viernes, 22 de julio de 2011

Vino para hacerse pobre

Dr. Miguel Ángel Núñez


“Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por amor de vosotros se hizo pobre, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).

Un día un periodista chileno quiso hacer una investigación sobre los mendigos. Se dejó crecer la barba. Buscó ropas raídas. Las ensució y se dispuso a caminar por las calles de la ciudad durante una semana. Viviendo debajo de puentes o yendo a los lugares más lúgubres y oscuros que sólo conocen aquellos que no tienen donde ir.

Al terminar la semana y escribir su artículo la gente no daba crédito a lo que había descubierto.

Es un relato conmovedor. Hay momentos en que el periodista trasmite la emoción que sintió al acompañar a esos hombres y mujeres en su desgracia.

Muchos de ellos estaban alcoholizados. Algunos con sus facultades perdidas. Pero muchos, totalmente concientes de quienes éran y de quienes habían sido.

Había gente del campo que alguna vez puso su ilusión en la ciudad. Otros, que siempre vivieron en las calles, al comienzo con sus padres, y luego, solitarios. Sin embargo, lo que más llamó la atención fue la cantidad de personas cultas que encontró en su investigación. Había profesionales que alguna vez asistieron a prestigiosas universidades que por una u otra razón terminaron viviendo como mendigos.

Uno de ellos hablaba cuatro idiomas. Se había convertido en alcohólico. Su familia no sabía donde estaba y se enteraron de que aún vivía al leer el reportaje.

Muchas veces al ver a un hombre o una mujer tendidos en la calle por el alcohol o por la pobreza nos olvidamos que son seres humanos. Personas que alguna vez fueron acunados en el regazo amante de una madre. Que fueron niños y jóvenes con sueños e ilusiones. Que en algún momento, por alguna razón, su vida tomó un giro que ellos no hubiesen querido ni aún en sus peores pesadillas.

Cuando Jesús caminaba por las calles de Palestina se acercaba a esos hombres y mujeres y los abrazaba. Atendía sus necesidades y les hacía sentir que eran dignos y humanos.

Imagino que los ojos de Cristo se llenaban de lágrimas al observar la degradación a la que pueden llegar las personas, muchas veces, por propia voluntad.

No hay ningún registro de que alguna vez Jesucristo hubiese tratado a algún mendigo o pobre con desdén. Su impaciencia fue con los ricos insensibles al dolor ajeno, nunca con el menesteroso que imploraba ayuda.

Al contrario, dejó la riqueza del cielo para hacerse pobre. Vino a vivir entre los pobres para decirles a quienes padecen que entiende su necesidad. Nació en un pesebre reservado para animales, para decirle a la humanidad entera que entendía su pobreza.

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© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción total o parcial sin autorización del autor.

jueves, 14 de julio de 2011

Restauración

Dr. Miguel Ángel Núñez

Cada vez me planteo más si creemos en la redención, la gracia y el perdón, especialmente con el que se equivoca. En muchas ocasiones tratamos al que yerra como un paria que no tiene derecho a una segunda oportunidad, como si aquellos que no han vivido la experiencia del error fueran jueces y justicieros.

Al leer el libro de los periodistas Fred Cornforth y Tim Lale, Diez que se fueron[1] que narra la historia de personas que estuvieron en la iglesia y que por diversas razones se fueron, lo que queda es un sabor amargo. Por ejemplo:


  • Lindsey, tiene 30 años, dejó la iglesia en el año 1978: El periodista le pregunta: “¿La visitó alguien de la iglesia cuando usted dejó de asistir a ella? –No” (p. 22). Sin palabras. 
  • James, de 30 años también, abandonó la iglesia en 1987: La pregunta es¿Qué hechos lo llevaron a abandonar la iglesia?: Él cuenta: “mi matrimonio terminó en un divorcio […] Cuando las cosas comenzaron a andar mal en casa acudí a la iglesia en busca de ayuda, pero no encontré allí ninguna estrategia de asistencia para matrimonios en crisis. Mi único y gran reproche a la iglesia fue mi clamor desesperado en procura de ayuda. Un clamor que nadie respondió. Nadie me visitó. Nadie me llamó. […] En la iglesia, nadie preguntó qué necesitábamos. Sólo les interesaba saber si era culpa mía o de mi esposa” (p. 31). Siempre el tema de la culpa está presente, como si nos interesáramos más en saber a quién apedrear que a quién redimir. 
  • Jackie, de 20 años, dejó la iglesia en 1991: Fuma desde el momento de más compromiso con la iglesia. Vivió un profundo estado de depresión. Ante una pregunta del periodista responde: “si volviera a la iglesia en estas condiciones viviría constantemente con el temor de ser descubierta y rechazada. Me llena de zozobra pensar que si los hermanos me descubren borrarán mi nombre de los registros de la iglesia. Una vez vi cómo borraban a un muchacho. Lo trataron tan duramente. No quiero que eso ocurra conmigo” (p. 40). Y a eso le llaman falsamente “disciplina eclesiástica”, yo le llamo “terrorismo Jomeini. 
  • Ellen, de 20 años, dejó la iglesia en 1989: “Quienes a lo largo de mi vida me hicieron sentir el deseo de llevar una vida espiritual y de tener una relación personal con Dios no fueron personas que me predicaron ni me juzgaron, sino gente que me demostró amor y preocupación, y esas cosas resultaron visibles en sus vidas” (p. 106). Gracias a Dios, muestra el camino verdadero de quienes entienden que la gracia es superior a la ley, siempre. 
El sentido de la restauración

La restauración de alguien que ha cometido un error es tan necesaria como el buscar la salvación para que el que no cree. Confundir esta premisa es no entender el sentido de la salvación.

Aunque la caída de una persona y el abandono de la fe parece ser un hecho puntual, la realidad es que es un proceso complejo en cada persona. Del mismo modo la restauración de quien cae es un asunto complicado y le compete a toda la iglesia participar. No se trata de condena, sino de gracia.

Un consejo paulino

Pablo se estableció en Galacia mientras se restablecía de una dolencia. Mientras estuvo en ese lugar les enseñó a los nuevos conversos el evangelio y los dejó regocijándose de la nueva fe que habían aprendido. Tras su partida, una secta de cristianos judíos proveniente de Jerusalén infiltró a la iglesia de Galacia.

A consecuencia de esta influencia sus miembros adoptaron una actitud intolerante en relación a quienes no estaban viviendo a la altura de las normas que ellos pretendían. La iglesia se dividió y ambos bandos comenzaron a criticarse y condenar abiertamente.[2]

El consejo paulino supone que es imposible evitar que una persona una vez que conoció a Cristo cometa pecado. A veces creemos que la conversión nos deja inmunes al pecado. Pocas veces entendemos que la santificación es un proceso que lleva toda la vida.

En muchas ocasiones, nos encontramos con un problema de tolerancia. Somos más flexibles con alguien que no es del pueblo de Dios. Pero las buenas personas también resbalan. Olvidarlo es peligroso, no sólo para la comunión de la iglesia, sino para la ayuda que se puede dar al que necesita de la gracia.

El pecado

El consejo paulino comienza diciendo: “hermanos, si alguien es sorprendido en pecado” (Gál. 6:1). La versión de Serafín de Ausejo de 1975 traduce “desliz moral”.

