lunes, 31 de mayo de 2010

Todos somos anormales


Introducción 

Uno de los conceptos más discutidos en diferentes áreas del conocimiento como son la psiquiatría, la psicología, la medicina, las ciencias sociales, la educación, etc. es el concepto de “normalidad”.

La tendencia ha sido establecer criterios estadísticos de normalidad suponiendo que es normal lo que mayoritariamente se hace o lo que caracteriza a un gran número de personas.

Sin embargo, el criterio estadístico no considera las diferencias individuales ni las características propias de cada individuo, que aunque sea semejante en algunos aspectos a otras personas, es totalmente diferente en otros.



¿Qué es lo normal? 

Esa es una pregunta que por estos días invade mi mente. A lo largo de las investigaciones científicas los especialistas no logran ponerse de acuerdo con plenitud en lo que sea “normalidad”. A grandes rasgos se sostiene que se es normal si se está o no enfermo, si se realizan o no determinadas conductas y si se cree o no en determinados conceptos que hacen al ordenamiento jurídico y social del ambiente donde nos desarrollamos.

Sin intentar discutir lo que ya es una extensa polémica, permítanme presentar un planteamiento discordante, a no ser para el análisis y la discusión de quienes nos enfrentamos al hecho de discrepar con algunos conceptos sobre normalidad, especialmente los que vienen de la mano de ideologías que suponen que hay ciertos patrones rígidos de comportamiento y formas de ser en los seres humanos.

El filósofo español Luis Cencillo[1] introdujo el concepto de desfondamiento para decir que todas las personas nacen con una característica única a la especie humana, es decir, sin un patrón fijo, sin un fondo absoluto. El ser humano a lo largo de su vida va construyendo un entorno que le permite “afirmarse”, es decir, sostenerse, lo que implica encontrar algún sentido coherente para su existencia.

No nacemos como los animales con un patrón fijo de comportamiento que nos haría actuar a todos de manera idéntica. Se observa entre los animales patrones conductuales que son idénticos no importa la latitud ni el entorno en donde vivan. Un perro que vive en China actuará de manera idéntica a otro de la misma especie que viva en Ecuador. Sin embargo, esta misma situación no se da entre los seres humanos. Nosotros tenemos que enfrentar la vida como un “que-hacer” siguiendo la idea de José Ortega y Gasset.

Si analizamos a cada ser humano como un ser único e insustituible, entonces, cada persona tiene en sí características únicas que lo hacen diferente a cualquier otro ser que existe, existió y existirá. En otras palabras, la individualidad nos convierte en anormales.

En medicina se considera que alguien es normal si desde el punto de vista morfológico no presenta señales de malformaciones o lesiones. O si desde la perspectiva funcional sus órganos externos e internos funcionan dentro de los cánones comunes relativamente bien. O si en su rendimiento vital no se fatiga y puede cumplir con el trabajo que se espera para él de acuerdo a su edad y sexo. En el ámbito de salud mental, si actúa dentro de los patrones conductuales esperables dentro del ámbito social en que se desarrolla.

El problema de este criterio es que deja a un lado a un sinnúmero de personas que no entran dentro de los cánones morfológicos habituales, ni tampoco de los conductuales o funcionales comunes. De allí surge la expresión “excéntrico” para referirse a aquellos seres humanos que escapan al patrón estadístico de la normalidad.

Mote que termina convirtiéndose en un apelativo despectivo y hasta lindante en la ofensa en algunos casos.

Pero, si entendemos con claridad el mensaje bíblico y la idea que nos aporta el sentido común, ninguna persona es igual a otra. Eso nos convierte a todos en excéntricos.

Normalidad versus individuo 

La tragedia de la sociedad globalizada es tender hacia una normalidad siguiendo los patrones de turno y olvidándose de destacar las diferencias individuales. La tendencia hoy, que en sí es un peligro, es anular al individuo en procura del bien común. Eufemismo que a lo largo de la historia ha mostrado sus más abyectas y desastrosas consecuencias. Basta recordar a manera de ejemplo aterrador el proyecto socialista de los países de la órbita soviética o las ideas de la raza aria superior del tercer Reich en la Alemania nazi. Extremos que esconden un mensaje común: El individuo es un peligro en tanto se diferencia del resto.

En la década del 30 del siglo pasado dos autores advirtieron desde distintas ópticas el peligro de la aniquilación del individuo. Aldous Huxley en su obra Un mundo feliz[2] llevó hasta las últimas consecuencias el planteo de una sociedad que se estructura en base a una configuración genética estándar que elimina al individuo y produce seres humanos en serie aptos para distintas labores. Una pesadilla que parece ser realidad a juzgar por los planteos que hoy se hacen a la luz de la ingeniería genética, el proyecto genoma o los experimentos de clonación. Supongo que Huxley no se quedó corto en su planteo. Fue un visionario que hoy sería felicitado si viviera por su percepción aguda de lo que sería un futuro donde la genética fuera manipulada totalmente.

Otro autor fue George Orwell, en su obra 1984.[3] Donde se plantea la situación de una sociedad totalmente controlada por el estado y donde el individuo pierda totalmente su derecho a serlo. La unicidad o la diferencia serían consideradas un atentado a la estabilidad del estado. Una parodia de lo que sucedería si se siguieran plenamente los ideales comunistas o socialistas que en su época estaban en pleno auge.

La realidad es que normalmente los escritores se quedan cortos en sus concepciones acerca de lo que podría pasar de llevarse a cabo completamente las utopías humanas.

¿Cuál es el mensaje bíblico al respecto? 

Es evidente en el planteo bíblico que Dios no hace seres humanos en serie. Muy por el contrario, cada individuo es un ser considerado único e insustituible, al grado de que cada uno cuenta.

Dios se complace en la diferencia. De hecho, al contemplar la naturaleza, aunque las especies nos parecen idénticas, lo real es que cada ser vivo es distinto. Incluso, me asombra al saber que aún los copos de nieve, que al caer nos parecen todos iguales, son todos distintos.

Cuando la individualidad es anulada en virtud de una idea de normalidad que pretende que todos debemos renunciar a lo que somos para vivir en “armonía” o “normalidad”, entonces, se nos pide un precio demasiado alto para el verdadero sentido de la dignidad del ser humano.

Todos somos anormales porque somos diferentes.

Ser distintos unos de otro no nos hace ni mejores ni peores, simplemente nos convierte en personas cuya dignidad proviene precisamente de ese ser distinto.

Cuando alguien, por el argumento que sea, pretende limitar nuestra individualidad lo que está haciendo en el fondo es quitarnos el elemento fundamental que configura nuestra identidad.

La Biblia expresa que cuando se produzca el encuentro entre los salvos y Dios cada ser humano recibirá un “nombre nuevo”, en otras palabras, se le reconocerá su carácter único. El nombre que recibiremos señalará el reconocimiento a nuestra individualidad.

Una sociedad que no admite individuos es una sociedad que degenera en dictadura, autoritarismo y tarde o temprano se termina auto aniquilando. Lo mismo sucede con los grupos religiosos o de cualquier índole.

En ese caso, prefiero creer el mensaje bíblico que entiende que los seres humanos deben ser “hermanos” porque tienen un origen común, pero, se deben respeto porque son distintos.

De allí que debemos aprender de Dios que no discrimina a nadie, precisamente porque sabe más que nadie, que cada ser humano es importante, no importa si sus características entran o no dentro del ámbito de lo considerado normal.

Gracias a Dios soy anormal y me gozo en eso.

Referencias

[1] Luis Cencillo, El hombre: Noción científica (Madrid: Pirámide, 1978).

[2] Aldous Huxley, Un mundo feliz (Madrid: Unidad Editorial, 1999).

[3] George Orwell, 1984 (Barcelona: Destino, 1997).


lunes, 24 de mayo de 2010

Personajes bíblicos que no permitiríamos en nuestras iglesias

El formalismo, el culto a la imagen y la falta de gracia inunda el cristianismo, de tal modo que si algunos personajes bíblicos fueran medidos con los cánones actuales, difícilmente podrían liderar en nuestras congregaciones religiosas y no les permitiríamos ser portavoces de la Iglesia, por la imagen, por lo que implica en términos de relaciones públicas o por último porque nosotros nos consideramos más santos, por lo tanto, no estamos en condiciones de relacionarnos con personas de conductas erráticas.  Algunos de los personajes bíblicos que difícilmente pasarían la prueba en la actualidad son:


MOISÉS:    Asesino confeso. Huyó de la justicia y nunca dio la cara para responder por el homicidio que realizó con alevosía y amparándose en su fuerza. No fue obra de la casualidad, fue una acción planeada y consciente.

