiendo sido un fariseo convencido entendió que ese no era el camino. Por esa razón exclama:
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy (1 Corintios 15:10).
Somos “la niña de los ojos de Dios” (Zacarias 2:8). ¿Por qué deberíamos afligirnos? Dios nos ha aceptado tal como somos, con nuestras falencias y errores, para darnos su gracia, que es lo único que nos permite crecer y ser diferentes, pero no para ganar el favor de Dios, eso no es necesario, la justicia de Dios ha sido satisfecha con Cristo. ¿Por qué intentar ganar lo que ya está ganado? ¿Por qué querer pagar lo que ya está pagado?

Somos valiosos ante Dios por su infinito amor. Nada hay que podamos hacer para ganar el favor de Dios. Dios está de nuestra parte. Él hizo todo lo necesario, no necesitamos nosotros estar en una lucha para obtener su favor, eso no es necesario, por mucho que algunos pretendan enseñarnos que sólo cuando hagamos lo que él quiere, entonces, él nos amará. Esa es una salida de pensamiento falsa que lo único que logra es entorpecer la relación del ser humano con Dios.

Cuando buscamos perfección, entonces, nos dañamos, porque nunca será posible llegar a un momento donde podamos decir: ¡Lo alcance! ¡Ya soy perfecto! Por lo demás, por la vía de la perfección maltratamos a otros exigiéndoles ser lo que nadie puede ser.

Nadie puede ganarse la aceptación delante de Dios, exigirla en los demás es injusto y poco sabio. Entrar en el callejón de la obediencia, creyendo que por allí se obtiene gracia, es hacer de la religión una carga que amarga y frustra, y de paso, amargamos y frustramos a los que están a nuestro lado.
Cristo nos libertó para que vivamos en libertad (Gálatas 5:1).
Nunca deberíamos olvidarlo.

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez

domingo, 4 de septiembre de 2011

El onceavo mandamiento


Dr. Miguel Ángel Núñez

“Os doy este mandamiento nuevo: Que os améis los unos a los otros. Asícomo yo os amo, debéis también amaros los unos a los otros.  Si os amáis los unos a los otros, todo elmundo conocerá que sois mis discípulos” (Jn. 13:34-35).

A menudo hablamos de los “diez mandamientos”, hay personasque se los saben de memoria, sin embargo, la mayoría es incapaz de recordar elmandamiento número once, el que Jesús dio, el que aún tiene vigencia y que enmuchas ocasiones tristemente, olvidamos.


El impacto de la vidade una persona

La semana que recién pasó alguien me dijo con muchatristeza: “No podía creer lo que estaba escuchando. Se enseñaron con él. Nosólo querían su cabeza, querían sangrarlo, querían que sufriera, querían verlodestruido”.

Me cuesta entender que muchos de los quedicen amar a Jesucristo actúen con tanta saña con otros.

Esta semana viví dos episodios muy tristes y una vez más heconfirmado que de nada sirve creer en la verdad teórica del evangelio si laverdad del evangelio no hace carne y mella en nuestra manera de actuar con losdemás.

¿De qué sirve conocer las verdades doctrinales si cuando esel momento de tratar con otro lo único que sale de nuestros labios son palabrasduras, descalificadoras, juzgadoras, condenatorias? 

¿De qué sirve reunirse acantar himnos a Dios si una vez que el culto acaba nos encargamos de morderbestialmente a nuestros hermanos?

¿De qué sirve llamarnos un pueblo de adoradores, si cuando tenemos que tratar con el que yerra sólo lo maltratamos?

Elena G. de White, haciendo referencia al mandato de Cristoseñala:
¿Seasemejan ustedes a Cristo, en sus palabras, en su espíritu, en sus acciones? Sirepresentan el carácter de Cristo en palabra y espíritu, entonces soncristianos; porque ser cristiano significa ser semejante a Cristo. La lenguatestificará acerca de los principios que representan la vida: esto constituyela prueba segura para saber qué poder controla el corazón. Nuestro espíritu ynuestros principios se pueden juzgar por las palabras que brotan de los labios.La lengua siempre debe estar bajo el control del Espíritu Santo (Exaltad a Jesús, 136).
Si entiendo bien la cita señala con toda claridad que el mandato deamar a otros debe reflejarse en:
  • Palabras.
  • Espíritu.
  • Acciones.

Eso implica que nunca, nunca, nunca, bajo ningunacircunstancia pronunciaremos palabras hirientes, que maltraten, que humillen anuestro hermano. No usaremos expresiones que de alguna manera supongan que otrapersona no tiene ninguna esperanza y no hay opciones de cambio. Al contrario,siempre supondremos que la posibilidad de redención está abierta ante cualquierpersona, siempre.

Por otro lado, cualquiera sea la conducta que tenga estaráimbuida de un espíritu de humildad, de no condenación. Cuando veo la actitud dealgunos, como jueces e inquisidores, pienso que ese no es el espíritu deCristo, sino el de personas que han perdido el rumbo del evangelio y de la gracia.Quien condena se condena, quien acusa seacusa.