La expresión griega para “sorprendido” es “prolemthe” y viene de "prolambano”, en su forma pasiva sugiere que alguien a sido “sobrepasado por una situación” o “entrampado” por algo.[3]

Olvidamos que el pecado es como una telaraña y que es una trampa. Precisamente ese sentido no solemos darle. No todo pecador es un hipócrita empedernido y engañador. Puede que sus intenciones hayan sido buenas, pero, el pecado lo superó.

La palabra que utiliza Pablo para “pecado” en este versículo es "paraptomati" que viene de “paráptóma” que hace referencia a un “resbalón” que podría dar cualquiera.[4]

El deber de la restauración

A continuación Pablo agrega: “Ustedes que son espirituales deben restaurarlo” (Gál. 6:1). Algunos sugieren que en la expresión “espirituales” Pablo está siendo irónico,[5] y sarcástico[6] y es posible considerando las personas a las que se dirigía.


Otro autor sugiere que el título “espirituales” era autoasignado[7] por un grupo de hermanos de Galacia, de allí la ironía de Pablo.

Lo real es que el sentido de “espirituales” está ligado a Ga. 5:18 los que “son guiados por el Espíritu”. Ser espiritual no es llamarse a sí mismo “espiritual” sino tener una relación estrecha con Jesús lo cual implica estar llenos de los dones del Espíritu.

Por esa razón, la reacción apropiada de una persona “espiritual” con un pecador, es ofrecerle la restauración. Sin embargo, es necesario entender que la restauración es un proceso.

La palabra “restauración” viene del griego “katartizo” y la palabra hace hincapié no en el castigo sino en la cura. La expresión era utilizada por los médicos en tiempos de Pablo para referirse “al entablillamiento de una articulación o un hueso dislocados”.[8] Eso implica que restaurar es recomponer, no maltratar. Es el sentido que la Biblia presenta con la misma expresión en: Mt 4:21 y Mr 1:19 “reparación de redes”; Heb 13:21 “capacitación” (NVI);[9] 1 Cor 1:10 “recuperar la armonía”.


Pablo no está diciendo que está de acuerdo con el pecado, pero cree en la necesidad de cubrir con el evangelio al pecador. El que cae necesita ayuda para salir del pozo. Cuando más es necesario aplicar la regla de oro es cuando alguien ha caído.

Elena de White señala: “Con frecuencia hay que decir claramente la verdad al que yerra; debe inducírsele a ver su error para que se reforme. Pero no hemos de juzgarle ni condenarle. No intentemos justificarnos. Sean todos nuestros esfuerzos para recobrarlo. Para tratar las heridas del alma se necesita el tacto más delicado, la más fina sensibilidad. Lo único que puede valernos en esto es el amor que fluye del que sufrió en el Calvario”.[10]

Tendemos a evaluar a las personas por sus peores momentos. De hecho, cuando nos acordamos de alguien a menudo vienen a nuestra mente los errores antes que las victorias. Ralph Waldo Emerson escribió alguna vez: “cada persona tiene el derecho de ser evaluada por sus mejores momentos”.

La actitud del restaurador

Pablo es taxativo al señalar cuál debe ser la actitud del que restaura: “con una actitud humilde” (Gál. 6:1). Sin duda la “humildad” es fruto de la acción del Espíritu Santo (Gál. 5:23).

Muchos cristianos, que honestamente están intentando vivir una vida cristiana a la altura de los ideales de Cristo tienden a juzgar duramente los errores de los demás. A los cristianos —en general— nos cuesta más lidiar con el pecador que con el pecado. A veces, la justicia reemplaza a la misericordia, lo cual nunca debería ser.

Cuando leí la historia de Donna Long no pude dejar de sentirme triste, ella cuenta, literalmente: “Mi padre, mi madre, mi hermana y yo asistimos a fines de la década del 70 a un Seminario de Revelaciones del Apocalipsis que un evangelista estaba dictando en nuestra ciudad. Mis padres y mi hermana aceptaron al Señor y desearon ser bautizados. Yo todavía no había llegado a conocer al Señor, pero la presión de mi familia y de la iglesia por bautizar una familia entera hizo que yo consintiera en dar ese paso.

Después de nuestro bautismo como familia, caímos en una rutina consistente en asistir a la iglesia alternando con algunas ausencias de tanto en tanto. No hace falta decir que nuestra vida y nuestras prácticas no siempre estaban en armonía con las normas de la iglesia. Durante uno de los períodos en los que no asistíamos a la iglesia, los ancianos de la iglesia vinieron a visitarnos. Me di cuenta de que algo andaba mal cuando rehusaron tomar asiento o aceptar cualquier hospitalidad. Dijeron que venían de parte de la junta de la iglesia.

Dijeron que la junta de la iglesia había votado nuestra exclusión de la lista de miembros pues nuestra asistencia irregular y otras actividades que no representaban correctamente las normas de la iglesia eran una mala influencia para otros miembros de la iglesia. Dijeron que dábamos a la comunidad una mala impresión acerca de la Iglesia Adventista. Dijeron que existía la posibilidad de que fuéramos aceptados nuevamente como miembros de la iglesia si cambiábamos completamente y llegábamos a ser mejores cristianos.

Nunca olvidaré ese día ni la intensidad de mis pensamientos y sentimientos. Podía sentir el calor de las lágrimas que brotaban de mis ojos. Corrí a mi habitación reprimiendo aquellas lágrimas. Aquellos hombres representaban a Dios para mí; eran la voz de Dios. Puesto que ellos me rechazaron, Dios también me había rechazado sin duda. Dirigí mi ira hacia Dios, y todavía recuerdo el dolor que experimenté cuando le di la espalda”.[11]

¿Cuándo recibimos esa ordenanza? ¿Quiénes somos para maltratar a otros? ¿Quién le ha dado autoridad a algunos para hacer sentir mal a quienes deberían estar recibiendo un bálsamo de misericordia, especialmente si se equivocan?

Una advertencia

Para quienes tenían en Galacia una actitud poco humilde y tendían a juzgar Pablo les escribió: “Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado” (Gál. 6:1).

En muchas ocasiones nos olvidamos que no debemos juzgar, no sabemos qué nos va a ocurrir en el futuro. Es muy fácil olvidar que también podemos equivocarnos. Todos somos vulnerables.

Algunos son muy duros con los errores de otros, y por eso, no logran entender la actitud de algunos cuando son ellos los que se equivocan. Erwin Gane dice: “Las personas que han caído en pecado están sujetas muy a menudo a ser marginadas socialmente, condenadas a recibir cartas ofensivas, críticas acerbas y a la ley del desprecio”.[12] ¿Dónde está el Señor en esa actitud? ¿Quiénes somos para juzgar?

Si hubiésemos tratado a Pedro o María Magdalena de la forma en que se trata a muchos que yerran probablemente tendríamos otra historia de sus vidas.

El camino correcto

Pablo agrega: “Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo” (Gál. 6:2). Lo que el apóstol está señalando sin lugar a dudas es que el deber de todo cristiano es ayudar a quien lo necesita. La “ley de Cristo” es sinónimo de compasión por los demás. Cuando alguien cae la misión del cristiano comprometido con el evangelio es ayudarlo a levantarse, no hundirlo más.

