Todo ser humano nace de mujer. La primera persona en darnos un abrazo, una palabra, un gesto de ternura, una sonrisa llena de cariño, es una mujer. ¿Por qué entonces la actitud que asumen quienes no son mujeres hacia quienes les han prodigado tanto amor y cariño? Es una locura, para no creerlo. Si la tierra se congelara en este instante y luego de siglos alguien la descubriera y luego estudiara sus restos... una de las cosas que más sorprendería es la actitud de desdén que los seres humanos tienen hacia las personas a quienes deberían procurar más cariño.
El otro día me sorprendía al escuchar a un niño de nueve años hablar de manera tan desdeñosa en relación a la mujer en general que no pude evitar preguntarle:
—¿Por qué tratas así a las mujeres? ¿No te das cuenta que tu madre también es mujer?
El niño no me respondió, pero me quedó mirando como si estuviera hablando en un idioma extraño, y simplemente se quedó callado. Con su silencio comprendí que hay actitudes que no tienen explicación, simplemente son así, irracionales, caprichosas, absurdas y necias. Son conductas que no tienen nada que ver con la racionalidad de una relación humana basada en el respeto, la consideración y la mutualidad.
Un cristiano debería caracterizarse por mostrar una visión diferente de la realidad. Quien se dice seguidor del Maestro de Galilea debería entender que él dejó una pauta de conducta, el contexto cultural no debe indicar lo que es correcto o no.
Cuando todos maltrataban a las mujeres menstruantes, él alabó a una diciendo que nadie tenía más fe que ella. Cuando se consideraba que la mujer sólo podía ser salva a través de un varón, él llamó a una de esas despreciadas del pueblo “hija de Abraham”, integrándola con plenos derechos al seno del pueblo elegido. Jesús fue el modelo, no la tradición sexista que nos asfixia.
lunes, 28 de junio de 2010
sábado, 12 de junio de 2010
Terremotos, profecía y providencia
Según el U.S. Geological Survey[1] entre enero y marzo de 2010 han ocurrido en la tierra 575 terremotos sobre 5.0 grados, eso da un promedio de 7.4 terremotos diarios, es un número escalofriante. Los que llegan a las noticias son aquellos que ocurren en lugares poblados, y que por su ubicación y fuerza provocan desastres en la vida de las personas y en las construcciones edilicias. Sin embargo, el movimiento telúrico es constante.
Desde el año 2000 al 2010 han ocurrido 17.532 movimientos telúricos por sobre 5 grados, eso da una media de 4.7 terremotos diarios a nivel mundial. La mayoría de los movimientos ocurren en lugares despoblados o en el mar. La sensación es que los terremotos están aumentando, sin embargo, el U.S. Geological Survey señala que el número de movimientos se ha triplicado no porque en realidad aumentó el movimiento sino porque existen más sismógrafos instalados alrededor del mundo lo que permite una mayor información, muy diferente a lo que ocurría sólo hace diez años.
En Haití murieron más de doscientas mil personas, un número similar a quienes fallecieron en el año 2004 como efecto de los Tsunamis que afectaron el sur-este asiático. No obstante, en la década 1990-1999 las muertes por sismos fueron menos del 10% de las ocurridas en los últimos diez años. El fenómeno se explica porque los sismos que causaron más muertes en los últimos diez años ocurrieron en zonas densamente pobladas.
Los especialistas señalan que las placas tectónicas de la tierra están en un período de reacomodamiento y que cada cierto tiempo esto es predecible y es de esperar. De hecho, el terremoto que ocurrió en Chile fue pronosticado por un grupo de científicos con una exactitud increíble. Víctor Pérez,[2] rector de la Universidad de Chile, uno de los centros educativos más importantes de Chile, aseguró que la universidad advirtió, por medio de un informe de especialistas emanado el año 2007, sobre la posibilidad de un terremoto de 8,5 grados en la costa entre Constitución y Concepción, eso con el fin de que se tomaran medidas al respecto. No hay nada de esotérico ni especulativo en eso, sino simplemente se establecen mediciones respecto al movimiento y la tensión en las placas.