DAVID:       Violador, ninguna corte lo libraría de su acto violento de violar a su vecina amparándose en su poder político. Asesino, instigador, mentiroso y adúltero en serie. Conocido además por su gusto por la guerra.

SALOMÓN: Adúltero en serie, polígamo sin remedio, y politeísta que dio lugar a la mayor apostasía ocurrida en el pueblo de Dios producto de la introducción de cientos de dioses paganos. Además, no sería confiable en ningún cargo en la iglesia, especialmente donde hubiera mujeres, pues éstas correrían peligro por su tendencia a la seducción.

PABLO:      Torturador confeso, persiguió, golpeó, torturó y fue cómplice del asesinato a personas cuya única falta era creer en Cristo. Muchos nunca creyeron totalmente en su conversión, probablemente en nuestros días tampoco sería creíble.

MANASÉS: Asesino, mató a Isaías, uno de los más importantes profetas de su tiempo. Su conversión es puesta en duda puesto que se realizó cuando estaba encadenado y sin poder, más parece remordimiento que arrepentimiento.

MARÍA MAGDALENA: Prostituta y una mujer de mal vivir, famosa por juntarse con varones de mala fama y conducta impropia.

SIMÓN:      Proxeneta y corruptor de menores, entre los que estaba María de Magdala. Aunque parecía llevar una vida honorable, era una simple máscara que escondía sus verdaderas acciones.

MATEO:     Ladrón profesional, había hecho de la recolección de impuestos un acto de corrupción por el cual recibía cuantiosas sumas de dinero a costa del sufrimiento de otros.

JUDÁ:        Llevaba una vida doble, no dudaba en involucrarse con prostitutas.

JACOB:      Mentiroso, suplantó a su propio hermano para conseguir sus ambiciones. Débil de carácter, no fue capaz de oponerse a su suegro ni tampoco a su esposa. Polígamo y un mal padre.

RAHAB:     Prostituta muy conocida y mentirosa.

SAMUEL:   Mal padre, sus hijos fueron un escándalo, no pasaría la norma de Pablo de que un dirigente debe saber gobernar su propia casa.

ABRAHAM: Mentiroso, una persona poco confiable que no dudó en exponer a su propia esposa y dejarla que fuera tomada como cónyuge de otro, con tal de no poner en riesgo su vida y comodidad.

NOE:           Borracho, no tenía escrúpulos para embriagarse aún delante de sus hijos con todo lo que aquello podría implicar para la vida de ellos.

PEDRO:      Mentiroso en serie y traidor. No dudó en decir palabrotas y ofensas, con tal de ser librado de aparecer entre los discípulos de Jesús. Además, demuestra una fe poco consistente, pues aún cuando recibió instrucciones directas de Dios siguió insistiendo en discriminar a quienes no eran judíos.

MARIA, MADRE DE JESÚS: Madre soltera, dio un muy mal ejemplo al quedar embarazada sin estar casada y aduciendo un “milagro” en su embarazo muy difícil de creer, ni su novio le creyó.

JESÚS:        No califica como dirigente de la iglesia. Dio muestras que era un hombre violento que cuando perdió la paciencia no dudó tomar un látigo en sus manos y en voltear mesas de comerciantes honrados que sólo hacían su trabajo. Además, carece de visión adecuada de lo que significa ser un dirigente religioso puesto que es poco criterioso para tratar a las autoridades religiosas de su tiempo a las que calificó de “generación de víboras”, “sepulcros blanqueados” y otros epítetos poco dignos en los labios de un dirigente eclesiástico. Tampoco se lleva bien con la autoridad política, puesto que al rey lo llamó “zorra”. Definitivamente, no sería un buen dirigente.

La gran verdad es que…

La falta de gracia condena porque no olvida y mantiene a las personas que se han equivocado en permanente sospecha.

La falta de gracia no perdona. Hace que la acción equivocada esté permanentemente en la memoria de las personas, por eso seguimos refiriéndonos a Rahab como la prostituta, y no como la bisabuela de Jesucristo.

La falta de gracia no otorga segundas oportunidades, por eso me resulta tan extraño que podamos leer sobre estos personajes bíblicos y considerarlos aptos, cuando personas de nuestros tiempos difícilmente les daríamos la oportunidad de ser redimidas y restauradas.

La falta de gracia castiga, no redime. De allí que si hoy alguien cometiera los mismos errores de los personajes mencionados difícilmente podrían tener un lugar entre los santos de la iglesia.

La iglesia debería ser el lugar donde la gracia sea exaltada, al grado de recibirnos mutuamente en su seno, no para justificar nuestras maldades, sino para cobijarnos en el perdón y el amor.

sábado, 22 de mayo de 2010

Violencia y perdón

Alejandra[1] es una mujer joven, pero demuestra mucho más edad de la que tiene. Se nota cansada y lleva una carga emocional muy grande. Su rostro denota tristeza. Los que entran en contacto con ella notan su tristeza y sus ojos a punto de llorar. Pocos saben que es maltratada por su esposo desde la luna de miel. Ha sido golpeada frente a sus hijos y en más de una ocasión, ha sido humillada en público. Hace varios meses se marchó de casa. Cuando le pregunto sobre el perdón su reacción es:


─¿Perdonar qué? Él nunca me ha pedido perdón. Cuando le dije que como cristiano daba un pésimo ejemplo se rio en mi cara. ¿Cómo puedo perdonarlo?


Roberto es empresario. Abandonó la ciudad donde vivía y se trasladaró a otro lugar para empezar de cero. Su esposa, que constantemente lo celaba, un día en un arrebato de furia se golpeó a sí misma azotando su cabeza contra la pared del baño. Luego, sangrando fue hasta la policía y acusó a su esposo de violencia doméstica. Lo llevaron detenido y pasó varios días en la cárcel. Se inició un juicio del que finalmente salió absuelto porque se pudo probar que él no había sido el causante de las heridas de su esposa gracias al testimonio de uno de sus hijos que vio a su padre en otra habitación en el momento en que supuestamente le pegaba. Siente que ella le ha echado a perder el resto de la vida. Se separaron y se fue para iniciar su actividad en otro lugar. Es cristiano y asistente regularmente a la iglesia pero me dice con voz entrecortada por la emoción:

─Yo creo en el perdón, pero me resulta cada vez más difícil superar la rabia que siento por ella. Me acusó falsamente. Perdí amigos, clientes y hasta la confianza de mis hijos y mi familia por su culpa. ¿Cómo puedo perdonar algo así?

Soledad y Luis son amigos, y aunque no son familiares comparten una historia en común. Nos hicimos amigos en circunstancias especiales. Al llegar fin de año en una de nuestras instituciones, en vez de irse a sus casas, optaron por quedarse uno en casa de un amigo y otro trabajando en el verano, no por necesitar recursos, sino para pagar su estadía. Cuando les pregunté a ambos casualmente por qué razón no se iban a pasar las fiestas con sus familias, su reacción fue similar:

─¿Para qué? ─dijo Soledad─ aquí estamos mejor. Nuestras casas son un infierno. ─Luis asintió y agregó:

─En nuestros hogares no hay paz. Sólo gritos, descalificaciones, y un ambiente donde el hielo se puede percibir en el aire. No gracias. Yo prefiero quedarme con mis amigos.

─¿Y qué hay de perdonar y olvidar? ─les dije en un intento de diálogo. Soledad cortante contestó:

─Para perdonar la gente debe aceptar que está errada. ─Luis asintió.

Estos tres casos reales muestran una realidad cruenta. La violencia doméstica tiene como víctimas a mujeres, niños, varones y ancianos. Es un fenómeno social que lejos de detenerse pareciera ir en aumento.

La iglesia no es inmune a este problema. Todos los protagonistas de esta historias son cristianos. Muchos hogares están afectados por esta lacra social y no están teniendo conciencia de la realidad que viven. En este contexto, el tema más complejo de manejar es el perdón, especialmente para quienes no están en contacto directo con la violencia doméstica.

¿Qué es el perdón?

Muchos actúan como si el perdón fuera la varita mágica que va a solucionar todos los problemas de relaciones interpersonales. Pero no es así.

Perdonar tiene al menos dos facetas, ambas complejas y no fáciles de enfrentar. En algunos casos es posible perdonar porque los victimarios se arrepienten verdaderamente y realizan actos de restitución, compensación y desagravio por lo que han hecho, en ese caso, el perdón es más sencillo. En otros casos, el perdón es exclusivamente un milagro que se produce únicamente por gracia de Dios, que es cuando los que han dañado no dan muestras de arrepentimiento ni hacen nada para enmendar lo que han hecho.