Como señala Elena de White: “Si Cristo es en nosotros ‘la esperanza de gloria’, no nos sentiremos inclinados a observar a los demás para revelar sus errores. En vez de procurar acusarlos y condenarlos, nuestro objeto será ayudarlos, beneficiarlos y salvarlos”.[13]

El camino de la presunción

Pablo conoce muy bien a quienes pretenden ser lo que no son, por eso les dice, “si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo” (Gál. 6:3)

El autoengaño es el peor de los engaños. Pablo señala de una forma irónica el orgullo: “El que cree ser algo”. El mayor autoengaño es no entender quiénes somos. Dios no puede hacer nada por nosotros a menos que sintamos necesidad de su poder. La tendencia legalista es considerarse superior a otro. Como señala Marvin Moore: “el legalismo es una manifestación de la naturaleza pecaminosa, tanto como la glotonería, la ebriedad y la inmoralidad sexual”.[14]

El llamado al auto examen

Por esa razón Pablo llama a que “cada cual examine su propia conducta; y si tiene algo que presumir, que no se compare con nadie” (Gál. 6:4). El hecho es que la comparación siempre es subjetiva y proclive de error. Otras versiones en vez de “presumir”, traducen “vanagloriarse”.

Es la receta de Pablo para evitar que cometamos el error de tratar mal al que se equivoca: No compararnos con otros.

Hay una sencilla verdad que olvidamos: “Ninguna vida es igual a otra. Nadie vive los mismos problemas”. Como dijo alguien: “Nadie tiene derecho a juzgar a otra, a menos que camine diez leguas en sus zapatos”. Siempre que nos comparamos con otros a menudo emitimos un juicio distorsionado.

Hace algún tiempo conversé con un joven desfraternizado de la iglesia, al verlo tan desanimado le dije:

—Jesús te perdona —y él me respondió aún con más tristeza.

—Si eso lo sé, lo que me duele es que mis hermanos no me perdonen.

Hacerse cargo de sí mismo

Pablo, acertadamente concluye diciendo “que cada uno cargue con su propia responsabilidad” (Gál. 6:5). Cada uno tiene su propia responsabilidad consigo mismo y eso ya es suficiente. Hay tareas que son nuestras y de nadie más. Una de esas es la responsabilidad de enfrentar nuestros propios errores. Al convertirnos en jueces de otros perdemos la capacidad de ver nuestros propios yerros. Al no ver en qué nos convertimos terminamos siendo vulnerables a la posibilidad de caer.

Tenemos que aprender no sólo a no juzgar, sino a perdonar olvidando. Porque el problema con el perdón, es que tendemos a no olvidar. Me gusta lo que leí de la autora holandesa Corrie Ted Boom, Dios tira nuestros pecados al fondo del mar y pone un letrero que dice: “Prohibido pescar”.

La lección final

La iglesia nunca debería dar la impresión de ser una sociedad religiosa donde importen más las normas que las personas. Cuando las normas están por sobre las personas, entonces, la iglesia se anula a sí misma. Pierde su razón de ser, se convierte en una agencia de juzgadores y justicieros y pierde su razón de ser.

El mayor tesoro de la iglesia son las personas. Dios les concede tanto valor que Cristo murió por cada una de ellas. La sangre de Cristo es expiatoria. La labor de la iglesia es regar esa sangre expiatoria, nunca suprimirla en aras de juicios. La actitud puede más que la doctrina. Con las actitudes en muchas ocasiones se anulan las doctrinas. Como alguien dijera: “Tu forma de ser habla tan fuerte que no me permite ver lo que me quieres decir”.

Quisiera ver entre los cristianos con los que me relaciono más amor y compasión, que juicios y condenas, a veces, pierdo la esperanza que así sea.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin autorización del autor.


Referencias


[1] Fred Cornforth y Tim Lale, Diez que se fueron: La historia de diezpersonas que dejaron la iglesia y por qué lo hicieron (trad. Hugo Cotro;Buenos Aires: ACES, 2001).
[2] Marvin Moore, Evangelio versus legalismo: Cómo enfrentar la influencia insidiosa dellegalismo (Buenos Aires: ACES, 1994), 223.
[3] Richard N. Longenecker, Galatians (WBC; vol. 41; eds. David A. Hubbard y Glenn W. Barker;Dallas: Word Books, 1990), 272.
[4] William Barclay, Gálatas yEfesios (trad. Alberto Araujo; Barcelona: Editorial Clie, 1998), 78.
[5] Longenecker,Galatians,273.
[6] Raymond T. Stamm, “The Epistle tothe Galatians: Introduction and Exegesis”, TheInterpreter Bible (ed., George Arthur Buttrick; 12 vols.; New York:Abingdon Press, 1953), 10:574.
[7] C. K. Barrett, Freedom and Obligation: A Study of the Epistle to the Galatians,(Philadelphia: Westminster Press, 1985), 79.
[8] “Gálatas 6:1 – Restauradle”, ComentarioBíblico Adventista (ed. Francis Nichol; trad. Victor Ampuero Matta; 7vols.; Boise: Publicaciones Interamericanas, 1988), 6:983.
[9] Nueva Versión Internacional. Santa Biblia (Miami: SociedadBíblica Internacional, 1999).
[10] Elena de White, Deseado detodas las gentes (Buenos Aires: ACES, 1987), 408.
[11] Donna Long, Adventist Review Mayo 14, 1992, 11.
[12] Erwin Gane, Gálatas: Sendade liberación, (Buenos Aires: ACES, 1990), 123.
[13] Elena de White, Discursomaestro de Jesucristo  (Buenos Aires:ACES, 2009), 109.
[14] Moore, Evangelio versus legalismo, 225.



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© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción total o parcial sin autorización del autor.

lunes, 11 de julio de 2011

El amor que calla

Dr. Miguel Ángel Núñez


“Pecado son la altivez de ojos y el orgullo del corazón” Proverbios 21:4 .

Como una planta delicada el amor necesita un ambiente especialmente protegido para florecer.

No se echan piedras al jardín ni a la maceta. Las flores no crecen ahogadas por malezas. También es preciso regarlas y darles suficiente abono para que vivan rebosantes de vida.

En la pareja hay algunas “piedras” o “malezas” que hacen que el amor muera. Una de las más dañinas es el orgullo.

La mente orgullosa le cuesta mucho entender el verdadero sentido del amor.

El orgullo genera una serie de otras actitudes que provocan la muerte lenta y sostenida de la buena relación de una pareja.

El orgullo es hermano directo del egoísmo y la vanidad. Una persona orgullosa no acepta razones ni escucha. Cuando se es orgulloso se tiene la convicción de que se poseen todas las respuestas. Está ajeno a la reprensión y la capacidad de reaccionar.

No es una característica pasajera ni tampoco menor. Es un rasgo de personalidad elegido y que finalmente —como un virus— termina por enfermar cualquier relación interpersonal.

Para que una pareja funcione se necesita humildad que es una de las características del amor (Ga 5:23). Sin una actitud de mansedumbre no es posible amar de verdad. Una persona orgullosa no acepta mirarse a sí mismo para cambiar. En el contexto del orgullo sólo se produce dolor y sufrimiento. El amor puro y verdadero sólo florece en el contexto de la humildad. Tal como dice el sabio: “La recompensa de la humildad y el temor del Señor son la riqueza, el honor y la vida” (Pr 21:4).

La escritora francesa Philippe Gerfaut escribió: “Cuando el orgullo grita, es que el amor calla”. En otras palabras, cuando se deja fluir el orgullo, el amor se evapora, deja de estar y la relación de pareja se muere lenta e inexorable.

Cuando Dios obra por su Espíritu Santo en la vida de las personas, una de las evidencias de su presencia es la actitud que se asume frente a sí mismo y a los demás. Si se es orgulloso, altanero, soberbio, vanidoso, egoísta es señal de que Dios no está transformando a esa persona y de que el Espíritu está impedido de hacer su trabajo de restauración. El resultado final es que aquel individuo podrá sentir, pero no amar de verdad.