Las acciones que deberán acompañar la reprensión al que seequivoca deben estar imbuidas del amor que mostró Jesús cuando alguno de susdiscípulos cometió errores. Nunca Cristo puso en evidencia a Judas, no acusó aPedro por sus errores, no reveló ante los demás lo que él sabía perfectamenteque era el egoísmo, vanidad y orgullo que anidaba entre sus seguidores.

La misma autora señala:
Tengamos enmente que cada palabra descomedida, cada actitud cruel, se registran en loslibros del cielo como si hubieran sido dirigidas a Cristo en la persona de sussiervos que sufren. ¿No es acaso ser semejantes a Cristo cuando hablamospalabras bondadosas y animadoras, aunque nos sintamos inclinados a proceder enforma diferente? ¿No es ser semejantes a Cristo cuando levantamos las cargasque oprimen pesadamente a las almas a quienes Dios ha considerado de tanto valorcomo para dar a su Hijo unigénito por ellos. Para que todo aquel que en él creeno perezca, mas tenga vida eterna? (Exaltada Jesús, 136).
¿Qué diríamos si supiéramos que cada palabra nuestra está siendograbada? ¿Qué sentirán los que esta semana destruyeron la vida de una persona ymaltrataron a otro cuando escuchen cada una de las expresiones que pronunciarony que el ángel, en su súper ultra moderna grabadora ha dejado registrada?

La actitudcon el que se equivoca

Es precisamente en el momento cuando alguien comete un error cuandodemostramos si tenemos o no el espíritu de Cristo.

Pablo dice:
“Hermanos, si alguienes sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo conuna actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado. Ayúdenseunos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo” (Gá.6:1-2).
Cuando Pablo dice “ustedes que son espirituales” estásuponiendo que lo que buscarán es la restauración y nunca la condena, esinteresante que Pablo que ya conocía la forma de proceder de algunas personasde su tiempo les advierte que deben ser “humildes”, cuando el que va arestaurar lo hace con soberbia, poniéndose como juez y actuando como si élnunca se fuera a equivocar, no sólo transgrede el mandato de Cristo, tambiénmal entiende el rol que se debe asumir frente al que yerra.

Pablo apela a la “ley de Cristo”, ¿qué ley es esa? Puesprecisamente el onceavo mandamiento, que lo que caracterizará la relación desus seguidores es el amor que tienen unos por otros, el que se expresa enpalabras y acciones.

Elena de White señala:
No demos alque yerra ocasión de desanimarse. No permitamos que haya una dureza farisaicaque haga daño a nuestro hermano. No se levante en la mente o el corazón unamargo desprecio. No se manifieste en la voz un dejo de escarnio. Si hablas unapalabra tuya, si adoptas una actitud de indiferencia, o muestras sospecha odesconfianza, esto puede provocar la ruina de un alma. El que yerra necesita unhermano que posea el corazón del Hermano Mayor, lleno de simpatía para tocar sucorazón humano. Sienta él el fuerte apretón de una mano de simpatía, y oiga elsusurro: oremos. Dios les dará a ambos una rica: experiencia. La oración nosune mutuamente y con Dios. La oración trae a Jesús a nuestro lado, y da al almadesfalleciente y perpleja nueva energía para vencer al mundo, a la carne y aldemonio. La oración aparta los ataques de Satanás(Reflejemos a Jesús, 260).
Es interesante lo que ella descarta como acción equivocada:
  • Dureza farisaica.
  • Amargo desprecio.
  • Dejo de escarnio.
  • Actitud de indiferencia.
  • Muestras sospecha o desconfianza.

Todo eso, que es tan habitual en aquellos que actúan comojueces, está descartado para aquellos que viven el onceavo mandamiento.

Al contrario, en el momento en que alguien se equivoca loque debe haber es la oración de comunión donde ambos, el que exhorta y el queha errado, se acercan con humildad ante la presencia de Dios para ser restaurados.
Nada puedejustificar un espíritu no perdonador. El que no es misericordioso hacia otros,muestra que él mismo no es participante de la gracia perdonadora de Dios. En elperdón de Dios el corazón del que yerra se acerca al gran Corazón de amorinfinito. La corriente de compasión divina fluye al alma del pecador, y de élhacia las almas de los demás. La ternura y la misericordia que Cristo harevelado en su propia vida preciosa se verán en los que llegan a ser participantesde su gracia. . . (Reflejemos a Jesús, 260).
La iglesia que anhelo

Sueño con una iglesia de hermanos, no de jueces ni deapedreadores.

Sueño con una iglesia donde el pecador es abrazado por sushermanos que se conduelen con él y con amor lo conducen.

Sueño con líderes que sean tan amorosos como Jesús, quemuestren en cada gesto, en cada palabra, en cada acción que su único modelo esel Maestro de Galilea.