Hay asuntos delicados y preguntas no fáciles de enfrentar. Una de ellas tiene que ver con el tipo de relación que se establecerá con la persona que ha dañado a otro una vez que se ha perdonado. Algunos pretenden que perdonar implica reconciliación automática y eso es falso. Es poner a los seres humanos en una situación difícil de vivir y en un plano, donde sólo Dios tiene todas las herramientas y el poder pleno para actuar de esa forma.

El perdón, en el contexto de la violencia doméstica, tiene algunas características particulares que deben ser encaradas con cuidado, especialmente por quienes no están directamente involucrados con la situación. Es fácil pontificar cuando no se está viviendo el dolor de ser agredido por una persona que dice amarnos.

El perdón es personal. Nadie tiene derecho a exigir que otro perdone o a perdonar en vez de otro. Es una acción individual que no puede surgir por coacción o manipulación.

El perdón es producto de un proceso. Es parte de la sanidad. Cuando una persona ha sido dañada, necesita tiempo para reponerse de sus heridas físicas y emocionales. No se le debe exigir perdón si no está preparada para hacerlo.

Perdonar no implica necesariamente reconciliación. Exigir reconciliación luego del perdón es no entender la dinámica de las relaciones interpersonales afectadas por la violencia.

Conceptos equivocados

En este tema y por afanes espiritualizantes hay errores que provocan mucho dolor a las víctimas de violencia.

Condonación. Algunos pretenden ser perdonados sin asumir responsabilidad frente a lo realizado. Eso no es perdón, sino condonación. El perdón nunca es gratis. De hecho, el perdón para la raza humana significó el sacrificio de Cristo en la cruz. Pretender ser perdonado sin asumir las consecuencias es un acto de injusticia.

Remordimiento. Hay diferencia entre arrepentimiento y remordimiento. El remordimiento es temor a las represalias o consecuencias legales por la acción realizada. Quien se arrepiente, por el contrario, vive su acto pecaminoso de otra forma:
  • Restituye, como dice la Biblia, si robó y se arrepiente, devuelva (Lv. 6:4). 
  • Compensa, Zaqueo compensó el daño devolviendo cuatro por uno (Lc. 19:8). 
  • Abandona la conducta que ha tenido sintiendo un dolor genuino por lo que ha realizado, es la recomendación de Jesús a la mujer adúltera: No lo hagas más (Jn. 8:11). 
  • Y finalmente, lo que es más difícil, entiende que un acto de maldad siempre trae consecuencias y el perdón no exime de ellas. El caso emblemático es del pueblo de Israel que fue perdonado por Dios, pero ninguno de esa generación entró a la tierra de Canaán.

Falsa espiritualidad. Algunos creen que basta decir “te perdono”, y todo estará bien. Incluso hay quienes hacen llamados y apelaciones a la vida espiritual y creen que se debe orar y con eso se producirá el milagro de sanar las heridas emocionales y físicas de manera milagrosa. Cuando se lee la biblia y se observa a personajes extraordinarios como Pablo, por ejemplo, que lucharon toda la vida con situaciones que arrastraban se observa que el asunto no pasa sólo por palabras, sino por un proceso de restauración que puede durar el resto de la vida.

El perdón como un milagro

La parte más extraordinaria del perdón es que en los casos donde no ha habido arrepentimiento genuino o al menos justicia, las víctimas pueden estar condenadas a vivir un dolor permanente por el daño que les ha sido ocasionado.

En dicho contexto, el perdón es un milagro. Una acción divina que se instala en el corazón del ser humano agraviado y le da paz. Además, le da la fortaleza para no pagar a otros con la misma moneda. Le otorga el poder para no vengarse. Le da paz mental para seguir viviendo y Dios otorga la sanidad para curar el recuerdo. Eso es un milagro al cual se debe apelar para vivir y seguir viviendo cuando los victimarios no asumen su responsabilidad frente al daño ocasionado.

Conclusión

El perdón tiene costos. Si alguien pretende ser perdonado simplemente por exigencia o porque su víctima es cristiana, pero no ha hecho nada para merecer dicho perdón. Se está un acto de injusticia y en muchos casos, una forma sutil para seguir abusando de las víctimas.

El perdón del ser humano costó la cruz. No hay remisión de pecados sin un costo. Quien ha maltratado a otro ser humano física, sexual o psicológicamente tiene que estar dispuesto a asumir las consecuencias de su acción de otro modo, el perdón no va a tener sentido y se convertirá en un acto vacío de significado.

El perdón no significa en ningún caso, pasar por alto las consecuencias de la falta realizada. Eso sería un acto injusto. El perdón bíblico siempre es un acto que se realiza en un contexto de justicia. No se pretende en ninguna parte eximición de responsabilidad. Hacer eso sería confundir perdón con impunidad y no es como presenta la Biblia el tema.

Perdonar es necesario. Para sanidad física y mental del agraviado y porque no se puede vivir en un contexto de rencor. Sin embargo, tiene su tiempo de desarrollo, es personal y en muchos casos un milagro.


[1] Todos los datos personales son ficticios y las referencias geográficas se han omitido para preservar el anonimato de los protagonistas.