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sábado, 9 de julio de 2011

Ha muerto un poeta, no la poesía

Dr. Miguel Ángel Núñez

Cuando muere un poeta como Facundo Cabral, decir algo de su persona es redundancia, mientras escucho el concierto que grabó en 1994 junto a Alberto Cortez, “Lo Cortez no quita lo Cabral”, recuerdo algunas de las frases que guardo, tal vez mi mejor homenaje a Facundo Cabral sea recordar algunas de sus palabras, las que quedan que al final no son las de los políticos ni las de los acomodados por las circunstancias, sino la de los poetas. 


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“Se gana y se pierde, se sube y se baja, se nace y se muere. Y si la historia es tan simple, ¿por qué te preocupas tanto?”

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“Nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo, es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene límites y un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos”.

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“Ahora mismo le puedes decir basta al miedo que heredaste, porque la vida es aquí y ahora mismo”.

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“Vive de instante en instante, porque eso es la vida”.

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“En la tranquilidad hay salud, como plenitud, dentro de uno. Perdónate, acéptate, reconócete y ámate. Recuerda que tienes que vivir contigo mismo por la eternidad”.

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“Tienes el poder para ser libre en este mismo momento, el poder está siempre en el presente porque toda la vida está en cada instante”. 

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“Perdona a todos y perdónate a ti mismo, no hay liberación más grande que el perdón; no hay nada como vivir sin enemigos. Nada peor para la cabeza, y por lo tanto para el cuerpo, que el miedo, la culpa, el resentimiento y la crítica (agotadora y vana tarea), que te hace juez y cómplice de lo que te disgusta”.

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“No te quejes, recuerda que naciste desnudo, entonces ese pantalón y esa camisa que llevas, ya son ganancia. Cuida el presente, porque en él vivirás el resto de tu vida”. 

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“Haz sólo lo que amas y serás feliz, y el que hace lo que ama, está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar, porque lo que debe ser será, y llegará naturalmente”. 

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“Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo. Tenemos para gozar la nieve del invierno y las flores de la primavera”. 

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“Y que no te confundan unos pocos homicidas y suicidas, el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso, una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que le destruya hay millones de caricias que alimenta a la vida”. 

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“Ama hasta convertirte en lo amado, es más, hasta convertirte en el amor”.

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“Quien no ama su trabajo, aunque trabaje todo el día es un desocupado”. 

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“Cada mañana es una buena noticia, cada niño que nace es una buena noticia, cada hombre justo es una buena noticia, cada cantor es una buena noticia, porque cada cantor, es un soldado menos....” 

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“Si amas al dinero a lo sumo llegarás a un banco, pero si amas a la vida, seguramente llegarás a Dios”. 

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“Yo sigo siendo tan inocente que, me sigue alumbrando la bendita esperanza de que un día, los poetas gobernarán el mundo”. 

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“Bienaventurado el Mahatma Gandhi que fue el que dijo que hace casi dos mil años que estamos festejando el amor; o sea, el nacimiento de Jesús, no el de Herodes”. 

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“Escapa de los que compran lo que no necesitan, con dinero que no tienen, para agradar a gente que no vale la pena”. 

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“La oración dilecta de mi madre decía: Señor, te pido perdón por mis pecados, ante todo por haber peregrinado a muchos santuarios, olvidando que estás presente en todas partes. En segundo lugar, te pido perdón por haber implorado tantas veces tu ayuda, olvidando que mi bienestar te preocupa más a ti que a mí. Y por último te pido perdón por estar aquí pidiéndote que me perdones, cuando mi corazón sabe que mis pecados son perdonados antes de que los cometa. ¡Tanta es tu misericordia amado Señor!” 

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“La ignorancia es un modo inconsciente del mal”. 

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“El que no está dispuesto a perderlo todo, no está preparado para ganar nada”. 

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“Por el mundo caminado, he podido comprobar que el que fácilmente halaga, fácilmente insultará”.

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El amor nunca se muere, sólo cambia de lugar

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“Dios te quiere feliz y para ser feliz hay que hacer lo que uno ama; porque el amor te acerca a todo, porque el amor es valiente; es la antítesis del miedo, que es el peor dictador". 

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“La sociedad humana esta tan mal por las fechorías de los malos, como por el silencio cómplice de los buenos”. 

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“Bienaventurado el que no cambia el sueño de su vida por el pan de cada día”. 

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“Bienaventurado el que sabe que compartir un dolor es dividirlo y compartir una alegría es multiplicarla”. 

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“Olvidar cosas malas, también es tener buena memoria, decía Martín Fierro. Yo digo: el olvido es una gentileza de Dios”. 

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“Siempre, con lo que tengas, se puede, se debe empezar de nuevo. Tenemos el deber de ser felices”. 

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“El Señor no nos va a preguntar que hicimos con el dinero, sino qué hicimos con la alegría, inevitable para vivir”. 

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“Para vivir mejor, hay que ser mejor. Nadie puede hacerlo por vos”. 

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"¿Qué es eso de andar escondiendo lo que el Señor te dio para compartir?” 

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“La vida es hambre o festín. Tú eliges”. 

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“"Doy la cara al enemigo, la espalda al buen comentario, porque el que acepta un halago empieza a ser dominado; el hombre le hace caricias al caballo pa' montarlo...” 

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“Cuando un amigo se va 
Queda un espacio vació 
Que no lo puede llenar 
La llegada de otro amigo 

Cuando un amigo se va 
Queda un tizón encendido 
Que no se puede apagar 
Ni con las aguas de un río 

Cuando un amigo se va 
Una estrella se a perdido 
La que ilumina el lugar 
Donde hay un niño dormido 

Cuando un amigo se va 
Se detienen los caminos 
Y se empieza a revelar 
El duende manso del vino 

Cuando un amigo se va 
Galopando su destino 
Empieza el alma a vibrar 
Por que se llena de frío 

Cuando un amigo se va 
Queda un terreno baldío 
Que quiere el tiempo llenar 
Con las piedras del astillo 

Cuando un amigo se va 
Se queda un árbol caído 
Que ya no vuelve a brotar 
Por que el viento a vencido 

Cuando un amigo se va 
Queda un espacio vació 
Que no lo puede llenar 
La llegada de otro amigo”.


Adiós amigo


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© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

La necesidad de aprender a amar

Dr. Miguel Ángel Núñez


“Miré, y lo medité en mi corazón; lo vi, y aprendí la lección” Proverbios 24:32

He trabajado casi toda mi vida con jóvenes. En el transcurso de estos años he visto a muchos fracasar en el amor. Jóvenes exitosos en algunos aspectos de sus vidas han demostrado ser realmente ineficientes cuando se trata de cuestiones de relaciones interpersonales con una pareja.

Las causas que explican este fenómeno son muchas, pero sin duda, la más significativa tiene que ver con las raíces. El modelo del hogar paterno es fundamental para las habilidades que se desarrollan o no al interior de una relación de pareja.

A amar se aprende fundamentalmente por imitación. Muchos vieron a sus padres darse muestras de cariño de manera espontánea y a expresar de una manera explícita cuán importante era el otro para su vida. Sin embargo, muchas parejas, simplemente no aprendieron a hacerlo, y multitud de jóvenes lo único que vieron en sus casas fue una formalidad fría y desapasionada. Incluso, algunos vieron como sus padres se agredían mutuamente, lo que hizo que crecieran desconfiando de la posibilidad de amar.