Sueño con una iglesia de personas que con humildad secongregan no para juzgar, sino para apoyarse mutuamente en el camino que aúnnos queda para llegar a la ciudad celeste.

Sueño con una comunidad cristiana que se contente con amar,con respetar y con mirar a la cruz para sacar de la lección del crucificado lasfuerzas para seguir amando.

Sueño con una iglesia de pecadores que se han refugiado enla gracia y no entienden de condenas ni de juicios, sólo se gozan en la graciay en colaborar unos a otros para mantenerse unidos al Señor de la cruz.

****

Quisiera que la semana pasada no hubiera existido en micalendario, haber dormido y despertado hoy. 

Quisiera que el Señor estuviera alas puertas para no sentir las piedras de quienes se contentan con condenar,como si esa fuera la función de la iglesia. 
“¡Ven, Señor Jesús!” (Ap. 22:20). 
¡Cuánto lo anhelo! ¡Cuán difícil es seguir viviendo en medio de cristianos queactúan como si no lo fueran!

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez

viernes, 26 de agosto de 2011

La estructura mental del fariseo


Dr. Miguel Ángel Núñez

Ser fariseo no necesariamente implica pertenecer al grupo de seguidores de la secta (Lc. 5:30) que existía en los tiempos de Jesús. Es una forma de pensamiento que nunca ha dejado de estar presente en la religión, traspasa las fronteras ideológicas y se sumerge en los vaivenes de la historia. Aflora siempre, con formas variadas y modificadas, para manifestarse de una manera u otra, pero en todas las ocasiones con una misma estructura de pensamiento.

El sectarismo fariseo

La mente sectaria se caracteriza por su actitud cerrada en sí misma y por la manera en que observa a los demás. El espíritu de “nosotros” y “el resto del mundo”, esconden un sentido de orgullo y vanidad personal. Es la vieja costumbre de construir muros alrededor de sí mismos creyendo que todos los demás están excluidos de la gracia, solamente porque yo (es muy importante el yo), tengo “una verdad” (porque tampoco se trata de LA VERDAD, en términos absolutos, ¿quién podría tenerla? Sino de una verdad parcial, particular y exclusiva).

El concepto “fariseo” viene de una expresión hebrea que podría traducirse como “puros”. Desde el nombre se observa su actitud sectaria. Le dicen al mundo “nosotros los puros” y ustedes los impuros. Esa auto denominación de “puros” ya es un acto de presunción, no obstante, no alcanzan a percibirlo, igual que los fariseos modernos que en su presunción orgullosa tampoco alcanzan a percibir cuán alejados están de aquello que pregonan.

¿Qué habrán hecho en su mente para racionalizar el dicho del sabio que escribió tajante?
¿Quién puede afirmar: ‘Tengo puro el corazón; estoy limpio de pecado’? (Pr. 20:9).
Sólo lo puede decir alguien que está tan ciego frente a su propia condición que no entiende ni siquiera lo que hace.

Los puros no se juntaban con los demás. No querían que otros “impuros” lo contaminaran. Eso me hace sospechar de dicha pureza, porque cuando alguien no desea contaminarse con la “impureza” de otros, entonces, su propia pureza está en entredicho. Por eso Jesús era visto con escándalo. Se juntaba con prostitutas, ladrones y despreciados, que en épocas de Cristo eran los pobres (si eran pobres era porque no contaban con la bendición de Dios), los enfermos (si estaban enfermos era porque Dios los había castigado), y algunos oficios (pastores de ovejas, peleteros, sepultureros, recolectores de basura, gente que en la mentalidad judía se habían convertido en la casta de los despreciados).

El fariseo no logra entender la oración de Jesús:
No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno (Jn. 17:15).
Para el fariseo esas palabras eran chino básico, no las entendían, su dialecto mental no se los permitía.

Por eso que insistentemente se preguntaban:
¿Por qué come su maestro con recaudadores de impuestos y con pecadores? (Mt. 9:11).
No lograban, en sus mentes “puras”, entender que lo que Jesús hacía era como irónicamente él mismo dice: Visitar a los enfermos, no a quienes en su justicia propia creían estar sanos (Mt. 9:12). Sin embargo, al estar ciegos se contentaban con murmurar en contra de Cristo (Lc. 15:2) y burlarse de él (Lc. 16:14).

La norma y lo normal

La expresión “norma” viene de “normal” y aquí aflora la siguiente actitud mental de los fariseos, consideraban que lo que ellos proponían como estilo de vida era lo “normal”, por lo tanto, lo que ellos hacían se convertía en “norma”, y de allí a crear toda una “normativa” respecto a su estilo de vida era la consecuencia lógica de creer que ellos estaban dentro de lo “normal” y los demás “en lo anormal”.