martes, 18 de mayo de 2010

Deja de usar a Jesús como excusa

Día a día leo libros, artículos, escucho opiniones de personas religiosas, algunos me escriben, otros están en la iglesia o en congregaciones, veo noticias, y observo con preocupación que muchos usan a Jesús de excusa, como si el sólo mencionarlo tuviera la fuerza para que las mentiras que se han contado a sí mismas tuviera algún valor misterioso. Pero, no es así, excusas son excusas, y a menudo sólo sirven para eludir responsabilidades o no hacernos cargo de nuestra propia realidad.
  • JESÚS NO FUE POBRE. Cuando era niño recibió de obsequio oro, incienso y mirra. No era lata bañada en oro, era oro puro e incienso no del que venden hoy en bodegas de la Nueva Era, sino de la pura, la usada por reyes, la que cuesta caro. Entre sus discípulos había empresarios que aportaban recursos para su misión y mujeres ricas que no escatimaban dinero para todo lo que precisaba. Uno de sus discípulos, el que llevaba las finanzas, robó sistemáticamente y aún así no vivió en la indigencia. Vestía un vestido único, hecho de hilos finos, por eso los soldados decidieron sortearlo porque era una pieza de tela valiosa. Jesús no fue pobre, deja de justificar tu pobreza pensando en Jesús, eso no te sirve. Ser pobre no te hará mejor, la pobreza es un escándalo. Trabaja, esfuérzate y haz lo mejor posible para que no seas un indigente. Jesús, no te sirve como excusa para no tener los recursos suficientes, ser pobre no da mérito. Jesús no fue pobre.
  • JESÚS NO FUE DÉBIL. Trabajó toda su vida como carpintero, no los de ahora, que son sofisticados que hacen todo el trabajo con sierras eléctricas y ni aún un clavo ponen en la madera, porque usan martillos eléctricos. Jesús lo fue a la manera antigua, utilizando su fuerza, taladrando la madera con toda la energía que se requiere. ¿Por qué crees que caminó cientos de kilómetros y no se enfermó? ¿Por qué crees que soportó horas los golpes y los latigazos de los romanos? Los cuadros que lo pintan debilucho, enjuto y mostrando las costillas, no son más que un estereotipo que banaliza lo real, Jesús no fue débil. Así que no lo uses de excusa para no salir a caminar, correr o trabajar con tus manos con fuerza. Decir que Jesús era débil es un insulto a la inteligencia. ¿A ver si habrías soportado una caminata de 900 kilómetros ida y vuelta? Así que mueve tu cuerpo, sal a caminar y déjate de tonterías. Jesús no fue débil.
  • JESÚS NO FUE COBARDE. Fue capaz de enfrentarse a las autoridades más importantes de su tiempo y decirles, sin ningún tipo de sutilezas, “sepulcros blanqueados”. Se enfrentó a los más poderosos líderes religiosos que existían en sus días y los llamó “víboras”. ¿Por qué crees que no lo amaban? No cayó en las redes de la zalamería ni de la política, ni siquiera fue “políticamente correcto”, de hecho, hoy sería calificado, por muchos que están acostumbrados a decir medias verdades para no quedar mal, como una persona que no se ubicaba adecuadamente en su contexto. Deja de usar a Jesús como excusa para no oponerte a la injusticia y al mal. No uses como justificación a Jesús para no atreverte a llamar a los pecadores al arrepentimiento, aunque dicho pecador sea tu jefe o algún líder religioso prominente. Jesús no fue cobarde.
  • JESÚS NO VIVIÓ EN FUNCIÓN DEL QUÉ DIRÁN. Si Cristo hubiese procurado actuar en función de las relaciones públicas nunca hubiera llamado al rey de ese tiempo, que no es lo mismo que los reyes de adorno de hoy, zorra (Lc. 13:32). Jesús eligió el camino difícil, el de lo “políticamente incorrecto”, abrazó a los pobres cuando era mal visto hacerlo, conversó con las mujeres, cuando ni aún sus familiares varones más directos lo hacían, se relacionó con los publicanos, ladrones oficiales de su tiempo, y no le tuvo miedo a las murmuraciones ni al qué dirán. Hizo lo correcto, sólo porque sabía que lo era. Así que deja de inventar excusas, cuando tengas que enfrentar la injusticia, tendrás que tomar una decisión, o te quedas en la medianía cómoda de los cobardes que prefieren el perfil bajo y no se comprometen con nada, o das la cara y llamas al pecado por su nombre. Jesús no te sirve como excusa. Jesús nunca vivió en función del qué dirán.
  • JESÚS NO FUE IGNORANTE. Hablaba y leía al menos cuatro idiomas: Hebreo, arameo, griego y latín. Conocía los escritos de su tiempo como la palma de su mano. No temía hablar con griegos, ni con saduceos, ni con abogados (escribas), ni con nadie. Cuando hablaba no sólo lo hacía con la autoridad que le concedía su vida, sino porque sabía lo que estaba diciendo. Deja de usar a Jesús como excusa para tu ignorancia, si no sabes es porque no has estudiado y punto. Ser ignorante no asigna méritos de salvación. Aprender idiomas, leer, estudiar, analizar, reflexionar y dedicarte a leer algo más que la página deportiva o la revista de modas, no te va a enfermar ni te hará vomitar. No utilices a Cristo como excusa para tu falta de empeño, apatía y flojera. Jesús no fue ignorante.
  • JESÚS NO FUE DEPRESIVO. Caminaba horas diariamente, se alimentaba bien, dormía lo suficiente, comía lo que debía, todas esas medidas lo hacía, entre otras cosas, para no desanimarse al ver tanta estupidez, apatía, ignorancia y cobardía. No fue depresivo, ni se desanimó porque hacía lo correcto. No utilices a Jesús como excusa para tus malestares emocionales, haz algo: Camina, aliméntate bien, duerme, pide ayuda, no te quedes de brazos cruzados, se honesto con tus propios sentimientos. Cuando Jesús se enojó, simplemente lo expresó, cuando estuvo triste lloró, cuando se sintió traicionado confrontó, todo eso le ayudó a su equilibrio mental. No lo uses como excusa para tus bajas de biorritmo o falta de equilibrio interior. Jesús no fue depresivo.
  • JESÚS NO FUE POLÍTICO. Nunca buscó para sí puestos de ningún tipo, no anduvo haciendo campañas, ni sonriendo por un voto. Fue lo más alejado de toda búsqueda de dividendos políticos, hoy en día sería una pesadilla para cualquier asesor de imagen: Ofendió al rey, despreció a los clérigos, dejó en ridículo a los abogados de la ley, no permitió a la secta de los fariseos que lo enlodaran con sus diatribas absurdas, se juntó con las prostitutas, con los enemigos del pueblo, hizo todo lo que no debería hacer un político. Incluso tuvo la osadía de ir al centro económico de ese tiempo, no para adular a los ricos y ladrones, sino para volcar sus mesas de dinero. Así que deja de usar a Jesús como excusa. Cuando no dices la verdad para no perder el favor de un grupo de personas que podrían apoyarte en un puesto, simplemente has vendido tu conciencia por una palmada en la espalda. Cuando dejas pasar la injusticia, porque el que ha tomado la decisión, es alguien con poder, lo único que has hecho es venderte, ese es tu precio. No uses a Jesús como justificación para tu cobardía. Jesús no fue político.
  • JESÚS NO FUE ARROGANTE. Es cierto que los hipócritas de su tiempo les dijo “sepulcros blanqueados”, pero no lo hizo con soberbia, ni siquiera con orgullo. Sólo dijo lo que tenía que decir, porque sabía que era la oportunidad que esa gente tendría de recibir algo más que palabras vacías. Algunos lo entendieron, un fariseo, un publicano, un empleado del rey, un sacerdote, y la lista sigue. Los arrogantes de su tiempo lo alabaron, ningún arrogante hace eso con alguien de su propia calaña. No uses a Jesús como excusa, el utilizó expresiones muy fuertes, pero las hizo con un amor tan grande que tú y yo empequeñecemos ante su manera de ser. No uses a Jesús como excusa para tu falta de amor para tus detractores, ni para quienes no opinan igual que tú. Jesús no fue arrogante.
  • JESÚS NO FUE VIOLENTO. La violencia es muy sutil, no se necesita golpear con las manos, los pies o algún bate, hay formas más elegantes: Una mentira dicha en el momento correcto, un rumor transmitido a la persona indicada, es decir, al chismoso de turno, la prepotencia de hacer que otra persona se sienta indigna, decirles a otros “me haces caso porque yo mando”, y otras violencias similares, nunca estuvieron en la vida de Jesús. Por eso le siguieron tantas personas, porque era capaz de llamar la atención, pero no dudaban quienes merecían dicho trato que él amaba y respetaba al máximo. Así que no puedes usar a Jesús como excusa para tus violencias sutiles. Jesús aceptó el diálogo, la controversia y la discusión, pero nunca impuso ni maltrató. Jesús no fue violento.
  • JESÚS NO FUE SOLITARIO. Una cosa es amar la soledad, otra muy distinta es ser solitario. Los primeros eligen alejarse por un rato para gozar de las bondades de sus propias mentes, espacios y caminos. Los solitarios, por el contrario, se aíslan, no permiten a otras personas acercárseles, especialmente a sus mentes. Jesús pasó muchas horas en casas de amigos, participó en momentos sublimes con otras personas que estuvieron a su lado. Se involucró, participó, habló, jugó, todo porque aunque amaba pasar tiempo a solas con Dios, no dudaba en ocupar todo el tiempo posible para construir lazos con otras personas, amigos, compañeros de viaje, etc. No uses a Jesús como excusa para tu aislamiento ni para tu alejamiento de otros. Jesús no sirve de justificación. Jesús no fue solitario.
  • JESÚS NO FUE PASIVO. Cristo fue un hombre de acción. No se quedó esperando que la gente viniera a escucharlo, fue a donde ellos estaban. Buscó a quienes precisaban de su ayuda, confrontó, discutió, habló, enfrentó, caminó, se puso en acción. Jesús no se quedó esperando que sólo sus oraciones fueran el método para transformar a otros, también se puso en pie y enseñó. No esperó que la gente necesitada le hablara, él tomó la iniciativa. Jesús fue un hombre de acción. No lo uses para justificar tu apatía y modorra. ¿Quieres cambios? ¡Haz algo! ¿Deseas que tu entorno sea mejor? ¡Ponte a trabajar! Muchos cristianos han convertido la oración pasiva en su excusa para quedarse cómodos sin hacer nada. En vez de orar, Dios ayuda a los pobres (cosa que la Biblia no dice), párate y anda a ayudar a quienes más lo necesitan. Jesús no te sirve como excusa. Jesús no fue pasivo.
  • JESÚS NO FUE AUTORITARIO. Nunca hizo sentir a alguien que debía escucharlo exclusivamente porque él era quien decía ser. Nunca usó su cargo ni su oficio ni su misión como excusa para maltratar a alguien ni humillarlo. Jesús no fue autoritario, no creyó en el verticalismo. Por eso algunos de sus discípulos estaban desconcertados. El que enseñó que el primero debe ser servidor de todos es el que dio el ejemplo. Así que no uses a Jesús como excusa para tus autoritarismos. El tener un puesto en la iglesia no te da autoridad, sólo te ofrece un privilegio, una oportunidad, es en el fondo, un medio para que te conviertas en alguien diferente. El tener un título académico no te autoriza para ser autoritario ni humillar a nadie. Jesús no fue autoritario.
  • JESÚS NO BUSCÓ SALIDAS FÁCILES. Cristo no tuvo la mala suerte tuya y mía de nacer en la generación del “compre hoy pague mañana”, la sopa instantánea o el microondas. El tuvo el extraordinario privilegio de no conocer las tarjetas de créditos, ni las soluciones instantáneas (baje peso sin esfuerzo, ¿alguna vez les creíste?). Tuvo que viajar a Galilea, y se puso en camino, no sobre un animal sino sobre sus pies. Fue necesario ir a Jerusalén y buscó el sendero que lo llevaba allá, no se hizo amigo de algún rico para que le proveyera de algún caballo. Deja de usar a Jesús como excusa para tus formas escapistas de vivir. Los caminos más fáciles, a menudo llevan a callejones sin salida que no te ayudan para nada. Jesús no buscó salidas fáciles.
  • JESÚS NO FUE DOGMÁTICO. No defendió ideas a fuerza de presión, autoritarismo ni nada que se le pareciera. Atrapó a las multitudes no con sus dogmas, sino con la sencillez de un discurso que buscaba ayudar a las personas a pensar. Dialogó, aún con personas que tenían ideas totalmente contrarias a las suyas. Escuchó con paciencia a Nicodemo y no lo arrolló con dogmas, sino que creó el ambiente para que él pensara, y tomara decisiones. Lo mismo hizo con la mujer samaritana. Así que deja de usar a Jesús como excusa para no pensar, para ser cerrado, para dialogar con el diferente o distinto a ti. Jesús no fue dogmático.
  • JESÚS NO USÓ LA RELIGIÓN COMO EVASIÓN. Jesús oraba, pero también actuaba. No utilizó nunca la religión como una forma de evadir la realidad. Mientras algunos de su tiempo se conformaban con culpar a Dios de todo: Enfermedad, sufrimiento, riqueza, pobreza, etc. Jesús tomó una posición diferente. Se acercó a los enfermos, a los sufrientes, a ricos y pobres, y simplemente, les habló de Dios, pero no para culparlo de sus situaciones vitales, sino para darles una orientación positiva. Fue crítico de los religiosos de su tiempo, no sólo por su hipocresía sino porque habían enseñado una religión de evasión de la realidad. Así que deja de usar a Jesús como excusa para justificar una religión de opio, que te enseñe a conformarte. Jesús fue revolucionario, no una persona pasiva que pensó que todo lo que sucedía era simplemente por voluntad divina. Cuando nadie ayudaba al pobre, por considerar que era la voluntad de Dios, él se acercó y les dijo claramente que Dios esperaba darles riquezas no pobrezas. Cuando los enfermos eran maltratados considerando que vivían simplemente el resultado de su pecado, Jesús los tocó y los atendió. Así que deja la religión de conformismos, Jesús no te sirve para eso. Jesús no usó la religión como evasión.
Probablemente otros utilizan otras excusas, utilizando a Jesús como corroboración, así que como la verdad la construimos entre todos, te invito a que continuación agregues tus propios motivos para decir qué excusas utilizamos teniendo a Jesús como el centro de nuestras justificaciones engañosas.

