“Dios es amor” 1 Juan 4:8
Visité el Museo de la Inquisición en Lima por primera vez el año 1994.
Adentrarse en ese lugar es como hacer una visita a un teatro del horror.
Nunca había estado tan cerca del significado de la tortura y el sufrimiento inflingido a otros por un ser humano.
Aunque había leído varios libros sobre la Inquisición y las atrocidades que se hicieron en dicho periodo, nunca había estado tan cerca de entenderlo.
Lo que me produjo más impacto y que me hizo vivir momentos de mucha tensión emocional fue leer los “autos de reos”, es decir, las proclamas que se leían mientras llevaban a los condenados a la hoguera o a la tortura. Me produjo desazón leer ese castellano antiguo tan lleno de las palabras “amor”, “salvación”, “alegría”, “Jesús”. Era un contrasentido que se mencionaran dichos vocablos en el contexto del horror y el sufrimiento que a nombre de un Dios de amor se inflingía a otros.
Quise creer que aquello era producto de la fantasía de algún escritor alcohólico o alucinado, sin embargo, tuve que ceder ante la evidencia irrefutable de lo que estaba ante mis ojos. Sacerdotes vestidos de frailes que mientras oraban otros inflingían sufrimientos atroces a seres humanos con la excusa de salvar su alma.
Aunque dichos actos fueron realizados a nombre de Dios, no proceden de la mano del Dios que decían proclamar. Sólo el enemigo de Dios pretende por medio de la coerción, la tortura y el sufrimiento doblegar la voluntad humana.
El enemigo de Dios realiza esfuerzos denodados “para desfigurar el carácter de Dios, para dar a los hombres un concepto falso del Creador y hacer que le consideren con temor y odio más bien que con amor”.[1] Toda vez que el nombre de Dios es blasfemado por una acción supuestamente atribuible a Dios, es Satanás quien está detrás como maquinador.
Hoy en día la estrategia sigue siendo la misma. Mostrar a un Dios implacable, lejano y que se complace con hacer sufrir a los seres humanos.
Dios es un Dios de amor (1 Jn 4:8). Nada hay en su carácter ni en la revelación que nos trajo Jesucristo que muestre arbitrariedad, complacencia en el dolor o intento siquiera de obligar a la humanidad a seguir sus dictados, todo lo contrario, nos ama tanto que nos ha dado la capacidad de elegir al grado que podemos optar por rechazarle.
© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.
Adentrarse en ese lugar es como hacer una visita a un teatro del horror.
Nunca había estado tan cerca del significado de la tortura y el sufrimiento inflingido a otros por un ser humano.
Aunque había leído varios libros sobre la Inquisición y las atrocidades que se hicieron en dicho periodo, nunca había estado tan cerca de entenderlo.
Lo que me produjo más impacto y que me hizo vivir momentos de mucha tensión emocional fue leer los “autos de reos”, es decir, las proclamas que se leían mientras llevaban a los condenados a la hoguera o a la tortura. Me produjo desazón leer ese castellano antiguo tan lleno de las palabras “amor”, “salvación”, “alegría”, “Jesús”. Era un contrasentido que se mencionaran dichos vocablos en el contexto del horror y el sufrimiento que a nombre de un Dios de amor se inflingía a otros.
Quise creer que aquello era producto de la fantasía de algún escritor alcohólico o alucinado, sin embargo, tuve que ceder ante la evidencia irrefutable de lo que estaba ante mis ojos. Sacerdotes vestidos de frailes que mientras oraban otros inflingían sufrimientos atroces a seres humanos con la excusa de salvar su alma.
Aunque dichos actos fueron realizados a nombre de Dios, no proceden de la mano del Dios que decían proclamar. Sólo el enemigo de Dios pretende por medio de la coerción, la tortura y el sufrimiento doblegar la voluntad humana.
El enemigo de Dios realiza esfuerzos denodados “para desfigurar el carácter de Dios, para dar a los hombres un concepto falso del Creador y hacer que le consideren con temor y odio más bien que con amor”.[1] Toda vez que el nombre de Dios es blasfemado por una acción supuestamente atribuible a Dios, es Satanás quien está detrás como maquinador.
Hoy en día la estrategia sigue siendo la misma. Mostrar a un Dios implacable, lejano y que se complace con hacer sufrir a los seres humanos.
Dios es un Dios de amor (1 Jn 4:8). Nada hay en su carácter ni en la revelación que nos trajo Jesucristo que muestre arbitrariedad, complacencia en el dolor o intento siquiera de obligar a la humanidad a seguir sus dictados, todo lo contrario, nos ama tanto que nos ha dado la capacidad de elegir al grado que podemos optar por rechazarle.
© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.
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