¿Qué es normal? Lo que los fariseos no captaron nunca es que lo “normal” siempre se vincula a un hecho cultural. Lo consuetudinario se va convirtiendo poco a poco en “norma” y se construye a partir de ese hecho. La norma, que se da a partir de lo normal, se convierte en una especie de camisa de fuerza, porque ata, limita, condiciona y no se puede ver más allá de la propia nariz.

Es interesante que vez tras vez Jesús se pronunciara en contra de “la norma” de los fariseos, pero nunca hizo ninguna declaración sobre la conducta “normal” de los judíos.

Hay allí un mensaje que normalmente en las discusiones sobre “normas” olvidamos: La cultura responde a una estructura mental, cuando la mente se transforma, entonces, por ende lo cultural también será transformado. Jesús no estaba enfocado en lo cultural, sino en la transformación mental, pero no condenaba a nadie por ser o no cambiado, entendía que es un proceso, que puede llevar toda la vida, tal como le llevó a Pedro superar su concepto cultural que los no judíos también podían ser parte del pueblo de Dios, por ejemplo.

Nunca Jesús pretendió imponer una norma, su invitación era para una vida nueva, pero no condenó a nadie que no lo siguiera, ni aún a aquellos que lo merecían. A las únicas personas que trató de manera dura fue a los fariseos que estaban tan ciegos que no lograban percibir cuán lejos se habían ido de la gracia de Dios. Tan ciegos que no eran capaces de ver los milagros que Jesús hacía en la vida de otros (Jn. 9).

Misericordia, no sacrificio

La estructura mental del fariseo deriva en sacrificio, por una simple razón. Para mantener la pureza es necesario “hacer algo”, no es posible descansar en la gracia, es imprescindible que me pruebe a mí mismo y al resto de los “puros” que soy parte de un grupo individualizado y único.

Aquí entra a tallar la identidad. Los fariseos buscaban desesperadamente elementos que los distinguieran de los demás. Querían hitos de identificación, que las demás personas supieran apenas los observaran que ellos eran “los puros”. La vieja mentalidad del “nosotros” y “el resto del mundo” podía más en la mente farisea.

El problema de centrarse en sí mismos fue lo que llevó a los fariseos a dejar de ver a Dios. Aquí se da un punto paradojal, queriendo defender a Dios se concentraron en sí mismos y en otros. No entendían la gracia y la misericordia de Dios, por lo tanto, se concentraban en el “hacer” lo que supuestamente le agradaba a Dios con el fin de tener la aprobación divina. ¿Por qué era tan importante la sensación de aprobación? Simplemente porque no confiaban en la gracia. No entendían que la misericordia de Dios los cubría y los hacía aptos para Dios, ellos querían aportar algo, dar a conocer una forma de vida distintiva que fuera su pasaporte para la eternidad. Por esa razón les molestó tanto cuando Jesús les dijo:
Porque misericordia quiero, no sacrificios (Mt. 9:13).
Se deben haber preguntado: “¿De qué sirve entonces todo lo que hacemos?”, “¿Qué se cree este que viene a poner en duda nuestro sacrificio personal?”.

Una justicia superior

En algún momento, Jesús quien intentaba hacer que sus discípulos dejaran de mirar la norma y se concentraran en la gracia les dijo:
Porque les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley (Mt. 5:20).
Los discípulos, que no dejaban de ser judíos, se sintieron sorprendidos y pensaron para sí: “¿Entonces quién?”. Ellos veían la justicia propia de los fariseos, estaban conscientes de su esfuerzo y sacrificio, y ahora venía Jesús a decirles que la justicia de ellos debía ser superior. ¿Cómo alcanzar la norma farisea? ¿Cómo llegar a imitarlos?

Ellos pensaban en la norma, como todos aquellos que aún no entienden la gracia.
Jesús pensaba en su justicia, la justicia ofrecida por Dios a la humanidad, la justicia que había ofrecido desde un comienzo en el Edén cuando mató a un animal y con las pieles de dichos animales hizo ropas para la confundida primera pareja. Desde ese instante Dios les dijo, la justicia no es subjetiva, no viene desde ustedes, de su mente ni de sus intenciones, la justicia viene desde afuera, es objetiva, proviene de Dios.

El dilema de los fariseos modernos es que siguen teniendo la mentalidad de la primera pareja, que luego de saberse pecadores, buscan por sus propios esfuerzos cubrir su culpa, esconderse de Dios, poner algo sobre ellos que los haga invisibles a la divinidad. Dios viene, con cariño, con bondad, sin gestos de condena y sin decirle nada simplemente mata a un animal, presumiblemente un cordero, y prepara ropas para ellos con dichas pieles. El primer peletero de la historia fue Dios mismo, que con ese acto mostró su infinito amor.

