sábado, 20 de agosto de 2011

De juicios y condenas


Dr. Miguel Ángel Núñez

Al levantarme esta mañana, a la hora que suelo hacerlo, en torno a las 5 de la mañana, he podido comprobar que en poco menos de 12 horas he recibido las mayores muestras de aprecio y los peores epítetos de mi vida (en el sitio Una verdadera adoración), lo que refrenda plenamente el artículo que escribí, estamos ante la presencia de una nueva inquisición, la vieja práctica de juzgar y condenar, que evidentemente no proviene de Dios.

Es bueno que recordemos algunas citas, que probablemente algunos en su celo olvidan y caen, quiero creer que sin intención, en prácticas que nada tienen que ver con el espíritu que manifestó Cristo.

Sólo para meditar durante este sábado.



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“‘No juzguéis, para que no seáis juzgados’. No os estiméis mejores que los demás ni os erijáis en sus jueces. Ya que no podéis discernir los motivos, no podéis juzgar a otro. Si le criticáis, estáis fallando sobre vuestro propio caso; porque demostráis ser partícipes con Satanás, el acusador de los hermanos. El Señor dice: ‘Examinaos a vosotros mismos si estáis en fe; probaos a vosotros mismos’. Tal es nuestra obra. ‘Que si nos examinásemos a nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados’” (Deseado de Todas las Gentes, 281-282).

“En asuntos de conciencia, el alma debe ser dejada libre. Ninguno debe dominar otra mente, juzgar por otro, o prescribirle su deber. Dios da a cada alma libertad para pensar y seguir sus propias convicciones. ‘De manera que, cada uno de nosotros dará a Dios razón de sí’. Ninguno tiene el derecho de fundir su propia individualidad en la de otro. En todos los asuntos en que hay principios en juego, ‘cada uno esté asegurado en su ánimo’. En el reino de Cristo no hay opresión señoril ni imposición de costumbres” (Deseado de todas las gentes, 505).

“Cuando nos vemos en conflicto con los enemigos de Cristo, no debemos hablar con espíritu de desquite, ni deben nuestras palabras asemejarse a una acusación burlona. El que vive como vocero de Dios no debe decir palabras que aun la Majestad de los cielos se negó a usar cuando contendía con Satanás. Debemos dejar a Dios la obra de juzgar y condenar” (Discurso maestro de Jesucristo, 53).
Los fariseos “No salían de sus servicios religiosos humillados por la convicción de lo débiles que eran ni agradecidos por los grandes privilegios que Dios les había dado. Salían llenos de orgullo espiritual, para pensar tan sólo en sí mismos, en sus sentimientos, su sabiduría, sus caminos. De lo que ellos habían alcanzado hacían normas por las cuales juzgaban a los demás. Cubriéndose con las togas de su propia dignidad exagerada, subían al tribunal para criticar y condenar” (Discurso maestro de Jesucristo, 106).

“Dijo Jesús: ‘No juzguéis, para que no seáis juzgados’. Quería decir: No os consideréis como normas. No hagáis de vuestras opiniones y vuestros conceptos del deber, de vuestras interpretaciones de las Escrituras, un criterio para los demás, ni los condenéis si no alcanzan a vuestro ideal. No censuréis a los demás; no hagáis suposiciones acerca de sus motivos ni los juzguéis” (Discurso maestro de Jesucristo, 106).

"Los que juzgan o critican a los demás se proclaman culpables; porque hacen las mismas cosas que censuran en otros. Al condenar a los demás, se sentencian a sí mismos, y Dios declara que el dictamen es justo” (Discurso Maestro de Jesucristo, 106).

“Quienquiera que se atreva a juzgar los motivos ajenos usurpa también el derecho del Hijo de Dios. Los que se dan por jueces y críticos se alían con el anticristo” (Discurso Maestro de Jesucristo, 107).