En el estudio, en que participaron especialistas chilenos y franceses, y fue publicado el año 2009, [3] se establecía que el peor de los escenarios sería un sismo de 8,5 grados, con una convergencia de 10 metros. Lo pronosticado se cumplió de manera casi exacta, puesto que el terremoto tuvo un desplazamiento de ocho metros y una intensidad de 8,8 grados.
El terremoto de Chile en febrero de 2010
El terremoto que afectó a Chile en febrero de 2010 y que tuvo como epicentro la ciudad de Constitución en la zona sur del país es sindicado como el más fuerte del siglo. Sin embargo, en los últimos diez años han ocurrido 14 sismos por sobre los 8 grados de la escala de Ritcher, a diferencia que en la década 1990-1999 los sismos sobre 8 grados sólo a fueron 6.
El terremoto que afectó a Chile debido a su magnitud causó efectos a nivel planetario. Según cálculos preliminares del geofísico de la NASA Richard Gross,[4] el eje de la tierra se desplazó aproximadamente ocho centímetros. Según el especialista Rodrigo Zabala,[5] estos cambios no son extraños, pero normalmente suceden de manera paulatina, en la mayoría de los casos provocados por el cambio climático que desplaza grandes masas de agua.
Profecía y terremotos
Uno de los elementos que salta a la palestra en tiempos de crisis por efectos de desastres naturales es la función de la profecía, por un lado, y los anuncios alarmistas por otro.
¿Qué es la profecía? ¿Intervención o anuncio?
Si se entiende que la profecía es intervención, entonces, es fácil deducir que los movimientos telúricos son provocados por fuerzas divinas que intentan, de esa manera que se cumpla el anuncio. Dicho de otro modo, Dios provocaría los desastres naturales para que sus palabras se cumplan.
Si se elige esa línea de pensamiento, nos ponemos en una situación muy compleja en cuanto a la adoración y la creencia en la divinidad.
En primer lugar, Dios se convierte en un ser inmisericorde, insensible y tirano. ¿Por qué asolar con un terremoto algunas zonas del mundo y no otras? ¿Por qué Europa casi no conoce terremotos en su historia? ¿Es que Dios acaso es más drástico con algunos países y no con otros? ¿Qué ha hecho Chile, Japón o Irán para merecer los terremotos que han ocurrido en sus tierras y que han sido desastrosos? ¿Por qué razón no han ocurrido nunca terremotos en Suiza, Francia o Luxemburgo? ¿Tiene acaso Dios hijos predilectos?
Si Dios provoca los terremotos como sostienen algunos alarmistas, catastrofistas y vendedores de tragedias, entonces, el Dios al que adoramos resulta por lo menos, un ser caprichoso, cruel y sanguinario, pero, con algunos y no con otros.
En Sudamérica misma hay países como Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil que no conocen de terremotos. Se configuraría entonces una especie de ensañamiento divino con algunos grupos.
Es muy difícil creer que un Dios al que la Biblia describe como un Dios de amor, justo y santo, se goce con el dolor de los seres humanos y provoque, como dicen algunos, los movimientos de la tierra, para, supuestamente llamar a las personas al arrepentimiento. ¿No deberían arrepentirse las personas que viven en Canadá, en la mayor parte de Australia, en Francia, Bolivia, Paraguay, Suiza o España que no han tenido nunca un terremoto?
Ir por esa línea de pensamiento no sólo es caprichoso e infantil, sino que desconoce aspectos básicos de geofísica.
La tierra está formada por placas tectónicas que se ubican en determinados puntos de la tierra y conforman las llamadas “fallas”, el desplazamiento de las placas y la acumulación de tensión geo-física provoca finalmente movimientos que provocan los terremotos y los maremotos.
El anuncio profético
Si se elige la opción del anuncio, la situación es diferente. La Biblia anuncia una serie de hechos que abrían de ocurrir como consecuencia de las decisiones que los seres humanos tomarían en el tiempo del fin, en parte por el deterioro moral y ético, y también como consecuencia de la pérdida de rumbo en la vida humana.
