martes, 4 de octubre de 2011

Sermones que matan


Dr. Miguel Ángel Núñez

Leer a los clásicos tiene eseaire de melancolía que produce el encontrarse con ideas ya leídas y que dealgún modo te han modelado y también, un impacto de sorpresa al comprobar queno importa cuánto tiempo pase, dichos conceptos siguen estando vigentes aunquefueron pronunciados hace mucho, mucho tiempo atrás. Es lo que me pasa con ellibro de E. M. Bounds, El poder de la oración, que por ser un librolibre de derechos se ha publicado de muchas maneras.


Edward McKendree Bounds sepreparaba para ser abogado, cuando sintió el llamado para ser ministro. El año1859 fue ordenado al ministerio como pastor de la Iglesia Metodista. Durante laGuerra Civil norteamericana fue capellán del ejército. Cuando terminó laconflagración se dedicó a intentar sanar las heridas que la guerra habíadejado.

Fue editor asociado de uno de losdiarios más conocidos de los metodistas, “El defensor cristiano” y escribió unaserie de libros sobre la oración.

Sermones que matan

De su famoso libro “El poder dela oración” he sacado la frase “sermones que matan”, que procede de uno de loscapítulos que lleva el mismo nombre.

Señala literalmente:
La predicación que mata puede serortodoxa y a veces los es –dogmática e inviolablemente ortodoxa. Nos gusta laortodoxia. Es buena. Es lo mejor. Es la enseñanza clara y pura de la Palabra deDios, representa los trofeos ganados por la verdad es sus conflictos con elerror, los diques que la fe ha levantado contra las inundaciones desoladoras delos que con sinceridad o cinismo no creen o creen equivocadamente; pero la ortodoxia,transparente y dura como el cristal, suspicaz y militante, puede convertirse enmera letra bien formada, bien expresada, bien aprendida, o sea, la letra quemata. Nada es tan carente de vida como una ortodoxia marchita, imposibilitadapara especular, para pensar, para estudiar o para orar.
¡Cuánta claridad! ¡Cuánta elocuencia! “Nada es tan carente de vida como una ortodoxia marchita, imposibilitada para especular, para pensar, para estudiar o para orar”.

Una ortodoxia que no busca laverdad, descansa en la convicción de que ya la encontró y por lo tanto, seconforma, vegeta en la conformidad. Pero no sólo eso, la “ortodoxia marchita”se convierte en acusadora, maltratadora e inquisidora de aquellos que nocuadran con dicha ortodoxia que se considera dueña de la verdad.

Bounds sigue señalando con unaelocuencia extraordinaria:
No es raro que la predicación quemata conozca y domine los principios, posea erudición y buen gusto, estéfamiliarizada con la etimología y la gramática de la letra y la adorne eilustre como si se tratara de explicar a Platón y Cicerón, o como el abogadoque estudia sus códigos para formar sus alegatos o defender su causa y, sin embargo,ser tan destructora como una helada, una helada que mata. La predicación de laletra puede tener toda la elocuencia, estar esmaltada de poesía y retórica, sazonadacon oración, condimentada con lo sensacional, iluminada por el genio, pero todoesto no puede ser más que una costosa y pesada montadura o las raras y bellas floresque cubren el cadáver. O, por el contrario, la predicación que mata muchas vecesse presenta sin erudición, sin el toque de un pensamiento o sentimiento vivo, revestidade generalidades insípidas o de especialidades vanas, con estilo irregular, desaliñado,sin reflejar ni el más leve estudio ni comunión, sin estar hermoseada por el pensamiento,la expresión o la oración. ¡Qué grande y absoluta es la desolación que produceesta clase de predicación y qué profunda la muerte espiritual que trae aparejada!
¡Qué luz! ¡Qué fuerza! ¡Claro queuna retórica sin “pensamiento o sentimiento vivo” lo que provoca es muerte,desolación y desesperanza. Una predicación ortodoxa cargada de suficienciapropia que puede “ser tan destructora como una helada, una helada que mata”.Iglesias con predicadores llenos de suficiencia propia, pero carentes de amor,empatía y redención. Predicaciones llenas de erudición fría, sin fuerza y sinla vida que da la oración que entiende que sin Dios no tenemos nada.

La predicación que mata
Se ocupa de la superficie yapariencia, y no del corazón de las cosas. No penetra las verdades profundas.No se ha compenetrado de la vida oculta de la Palabra de Dios. Es sincera en loexterior, pero el exterior es la corteza que hay que romper para recoger lasustancia. La letra puede presentarse vestida en tal forma que atraiga yagrade, pero la atracción no conduce hacia Dios.
En otras palabras, es unapredicación que se ocupa de las formas y no del fondo, de la imagen y no de lasustancia, del qué dirán que del qué dice Dios, del status quo religioso, antesque de la autenticidad que supone entender a Dios como un ser redentor. Es unapredicación políticamente correcta pero equivocadamente alejada de la verdaderasustancia de la Palabra.

El diagnóstico de Bounds es queesta predicación tiene como sujeto a un predicador que
Nunca se ha puesto en las manosde Dios como la arcilla en las manos del alfarero. Se ha ocupado del sermón encuanto a las ideas y su pulimento, los toques para persuadir e impresionar;pero nunca ha buscado, estudiado, sondeado, experimentado las profundidades deDios.
¿Cómo hablar a nombre de Dios silo que se conoce de él son sólo una sombra oscurecida por normas y reglamentos?¿Cómo representar con discursos duros, afilados e implacables a un Dios que segoza en la misericordia, el perdón y la gracia? Es una contradicción vital hablarde un Dios de amor utilizando las armas de la intolerancia y la exclusión.

De esos predicadores que se lasarreglan para condenar, acusar, maltratar y apuntar a otros cristianos Boundsdice:
Es posible que su ministeriodespierte simpatías para él, para la iglesia, para el formulismo y lasceremonias; pero no logra acercar a los hombres a Dios, no promueve unacomunión dulce, santa y divina. La iglesia ha sido retocada, no edificada;complacida, no santificada. Se ha extinguido la vida; un viento helado sopla enel verano; el suelo está endurecido.
Lo único que se logra con estapredicación es acrecentar “el formulismo y las ceremonias”, convertirlas en elcentro de la adoración y en la vida misma de la iglesia, matando de paso laverdadera adoración que no sigue fórmulas ni ceremonias rígidas nipreestablecidas. Como bien señala el Pr. Bounds, esa predicación “no lograacercar a los hombres a Dios, no promueve una comunión dulce, santa y divina”,sólo produce frialdad, un espíritu de intolerancia y una sensación de pobrezaespiritual que ahoga.

El libro fue escrito en el sigloXIX, pero pareciera que hubiese sido escrito ayer, porque eso es lo que hacenlos clásicos, siguen tañendo su campana aún cuando pasan los años y su mensajesiempre es actual.

Quisiera no escuchar ni decirsermones que maten… Ojalá la realidad eclesiástica fuera otra, una devivificación y no de condena fría, mecánica, aguzada y… orgullosamenteortodoxa. ¿Qué predicaría Jesús si tuviera la oportunidad de hacerlo ennuestras congregaciones? ¿Diría lo que algunos se atreven a decir en su nombre?

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