Lo que no se aprende no surge por generación espontánea. Es preciso que se tomen algunas decisiones. Una de ellas es que si no tuvimos modelos adecuados, hay que hacer esfuerzos, para encontrar a personas que puedan mostrarnos un modelo diferente. Hay que reconocer que se es deficiente y a partir de ese reconocimiento solicitar ayuda. Darse cuenta del problema y estar dispuesto a pedir ayuda es a menudo la mitad de la solución.

En muchas ocasiones las personas excusan sus faltas de habilidades en función de lo que no tuvieron, pero, esa es una pobre excusa. Si alguien se da cuenta de que tiene una falencia y no busca ayuda, aumenta a su falta de habilidad un problema más que es la pasividad, lo que a la postre crea hábito y no le sirve para salir efectivamente de su problema.

Sólo se aprende aprendiendo. Y no es un juego de palabras. La vida afectiva se desarrolla en la medida en que se pone en práctica. Somos más concientes de nuestros afectos, emociones y sentimientos mientras los vamos reconociendo. El admitir algo hoy me crea las condiciones para dar un paso mañana.

A amar se aprende. Y como todo aprendizaje tendrá sus momentos agradables donde todo irá a pedir de boca, y en otros instantes, será como ir cuesta arriba con una pesada mochila sobre los hombros.


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viernes, 8 de julio de 2011

Los judíos nuestros contemporáneos

Dr. Miguel Ángel Núñez

Cuando un religioso, de la religión o denominación que sea, utiliza expresiones como “yo si”, “él no”, “nosotros, el pueblo verdadero”, “ellos la religión popular falsa”, o cualquier otra expresión similar, asumen una lógica de exclusión. Sin darse cuenta, y probablemente, sin asumirlo de manera consiente, optan por una actitud de discriminación.


La lógica de la discriminación y la exclusión generan algunas conductas, que no son nuevas, siempre se han observado en los grupos religiosos excluyentes, tales como lo fueron los judíos fariseos en el pasado, y como lo son las religiones fundamentalistas en el presente. Algunas de dichas actitudes son:

Generar un lenguaje de juicio y condenación

Si asumo que el otro no es mi igual y si al mismo tiempo creo que el otro carece de la bendición divina, mi actitud dejará de ser caritativa y se convertirá en condenatoria. La Biblia señala que el único juez es Dios:
¡Dios mismo es el juez! (Sal. 50:6).
¿Quiénes somos nosotros para juzgar la conciencia y la convicción de otros? Eso lleva a una siguiente actitud.

Promover una actitud beligerante

Si me sé parte de los “elegidos”, entonces, es fácil caer en el triunfalismo y eso nos llevará inevitablemente a la beligerancia. Los judíos perdieron de vista su misión, al creerse más importantes que el resto de los mortales se convirtieron en beligerantes, se sintieron con libertad para maltratar a los “extranjeros” (todo aquel que no creyera en Jehová) y comenzaron a calificar de “gentiles” a todo no judío, expresión que proviene del hebreo “gôyim” y en griego “éthnos”, palabras que significan simplemente “naciones”, “gentes” o “pueblos”, pero que en el lenguaje peyorativo judío se convirtió en “paganos", "bárbaros", y comenzaron a menospreciarlas. Incluso, en tiempos de Jesús ya se aplicaba el término a cualquiera que no descendiera directamente de Abraham, aun cuando fuera judío.

Cómo entender esta actitud frente a un Dios que envió a dar testimonio a todas las “naciones”. El apóstol Pablo señaló que el pueblo de Israel tenía la misión de:
Dar a conocer cuál es la gloriosa riqueza de este misterio entre las naciones, que es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria (Col 1:27).
¿Cómo dar a conocer a Cristo si se menosprecia a quién no cree de la misma manera en que nosotros creemos? La lógica de la exclusión no permite dar testimonio.




Perder perspectiva

La tercera actitud, ligada a lo anterior, es que la actitud triunfalista y cerrada, hace que se pierda perspectiva respecto a la realidad. Cuando se piensa que se es único y los demás están excluidos, entonces se pierde la capacidad de mirar la realidad de una manera ecuánime y ponderada.

Es un hecho de física y óptica elemental que si miramos a través de un orificio no veremos más que lo que el hueco nos permite ver. Si creo ser el elegido y pienso que los demás están excluidos, pecadores ajenos a la gracia de Dios, que tengo la exclusividad de la salvación, que soy el único portavoz válido de Dios, entonces no hago más que mirar a través de un orificio y muy pequeño.

Jesús dijo:
Tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traerlas (Jn. 10:16).
Esta aseveración de Cristo tiene dos implicaciones:
  • ¿Cómo podemos estar seguros de ser parte del redil “oficial”? 
  • ¿Por qué excluir a otros si son parte del redil que también será traído por el pastor y por lo tanto también son hijos de Dios? 
En cualquier caso, el orgullo de ser parte del “redil oficial” o la “exclusión” para quienes no están conmigo, nos hacer perder perspectiva y de paso nos convierte en egoístas, orgullosos y vanidosos.

Generar normas sólo para mantener la identidad de “elegidos”

El asunto, en este punto, no es la “identidad de la salvación”, con las características propias de quienes son salvos:
  • Amor: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Jn. 13:35). El texto es genérico, no dice “amar sólo a los que van a mi iglesia y piensan como yo”, eso sería mostrar un espíritu sectario. 
  • Caridad: Cuando Jesús venga no va a dividir a las personas por sus ideas ni por las convicciones que tuvo, sino por las acciones que realizó. El evangelio es taxativo y no da lugar a otra interpretación: “Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron nada de comer; tuve sed, y no me dieron nada de beber; fui forastero, y no me dieron alojamiento; necesité ropa, y no me vistieron; estuve enfermo y en la cárcel, y no me atendieron” (Mt. 25:42-43). No dice: “Porque fuiste a la iglesia todas las semanas, porque diste diezmo fielmente, porque no dejaste de estudiar tu Biblia”, Dios supone que todo eso, que es bueno, te llevará a tratar de manera caritativa a otros, incluso, a quien no piensa como tú. 
Cuando la “identidad cristiana” no se entiende, entonces se busca una “identidad denominacional” o “identidad triunfalista”. Se generan normas para mostrar cuán distintos somos de los demás, tal como hicieron los judíos, buscando justicia propia, al grado que convirtieron la religión en una carga opresiva, tan pesada y asfixiante que muchos enfermaron de cuerpo y alma por intentar vivir a la altura de los absurdos de dichas normas. Normas que fueron creadas no para dar gloria a Dios, sino para mostrar cuán “distintos somos de los otros, los gentiles, los paganos, los excluidos de la gracia”.

Muchas normas, carentes de lógica, absurdas en exposición y argumento, pero defendidas exclusivamente para mostrar la “diferencia”. Los judíos no se dieron cuenta que con aquella actitud lo que hacían era aislarse, quedarse sin interlocutores válidos y sin poder comunicarse, precisamente con aquellos que tenían que hablar. Eso lleva a la siguiente consecuencia:


Generar el síndrome de separación y sordera crónica

Si creo que tengo la “verdad” (en términos absolutos), así con mayúsculas y defendida con orgullo y arrogancia, sin plantearme ninguna posibilidad de errar o de variar en algún punto, entonces, los demás aparecerán como “equivocados”, “errados”, “trasnochados”, en suma, como excluidos, sin darles ninguna posibilidad de que tengan una idea positiva.

