domingo, 24 de abril de 2011

La muerte de un hijo, el dolor más extremo

Dedicado a la memoria de Arturo Darynel Velasco 

Hace algunos días ha muerto un amigo. Se ha apagado una sonrisa. Hemos llorado su partida. Aún retumban en nuestro recuerdo su risa contagiosa y su amor incondicional. Esta semana el dolor me ha hecho llorar varias veces.

Era sólo un niño, pero me cautivó desde el momento en que lo conocí. No olvido una de sus frases célebres, mientras jugábamos con sus padres y tíos a las imitaciones: “Yo soy un cerebrito, por eso mi grupo va a ganar”.

Darynel
No puedo imaginar el dolor que deben estar sintiendo sus padres. Sólo pensar en ellos se me nubla la vista y se me llenan los ojos de lágrimas. Nunca un hijo debería partir antes que sus padres. Es un dolor que parte la existencia. Es el sufrimiento más desgarrador que puede sufrir algún ser humano.

Nunca perdí a un hijo, pero si perdí a un hermano, a un hermano que crié como si fuera mi hijo, porque me adoptó como padre cuando nuestro progenitor no estuvo con nosotros, fui su hermano-padre, así que en parte puedo entender. Sé lo que se siente al ver a un ser querido dejar de respirar. Fui la última persona que besó su frente cuando con el mayor dolor que he sentido alguna vez, lo vestimos y lo pusimos dentro del féretro. Dirigí su funeral y lloro su partida aún hoy, después de 16 años. Porque como dijera el dramaturgo Bernard Shaw: 
Los muertos recién desaparecen con la muerte de sus deudos, y por lo tanto son estos, quienes deben continuar siendo su pensamiento y su recordada memoria.
Cuando viene la muerte, sobreviene uno de los momentos más difíciles en la vida de una persona. Es el momento de los cuestionamientos y de las preguntas. El instante cuando toda la construcción ideológica que hemos construido a lo largo de nuestra vida es sometida a la prueba más difícil que pueda enfrentar un ser humano.

Cuando murió Joel Josué, mi hermano menor, no sabía todo lo que sé ahora respecto a la muerte, por lo tanto, mi enfrentamiento a ese momento no fue el mejor. La vida nos va formando y ese instante fue para mí un momento decisivo de aprendizaje. Algunas de las cosas que aprendí:

La forma en que los padres viven la muerte de sus hijos 

El sentirse responsables

Los padres nos sentimos responsables de proteger y cuidar a nuestros hijos, por eso cuando uno de ellos muere el primer sentimiento que sobreviene es el de culpabilidad y una gran sensación de fracaso. Sea cual sea la causa de la muerte, lo primero que hacen los progenitores es sentir que fallaron, que algo no hicieron bien, que deberían haber hecho algo para evitar que sucediera lo que ocurrió.

Sin embargo, por mucho que la persona se sienta culpable, ese sentimiento no ayuda, en especial a quienes sobreviven al hijo. Culparse a sí mismo no revive al hijo que ha partido.

Como señala un autor:
Haber sobrevivido a un hijo es sentido, a veces, como falta de amor parental; dejar de penar, es sentido como falta de lealtad, traición o abandono al hijo muerto. 
Por esa razón es tan importante elaborar el duelo, para que ese sentimiento pase y no provoque un daño que a veces puede ser más complejo que el dolor por la ausencia.

Rabia y desolación por sobrevivir

Paradojalmente, uno de los sentimientos más comunes de los padres en el contexto de la muerte de un hijo es una profunda ira por no haber partido primero. Muchos padres sienten la muerte de un hijo como una injusticia. Es común escuchar frases que dicen: “Ningún hijo debería morir primero que sus padres, eso no es natural”.

Pero, no hay explicación para muchas cosas, y sentir rabia y desolación ante la partida de un hijo, no ayuda a superar el momento desgarrador que se vive.