Los fariseos de hoy aún siguen tratando de hacer ropas de hojas de higuera para cubrir su sensación de pobreza, viven acomodando su justicia personal, preguntándose diariamente ¿qué querrá Dios? ¿Cuándo seré apto? ¿Cuándo alcanzaré la norma? Sin entender que no es esa la pregunta correcta sino entender que Dios se pregunta ¿cuándo aceptarán mi justicia? ¿Cuándo permitirán que les quite ese ropaje de piedad para cubrirlo con mis ropas de santidad?

El fariseo se concentra en “lo prohibido” (Mt. 12:2), porque sus ojos están cegados a la gracia que cubre sus pecados. Por esa vía Jesús entendía que ellos:
Les cierran a los demás el reino de los cielos, y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que intentan hacerlo (Mt. 23:13).

Sepulcros blanqueados

Probablemente la reprensión más fuerte realizada por Jesucristo a algún ser humano fue esta, que no es precisamente un elogio, sino raya con la ofensa y la ironía incisiva (Mt. 23:27). Lo que está haciendo Cristo es utilizar un último recurso dialéctico y discursivo a ver si alguno de ellos reacciona y logra entender su condición. Fue, en cierto sentido, mucho más suave que Juan el Bautista que los llamaba “camada de víboras” (Mt. 3:7). No quisiera estar en sus zapatos. Ya es duro ser pecador, pero que me llamen “víbora” o “sepulcro blanqueado” es terrible.

La mentalidad farisea se concentra en “parecer”, no en “ser”. Buscan incansablemente mostrarse ante los demás puros, correctos, con identidad, dignos, sanos, buenos, sin comprender que por dentro viven todo lo contrario. Su sensación de indignad la cubren cumpliendo normas y viviendo de tal manera que su “pureza” exterior, oculte su “inmundicia” interior. Cuando Jesús utiliza esta expresión está dejando en evidencia la condición no sólo farisea sino humana.

El fariseo se concentra en superar “los pecados”, Dios busca que entiendan que eso es imposible. Que el gran problema de la humanidad es la “naturaleza corrompida”, que la hemos recibido como herencia y ante la cual nada podemos hacer. Si no se produce un milagro desde Dios, no hay posibilidades para los seres humanos, ninguna. La “superación de pecados particulares”, sólo lleva a la frustración y el auto engaño. A la simulación de piedad, a la búsqueda de una identidad santa frente a los demás. Sólo cuando entendemos que el problema es “la naturaleza pecaminosa” no el pecado que hacemos diariamente, entonces y sólo entonces, es posible que comience a producirse el milagro de “vivir una vida nueva”, que viene como efecto del trabajo que hace Dios en nosotros y por nosotros. Sin embargo, este pensamiento es demasiado fuerte para la mentalidad farisea, no lo pueden aceptar, echa por tierra sus esfuerzos personales y no puede sentirse aceptado.

Condena

¿Qué le queda a la mentalidad farisea cuando se le ha quitado el piso en el que asentaba su ideología? La defensa de su modo de vivir, que se traduce en condena a todo aquel que no vive a la altura de lo que ellos creen. Miran con sospecha a todo aquel que no vive “la tradición” (Mt. 15:1), que es finalmente lo único que les importa.

Jesús iba a las plazas y allí conversaba con las prostitutas, las mujeres consideradas de más baja ralea en la sociedad judía. Una sociedad hipócrita donde muchos, incluyendo fariseos utilizaban sus servicios sexuales, como Simón el fariseo, pero en público manifestaban una actitud de condena. ¿Qué deben haber sentido cuando Jesús les hablaba con cariño, con bondad, sin condena? En realidad, cuando el fariseo observaba la bondad de Jesús se sentía reprendido, y su conducta, tal como animal herido era atacar a quién lo hacía sentir mal.
Jesús visitaba a los publicanos, los ladrones profesionales que hacían de los impuestos su modo de vida, robando, extorsionando, maltratando, humillando, y poniéndose al servicio de un poder extranjero. Nunca Cristo reprendió a un publicano, nunca lo acusó ni lo puso en evidencia. Hizo lo que ningún fariseo habría hecho: Los visitó, comió con ellos a su mesa (Lc. 7:3), les habló, rió con sus chistes, aceptó que lo acompañaran los otros ladrones profesionales, ladrones se juntan con ladrones, así que era normal que estuvieran en las fiestas de publicanos (Lc. 14:1). Jesucristo no hizo relaciones públicas, simplemente estaba cumpliendo el mandato de Dios de mostrar misericordia y amor, y lo hacía no separándose de ellos, sino mostrándoles cariño y amor, con su presencia y su actitud. Era eso lo que producía el cambio, el que hizo que Zaqueo devolviera lo que había robado, no para ganarse el reino de Dios, sino porque había sido ganado para el reino por la gracia mostrada por Jesucristo.

Por esa razón los fariseos se ofendieron tanto cuando Jesús les dijo: “Las prostitutas y los publicanos van en vez de vosotros al cielo” (Mt. 21:31). Noten que pongo otra versión, porque es tan fuerte que la mayoría de las traducciones lo ha suavizado escribiendo “antes de”, pero no fue eso lo que les dijo Cristo, los despreciados y los que se saben pecadores, van en vez de ustedes. En otras palabras, ustedes no pueden ir, su justicia propia no se los permite.