Mateo 24, por ejemplo, señala que habría guerras, rumores de guerra, pestes, hambres y terremotos. Por su parte Pablo señala que en los últimos tiempos “la gente estará llena de egoísmo y avaricia; serán jactanciosos, arrogantes, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, insensibles, implacables, calumniadores, libertinos, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traicioneros, impetuosos, vanidosos y más amigos del placer que de Dios. Aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad” (1 Tim. 3:2-5).
Es absurdo pensar que Dios provocaría guerras y pestes o que haría que las personas se conviertan en arrogantes y desobedientes a los padres. Lo que Dios hace es anunciar, por amor a sus hijos, y a quienes quieran decidir por su misericordia, los acontecimientos que vendrían, en ningún caso para manipularlos.
Cuando un padre le anuncia a sus hijos que a consecuencia de una lluvia habrán inundaciones no está diciéndoles quiero que ocurran esos desastres, sino es lo que va a acontecer como resultado de la inundación.
Providencia divina
Epicuro, el filósofo griego de Atenas planteo un dilema que hasta el día de hoy corroe la confianza en Dios en muchos, él sostenía: "Frente al mal que hay en el mundo existen dos respuestas: o Dios no puede evitarlo, o no quiere evitarlo. Si no puede, entonces no es omnipotente. Y si no quiere, entonces es un malvado". En ambos casos, se está ante un interrogante devastador para la fe y la confianza en Dios.
Hay quienes caen en la tentación de atribuir el mal a Dios, como quienes ven en los terremotos la mano de Dios movida por motivos de venganza u otras situaciones que hacen parecer a la divinidad como un tirano insensible.
Dios es un Dios de amor que “hace salir el sol sobre malos y buenos”, según las palabras de Jesús, que no discrimina a nadie, y que no desea la muerte del pecador.
En su potestad le ha dado al ser humano la posibilidad de elegir, y eso implica, entender que su providencia obra, siempre y cuando no se ponga en juego la libertad del ser humano.
Responsabilidad humana
Lo que se suele obviar es la responsabilidad humana en los acontecimientos naturales. En Chile las dos ciudades donde ocurrieron las mayores muertes fue en Dichato y Constitución, fue por efecto del maremoto que arrastró a la mayoría de las casas que estaban construidas en el borde costero en zonas no aptas.
En Concepción, Chile, la mayoría de las personas que murieron fue por el derrumbe de un edificio que se destruyó completamente a consecuencia de no haber respetado plenamente las normas de construcción antisísmica.
Lo mismo ocurrió en Haití, donde las casas no contaban con elementos adecuados, estaban construidas de manera precaria, con materiales inapropiados y en lugares que no deberían estar.
Cuando ocurrió el Tsunami en el sud-este asiático, la mayoría de las construcciones estaban en lugares inapropiados, especialmente en el borde costero.
Se sigue construyendo en lugares inadecuados, ciudades que se alzan en fallas naturales o cerca de volcanes, y evidentemente allí hay responsabilidad humana. Si a eso se suma la corrupción, el egoísmo, la mala distribución de la riqueza, el abismo que existe entre pobres y ricos (los pobres son los que más sufren los desastres), etc. tenemos un cuadro dantesco.
Las Naciones Unidas han creado el llamado Índice de Riesgo de Desastres (IRD) que en síntesis señala que: "La concentración urbana, los efectos del cambio climático y la degradación ambiental aumentan las fuerzas de las catástrofes y la falta de defensa de las víctimas".[6] En todo eso está la elección humana y no la intervención arbitraria de Dios.
Conclusión
Seguirán ocurriendo tragedias y desastres naturales, la esperanza de los cristianos es que llegará un momento en que todo acabará porque Dios terminará este mundo y recreará la tierra que planeó desde siempre. Mientras tanto, acompaña al ser humano en su dolor, les provee de la asistencia que necesitan y procura darles entendimiento para que no sigan destruyendo la tierra, ni deteriorándose moralmente para que se siga con el proceso autodestructivo del ser humano. Siempre respetando su libertad, que es lo que nos hace humanos y no animales.