Ubicarse en el dolor

Cuando muere un esposo o esposa se es “viudo o viuda”. ¿Qué se es cuando se muere un hijo? ¿Cómo ubicar el dolor en el contexto de ser padres? Es una pregunta que provoca no sólo desazón sino que obliga a replantearse toda la vida.

¿Quién está preparado para la pérdida de un hijo? Sigmund Freud alguna vez escribió:
Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte. 
Pero, ¿es posible eso? ¿Cómo llenar el vacío? O como dijera Mafalda en uno de sus comic: "Y ahora, ¿cómo lleno el hueco que tengo en el pecho?"

El dolor es aún más dramático cuando nos enfrentamos a la muerte de manera abrupta, sin que la esperemos. Cuando se está al lado de un enfermo terminal, su agonía es nuestra preparación. Cuando parte un hijo de pronto, es como perder un brazo o una pierna de un momento a otro. Como diría uno de mis escritores preferidos José Luis Martín Descalzo, con toda razón, en su libro Razones para vivir:

La muerte inesperada de un ser querido reduce a cenizas un corazón.
Ubicarse a sí mismo en el dolor es una de las pruebas máximas que nos exige la pérdida de un ser tan querido como un hijo. Con la muerte de un hijo mueren sueños, ilusiones, y se cae abruptamente en la cuenta de que nada ya va a ser lo mismo. Cada año, en el cumpleaños del que partió, se volverá a sentir la pérdida, inevitablemente el recuerdo será doloroso.

La forma en que la pareja vive la muerte de un hijo 

Es común que la pareja enfrente serios problemas matrimoniales luego de la pérdida de un hijo. Las razones son varias, y no dejan de ser complejas en sí mismas, por las implicaciones que tiene.

La forma de vivir el dolor

En primer lugar, un elemento altamente subjetivo se instala en la relación. El dolor no se vive de la misma manera ni se expresa de la misma forma. Muchas personas sienten que su pareja no está sintiendo el dolor de manera suficiente o en el polo contrario, que está exagerando su sufrimiento.

En este sentido, es preciso ponderar las cosas. Ningún ser humano vive el sufrimiento de la misma manera que otra persona. Cuando calificamos el dolor ajeno entramos en un campo minado. No podemos entender los sentimientos de angustia y sufrimiento de otra persona, por muy esposo o esposa que sea. El dolor tiene siempre un componente individual, subjetivo, intransferible.

Las parejas deben aprender a respetar sus dolores mutuos y la manera de vivirlo y expresarlo, porque de otra manera, tendrán que enfrentar el gran problema de tener que vivir no sólo el duelo de la pérdida de un hijo, sino el desgarro de un conflicto matrimonial.

Sincronización del dolor

Los seres humanos somos personas complejas, contradictorias y difícilmente alguien actué igual que otra persona en situaciones tan dolorosas como la muerte de un hijo.

Es común que, tal como vimos, los padres vivan el dolor de manera diferente, pero también, es habitual que lo vivan en momentos distintos.

En el primer momento uno de ellos tiende a ser el fuerte y el que protege y consuela. Por lo tanto, no se da permiso a sí mismo para vivir el dolor con la misma intensidad que el otro, pero, a medida que pasa el tiempo. Uno de ellos comienza a sanar la herida y dar paso a la cicatriz, pero el otro, puede comenzar a revivir el hecho y expresar el dolor, como no lo hizo antes. Esta falta de sincronización a veces es causal de conflictos de pareja, porque el que está sanando no entiende que el otro esté en un momento distinto al que el otro está viviendo.

Por lo tanto, lo correcto es lo mismo que hemos dicho en el punto anterior, no juzgar, no interpretar, sólo acompañar y entender, que hay dolores que tenemos que vivir, y que nadie, por ninguna razón lo puede vivir por nosotros.