sábado, 15 de mayo de 2010

Jurel tipo Salmón



Me crié frente al mar, así que en casa nunca faltó el pescado. Crecí en Iquique, en el norte de Chile, antes que llegara la bonanza de la zona franca. En mi niñez era una ciudad sin mucha riqueza que vivía de la pesca artesanal e industrial. De hecho, muchas de mis tardes de niño las pasé en la caleta de pescadores que estaba cerca de mi casa, ayudando a remendar redes o en otras labores con los pescadores, que me premiaban con pescado que llevaba a casa.

En esa época, en Iquique, había industrias que producían harina de pescado, un eufemismo para hablar de pescados desecados y triturados, que servían especialmente como complemento alimenticio para aves y animales. Lo más característico de esa época era el olor nauseabundo que despedían las industrias cuando estaban en plena faena. Con ironía los iquiqueños lo llamaban “olor a progreso”. Hace tiempo visité Chimbote, en el sur de Perú, y volví a experimentar el mismo olor, sólo que en vez de molestarme como a mis amigos de esa ciudad, sentí una extraña nostalgia de aquellos días en mi ciudad de origen.


Siempre había pescado a nuestra mesa, pero a veces, cuando no teníamos para ir a comprar al mercado o a la caleta, mi madre me enviaba a comprar “salmón”, que en nuestra jerga local equivalía a pescado en lata. Sin embargo, no comprábamos “salmón”, sino “jurel tipo salmón”. Tuve que llegar a la adolescencia para entender la falsedad de la etiqueta y el sentido que tenía aquello.

El jurel es un pez común de aguas poco cálidas, es de un azul verdoso y su cuerpo alargado. En mi niñez era el pescado de los pobres, abundaba en cantidad, y era lo que siempre traían los pescadores. Sin embargo, el salmón es un pez de alcurnia, de sabor mucho más intenso, y su carne de color salmón (de allí la denominación). No era un pez para mi niñez, de hecho, vine a probarlo cuando era adulto.

Sin embargo, crecí comiendo “salmón”, que en realidad era “jurel”. Con el paso de los años empecé a referirme a todo aquello que era engañoso, que fingía ser lo que no era, que aparentaba algo diferente a la realidad como “jurel tipo salmón”. No sé a qué publicista se le ocurrió ese slogan, pero lo hizo para que los pobres, como mi familia, y tantas otras, aparentaran comer lo que en realidad era el simple y modesto jurel, fingiendo que estaban alimentándose con el refinado y exquisito salmón. El parecer pasó a ser más importante que el ser. Lamentablemente esa actitud abunda, en todas las áreas:


Carne de Salmón 
  • Hay amigos “jurel tipo salmón”, que fingen estar de tu lado, ser leales, compañeros y honestos, en el mejor sentido de la palabra, pero te dejan solo en el momento en que más los necesitas. Son “amigos” peligrosos, porque en el fondo son enemigos que engañan con zalamería, palabras de buena crianza, pero esconden una daga en su sonrisa. 
  • Hay cristianos “jurel tipo salmón”, que son verdaderos lobos vestidos de ovejas, que andan a la caza de sus “hermanos”, que fingen seguir al Maestro de Galilea, a ese hombre que no tenía posesiones, pero ellos buscan enriquecerse a partir de la fe y sobornar hasta el mismo diablo con el fin de lograr sus objetivos de preponderancia. 
  • Hay políticos “jurel tipo salmón”, que hacen promesas de campaña que nunca cumplen, que en realidad nunca pensaron llevar a cabo, pero saben bien que la demagogia siempre puede más que la trasparencia y la honestidad. Son los que viven el protocolo de lo “correctamente político”, pero sin interesarles de verdad ser lo que muestran las fotografías de campaña. 

Carne de Jurel
  • Hay pastores “jurel tipo salmón”, que en vez de servir a sus hermanos intentan servirse de ellos. Van en busca del aplauso, del poder, del estatus, de la comodidad y de la alcurnia que da el tener un poco de autoridad. No les interesa si la oveja se cae al pozo, para acallar sus balidos, son los que tiran tierra dentro del hoyo, para no escuchar los gemidos del caído. 
  • Hay padres “jurel tipo salmón”, que no dudan en maltratar a sus propios hijos con tal de lograr sus propósitos. Reciben el regalo de la vida de sus retoños, pero los destruyen con su accionar, y ante los ojos de los demás aparentan ser amorosos y guías, cuando en realidad, son monstruos con apariencia de ángeles. 
  • Hay novios y novias “jurel tipo salmón”, que no aman a otros, sólo a sí mismos. Han hecho de su narcisismo su modo de actuar, y están al lado de alguien sólo para obtener algo, sin darse cuenta que el amor es dar, no recibir. Obran de una forma engañosa porque sus palabras sólo pretenden ganar el favor de quien ha caído en sus redes, para luego de usarlo, desecharlo así como se deja en el camino aquello que ya no sirve. 
  • Hay esposos y esposas “jurel tipo salmón”, que ante los ojos de los demás son abnegad@s, amoros@s, estables, pero en el interior de su relación son crueles, dominantes, violent@s, frí@s, sarcástic@s y maltratador@s. Son los que esconden con una sonrisa su verdadera identidad, que sólo ven aquellos que los acompañan en el día a día y tienen la mala experiencia de verse sometidos a su influencia. 

Hay muchas personas que prefieren actuar un papel, en vez de ser honestas, transparentes y verdaderos. Son los que escogen el fingimiento como manera de actuación natural: Jureles tipo salmón.

Qué lindo es cuando las personas son como son, sin fingir, ni aparentar, ni siquiera por motivos “políticamente correctos”. Honestos a toda prueba. Leales, fieles, sin mostrar una cara que oculta su verdadera identidad.