Desde el año 2000 al 2010 han ocurrido 17.532 movimientos telúricos por sobre 5 grados, eso da una media de 4.7 terremotos diarios a nivel mundial. La mayoría de los movimientos ocurren en lugares despoblados o en el mar. La sensación es que los terremotos están aumentando, sin embargo, el U.S. Geological Survey señala que el número de movimientos se ha triplicado no porque en realidad aumentó el movimiento sino porque existen más sismógrafos instalados alrededor del mundo lo que permite una mayor información, muy diferente a lo que ocurría sólo hace diez años.
En Haití murieron más de doscientas mil personas, un número similar a quienes fallecieron en el año 2004 como efecto de los Tsunamis que afectaron el sur-este asiático. No obstante, en la década 1990-1999 las muertes por sismos fueron menos del 10% de las ocurridas en los últimos diez años. El fenómeno se explica porque los sismos que causaron más muertes en los últimos diez años ocurrieron en zonas densamente pobladas.
Los especialistas señalan que las placas tectónicas de la tierra están en un período de reacomodamiento y que cada cierto tiempo esto es predecible y es de esperar. De hecho, el terremoto que ocurrió en Chile fue pronosticado por un grupo de científicos con una exactitud increíble. Víctor Pérez,[2] rector de la Universidad de Chile, uno de los centros educativos más importantes de Chile, aseguró que la universidad advirtió, por medio de un informe de especialistas emanado el año 2007, sobre la posibilidad de un terremoto de 8,5 grados en la costa entre Constitución y Concepción, eso con el fin de que se tomaran medidas al respecto. No hay nada de esotérico ni especulativo en eso, sino simplemente se establecen mediciones respecto al movimiento y la tensión en las placas.
En el estudio, en que participaron especialistas chilenos y franceses, y fue publicado el año 2009, [3] se establecía que el peor de los escenarios sería un sismo de 8,5 grados, con una convergencia de 10 metros. Lo pronosticado se cumplió de manera casi exacta, puesto que el terremoto tuvo un desplazamiento de ocho metros y una intensidad de 8,8 grados.
El terremoto de Chile en febrero de 2010
El terremoto que afectó a Chile en febrero de 2010 y que tuvo como epicentro la ciudad de Constitución en la zona sur del país es sindicado como el más fuerte del siglo. Sin embargo, en los últimos diez años han ocurrido 14 sismos por sobre los 8 grados de la escala de Ritcher, a diferencia que en la década 1990-1999 los sismos sobre 8 grados sólo a fueron 6.
El terremoto que afectó a Chile debido a su magnitud causó efectos a nivel planetario. Según cálculos preliminares del geofísico de la NASA Richard Gross,[4] el eje de la tierra se desplazó aproximadamente ocho centímetros. Según el especialista Rodrigo Zabala,[5] estos cambios no son extraños, pero normalmente suceden de manera paulatina, en la mayoría de los casos provocados por el cambio climático que desplaza grandes masas de agua.
Profecía y terremotos
Uno de los elementos que salta a la palestra en tiempos de crisis por efectos de desastres naturales es la función de la profecía, por un lado, y los anuncios alarmistas por otro.
¿Qué es la profecía? ¿Intervención o anuncio?
Si se entiende que la profecía es intervención, entonces, es fácil deducir que los movimientos telúricos son provocados por fuerzas divinas que intentan, de esa manera que se cumpla el anuncio. Dicho de otro modo, Dios provocaría los desastres naturales para que sus palabras se cumplan.
Si se elige esa línea de pensamiento, nos ponemos en una situación muy compleja en cuanto a la adoración y la creencia en la divinidad.
En primer lugar, Dios se convierte en un ser inmisericorde, insensible y tirano. ¿Por qué asolar con un terremoto algunas zonas del mundo y no otras? ¿Por qué Europa casi no conoce terremotos en su historia? ¿Es que Dios acaso es más drástico con algunos países y no con otros? ¿Qué ha hecho Chile, Japón o Irán para merecer los terremotos que han ocurrido en sus tierras y que han sido desastrosos? ¿Por qué razón no han ocurrido nunca terremotos en Suiza, Francia o Luxemburgo? ¿Tiene acaso Dios hijos predilectos?