Con dicha actitud se generará aislamiento. ¿Quién quiere juntarse con alguien que tiene todas las respuestas y no quiere aprender?

Se provocará sordera crónica. Si tengo “la verdad”, ¿para qué escuchar a otros? ¿Cómo puede alguien enseñarme algo si lo sé todo?

Aislamiento y sordera, mal que padecían los judíos, que no vieron a Jesús aun cuando lo tenían frente a sus narices. Al estar aislados no pudieron ver lo que pasaba, no pudieron sopesar las evidencias, no escucharon.

El aislamiento impide ver más allá de las paredes de nuestros prejuicios. De esa forma dejamos además de escuchar a otros, porque los hemos descalificado, así que no podemos enriquecer nuestras vidas.

Qué contraste con algunos personajes bíblicos como Juan el Bautista que salía del desierto donde vivía para ir a las ciudades para relacionarse con la gente, para escucharles, para saber cómo pensaban, para luego volver y meditar para encontrar mejores formas de hablarles.

El aislamiento y la sordera generan otra actitud malsana, una falsa identidad.

Generar una falsa identidad

Quienes se consideran parte de un “único pueblo elegido”, al estilo judío, empiezan a creer que sólo hay gracia de Dios para ellos, y para ningún otro ser humano. Cuando se cae en dicha actitud se da un triste espectáculo intentando representar, inútilmente, a un Dios que no hace acepción de personas (Dt. 10:17; 2 Cr. 19:7; Lc. 20:21; Hch. 10:34).

¿Cómo podemos representar a un Dios que no hace acepción de personas y al mismo tiempo despreciar a quienes no piensan como nosotros? ¿Cómo podemos hablar de un Dios que no excluye si al mismo tiempo excluimos?

Ya quisiera ver la cara de sorpresa que se llevarán algunos en la tierra nueva (si es que dejan de ser sectarios), cuando vean llegar a las puertas de la nueva Jerusalén a aquellos que despreciaron y que excluyeron de la gracia. ¡Qué cara pondrán! Pagaría por ver.

El peligro de creerse únicos

La persona que al igual que los judíos, excluye a otros de la gracia, simplemente porque sus convicciones son distintas es peligrosa. Teniendo el poder actúa con violencia y saña con otros.

Es como Pedro, que saca su daga y le corta, sin piedad, la oreja a Malco, ¿para defender a Cristo? ¿Necesita Cristo que lo defienda? ¿Precisa Jesús de nuestra hostilidad hacia otros? ¿No es Dios acaso Dios de todos los que lo aceptan, aun cuando no sean del redil en donde yo estoy?

El ejemplo de Jesús

Jesús trató con bondad a la samaritana despreciada, que pertenecía a un grupo de judíos que tenían otras convicciones. Fue la bondad del maestro lo que despertó el corazón de dicha mujer y la llevó a convertirse en misionera entre su gente.

Trató con amor a los despreciados, que lo eran por causas religiosos. Los pobres, que se consideraba que estaban castigados por Dios; los enfermos que se suponía recibían una enfermedad de parte de Dios; las mujeres, que se consideraba que eran seres inferiores… todos ellos recibieron un trato bondadoso de Jesús.

Trató con bondad, con cariño y aún con muestras de tolerancia, que a ojos de los judíos debe haber sido pensado como una barbarie, a extranjeros considerados “gentiles”, incluso a romanos, que eran los opresores.

Nunca trató a un pecador con saña, ni con falta de bondad. No discutió con quienes creían tener la razón, sólo mostró el camino a seguir.

A los únicos que trató con dureza fue con los que excluían y menospreciaban a otros. Les dijo a los fariseos “generación de víboras”, “hipócritas”, “sepulcros blanqueados”, “ciegos, guías de ciegos”, y no disimuló su frustración frente a personas que supuestamente conocían a Dios, pero se habían convertido en los peores propagandistas del amor divino.

Es interesante que después de la resurrección los discípulos de Jesús se escondieron y la Biblia dice que:

Estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos (Jn. 20:19).

¡Le tenían miedo al pueblo que había sido elegido para llevar el mensaje de salvación a la humanidad! ¡Temían a aquellos que decían tener toda la verdad y nada más que la verdad!

No quisiera que alguna vez alguien temiera verme aparecer ante su puerta.

Los judíos siguen siendo nuestros contemporáneos, lamentablemente, las mismas actitudes que se vieron en los días de Jesús aún permanecen en las conductas de muchos que se llaman seguidores de Jesús y que fueron llamados a comunicar las buenas de Salvación, que es a fin de cuentas anunciar que todos tienen posibilidad de salvación si aceptan a Jesús como salvador personal.

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Igualdad no jerarquía

Dr. Miguel Ángel Núñez


“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” Génesis 1:27.


Se suele citar Génesis 1 y 2 a favor de la autoridad del varón y de su liderazgo sobre la mujer. Se supone que el varón fue puesto como la “cabeza” y el “líder espiritual” de la mujer. Sin embargo, al leer con cuidado estos dos capítulos lo que se presenta es claramente lo opuesto. Ambos —varón y mujer— fueron creados a la imagen de Dios (Gn 1:26-27) y ambos participan del mandato de ministrar (Gn 1:28).




La creación establece mutualidad, no jerarquía (Gn 2:24). El orden jerárquico entre el varón y la mujer es resultado de la entrada del pecado en el mundo (Gn 3:16). La subordinación de la mujer al varón no fue nunca parte del diseño original de Dios. Es resultado de la violación del orden creado por Dios en la creación.


El uso de la palabra “ayuda” refuerza la relación no jerárquica sino de complementación que existía entre el varón y la mujer antes de la caída (Gn 2:18). En el vocabulario del AT, un “ayudador” es aquel que rescata a otro en una situación de necesidad. La palabra se aplica a quien tiene la competencia y la cualidad superior para realizar una acción a favor de otro, en ningún caso tiene el sentido de subordinación o colaboración hogareña donde la mujer sería una especie de “esclava doméstica” del varón (Ex 18:4; Dt 33:26, 29; Sal 33:20, 70:5).


De acuerdo al texto, y tal como lo presenta la Biblia, la mujer fue el medio provisto por Dios para rescatar al varón de la soledad, y de este modo formar una comunidad de relacionamiento entre iguales. Como “ayudadora”, ella es una pieza fundamental para llegar a ser la comunidad que Dios intentó establecer a través de su unión.


La palabra “ayuda” es usada específicamente en el contexto de la intención de Dios de crear comunidad (Gn 2:18). Se tergiversa el texto cuando la palabra “ayuda” utilizada para referirse a la mujer es utilizada para reducir a la mujer al nivel sólo de complemento sin igualdad con el varón. Ella al servicio de él. Ella sin identidad propia.


La evidencia bíblica no permite sostener que Dios planeó una estructura de poder jerárquico donde el varón sería superior. Al contrario, la evidencia explícita señala que ambos participan cooperativamente en reflejar la imagen de Dios, y como tales son llamados ambos, para ejercer dominio sobre lo creado sin una estructura de jerarquía entre ellos. La jerarquización sólo puede justificársela en el contexto del pecado.



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jueves, 7 de julio de 2011

No escondas tu talento

Dr. Miguel Ángel Núñez


“Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor” Mateo 25:18.

Si alguien habla de Louis Pasteur, Mahatma Gandhi, Marie Curie, Martín Luther King, Michael Jordan, etc. la mayoría de las personas sabrá de quienes están hablando. ¿Por qué? Por una sencilla razón, todos ellos tuvieron éxito en las vidas que emprendieron. Supieron dar lo mejor de sí mismos y no fracasaron.