Quiero amigos, cristianos, pastores, políticos, seres humanos, que sean lo que son, sin fingir. Jurel con sabor a Jurel. Salmón con apariencia de Salmón. No “Jurel tipo Salmón” que lo único que logra es confundirnos y mentirnos a nosotros mismos. 


Como la verdad no es prerrogativa de una sola persona, te invito a que agregues a continuación otros “Jurel tipo Salmón” que hayas, lamentablemente conocido en tu vida.

jueves, 13 de mayo de 2010

Diez razones por las cuales asesinaron a Cristo


La muerte de Cristo fue propiciada por una conspiración político-religiosa. Facciones rivales que no compartían entre ellos y luchaban por el poder se unieron con un objetivo común, hacer que desapareciera Jesucristo de la escena pública. Fariseos, sacerdotes y escribas se reunieron y planearon su asesinato. ¿Por qué? ¿Qué pasó en sus mentes que participaron en este delito? ¿Cómo es que anularon sus conciencias? Aquí algunas de las razones que los impulsó a realizar esta confabulación para realizar este hecho deleznable.

1.       Todos ellos estaban tan imbuidos de justicia propia que no sentían la necesidad de un Salvador personal. Creían que sus obras buenas eran suficientemente meritorias. Jesús aparecía como innecesario. Incluso, Cristo ponía en peligro todo su entramado religioso, puesto que a él poco le importaban las formas y el aparato ceremonial para obtener salvación. Eso era inadmisible en sus mentes cerradas a cualquier otra idea. No podían dejarlo vivir, eso atentaba contra su montaje pseudo-espiritual.

2.       Se sentían ofendidos porque Jesús no los consideraba como correspondía a su supuesta categoría de dirigentes del pueblo. Cristo no tuvo un séquito de lobistas profesionales ni hizo relaciones públicas, tuvo la osadía de decirles en su cara que él no los consideraba sus superiores, y que sólo Dios tenía poder sobre su conciencia. Tuvieron miedo que esa actitud se propagara entre el pueblo y perdieran autoridad.

3.       Cristo se juntaba con prostitutas, despreciados, pobres, extranjeros y enfermos. Eso era indigno de cualquiera que se considerara puro y escogido por Dios. Había que sacarlo del medio, el pueblo lo seguía y las amenazas, el terror y la prepotencia de la dirigencia sacerdotal no estaba haciendo efecto, Cristo se convirtió en un estorbo. Desafió el poder. Se puso en el camino de quienes tuvieron miedo de que su actitud fuera a socavar su autoridad temporal.

4.       Cristo no pedía limosnas, ofrendas ni dinero de ninguna forma. Al contrario, animaba a dar a los necesitados y ayudar a los pobres. Eso era un atentado para el status quo y una manera de hacer decaer las arcas de los sacerdotes y fariseos. En muchos sentidos, representaba al revolucionario que se atreve a poner en jaque el poder. Su acto en el templo, al expulsar a los cambistas y comerciantes, fue la gota que rebasó el vaso.

5.       Cristo los llamó “sepulcros blanqueados”, “generación de víboras”, “guías de ciegos”, “hipócritas” y “mentirosos”. Al ser desenmascarados entendieron que Jesús nunca podría ser manipulado por sus zalamerías, comprendieron que la conciencia de Cristo no podría ser comprada, eso ponía en jaque toda su estructura clerical y el poder político-religioso que habían montado, por eso, había que sacarlo de en medio.

6.       Comprendieron que la autoridad de Jesús provenía de su carisma, no de su rango, estirpe, educación o abolengo. Eso los hizo titubear acerca de los argumentos que ellos utilizaban para defender su propia autoridad. Fariseos, escribas y sacerdotes provenían de escuelas famosas, habían tenido grandes maestros, tenían familias de apellido, poseían riquezas y eran a todas luces, hijos privilegiados de la época. Jesús era hijo de un carpintero sin estirpe, de un pueblo de una provincia olvidada y no se conocía maestro que lo hubiese educado, era peligroso apoyarlo, podría a otros ocurrírseles que la autoridad tenía otra fuente.

7.       Jesús era políticamente incorrecto. No le hacía venias a los políticos ni a los religiosos del momento, ni siquiera hacía visitas protocolares a las autoridades. Tenía el descaro de llamar “zorra” al rey y dejaba en ridículo a quienes creían que debían ser respetados por su estirpe social. Vestía como un jornalero y se juntaba con gente de poca relevancia social. Esa actitud, no era la mejor para hacer propaganda a las ambiciones de quienes anhelaban recibir una tajada del poder y de la riqueza que los tiranos del momento permitían, como migajas, a quienes eran esbirros de su señorío. Jesús, definitivamente, no calzaba con la época ni con las formas políticamente correctas que había impuesto el Establishment.

8.        El problema no era que se decía “hijo de Dios”, al final todos lo somos. El verdadero dilema es que Jesús realmente actuaba como si lo fuera y obraba de tal forma que cualquier persona podría creerle. Eso ponía en duda las pretensiones de los religiosos de la época que proclamaban para si las bondades de Dios y aterrorizaban a otros con conceptos relativos a la divinidad en términos diferentes a los enseñados por este predicador itinerante. Ellos hablaban de lago de fuego, infierno y tormentos. Jesús venía con un mensaje de esperanza, amor y equidad. A todas luces, era malo para el negocio, habría menos acólitos a quienes aterrorizar y menos recursos que conseguir.

9.       Los argumentos de Jesús eran convincentes, lógicamente coherentes y basados en las Escrituras. Los religiosos de su tiempo se sintieron amenazados por su conocimiento profundo de las Escrituras. Entendieron que ya no podrían manipular más los escritos sagrados a su favor, Jesús se convirtió en un problema. La gente común comenzó a darse cuenta que este predicador itinerante conocía algo que se les había negado durante mucho tiempo.

10.   Jesús no era ambicioso. No se le conocía alguna intención política. Se dieron cuenta que su voluntad no tenía precio. Que nada podría hacerlo cambiar de opinión. Entendieron que no sería un aliado de sus ambiciones políticas. Comprendieron que sólo podrían seguir en sus juegos de chantaje, corrupción y ambición de poder, si él desaparecía. Matarlo, para sus mentes corruptas, no era problema, por eso, inventaron causas políticas, para que Jesús, que nunca ambicionó el poder, muriera como un mísero sedicioso y conspirador hambriento de dominio. Vivió con carisma y sin ambición. Murió como un perseguido político, porque sus enemigos, no encontraron una razón adecuada para acusarle.

Al final, lograron su cometido, participaron activamente en su asesinato, aunque nunca pudieron, hasta hoy, apagar la llama que Jesucristo encendió.

Aunque la historia no es cíclica, siempre los hechos tienden a repetirse y los mismos vicios de ayer afloran hoy, a veces con más fuerza y de maneras más sutiles, siempre atentos a sacar del medio a quien represente los valores del predicador itinerante de Galilea.

martes, 11 de mayo de 2010

El decálogo de un buen Fariseo

  • No mostrarás a nadie tus propias luchas y temores. Actuarás frente a los demás como si todo estuviera superado, sin pecado, impecable y todo arreglado frente a Dios.
  • Serás implacable con los errores de otro. Mostrarte de otro modo podría dar a entender que eres débil, y ese no es un camino adecuado para quien ha elegido vivir como un buen fariseo. 
  • Darás más importancia a las normas que a las personas. Una normativa es infinitamente superior a cualquier persona. La norma debe ser protegida, no importa si en el camino se daña o destruye a alguien, lo importante es que la norma sea salvada.
  • No te asociarás con nadie que no sea de tu secta. Los puros, es decir los fariseos, deben guardarse de la contaminación con cualquiera que no sea digno. Hablar, compartir, ser compasivo, participar en actividades de los que no son puros, es simplemente rebajarte y hacerle un flaco favor a los puros. 
  • Te preocuparás cada día de memorizar y estar atento al cumplimiento de los mandatos de los más puros. Las normas se han creado para seguirlas, un buen fariseo las estudia, las analiza, las memoriza y luego las cumple, sin mediar ninguna excusa obedece sin pensar. 
  • Darás una buena imagen. No importa si tienes dudas o si en algún momento aflora alguna inclinación natural. Todo lo que muestre debilidad, debe ser escondido. Los demás deben verte siempre como un faro que ilumina. Nunca rebeles tus debilidades, eso sería lo más bajo que puedes hacer por la causa de los puros. La imagen lo es todo. 
  • No le darás la oportunidad a los que yerran de explicar sus motivos. Simplemente, ese camino sería excusar la falta y tú no puedes caer en ese juego. El pecador se merece todos los castigos que pueda recibir, darle oportunidad de defensa puede hacer que se creen simpatías o atenuantes que minimicen la falta, y eso no es una buena idea. Los puros deben mantener los estándares altos, a toda costa. 
  • Acuérdate de todas las faltas de quienes han errado en el pasado. Anótalas, guárdales, recuérdalas y cuando tengas oportunidad sácalas a colación. No le des la oportunidad a algún pecador de redimirse. Recordarles sus faltas es la mejor manera de mantener la pureza y evitar que esos impíos se acerquen a los puros, a los que han sabido mantenerse justos a prueba de débiles. 
  • Honrarás de todas las formas posibles a quienes han llegado antes que tú al camino de los puros. Es tu forma de aprender que ellos han tenido que luchar mucho más tiempo que tú en mantener la pureza de la secta y por lo tanto merecen todos tus respetos, elogios y panegíricos, que nunca son suficientes. No dudarás de sus consejos y opiniones, en este caso, la duda es pecado. 
  • Procurarás de todas las formas posibles mantener la pureza de la liturgia, el formalismo y los ritos. Son una forma de mostrar ante el mundo lo que somos. Es una manera extraordinaria de relacionamiento público. No varíes en nada lo que los puros han venido haciendo desde hace mucho. Los puros no explican ni varían, sólo actúan.