Si Dios provoca los terremotos como sostienen algunos alarmistas, catastrofistas y vendedores de tragedias, entonces, el Dios al que adoramos resulta por lo menos, un ser caprichoso, cruel y sanguinario, pero, con algunos y no con otros.
En Sudamérica misma hay países como Bolivia, Paraguay, Uruguay y Brasil que no conocen de terremotos. Se configuraría entonces una especie de ensañamiento divino con algunos grupos.
Es muy difícil creer que un Dios al que la Biblia describe como un Dios de amor, justo y santo, se goce con el dolor de los seres humanos y provoque, como dicen algunos, los movimientos de la tierra, para, supuestamente llamar a las personas al arrepentimiento. ¿No deberían arrepentirse las personas que viven en Canadá, en la mayor parte de Australia, en Francia, Bolivia, Paraguay, Suiza o España que no han tenido nunca un terremoto?
Ir por esa línea de pensamiento no sólo es caprichoso e infantil, sino que desconoce aspectos básicos de geofísica.
La tierra está formada por placas tectónicas que se ubican en determinados puntos de la tierra y conforman las llamadas “fallas”, el desplazamiento de las placas y la acumulación de tensión geo-física provoca finalmente movimientos que provocan los terremotos y los maremotos.
El anuncio profético
Si se elige la opción del anuncio, la situación es diferente. La Biblia anuncia una serie de hechos que abrían de ocurrir como consecuencia de las decisiones que los seres humanos tomarían en el tiempo del fin, en parte por el deterioro moral y ético, y también como consecuencia de la pérdida de rumbo en la vida humana.
Mateo 24, por ejemplo, señala que habría guerras, rumores de guerra, pestes, hambres y terremotos. Por su parte Pablo señala que en los últimos tiempos “la gente estará llena de egoísmo y avaricia; serán jactanciosos, arrogantes, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, insensibles, implacables, calumniadores, libertinos, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traicioneros, impetuosos, vanidosos y más amigos del placer que de Dios. Aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad” (1 Tim. 3:2-5).
Es absurdo pensar que Dios provocaría guerras y pestes o que haría que las personas se conviertan en arrogantes y desobedientes a los padres. Lo que Dios hace es anunciar, por amor a sus hijos, y a quienes quieran decidir por su misericordia, los acontecimientos que vendrían, en ningún caso para manipularlos.
Cuando un padre le anuncia a sus hijos que a consecuencia de una lluvia habrán inundaciones no está diciéndoles quiero que ocurran esos desastres, sino es lo que va a acontecer como resultado de la inundación.
Providencia divina
Epicuro, el filósofo griego de Atenas planteo un dilema que hasta el día de hoy corroe la confianza en Dios en muchos, él sostenía: "Frente al mal que hay en el mundo existen dos respuestas: o Dios no puede evitarlo, o no quiere evitarlo. Si no puede, entonces no es omnipotente. Y si no quiere, entonces es un malvado". En ambos casos, se está ante un interrogante devastador para la fe y la confianza en Dios.
Hay quienes caen en la tentación de atribuir el mal a Dios, como quienes ven en los terremotos la mano de Dios movida por motivos de venganza u otras situaciones que hacen parecer a la divinidad como un tirano insensible.
Dios es un Dios de amor que “hace salir el sol sobre malos y buenos”, según las palabras de Jesús, que no discrimina a nadie, y que no desea la muerte del pecador.
En su potestad le ha dado al ser humano la posibilidad de elegir, y eso implica, entender que su providencia obra, siempre y cuando no se ponga en juego la libertad del ser humano.
Responsabilidad humana
Lo que se suele obviar es la responsabilidad humana en los acontecimientos naturales. En Chile las dos ciudades donde ocurrieron las mayores muertes fue en Dichato y Constitución, fue por efecto del maremoto que arrastró a la mayoría de las casas que estaban construidas en el borde costero en zonas no aptas.
En Concepción, Chile, la mayoría de las personas que murieron fue por el derrumbe de un edificio que se destruyó completamente a consecuencia de no haber respetado plenamente las normas de construcción antisísmica.