La diferencia entre una persona de éxito y una que fracasa es la forma en que utilizan los recursos naturales que tienen. No es que los que finalmente obtienen el éxito nazcan en cuna de oro o tengan grandes dotes. La verdad es que muchos de ellos tuvieron que trabajar muy duro para llegar a donde llegaron, sin embargo, dieron todo de sí para lograrlo.

Benjamín Franklin, el extraordinario comerciante e inventor norteamericano solía decir:
No escondas tus talentos. Fueron hechos para usarlos. ¿Qué podrá hacer un reloj de sol a la sombra?.
Es un concepto extraordinario. No existe persona que no tenga al menos un talento. Lo asombroso de todo esto es que las personas que comienzan a utilizar el único talento que tienen terminan logrando otros.

Conozco a una joven que quería ser cantante. Cuando la escuchábamos al comienzo dolía oírla emitir aquellos sonidos desafinados y poco prometedores. Sin embargo, se esforzó una y otra vez. Hace poco la vi. Me hizo llegar sus dos últimos Cds. con sus grabaciones. Ahora realiza giras de alabanza y testificación en diferentes países y constantemente la llaman para participar en eventos evangelísticos y de testificación. Su voz se ha convertido en dulce, melodiosa y tremendamente impactante. ¿Por qué? Simplemente creyó en sí misma y trabajó duro, muy duro para lograr lo que hoy puede gozar con satisfacción.

Así es siempre. Los que esconden su talento terminan sin ninguno. Los que trabajan con el talento que han recibido logran mucho.

Todos hemos nacido para algo y es una lástima que no logremos aquello para lo que hemos nacido. Es en cierta forma como estar muerto en vida. Al no ser capaces de vivir a la altura de nosotros mismos terminamos siendo una sombra de lo que podríamos ser.

Mírate al espejo. No importa que seas alto, bajo, flaco, gordo, negro, blanco, eso es una detalle accidental. Lo que realmente importa es qué haces con las características que has heredado. Un talento cultivado con tesón es lo que hace la diferencia entre una persona de éxito y una que fracasa.


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Amor que da sentido

Dr. Miguel Ángel Núñez


“Todo lo hizo hermoso en su tiempo, y ha puesto eternidad en el corazón del hombre” Eclesiastés 3:11.

Si el amor no existiera habría que inventarlo.

Es lo que le da sentido a todo. El mundo adquiere mayor consistencia y significado cuando se ama.

Me cuesta entender cómo es posible que algunos vayan por la vida sin amor y sin sentir la necesidad profunda de amor.

Sólo el amor hace que las personas sientan que son valiosas, importantes e imprescindibles. El amor convierte a los individuos en seres con un sentido de la realidad totalmente diferente. Les otorga el raro don de ver más allá de las apariencias y de reconocer en las situaciones más inverosímiles una señal prodigiosa, algo que para quienes no aman no pasa de ser un hecho fortuito.

La alegría del que ama no se compara con nada. Probablemente por esa razón sea la emoción más buscada por los seres humanos. Dichosos los que aman, han con ese hecho, bebido un poco de eternidad y tenido una vislumbre anticipada del Edén.

La persona que no ama es sólo un transeúnte de este mundo. Alguien perdido en el sendero… sigue por inercia un camino sin rumbo. Sólo el amor hace que todo adquiera valor y lo que parecía intrascendente se convierta en señal de prodigio.

Cuando alguien comienza a amar se transforma. Modifica su forma de pensar, de ser, de vivir, de soñar. El amor convierte lo trivial en espectacular. Quien ama sabe por una experiencia que no puede explicar, que la dicha hace que todo se convierta en extraordinario.

Dios lo sabe. Al crearnos nos dio ese aire fresco de eternidad para que experimentáramos la alegría de sabernos creados para ser eternos. Sólo el amor permite esa vislumbre. Sólo quien ama puede anhelar vivir por siempre. La vida no le parece rutinaria sino henchida de una alegría incomparable.

Quien no ha experimentado este sentimiento de plenitud irá por la existencia consumido por una falta de sentido que le impedirá, trágicamente, experimentar la alegría de ser. Tal vez por eso, la falta de amor se trasmuta en envidia y rencor por aquel que experimenta lo que al otro sólo le parece fiebre de paso.

Si se es desdichado sólo la falta de amor lo explica, porque hasta el dolor más grande es tolerable y hasta soportable en un ambiente donde el amor manda. Sólo el amor torna el horizonte más oscuro en un cuadro de colores.


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miércoles, 6 de julio de 2011

El desierto florecerá

Dr. Miguel Ángel Núñez


“Se alegrarán el desierto y el erial; la estepa se gozará y florecerá como la rosa” Isaías 35:1

El desierto de Atacama es el desierto más árido del mundo. Me encanta. Me gusta el sonido del viento entre las rocas. El perder la mirada en el horizonte que pareciera que nunca se va a acabar. El tener sol permanentemente. He atravesado ese desierto tantas veces que muchos de sus paisajes me son familiares.


Una vez al año se produce un fenómeno único en la tierra. El desierto florece. Sólo una vez en el año caen algunas gotas de agua, que en realidad es una garúa que provocaría risa a alguien acostumbrado a lluvias persistentes y con mucho agua. Sin embargo, basta esa pequeña cantidad de líquido para que el desierto se vista de miles de colores.

Son pequeñas flores que surgen de la tierra yerma. Han sido traídas por el viento desde muchos lugares y sus semillas están allí como muertas, sin embargo, una vez al año surgen con toda su belleza escondida. Sólo dura un par de semanas. Luego el sol quema las flores y el desierto vuelve a ser el de antes con toda su soledad fantasmagórica.

Me agrada la descripción que hace Isaías de la tierra nueva. Dice que “el desierto florecerá” (Isa 35:1). La belleza de la tierra renovada será incomparable. Nunca antes habremos visto tanta hermosura. Las flores que hoy nos parecen bellas, en ese desierto florido nos resultarán irreconocibles en su lindura. Veremos colores que hoy no percibimos y fragancias que no alcanzamos a oler.

A veces hablamos del “cielo” como si fuera un lugar ignoto perdido en algún lejano espacio sideral interestelar. Pero nada de eso es lo que presenta las Sagradas Escrituras. Al contrario, nos dice que será una “nueva tierra” con un “nuevo cielo”. Renovado y transformado.

En esta misma tierra los salvados “edificarán casas y morarán en ellas; plantarán viñas y comerán el fruto de ellas” (Is 65:21). Todo lo que hoy conocemos será distinto, aún la naturaleza porque “el lobo y el cordero serán apacentados juntos; el león comerá paja como el buey” (Is 65:25). Dios pondrá “ríos en la tierra estéril” (Is 43:19).

La tierra nueva es inimaginable porque toda descripción queda corta. Las palabras no alcanzan a describirla y los profetas que alguna vez la contemplaron en visión simplemente no logran encontrar vocablos que les permita contarla de la manera en que la vieron.

Si bien amo el desierto porque mis recuerdos están ligados a él. Sé que cuando Dios restaure todo no habrá tierras yermas. Por eso el espectáculo del desierto florido me ayuda a pensar en la tierra nueva. En la nueva tierra todo será flor y color. Anhelo la venida de Jesús porque quiero contemplar ese espectáculo y ser parte de él.