domingo, 9 de mayo de 2010

¿Y si no merecen honra?

Todos los años, cuando llega el “día de las madres” y “el día de los padres” me surge la misma inquietud: ¿Cómo le damos honra a padres que no merecen que se los honre? ¿Cómo cumplimos el mandato sin sentirnos que estamos actuando de manera hipócrita frente a madres y padres que se han comportado de una manera impropia?

Quienes leen mis artículos saben que tengo el más alto concepto de mi madre a quién respeto y amo como una mujer extraordinaria. Sin embargo, no es el mismo sentimiento que tengo hacia mi progenitor, a quien admiro porque siempre fue un hombre trabajador y honrado, sin embargo, no fue padre, al menos como debería haberlo sido, o al menos como sus hijos lo hemos sido con nuestros hijos por ejemplo de nuestra madre.

Por lo tanto, he tenido que hacerme la misma pregunta más de una vez. He pensado en la pertinencia de este artículo, y lo escribo pensando en todos aquellos hijos que de un modo u otro tienen el mismo dilema que me he planteado yo.



El mandato

El mandato bíblico es claro:
“Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios” (Éxodo 20:12; también repetido en Deuteronomio 5:16).
En términos normales el mandato tiene dos presuposiciones:
  • Pretende que los hijos sean agradecidos a sus padres, puesto que ellos les han sustentado, protegido y amado. 
  • Entiende que la función de los padres es representativa de la acción de Dios, en los mismos términos anteriores, es decir, sustento, cuidado, amor y protección. 
Hasta allí pareciera que todo estuviera claro. No obstante, hay una gran “pero”. Una situación que durante mucho tiempo se ha soslayado y a la que no hemos querido mirar o simplemente, como una suerte de negación, no deseamos hacerle frente.

Cuando el mandato se rompe

¿Qué hacer cuando los padres en vez de proteger, sustentar y amar hacen todo lo contrario?

Abuso: Muchas madres y padres han sido y son abusivos con sus hijos. No sólo me refiero al abuso físico, sexual y psicológico, sino a múltiples micro violencias y situaciones que dejan marcas indelebles en la vida de sus hijos.

Aún recuerdo el impacto que me produjo cuando una amiga me contó entre lágrimas que el día en que se atrevió, ya siendo adulta, a hablar con su madre para encararla por su conducta abusiva ésta le espetó de manera cortante, sarcástica y prepotente:

—Si te imaginas que te voy a pedir perdón, ¡estás muy equivocada! ¡No pienso sentir culpa por ti ni por nadie!

Ese fue el golpe de gracia que terminó de hundir las esperanzas de mi amiga de que su madre alguna vez sería diferente.

Violencia: Hay muchas formas de violencia y todas hacen daño. Minimizar cualquiera de sus manifestaciones es ironizar con la vida de quienes han padecido en carne propia el impacto de la violencia en cualquiera de sus expresiones. Hay violencia activa y también pasiva. Está la violencia que se ejerce con saña, con premeditación y alevosía, y está aquella que se manifiesta en apatía, indiferencia y ausencia. En todos los casos, las heridas que dejan son profundas y dolorosas.

Una vez alguien me dijo:

—Tal vez si me hubiese pegado me habría dolido menos que la indiferencia que ha tenido conmigo siempre.

Y tenía razón. Como dijera alguna vez William Shakespeare:
Las heridas que no se ven son las más profundas.
Abandono: Muchos padres abandonan a sus hijos, algunos dejándolos en la indefensión y convirtiéndolos en niños o jóvenes con serias secuelas, incluidos los efectos de la mala nutrición, los riesgos sociales o situaciones de trabajo infantil por sobrevivencia.

Una de mis alumnas alguna vez me contó, entre lágrimas, el tremendo esfuerzo que le demandó viajar para visitar a su madre, quien se había ido, dejándola sin cuidado y sin ayuda de nadie cuando era una niña. Fue criada por familiares lejanos y amigos. Sin embargo, lo que más le dolió, fue la indiferencia con la que se encontró. Ella se había forjado expectativas con dicho encuentro y me dijo:

—Fue como si me hubiera abandonado por segunda vez.

Ausencia emocional: Otro tipo de abandono es el de los padres emocionalmente ausentes de la vida de sus hijos, incluso algunos estando al lado de ellos. Han dado alimento, pero no cariño. Han invertido tiempo en trabajar, pero nunca en escuchar. Han creído que su función era indicar lo que tenían que hacer sus hijos, fijar reglas, pero no se dieron el trabajo de ser padres. No construyeron una relación afectiva con sus hijos.

Uno de mis alumnos me dijo una vez, con los puños apretados y con una mirada gélida:

—Detesto el día de los padres. Me siento obligado a ir donde mi padre para entregarle una tarjeta o un presente, pero eso es mentirme a mí mismo. Él nunca estuvo cuando lo necesité, y nunca me ha dicho una palabra ni de agradecimiento ni me ha pedido perdón por su error. Simplemente se ha comportado como un ser ausente. No me gusta este día, ni tampoco las fiestas familiares porque lo tengo que ver, con sus muecas y sonrisas falsas, porque yo conozco a la persona que está detrás de esa máscara.

La tiranía y el autoritarismo: Muchos padres han sido y son tiranos crueles, dictadores que no consideran la opinión de sus hijos, ni tampoco les dan la oportunidad de expresarse de ninguna manera. Consideran que ellos son amos y señores en la vida de sus hijos a quienes terminan asfixiando con su despotismo y actitud arrogante.

Un joven, en una de las universidades

—Me voy lo más lejos posible, donde sé que mi padre nunca llegará. No quiero volver a verlo nunca más, ni siquiera saber que existe.



¿Qué hacemos frente a estos hechos reales? ¿Cómo encaramos el dolor de los hijos e hijas que han sido dañados profundamente por aquellos que supuestamente deberían haberlos amado incondicionalmente?

Es interesante que los animales, aun los más “salvajes”, tratan con cariño a sus crías, así que cuando le decimos “animal” a un padre o madre que trata con crueldad a sus hijos, es en muchos sentidos, un insulto para muchas especies del reino animal que tienen una conducta totalmente diferente a la de muchos seres humanos.

El que pretenda que se debe “honrar” incondicionalmente a padres abusivos, violentos, autoritarios, dictadores, crueles, implacables, castradores y ausentes, simplemente pone una carga demasiado pesada en los hombros de quienes han sido abusados, violentados, reprimidos, acosados, maltratados, injuriados, castrados y abandonados. Es fácil, desde la vereda de la normalidad, convertirse en jueces de quienes han sufrido lo indecible a manos de quienes debían amarlos. Otra cosa es sufrir en carne propia lo que han padecido algunos hasta lo inimaginable.

Hechos que deben tenerse en cuenta:
  • El amor no es un mandato, es una respuesta. No se puede exigir a los hijos amor incondicional cuando lo que se ha dado es otra cosa. 
  • El respeto no se impone, se gana. Pretender que por el sólo hecho de ser padres merecemos ser respetados, es no entender el verdadero sentido del respeto ni de la paternidad. 
  • La honra es para los padres, y en este sentido, es necesario una disquisición que debe entenderse con claridad. Madre no es la que engendra, sino la que actúa como madre. Padre no es el que provee la simiente de la vida, sino el que cría y acompaña. No nos equivoquemos: Padre y madre no se refiere a sementales ni incubadoras, sino a individuos que representan con dignidad un rol. En ese sentido, conozco a “padres y madres extraordinarias” que se han comportado como tales aún cuando sus “hijos” no nacieron de sus cuerpos ni fueron fruto de sus vidas. 
Es fácil amar a padres y madres que aman incondicionalmente. Es sencillo abrazar a quienes se han comportado como padres y madres de una manera correcta. Lo contrario, es una tarea que exige una fuerza de voluntad extraordinaria y una capacidad emocional que en muchos casos, excede las capacidades de personas normales.