Lo mismo ocurrió en Haití, donde las casas no contaban con elementos adecuados, estaban construidas de manera precaria, con materiales inapropiados y en lugares que no deberían estar.
Cuando ocurrió el Tsunami en el sud-este asiático, la mayoría de las construcciones estaban en lugares inapropiados, especialmente en el borde costero.
Se sigue construyendo en lugares inadecuados, ciudades que se alzan en fallas naturales o cerca de volcanes, y evidentemente allí hay responsabilidad humana. Si a eso se suma la corrupción, el egoísmo, la mala distribución de la riqueza, el abismo que existe entre pobres y ricos (los pobres son los que más sufren los desastres), etc. tenemos un cuadro dantesco.
Las Naciones Unidas han creado el llamado Índice de Riesgo de Desastres (IRD) que en síntesis señala que: "La concentración urbana, los efectos del cambio climático y la degradación ambiental aumentan las fuerzas de las catástrofes y la falta de defensa de las víctimas".[6] En todo eso está la elección humana y no la intervención arbitraria de Dios.
Conclusión
Seguirán ocurriendo tragedias y desastres naturales, la esperanza de los cristianos es que llegará un momento en que todo acabará porque Dios terminará este mundo y recreará la tierra que planeó desde siempre. Mientras tanto, acompaña al ser humano en su dolor, les provee de la asistencia que necesitan y procura darles entendimiento para que no sigan destruyendo la tierra, ni deteriorándose moralmente para que se siga con el proceso autodestructivo del ser humano. Siempre respetando su libertad, que es lo que nos hace humanos y no animales.
[1] http://earthquake.usgs.gov/earthquakes/eqarchives/year/eqstats.php. Consultado el 15 de marzo 2010.
[3] J. C. Ruegg, A. Rudloff, C. Vigny, R. Madariaga, J. B. de Chavalier, J. Campos, E. Kausel, S. Barrientos, y D. Dimitrov, “Interseismic Strain Accumulation Measured by GPS in the Sismic Gap between Constitución and Concepción in Chile”, Physic of the Earth and Planetary Interiors 175 (2009): 78-85.
[4] http://www.nasa.gov/topics/earth/features/earth-20100301.html. Consultado el 15 de marzo 2009.
[5] http://geologia.suite101.net/article.cfm/consecuencias-del-terremoto-en-chile. Consultado el 15 de marzo de 2009.
[6] http://www.consumer.es/web/es/medio_ambiente/2004/10/13/110261.php. Consultado el 15 de marzo de 2009.
jueves, 10 de junio de 2010
El desarrollo vital y las experiencias tempranas
Las experiencias tempranas son aquellas experiencias vitales que tuvimos en el periodo que va desde el nacimiento hasta más o menos los siete años de edad. Aquella época de nuestra vida marcó lo que seríamos definitivamente en nuestra vida posterior.
Algo similar plantea la Biblia en otros términos diciéndonos: “Dale buena educación al niño de hoy, y el viejo de mañana jamás la abandonara” (Prov 22:6). Las experiencias tempranas, si bien no son determinantes, crean condiciones que hacen que las personas tengan inclinaciones, tendencias, recuerdos, y otras conductas que de un modo u otro influyen en lo que serán en el futuro.
Hace algún tiempo la televisión ―en procura de impedir el abuso y maltrato infantil― ha venido mostrando que hay maneras sutiles de castigar o condicionar negativamente a un niño. Si sucesivamente le estoy diciendo que no sirve para nada, que no tiene habilidades, que no va a poder realizar nada decentemente, etc. Sin duda, eso efectuará lo que ese niño será en el futuro.