El culparse mutuamente

Por otro lado, es también común que muchas parejas caigan en situaciones de reproches y culpas, producto del dolor que sienten, y porque los seres humanos, siempre buscamos culpabilizar a otros de lo que nos pasa, y es siempre más sencillo culpar a quien está más cerca.

Es común en el contexto de la muerte de un hijo escuchar frases tales como “deberías haber hecho…”, “tendrías que haber…”, “por culpa tuya…”, “si hubieras sido…”, etc., frases todas dichas en el contexto de una situación dolorosa, lo que hace que las personas no piensen adecuadamente y se dejen llevar por el dolor más que por la razón. Cuestionar lo que el otro hizo o dejó de hacer, simplemente, no ayuda.

Ninguna persona equilibrada quiere la muerte de un hijo. Nadie en su sano juicio actúa de manera tal de provocar la muerte de un hijo, por lo tanto, dichas frases y actitudes de culpar al otro en vez de ayudar a superar la crisis, lo único que hacen es ahondarla.

Como señala de manera bella la periodista catalana Mercè Castro Puig:

La culpa, la que sea, es siempre un callejón sin salida, oscuro, en el que, irremediablemente, nos estrellamos. Como un parásito, se adueña de nuestra mente hasta que enfermamos. Con la culpa como compañera de viaje es imposible avanzar porque nos remite siempre al pasado. Somos humanos y eso no es un tópico es una realidad. Y los humanos ni tenemos superpoderes ni podemos evitar lo inevitable. Y son muchas las veces que nos equivocamos, dudamos, divagamos, incluso somos capaces de atrincheramos en la culpa sin ser responsables de nada… Los errores, sean ciertos o imaginarios, forman parte de nuestra condición, son inevitables, lo bueno, lo que nos acerca a la luz es reflexionar y perdonarnos tantas veces como sea necesario.
Alteración del deseo

Muchas parejas, en el contexto de la muerte, ven alteradas sus vidas de una manera dramática. Una de las facetas que a veces no se aborda y que se tiende a obviar como innecesaria es la vida sexual.

En este contexto ocurren dos fenómenos, en sí mismos complejos y desconcertantes. Algunas personas en el contexto del sufrimiento aumentan su apetencia sexual, lo que suele ser chocante para aquellos que les ocurre exactamente lo contrario.

Hay varones y mujeres que pierden el deseo sexual, en parte, porque se sienten culpables de sentir placer o buscar algún tipo de retribución sensual, en el contexto de la pérdida de un ser amado. Por eso, cuando algunos ven que su pareja, le sucede todo lo contrario, que busca precisamente la vida sexual como un medio de evasión o porque es su manera de olvidar por algún momento el dolor que está sintiendo, se sienten traicionados o culpables.

En el mismo contexto anterior. Cada persona vive su dolor de manera diferente y expresa sus apetencias también de forma distinta. Entenderlo, conversarlo, respetarlo, es primordial, para evitar conflictos y sufrimientos anexos al dolor que ya se está sintiendo.

Negación

La mente en su complejidad a veces inventa caminos para evadir el dolor, uno de los senderos más transitados por los dolientes que pierden a un hijo es la negación. No enfrentan el hecho ineludible de que el hijo ya no está. Por lo tanto, se centran tanto en el dolor, que caen en juegos de negación.

Hay personas que siguen preparando comida para el que partió, que hablan con el que no está, que se ocupan de tareas que el hijo que no está hacía, etc. Todo eso, de algún modo, es negar el hecho de que la muerte cuando viene es definitiva.