Una hija, que fue abusada sexualmente por su propio padre, me dijo una vez:

—Nadie en la familia entiende por qué nunca lo abrazo y por qué nunca he permitido que mi hija se le acerque ni lo he dejado a solas con ella. Es un secreto que me corroe y me destruye. Verlo tan tranquilo, aún con lo que me hizo, me está matando.

No pude impedir que las lágrimas anegaran mis ojos cuando escuché esa declaración. Tampoco le permitiría a mi hija ni a mi hijo acercarse a un abuelo así. ¿Tú lo harías?

Algunos principios bíblicos claves

“Si se arrepiente, perdónale” (Lucas 17:3). Pocos se dan cuenta que este versículo señala un “sí” condicional. ¿Si… se arrepiente? ¿Y si no lo hace? ¿Qué hacemos en ese caso? Pues, como he escrito en algunos de mis libros u otros artículos, en ese caso, el perdón sin condiciones simplemente parece un chiste. En ese caso, sólo un milagro puede darnos las herramientas emocionales adecuadas para perdonar, tal como señala Philip Yancey, en ese caso el perdón es un milagro divino, y tal como señala la especialista en violencia doméstica Marie Fortune, perdonar en estas condiciones, no implica necesariamente reconciliación

“No seas vencido de lo malo; mas vence con el bien el mal” (Romanos 12:21). En ese caso, el principio bíblico es no pagar con la misma moneda, permitir que el mal, así como en una herida infectada fluya, que no se detenga ni nos convierta en seres vengativos o rencorosos. Pero, del mismo modo, eso no es una carta abierta para que la reconciliación sea instantánea.

“Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar” (Mateo 11:28). Podemos ir a Dios con nuestras cargas y trabajos, que él nos dará el descanso que no logramos para nuestras mentes heridas por las personas que debían protegernos y cuidarnos.

La mejor celebración

¿Cómo celebramos en medio del dolor del abuso, la indiferencia, el abandono, la violencia y el autoritarismo?

Convertirnos en sobrevivientes. Para romper el ciclo, para vivir, para no dejar que el abuso nos hunda ni la violencia nos destruya. Con una vida que prospera frente al dolor, sin convertirse en lo mismo que se recibió, estamos cantando a la vida y de esa forma construyendo algo diferente.

Un día mi hijo adolescente me dijo:

—Papi, por qué siempre me abrazas y no dejas que me vaya de casa sin darme un abrazo.

Sonreí frente a su manifestación de adolescente inmaduro y le contesté con un abrazo mientras le decía al oído:

—Para que cuando no estés y hayas partido, nunca olvides que tuviste a un padre que nunca ha dejado de amarte, desde el instante que supe que nacerías.

Hace una semana me sonreí con alegría cuando mi hijo, hoy un adulto a punto de ser un profesional, me dijo por Facebook:

—Papi, estoy necesitando uno de tus abrazos de oso.

No pude evitar las lágrimas y pensé: “Se rompió el ciclo. Soy un sobreviviente. Mi hijo recibió otro mensaje”.

Triunfar en el bien y en la felicidad. Que nuestro éxito y felicidad sea la reprensión para la vida de quienes no cumplieron su tarea. No hay mejor manera de decirles: No pudieron conmigo, no me destruyeron, que convirtiéndose en personas que tengan éxito positivo y felicidad. La vida es demasiado corta y el rencor demasiado largo, no vale la pena arriesgar la felicidad presente y futura por no dejar las cargas de amarguras a un lado.

Confrontar positivamente. La pus, es una sustancia maligna que si no se drena ni se limpia, tarde o temprano infecta las heridas y gangrena la carne. Lo mismo con los sentimientos y emociones que no se expresan. Algunos hijos dicen: ¿Para qué? Pues, para que limpies tu mente y tu interior y dejes que eso fluya. Es probable que tus progenitores, especialmente si nunca han pedido perdón, no lo entiendan y hasta se sientan ofendidos, pero no lo hagas por ellos, hazlo por ti. Para que la amargura no te corroa, ni el rencor te destruya. Deja que esas emociones salgan, si ellos no reaccionan, al menos tendrás la paz de que hiciste tu parte. Ser proactivo y expresar con asertividad, no es fácil, pero es el camino de la sanidad emocional.

Alejarte, si te hace mal. El último paso, el más difícil, el incomprendido, pero el necesario si queremos definitivamente construir una vida resiliente. Cuando nos enfrentamos a progenitores que sistemáticamente dañan, que no reconocen, que no piden perdón, que se mantienen en el abuso, entonces, es necesario alejarse física y emocionalmente, para no ser destruido definitivamente por quienes no entienden el daño que ocasionan.

Una querida amiga, me dijo hace un tiempo:

—Opté por irme, por no llamar, por no visitar, por no hablar. Para ellos son una hija ingrata, sin embargo, ellos nunca han aceptado lo que hicieron ni lo que hacen. Eso me daña y me destruye. No quiero eso para mi vida, ni tampoco para mis hijos.

Puede que lo aceptemos o no, pero es la salida de quienes no tienen salida por la tozudez de quienes nunca han pedido perdón ni han intentado la reconciliación.

Conclusión

Como escribí hace tiempo en otro artículo titulado: “¿Será feliz el día de las madres?, hay madres que han sido: ausentes, abusivas, maltratadoras, negligentes, paranoicas, castradoras, autoritarias, violentas, desalentadoras, prepotentes, lejanas emocionalmente, poco comprometidas, injustas, opresivas, golpeadoras, agresivas, descuidadas, apáticas, indolentes, maniáticas, lunáticas, déspotas, dictadoras, tiranas, dominantes, absorbentes, llenas de ira, represoras, desmoralizadoras, atemorizantes, amedrentadoras e irresponsables.

Esto también vale para muchos padres. Es una realidad que no podemos obviar. Negarlo es irresponsable. Exigir que los hijos que han padecido por sus padres y/o madres, sean bondadosos, amables y amorosos, es simplemente, una exigencia fuera de lugar.

Pedirles que no paguen con la misma moneda es prudente. Decirles que no caigan en el mismo juego de rencor, es razonable. Solicitarles que no se dejen arrastrar por la amargura, también es lógico.

Exigirles que abracen a madres y padres que han sido verdaderos monstruos, no es posible. Cargarlos de culpa porque no quieren enviar una tarjeta ni un saludo, no sólo es desmoralizante, sino que crea culpas adicionales al dolor que ya sienten.

Tal vez sea hora de recordar lo que Jesús dijo y que hoy, en el día de las madres, traigo a colación por los hijos e hijas que tendrán mucho dolor por “celebrar” lo que no les nace, antes de apuntarlos con el dedo o emitir declaraciones imprudentes y poco sabias, recuerda que Jesús dijo:
No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes (Mateo 7:1-2).
Me da pena por las madres y/o padres que abusaron, abandonaron y maltrataron. Siento tristeza porque en su día probablemente estarán solos, pero la Biblia dice que lo que sembramos cosechamos, ni más ni menos. Ojalá alguno de ellos reaccione y pida perdón de corazón, ese ya será un paso de reconciliación y si lo hace, es probable que el próximo año no esté tan solo.

A los hijos e hijas que no querrán saludar, por el dolor que sienten, los abrazo desde aquí y les digo que entiendo, que sé lo que sienten, pero, sólo les pido que no permitan que el rencor los aniquile eso sería dejarse vencer por el mal.

A los que miran desde la vereda del frente, los que fueron amados, los que recibieron abrazos, los que nunca tuvieron padres o madres ausentes, monstruos o abusadores, no juzguen, no hablen, no apunten, no critiquen, guarden silencio y acérquense a esos hijos e hijas y abrácenlos, sin palabras, es probable que con ese gesto, puedas ayudar mucho más que si criticas. No puedes juzgar lo que no has vivido. Ni aún Dios puede sanar a quien no quiere ser sanado, ni perdonar a quien no quiere pedir perdón. No le exijas a otros seres humanos lo que ni Dios puede hacer.