Dos hermanas, muy bonitas entre ellas, quienes desde muy pequeñas fueron calificadas por sus padres de manera distinta. Alguna vez le preguntaron a ambas que serían de grande, una de ellas la menor dijo, seré profesora y la otra, la mayor, simplemente con un aire de descuido dijo: niña de la calle. Con el tiempo eso se convirtió en una broma familiar que poco a poco fue tomándose en serio. Al punto, que sus padres no dudaron que la menor sería profesional y la mayor nunca lograría nada. Así que cuando les preguntaban a esos padres que creían respecto a sus hijas sucesivamente respondían: la menor va a ser profesora, o profesional, y la mayor no creemos que llegue muy lejos. Han pasado los años, y esa profecía autocumplida se ha verificado con total exactitud, una de ellas, la menor es profesora, y la otra, la mayor, nunca ha logrado nada importante en su vida. Tiene un hogar mal conformado, ha sufrido una serie sistemática de humillaciones y paulatinamente se ha ido convenciendo que nunca será nada en la vida.
Digámosles “tonto” sistemáticamente a un niño, y cuando sea adulto, no importa qué capacidad intelectual tenga esa persona se sentirá incapaz.
Otras dos hermanas, con una experiencia similar a la anterior. Conocí a una de ellas, una mujer muy hermosa, e inteligente, sin embargo, anoréxica y con tendencia a depresiones suicidas. Al principio pensé que aquello sería un problema de tipo físico, sin embargo, poco a poco fui armando un esquema distinto. Su madre siempre había preferido a la hermana mayor. Una mujer también muy hermosa, sin embargo, rubia, la otra hermana era blanca, pero de pelo oscuro, en los esquemas mentales de la madre belleza era sinónimo de ser rubia, así que siempre consideró a una hija bonita y a otra fea, y así las trató. Cuando yo conocí aquella joven, su hermana ―la hermosa según la madre― acababa de ganar un concurso importante de belleza. Esta joven siempre compitió para poder ganar un lugar en la vida de su madre, así que destacó en el ámbito intelectual, porque no creía tener competencia en el aspecto físico, aunque muy hermosa, se consideraba la mujer más fea de la tierra. Lamentablemente la madre no reaccionó ni siquiera cuando su hija anoréxica se convirtió en drogadicta.
La tragedia verdadera de los recuerdos traumáticos no es simplemente el dolor intenso que sentimos a causa de ellos y el poderoso empuje del pasado que se agita en nuestro interior. Esto es debido a que, por causa del dolor y el empuje, hemos aprendido métodos falsos de hacer frente a las situaciones de la vida, y maneras equivocadas de relacionarnos con las personas, hasta el punto de que éstas pasan a ser la base de la pautas de nuestra personalidad: nuestra manera de vivir”.
Esto significa que el pasado, especialmente el de nuestras experiencia tempranas en nuestra vida, está en nosotros presente querámoslo o no. Está condicionando lo que somos y lo que seremos.
¿Es esto determinante? No, no lo es, sin embargo, es necesario encontrar ayuda que nos permita reelaborar las experiencias que tuvimos, incluso es preciso enfrentarnos a aquellos problemas no resueltos que de un modo u otro condicionan nuestra vida.
Las experiencias tempranas de nuestras vidas condicionan nuestra vida totalmente. Somos lo que somos, en alto grado determinados por lo que ha sido nuestra experiencia temprana. Eso es para tomar esa etapa con mucho cuidado, en el caso de los padres, y poner atención a lo que fue nuestra experiencia temprana porque allí están las claves para entender lo que somos hoy como adultos.
Algo similar plantea la Biblia en otros términos diciéndonos: “Dale buena educación al niño de hoy, y el viejo de mañana jamás la abandonara” (Prov 22:6). Las experiencias tempranas, si bien no son determinantes, crean condiciones que hacen que las personas tengan inclinaciones, tendencias, recuerdos, y otras conductas que de un modo u otro influyen en lo que serán en el futuro.
Hace algún tiempo la televisión ―en procura de impedir el abuso y maltrato infantil― ha venido mostrando que hay maneras sutiles de castigar o condicionar negativamente a un niño. Si sucesivamente le estoy diciendo que no sirve para nada, que no tiene habilidades, que no va a poder realizar nada decentemente, etc. Sin duda, eso efectuará lo que ese niño será en el futuro.