“El pecado que conduce a los resultados más desastrosos es el espíritu frío de crítica inexorable, que caracteriza al farisaísmo. Cuando no hay amor en la experiencia religiosa, no está en ella Jesús ni el sol de su presencia. Ninguna actividad diligente, ni el celo desprovisto de Cristo, puede suplir la falta. Puede haber una agudeza maravillosa para descubrir los defectos de los demás; pero a toda persona que manifiesta tal espíritu, Jesús le dice: "¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano". El culpable del mal es el primero que lo sospecha. Trata de ocultar o disculpar el mal de su propio corazón condenando a otro” (Discurso Maestro de Jesucristo, 108).
“Cuando los hombres alientan ese espíritu acusador no se contentan con señalarlo que suponen es un defecto de su hermano. Si no logran por medios moderados inducirlo a hacer lo que ellos consideran necesario, recurrirán a la fuerza. En cuanto les sea posible, obligarán a los hombres a conformarse a su concepto de lo justo. Esto es lo que hicieron los judíos en los tiempos de Cristo y lo que ha hecho la iglesia cada vez que se apartó de la gracia de Cristo. Al verse desprovista del poder del amor, buscó el brazo fuerte del estado para imponer sus dogmas y ejecutar sus decretos. En esto estriba el secreto de todas las leyes religiosas que se hayan dictado y de toda persecución, desde los tiempos de Abel hasta nuestros días. Cristo no obliga a los hombres; los atrae. La única fuerza que emplea es el amor. Siempre que la iglesia procure la ayuda del poder del mundo, es evidente que le falta el poder de Cristo y que no la constriñe el amor divino” (Discurso maestro de Jesucristo, 109).

“El que mire a menudo la cruz del Calvario, acordándose de que sus pecados llevaron al Salvador allí, no tratará de determinar el grado de culpabilidad en comparación con el de los demás. No se constituirá en juez para acusar a otros. No puede haber espíritu de crítica ni de exaltación en los que andan a la sombra de la cruz del Calvario” (Discurso maestro de Jesucristo, 109).

“TODA asociación en la vida requiere el ejercicio del dominio propio, la tolerancia y la simpatía. Diferimos tanto en disposición, hábitos y educación, que nuestra manera de ver las cosas varía mucho. Juzgamos de modos distintos. Nuestra comprensión de la verdad, nuestras ideas acerca del comportamiento en la vida, no son idénticas en todo respecto. No hay dos personas cuyas experiencias sean iguales en todo detalle. Las pruebas de uno no son las de otro. Los deberes que a uno le parecen fáciles, son para otro en extremo difíciles y le dejan perplejo.

Tan frágil, tan ignorante, tan propensa a equivocarse es la naturaleza humana, que cada cual debe ser prudente al valorar a su prójimo” (El ministerio de curación, 385).

“Si comprendemos la longanimidad de Dios para con nosotros, nunca juzgaremos ni acusaremos a nadie” (El ministerio de curación, 391).

“¿Quién puede subsistir delante de Dios y presentar un carácter sin defecto, una vida sin mancha? ¿Cómo puede, pues, atreverse alguno a criticar y condenar a sus hermanos? Aquellos que pueden esperar salvación únicamente por los méritos de Cristo, que deben buscar perdón por la virtud de su sangre, están bajo la más solemne obligación de manifestar amor, piedad y perdón hacia sus compañeros en el pecado” (Joyas de los testimonios, 2:252).

“El hombre finito está propenso a juzgar mal el carácter, pero Dios no confía la obra de juzgar y dictar sentencia sobre el carácter de los demás, a los que no están capacitados para hacerlo. No nos corresponde decir qué es trigo y qué es cizaña. El momento de la siega determinará plenamente, el carácter de las dos clases enunciadas por los símbolos de la cizaña y el trigo. La obra de separación ha sido confiada a los ángeles de Dios; no ha sido puesta en manos de hombre alguno” (La iglesia remanente, 69).

“Esta actitud de cuestionar, criticar, denunciar y juzgar a otros, no es una evidencia de que la gracia de Cristo mora en el corazón. No produce unidad. Tal obra ha sido llevada a cabo en el pasado por personas que pretendían poseer una luz maravillosa, cuando en realidad estaban profundamente hundidas en el pecado” (Mensajes selectos, 2: 91).

“Cualquiera que confíe en que es justo, despreciará a los demás. Así como el fariseo se juzga comparándose con los demás hombres, juzga a otros comparándolos consigo. Su justicia es valorada por la de ellos, y cuanto peores sean, tanto más justo aparecerá él por contraste. Su justicia propia lo induce a acusar. Condena a "los otros hombres" como transgresores de la ley de Dios. Así está manifestando el mismo espíritu de Satanás, el acusador de los hermanos. Con este espíritu le es imposible ponerse en comunión con Dios. Vuelve a su casa desprovisto de la bendición divina” (Palabras de vida del gran maestro, 117).


"No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes".
Jesús de Nazareth






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El que quiera entender, puede hacerlo. Elque no quiere, ni Dios puede transformarlo.

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