Olvidarse de ser pareja

El psiquiatra Carlos Bianchi, señala que:

Cuando la pareja es dramáticamente conmovida por la muerte de un hijo, es comprensible que cada uno de los padres esté sumergido en su propio dolor y que la relación de pareja no esté, en ese momento, en el primer lugar de sus preocupaciones.
Las parejas que se olvidan de ser pareja en medio de su dolor, no logran entender que cuando el funeral pase, cuando los pésames ya no estén, que cuando los amigos se marchen, cuando los familiares ya no estén, sólo se tendrán el uno al otro. Por lo tanto, es imperioso acompañarse y servir de apoyo uno al otro. Lo necesitarán para más adelante, cuando vengan momentos de desánimo, que son normales, pero que se viven mejor cuando la pareja está presente no sólo en cuerpo sino activamente.

Cuando el dolor se maneja de manera adecuada, puede ayudar a la pareja a afianzarse mutuamente. Cuando es lo contrario, se corre el peligro de llevar al cementerio no sólo al hijo, sino al matrimonio.

Asumirse como víctima

Muchas personas, actúan como si su dolor fuera más intenso que el de su pareja. Lamentablemente, por una cultura centrada en la madre, esto suele ocurrir con más frecuencia con mujeres que actúan como si ellas fueran las únicas que sufren o que su dolor fuera más importante, por ser madres.

Eso es absurdo, injusto y dolorosamente cruel con la pareja. Todo padre sufre el dolor de un hijo, y comparar el dolor, o actuar como víctima no ayuda, al contrario, daña y provoca dolores innecesarios en otros.

Lo que hay que entender y que en el dolor se olvida 

El dolor no se puede vivir solo

Cuesta entender, especialmente a varones, que el dolor no se debe vivir solo. Que es importante y sano, tener un hombro sobre el cual llorar. Carlos Bianchi dice:
El peor de los duelos es el duelo solitario.
Tiene toda la razón, porque un duelo solitario no sólo aísla más, sino que impide que el dolor de paso a la sanidad y la cicatriz.

Los seres humanos, por nuestra configuración mental y social, necesitamos de otros para sobrevivir los momentos difíciles. Por eso que aislarse en el dolor, sólo lo acrecienta.

Es preciso tener a alguien con quien llorar. Una persona que sea capaz de escuchar nuestras angustias, temores, rabias y frustraciones. Sin ayuda de otro, el dolor tiende a enquistarse y produce un daño grave en la vida del individuo.

No hacer un monumento al dolor

Una actitud cultural común, es construir monumentos al dolor. Quedarse estancado en el sufrimiento y no darse permiso a sí mismo para continuar viviendo. Muchos recurren a este artilugio mental por una “fidelidad” mal entendida al que ha partido.

Muchas personas no sólo ven alterada su vida con la muerte de un hijo, sino que detienen su existencia cuando eso ocurre. Actuar de ese modo, no ayuda en absoluto a nadie, al contrario, produce a la larga más pesar.

Por duro que suene, la vida continúa. Hacer del dolor un monumento, sólo contribuye a que la herida quede permanentemente abierta. Las heridas tiene que cerrarse y dejar el paso a la cicatriz, que siempre estará, pero ya no provocándonos el dolor desgarrador del primer momento.

Muchas personas al morir un hijo caen en un proceso destructivo porque al hacer un monumento de su dolor, caen en actitudes negativas como censurar la risa, las bromas y aún la actitud positiva de su cónyuge, considerando que no está “sufriendo lo suficiente”, olvidándose que la vida tiene que continuar y que quedarse estancado, sólo contribuye a mayor sufrimiento.

Entender que cada persona tiene un ritmo y una forma de vivir su dolor

Muchas parejas que pierden hijos se olvidan de construir nexos que no los destruyan. El dolor es tan grande que no aprender a respetar los ritmos y formas de vivir el dolor.

Es preciso ser cautos, en lo que se dice, y en la forma en que se valora lo que el otro siente, para no caer en excesos al juzgar o condenar a la pareja porque está viviendo su dolor de una determinada forma.

El dolor debe expresarse, no guardarse en el armario y cerrarlo con llave para no dejarlo fluir. Es preciso que los sentimientos de dolor se expresen “antes de que se conviertan en una amargura negra, en una roca tan pesada que nos impida volver a la vida”, como dice la periodista Mercè Castro Puig, quien sufrió la pérdida de un hijo.