No es extraño que planearan el asesinato de Jesús (Mt. 12:14), pero no sintieran que aquello era una aberración. ¿Cómo es que iban a dormir tranquilos creyéndose salvos, si estaban planeando matar a alguien? Es la vieja paradoja, la mentalidad farisea llega a racionalizar tanto su presunción que llegan a creer que el maltrato a otros es lícito si lo hacen para defender lo “que le agrada a Dios”, sin entender que lo que le agrada a Dios es la misericordia, especialmente ante el que está consciente de su pecado.

No vieron la gracia, en su presunción llegaron a afirmar que Jesús hacía milagros a nombre de Beelzebú (Mt. 12:24). El fariseo sospecha de todo aquel que se sale de la norma que él proclama como única. Es lo que hicieron con Jesús (Jn. 9:16), y nunca han dejado de hacer.

La desgracia del fariseo

La mentalidad farisea, concentrada en la justicia propia y en la norma no puede vivir feliz. Al contrario, no descansa. En cada instante siente que puede fallar. A cada momento se da cuenta que puede equivocarse, por lo tanto, sólo cree estar a salvo viviendo la norma, buscando lo normativo como modo de vida, para de esa forma, en el auto engaño que ha construido, sentir algo de paz, una paz precaria que lo hace vivir la vida en constante penitencia. Luego, tiene la enorme necesidad de exhibir a Dios lo que hace porque de esa forma siente, en su mente enferma y perdida, que ha hecho algo digno y Dios tendría “la obligación” de escucharlo. Es la actitud del fariseo que “oraba consigo mismo”, como dice irónicamente Jesús. Sin embargo, el publicano que conocía su condición, que entendía con claridad que no era digno, no quería ni siquiera alzar su cabeza, para orar como oraba todo “buen judío”, mirando al cielo, cara a cara con Dios, y con las manos en alto. Sin embargo, luego de haber derramado sus pensamientos delante de Dios, el publicano siente paz, se sabe perdonado. Por lo tanto baja a su casa justificado, tal como dice la Escritura.

Al llegar a casa ¿quién cree que celebrará el publicano o el fariseo? Pues el fariseo seguirá en penitencia, porque no se sabe perdonado, no vive la gracia, está atrapado en la norma, por lo tanto, vivirá la angustia del perdido, del que no tiene descanso mental y por lo tanto, vivirá una depresión religiosa permanente y se preguntará ¿qué hago para agradar a Dios? Pregunta absurda, como si Dios necesitara algo, mentalidad distorsionada del que cree a partir de su egoísmo que Dios es un ser egoísta que está esperando sólo personas que le alaben, cuando en realidad, lo que no entienden es que Dios espera celebración, quiere gozarse con la alegría del que entiende que la justicia de Dios está satisfecha con la “muerte del cordero”, con la muerte del penitente.

Jesús muestra que la verdadera justicia de Dios siempre lleva a la celebración. El pastor encuentra a la oveja perdida y hace una fiesta (Lc. 15:6). La mujer encuentra su moneda y hace fiesta (Lc. 15:9). El padre recibe al hijo que estaba muerto y hace fiesta (Lc. 15:23-25). Pero el fariseo se queda afuera “escuchando la música del baile” (Lc. 15:25), rumiando su amargura y preguntándose ¿por qué celebran? ¿Por qué hacen fiesta? ¡El pecador no merece fiesta! ¡Hay que condenarlo! En su ceguera no participa de la alegría y se pierde lo mejor de la celebración y se va solo, amargado, a vivir la norma. La tragedia del fariseo es que no celebra, sólo vive penitente, con miedo a equivocarse y sin salir nunca de su amargura. Se queda en la vereda del frente mirando la alegría de otros, la tragedia del fariseo es que no llega nunca a comprender que la redención produce celebración.

Conclusión

En una ocasión los discípulos se acercaron a Jesús, no sé si en son de chisme o de preocupación, el texto no lo dice, pero conociendo a los seguidores de Jesús en ese momento, que estaban en proceso de transformación y aún no entendían, me inclino más por lo primero. Le dijeron a Jesús:
¿Sabes que los fariseos se escandalizaron al oír eso? (Mt. 15:12).
La respuesta de Jesús es desconcertante:
Toda planta que mi Padre celestial no haya plantado será arrancada de raíz —les respondió—. Déjenlos; son guías ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en un hoyo (Mt. 15:13-14).
En otro momento Jesús les dijo a sus discípulos:
—Tengan cuidado —les advirtió Jesús—; eviten la levadura de los fariseos y de los saduceos.
Pero como los discípulos eran tan niños para pensar ante su incertidumbre les dijo:
Entonces comprendieron que no les decía que se cuidaran de la levadura del pan sino de la enseñanza de los fariseos y de los saduceos (Mt. 16:6, 12).
En otra ocasión Jesús les dijo a sus seguidores, refiriéndose a los fariseos:
No hagan lo que hacen ellos, porque no practican lo que predican.  Atan cargas pesadas y las ponen sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no están dispuestos a mover ni un dedo para levantarlas.  Todo lo hacen para que la gente los vea (Mt. 23:-3-5).
Por dura que parezca, sigue siendo la respuesta de Jesús, para el fariseísmo, que aún después de siglos, no termina de desaparecer.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