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domingo, 3 de julio de 2011

Un Dios de amor

“Dios es amor” 1 Juan 4:8

Visité el Museo de la Inquisición en Lima por primera vez el año 1994.

Adentrarse en ese lugar es como hacer una visita a un teatro del horror.


Nunca había estado tan cerca del significado de la tortura y el sufrimiento inflingido a otros por un ser humano.

Aunque había leído varios libros sobre la Inquisición y las atrocidades que se hicieron en dicho periodo, nunca había estado tan cerca de entenderlo.

Lo que me produjo más impacto y que me hizo vivir momentos de mucha tensión emocional fue leer los “autos de reos”, es decir, las proclamas que se leían mientras llevaban a los condenados a la hoguera o a la tortura. Me produjo desazón leer ese castellano antiguo tan lleno de las palabras “amor”, “salvación”, “alegría”, “Jesús”. Era un contrasentido que se mencionaran dichos vocablos en el contexto del horror y el sufrimiento que a nombre de un Dios de amor se inflingía a otros.

Quise creer que aquello era producto de la fantasía de algún escritor alcohólico o alucinado, sin embargo, tuve que ceder ante la evidencia irrefutable de lo que estaba ante mis ojos. Sacerdotes vestidos de frailes que mientras oraban otros inflingían sufrimientos atroces a seres humanos con la excusa de salvar su alma.

Aunque dichos actos fueron realizados a nombre de Dios, no proceden de la mano del Dios que decían proclamar. Sólo el enemigo de Dios pretende por medio de la coerción, la tortura y el sufrimiento doblegar la voluntad humana.

El enemigo de Dios realiza esfuerzos denodados “para desfigurar el carácter de Dios, para dar a los hombres un concepto falso del Creador y hacer que le consideren con temor y odio más bien que con amor”.[1] Toda vez que el nombre de Dios es blasfemado por una acción supuestamente atribuible a Dios, es Satanás quien está detrás como maquinador.

Hoy en día la estrategia sigue siendo la misma. Mostrar a un Dios implacable, lejano y que se complace con hacer sufrir a los seres humanos.

Dios es un Dios de amor (1 Jn 4:8). Nada hay en su carácter ni en la revelación que nos trajo Jesucristo que muestre arbitrariedad, complacencia en el dolor o intento siquiera de obligar a la humanidad a seguir sus dictados, todo lo contrario, nos ama tanto que nos ha dado la capacidad de elegir al grado que podemos optar por rechazarle.


© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

[1] (Elena G. de White, Seguridad y Paz, 14)

sábado, 2 de julio de 2011

Tarea para valientes

“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” (Ef. 5:1)

Ser padre no es para cobardes. Supone una tremenda carga emotiva y cuota de ansiedad constante. Los hijos nos obligan a entregar lo mejor de nosotros mismos y hacen que afloren nuestros más acendrados miedos. Ellos nos convierten en personas distintas. Modifican nuestras perspectivas. Un hijo nos cambia la vida.

La gran desventaja —sin embargo—es que vienen cuando estamos en pleno crecimiento y aprendizaje. En realidad crecemos con ellos. Muchos, ya adultos y maduros se plantean: “Ojalá hubiese tenido hijos sabiendo todo lo que hoy sé, probablemente hubiese cometido menos errores y mis hijos verterían menos lágrimas.”

Pero —querámoslo o no— así es la vida, para tener hijos hay que ser joven para tener la energía para seguirlos en su crecimiento, también es deseable que seamos lo suficientemente sabios como para entender los procesos que ellos viven, sin embargo ese es un proceso en el que nosotros vamos creciendo junto con nuestros hijos.

Lo ideal es que nosotros hubiésemos crecido suficiente con nuestros propios padres y que ellos nos hubiesen traspasado un cúmulo de sabiduría que a la vez nosotros pudiésemos transferir a nuestros hijos. Lo real de toda esta historia es que en muchas ocasiones los padres no tienen modelos adecuados para mostrar a sus hijos y tienen que inventarse como padres a medida que crecen y que van apareciendo las circunstancias en que se hace necesario su actuar paterno. De un modo u otro, nos vamos convirtiendo en padres a medida que nuestros hijos van creciendo. La gran ironía es que cuando ya sabemos lo suficiente... es hora de que ellos partan.

A los hijos les lleva toda la vida entender que sus padres —en la mayoría de los casos— han hecho su mejor esfuerzo, pero eso no ha alcanzado... y lo sabrán con total certeza cuando ellos tengan que invertir los roles y de hijos se conviertan en padres, y vuelva a repetirse el ciclo donde los hijos de los hijos pronto sostengan que sus padres están obsoletos y son incapaces de entenderlos.

Sin embargo, con todo lo difícil que supone la paternidad, sigue siendo un invento maravilloso de Dios porque nos pone en la perspectiva divina al entender—aunque sólo sea en parte—lo que significa para Dios el ser nuestro Padre.

Dios decidió compartir con nosotros un privilegio. El de ser guías de personas incalculablemente valiosas. El todopoderoso nos otorgó la oportunidad de entender en parte lo que significan las alegrías y tristezas de él como nuestro gran Padre amoroso.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

viernes, 1 de julio de 2011

La belleza de pensar

“Ninguno reflexiona; no tienen conocimiento ni inteligencia” (Isaías 44:19)

Eduardo Anguita, poeta chileno, escribió un libro de ensayos titulado La belleza de pensar. Es una reflexión profunda sobre el pensar. Esa característica única que nos separa a los seres humanos de todos los otros seres vivos.

El pensar es lo más hermoso que Dios nos ha dado como don único y privativo de la raza humana.

Algunos llaman “pensar” a la gimnasia mental de repetir ideas o memorizar conceptos, y eso, no necesariamente es pensar.

Pensar es ser capaz de elaborar juicios propios. De tener conciencia personal. De poder decidir por uno mismo qué es mejor y peor en una situación dada.

Pensar es además crear, inventar, componer, descubrir nuevas formas y caminos para ver la realidad.

Será tal vez por eso que nos impactan tanto los creadores y sus creaciones. Nos muestran hasta donde puede ir la inventiva humana cuando se la deja libre para crear.

Me gusta el arte. Especialmente la pintura. Me gozo al ver un cuadro de Monet o Van Goth. Los artistas nos transportan a mundos extraordinarios, son capaces de mostrarnos otra realidad. 
Todo ser humano inteligente tiene la capacidad de pensar y ser creativo. Pensar es la antesala de la vida plena. 

Como dijera la escritora austriaca Marie Von Ebner-Eschenbach:
sólo el que piensa experimenta su vida; en los que no piensan, ésta pasa de largo. 
Pensar es permitir que la vida nos inunde de manera plena.

No se me ocurre una forma más denigrante de definir a alguien como lo hace Isaías con sus contemporáneos. Su forma de describirlos es tétrica. 
Ninguno reflexiona; no tienen conocimiento ni inteligencia (Is 44:19). 
El que no reflexiona sede su capacidad a otro, porque sin duda otro pensará por él y lo manipulará para llevarlo, a lugares y situaciones que si reflexionara por sí mismo probablemente no quisiera llegar.

En más de alguna ocasión me he sentido frustrado cuando ante un joven o señorita que ha tomado un rumbo equivocado en su vida simplemente dicen a manera de análisis triste:

-¿Por qué no lo pensé antes?

Y por duro que suene, es una frase triste dicha por personas que se han arruinado la vida sin tener que ser así necesariamente. Si no quieres decirla alguna vez, pues, comienza hoy a pensar detenidamente en lo que debes hacer.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.