Los hermanos que sobreviven

Muchos padres, ante la pérdida de un hijo, cometen el error de olvidar u obviar el dolor de los hermanos.

No sólo los padres pierden a un hijo. Los hijos que sobreviven pierden a un hermano, un amigo, un compañero o un confidente. Como lo expresa el poema de Guillermo González, titulado “Carta a un hermano que ya no está”:
Cómo puedo hablar contigo / Cómo puedo decirte lo que siento / Cómo el silencio de tu ausencia me duele / el silencio de tu dolor me hiere.
Cuando los padres se concentran tanto en su dolor y dejan de lado a sus hijos que quedan, entonces, a menudo provocan un daño tan grande, que se necesitan a veces décadas para sanar, no la pérdida de un hermano, sino la ausencia de los padres que en su dolor, olvidan ser padres de los que quedan.

Cuando el dolor no se maneja de manera adecuada los hijos que sobreviven comienzan a experimentar emociones contradictorias, como sentimientos de culpa por el dolor de sus padres y sentir que tal vez deberían haber muerto ellos y no sus hermanos. Sentimiento que es altamente destructivo y que no ayuda a superar el dolor de manera sana.

Los padres no deben aislarse en su dolor. No deben permitirse dejar a sus otros hijos lejos de sus vidas en esos momentos. Por último, si no saben manejar la situación, deberían pedir ayuda, para que sus hijos que sobreviven no experimenten sentimientos y emociones que simplemente los dañen más, por la pérdida de su hermano.

Las familias superan mejor el dolor cuando padres e hijos están juntos en el duelo y en el proceso de sanar la herida y dar paso a la cicatriz.

Escuchar con empatía, llorar juntos, y entender los ritmos de dolor distintos de cada persona, es lo que ayuda a que el proceso de sanar, sea más efectivo y constructivo.

Creer no implica dejar de sufrir 

Una reflexión aparte merecen los creyentes. Muchas personas religiosas optan por el peligroso camino de sentirse culpables porque sufren o de reprimir sus emociones porque supuestamente al tener esperanza no deberían sentir dolor.

Una cosa es creer, otra muy distinta es sufrir. Muchos olvidan que Jesús lloró ante la tumba de Lázaro. Expresar dolor y sufrir, no implican no creer, sino simplemente revelan que las personas son humanas, y que no pueden dejar de sentir.

Creer no invalida el sufrir. Creer no es impedimento para llorar. Se puede llorar, y seguir creyendo que “Cristo es la resurrección y la vida”. Una cosa no quita la otra.

Llorar, expresar dolor, aún molestia, no significa que una persona renuncie a su fe. Es absolutamente normal y necesaria la expresión del dolor.

Cuando cristianos bien intencionados pero mal enfocados, pretenden que alguien que sufre la pérdida de un ser amado no exprese su dolor, no sólo actúan con crueldad, sino con falta de sentido común.

La no expresión del dolor, tarde o temprano provoca más problemas que beneficios.

La comunidad cristiana está para apoyar, acompañar, abrazar, ayudar, colaborar, no para juzgar ni convertirse en árbitros de los sentimientos de otros.

Sufrir no implica estar en camino de descreimiento, al contrario, es simplemente la constatación de que se es humano, ni más ni menos.

Superar el duelo 

Vivir el duelo es necesario, con todas sus etapas. Lo negativo es no superar el duelo. Quedarse en el dolor, vivirlo como si fuera la terminación de la vida. No hay un período cronológico establecido para el duelo, ponerle tiempo es absurdo, lo único sano es entender que el duelo es un proceso que debe vivirse, no hay otra forma de enfrentarlo que vivirlo. Debe vivirse al ritmo de cada uno. No se puede hacer una maratón con el dolor, cada persona debe caminar ese sendero al ritmo que su asimilación se lo permita.