domingo, 21 de agosto de 2011

Libertad de opinión, difamación, calumnia e injuria

Dr. Miguel Ángel Núñez

La libertad de opinión debe ser defendida como uno de los grandes logros del mundo moderno. Como diría la escritora inglesa Evelyn Beatrice Hall (1868–1919), en una frase erróneamente atribuida a Voltaire: “Estoy en desacuerdo con tus ideas, pero defiendo tu sagrado derecho a expresarlas”.

Opinar no debe estar en duda. Cada persona tiene derecho a la libre expresión, limitarla o anularla es simplemente un atropello a un derecho básico. De hecho el Artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos la consigna como un derecho fundamental. 
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Sin embargo, una cosa es opinar y expresar libremente y otra forma distinta es la difamación, la calumnia y la injuria. Algunas personas no logran entender la diferencia.

Difamación

Una opinión difamatoria tiene como objetivo destruir la honra y el prestigio de una persona. Cuando es oral, constituye un agravio, puesto que tiende a no trascender. Cuando es escrita toma la forma de un libelo puesto que queda consignado en un medio fijo, sea electrónico o en papel. En ambos casos, es difamación.

Lo que se dice es una mezcla de mentira y verdad, no obstante, los lectores u oidores, que reciben la información, no pueden distinguir claramente entre la verdad y el error. La ambigüedad es una de las características de la difamación.

Un ataque difamatorio es siempre una acción a mansalva. Es expresar opinión basado en rumores, informaciones parciales, mentiras, medias verdades, ambigüedades, énfasis desproporcionados y datos parciales.

La mayoría de los países defiende el derecho de las personas a la libre expresión. No obstante, muchas de ellas han creado leyes para condenar la difamación. Lo primero es un derecho, lo segundo un delito.

Injuria

La injuria es prima hermana de la difamación. La expresión injuria viene de una expresión latina compuesta que significa "lo contrario al derecho".

Es injuria todo acto dirigido contra una persona con el fin de perjudicar su reputación, o que atenta contra su autoestima, y que llega a ser conocido por terceros, en una acción lesiva y con publicidad en cualquier medio social.

Puede expresarse en expresiones soeces, de desvalorización, atribuir malas o segundas intenciones, dar información parcial para hacerse una idea equívoca de otro, despreciar ideas o comportamientos de otros, comparaciones denigrantes, expresiones ofensivas, motejar, mofarse o burlarse de algún individuo. Por lo tanto, todo lo que tienda a destruir la honra de otra persona, puede considerarse un acto injurioso.

El artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos señala claramente que:
Todo ser humano tiene el derecho natural al debido respeto de su persona, a la buena reputación.
Basado en este predicamento es que han surgido las leyes que condenan la injuria.

Calumnia

La calumnia está emparentada con la injuria, se constituye en tal cuando una persona emite una declaración falsa sobre otro individuo. Para que se configure el delito, la falsedad debe ser comunicada de manera oral o escrita en cualquier forma posible.

Siempre en la calumnia hay una acción intencional de dañar y sembrar dudas sobre la honorabilidad de una persona. Se constituye en delito toda vez que se cause no sólo daño efectivo en situaciones laborales o sociales, sino también por los efectos psicológicos que provoca en las personas calumniadas.

La ética de la libre expresión

La libertad de expresión debe ser éticamente sustentable. Afirmar algo sin base ni sustento no es libre opinión sino difamación.

Un comportamiento ético que se basa en principios entiende que toda persona tiene derecho a tener un buen nombre y una buena reputación.

Alguien puede estar equivocado, podemos opinar de sus ideas, incluso sobre su comportamiento, pero siempre cuidando de no atacar al individuo sin base ni sustento. Aún cuando sea errado su accionar tiene derecho a ser considerado inocente, hasta que no se demuestre lo contrario.

La delgada línea

Hay una delgada línea entre la denuncia y la difamación. Cuando algo no está bien y algún momento es necesario denunciarlo es un deber moral hacerlo, no obstante, es preciso que sea atendiendo a los hechos exclusivamente, sin declarar algo más.

Cuando se denuncia algo, pero sin sustento, basado en opiniones sin fundamento se está ante un acto difamatorio, por mucho que nos moleste la conducta u opinión que pretendemos denunciar.

Argumentum ad hominim

Concepto de la lógica formal. Literalmente significa “argumento contra el hombre”. Cuando se usa este resquicio errado de la persuasión lo que se pretende analizar pierde validez lógica.

El análisis de alguna idea o concepto debe ser hecho sobre la base de los argumentos exclusivamente. Cuando el análisis degenera en ataques personales, el argumento pierde valor.

La persona es irrelevante al análisis y al argumento. Personas de conducta errática como Anás pueden decir verdades y lo mismo a la inversa.

Cuando se ataca la honorabilidad de una persona, entonces se cae en un argumento que puede ser persuasivo, pero que está viciado. Un buen argumento sólo analiza los datos desconectados de la vida del individuo.

Religión y libre expresión

En muchas ocasiones, personas honestas, motivadas por un celo desproporcionado de la fe propia, tienden a difamar, calumniar o injuriar a quienes no tengan los mismos principios y conceptos religiosos.

Una cosa es el análisis de las ideas de otros, otra cosa muy distinta es injuriar, calumniar o difamar. Lo primero es algo necesario toda vez que las personas tienen derecho a examinar con cuidado qué ideas quieren creer, lo segundo, es un delito que atenta contra el derecho a la honorabilidad de las personas.

Cuando una persona religiosa, por muy honesta que sea, crea un estereotipo sobre alguna persona con la cual no comparte sus ideas religiosas, simplemente, con dicho acto invalida la defensa de sus propias ideas.

La libertad de opinión y de expresión no debe ser limitada ni siquiera para cuestiones religiosas o teológicas, no obstante, siempre deben expresarse respetando la honra, buen nombre y credibilidad de otros.

La defensa de la verdad se obstruye, denigra o anula, cuando en el celo por la certeza religiosa o el dogma que sustentamos, denigramos, motejamos, desvalorizamos, nos burlamos, injuriamos, difamamos, o calumniamos a quienes sostienen una idea contraria. Es lo que la Biblia llama maledicencia.

Muchos religiosos se sienten con derecho a la injuria porque supuestamente están defendiendo su convicción religiosa. Dicha forma de actuar no es admisible, toda vez que la defensa de la verdad no implica cometer delitos.

El silencio de los testigos


Ahora bien, todo esto tiene un correlato ético que es necesario analizar. Siempre que se difama, calumnia o injuria a alguien hay testigos. Cuando los testigos callan, entonces, se convierten en cómplices y son tan culpables como los difamadores, calumniadores e injuriosos.

Callar ante el atropello de alguien es validar la conducta errada. Callar ante la injuria es complicidad. Callar ante el agresor, por comodidad o "prudencia", es cobardía.

En la Alemania nazi la mayoría de los cristianos, de los que decían estar comprometidos con Dios y su Palabra callaron ante las atrocidades del régimen. De nada sirvió que después salieran a pedir disculpas, el daño estaba hecho, el ateísmo alemán contemporáneo tiene alguna lógica.

En la Rusia de los zares, los cristianos comprometidos callaron ante el atropello que sufrían los judíos por haber sido culpables de "la muerte de Cristo". El rechazo a la religión que vino después es parte de los efectos del silencio de los testigos.

En Latinoamérica, la mayoría de los cristianos callaron ante el atropello de los derechos humanos efectuado por los gobiernos de facto que irrumpieron de manera salvaje en la historia de miles que fueron asesinados, destrozados y torturados. El descrédito de los grupos religiosos que hay en Sudamérica es parte de la reacción ante el silencio de los que supuestamente deberían defender lo bueno, lo justo y lo de buen nombre.

Se podrían dar cientos de ejemplos históricos que muestran las graves consecuencias de callar ante la injusticia, la calumnia, la injuria y la difamación, actitud, que lamentablemente han tenido a través de la historia muchos cristianos. Ruanda, EE.UU., Kosovo, El Salvador, Nicaragua, Francia, España, y la lista sigue, de países que en diferentes momentos de la historia han sido testigos de diferentes tipos de agresión a personas que sólo defendían su derecho a opinión, mientras los cristianos, callaban para ser "políticamente correctos" o simplemente, por silencio cómplice.

En la iglesia, cuando alguien es difamado, injuriado o calumniado, y el resto de la hermandad calla por prudencia, miedo o lo que sea, provoca no sólo que muchos se alejen de la fe, sino que tarde o temprano dicha actitud se convierta en la forma tradicional de actuar.

El derecho a opinar

Nadie debe ser privado de su derecho a opinar. La libre expresión es un derecho fundamental consignado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sin embargo, la libre expresión está reñida con formas de actuación que constituyen delito: Difamación, injuria y calumnia.

Los religiosos, especialmente, deberían ser instruidos en la lógica de la expresión libre de la opinión para no caer en excesos que invaliden de hecho sus propias verdades.

Opinar es un derecho. Injuriar, difamar, calumniar es un delito. Distinguir una conducta de la otra es clave para un buen entendimiento entre los seres humanos.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.