Se sabe que el duelo se ha superado cuando la herida da paso a una cicatriz. Sabemos que existe, entendemos que está allí como un recuerdo de la pérdida, pero ya no nos causa el dolor desgarrador que nos causaba antes.

Se supera el duelo cuando estamos dispuestos a planificar la vida y a abrirnos a nuevas relaciones y vínculos, incluyendo la decisión de tener otro hijo, cuando es posible, o de ver la existencia con una mirada más positiva, cuando ya no se está en condiciones de emprender nuevamente el camino de la paternidad. Los hijos son insustituibles, ningún otro ser humano puede reemplazar al que ha partido, sin embargo, abrirnos a la vida, es en muchos sentidos, entender que la vida continua y no se detiene, que detenerse es morir estando vivos.

Me gusta pensar que la noche, por más negra, oscura o tétrica que pueda parecer, siempre da lugar al sol, que termina por mostrarnos un nuevo amanecer, con todas sus luces y sombras, pero una nueva oportunidad al fin.

Ganarle a la muerte, es mirar la vida y el nuevo día con esperanza. Entender que el dolor no puede destruirnos, que podemos emprender el camino de la existencia, cada día, con nuevas fuerzas y con el sentimiento de que no hay nada tan difícil que nos pueda destruir, si no queremos.

© Dr. Miguel Ángel Núñez. Prohibida su reproducción parcial o completa sin la autorización expresa del autor.

6 comentarios:

  1. siertamente el dolor es algo que no se explica, muchos de nosotross expresamos el dolor en diferente forma, hay que ser mas comprensibles.

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  2. Alejandra Espinoza S.28 de abril de 2011, 22:38

    El dolor de la pérdida de un hijo, no se compara... por eso, decir cualquier cosa o juzgar, no corresponde... hay que estar en los zapatos de los padres. Gracias por su artículo, me ha ayudado mucho.

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  3. Estimado Miguel Angel, recien acabo de dar las gracias en el post, a la hija de mi amigo del alma que se suicidó, hace casi 12 años, y lo digo con una pena transformada, en recuerdos alegres, hermosos, que se atesoran en el corazón, por todo lo que vivi con mi amigo desde la infancia y adolescencia, y esos recuerdos, se los transmiti a su hija despues de mucho tiempo, y sentir y que ella expresara agradecimiento por saber mas de su padre, y estar contenta por la fotos de la infancia y las travesuras, eso, eso, te llena el corazón. Como decia Vinka Jackson, no cambia el hecho, sino lo humaniza, y cierras un circulo.
    un abrazo

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  4. Yo perdí a mi único hijo, soy hija única y madre soltera, hace 4 años que parecen siglos y cada día la pena me ha ido cubriendo como una segunda piel.
    No ando por ahí llorando, vivo, trabajo en lo que amo hacer, comparto con amistades, trato de ayudar a quien puedo pero...
    ahí está mi vacío abismal
    ahí está su imagen de la última vez con sus 29 años, recién cumplidos hacía tres días, llenos de sueños y proyectos que terminaron a manos de un loco del volante que sin consciencia lo arrollo en un paso peatonal a las 16:45 hrs, porque se le ocurrió entrar contra el tránsito y acelerando.
    No hay consuelo solo la esperanza de reunirme con él pronto, ya he vivido demasiado, 66 años que pesan como 66 toneladas.
    Bueno el artículo pero la pena no pasa con nada...crece!

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  5. Hace unos días falleció mi único hijo de un cáncer terrible y agresivo. Y lo único que me anima, es que cada díqa que pasa es uno menos para reunirme con él. Es fácil dar consejos cuando no se ha pasado por esto. Yo solo digo que a los que nos pasa esta desgradia es como si fuésemos muertos también nosotros o por lo menos una gran parte se fue con el hijo muerto.

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