Dos hermanas, muy bonitas entre ellas, quienes desde muy pequeñas fueron calificadas por sus padres de manera distinta. Alguna vez le preguntaron a ambas que serían de grande, una de ellas la menor dijo, seré profesora y la otra, la mayor, simplemente con un aire de descuido dijo: niña de la calle. Con el tiempo eso se convirtió en una broma familiar que poco a poco fue tomándose en serio. Al punto, que sus padres no dudaron que la menor sería profesional y la mayor nunca lograría nada. Así que cuando les preguntaban a esos padres que creían respecto a sus hijas sucesivamente respondían: la menor va a ser profesora, o profesional, y la mayor no creemos que llegue muy lejos. Han pasado los años, y esa profecía autocumplida se ha verificado con total exactitud, una de ellas, la menor es profesora, y la otra, la mayor, nunca ha logrado nada importante en su vida. Tiene un hogar mal conformado, ha sufrido una serie sistemática de humillaciones y paulatinamente se ha ido convenciendo que nunca será nada en la vida.
Digámosles “tonto” sistemáticamente a un niño, y cuando sea adulto, no importa qué capacidad intelectual tenga esa persona se sentirá incapaz.
Otras dos hermanas, con una experiencia similar a la anterior. Conocí a una de ellas, una mujer muy hermosa, e inteligente, sin embargo, anoréxica y con tendencia a depresiones suicidas. Al principio pensé que aquello sería un problema de tipo físico, sin embargo, poco a poco fui armando un esquema distinto. Su madre siempre había preferido a la hermana mayor. Una mujer también muy hermosa, sin embargo, rubia, la otra hermana era blanca, pero de pelo oscuro, en los esquemas mentales de la madre belleza era sinónimo de ser rubia, así que siempre consideró a una hija bonita y a otra fea, y así las trató. Cuando yo conocí aquella joven, su hermana ―la hermosa según la madre― acababa de ganar un concurso importante de belleza. Esta joven siempre compitió para poder ganar un lugar en la vida de su madre, así que destacó en el ámbito intelectual, porque no creía tener competencia en el aspecto físico, aunque muy hermosa, se consideraba la mujer más fea de la tierra. Lamentablemente la madre no reaccionó ni siquiera cuando su hija anoréxica se convirtió en drogadicta.
Nuestras conductas adultas condicionan las conductas futuras de nuestros niños. Incluso en el concepto que desarrollamos de Dios.Los recuerdos penosos son integrados como parte de la realidad y tendemos a imaginarnos que la realidad es así como nosotros la hemos vivido. Con la joven de la historia anterior, tuve muchas dificultades para hablarle de un Dios perdonador, amante y respetuoso de nuestra dignidad particular como ser humano, simplemente para ella Dios estaba investido, de características similares a los que conocía de su madre: Arbitrariedad, acepción de personas, segregación, favoritismo, etc.
La tragedia verdadera de los recuerdos traumáticos no es simplemente el dolor intenso que sentimos a causa de ellos y el poderoso empuje del pasado que se agita en nuestro interior. Esto es debido a que, por causa del dolor y el empuje, hemos aprendido métodos falsos de hacer frente a las situaciones de la vida, y maneras equivocadas de relacionarnos con las personas, hasta el punto de que éstas pasan a ser la base de la pautas de nuestra personalidad: nuestra manera de vivir”.
Esto significa que el pasado, especialmente el de nuestras experiencia tempranas en nuestra vida, está en nosotros presente querámoslo o no. Está condicionando lo que somos y lo que seremos.
¿Es esto determinante? No, no lo es, sin embargo, es necesario encontrar ayuda que nos permita reelaborar las experiencias que tuvimos, incluso es preciso enfrentarnos a aquellos problemas no resueltos que de un modo u otro condicionan nuestra vida.
Las experiencias tempranas de nuestras vidas condicionan nuestra vida totalmente. Somos lo que somos, en alto grado determinados por lo que ha sido nuestra experiencia temprana. Eso es para tomar esa etapa con mucho cuidado, en el caso de los padres, y poner atención a lo que fue nuestra experiencia temprana porque allí están las claves para entender lo que somos hoy como adultos.
domingo, 6 de junio de 2010
Vida, transición y cambio
Los seres humanos, por diversas razones, tendemos a creer que “se llega a ser algo” como si uno fuese hacia un estado de estabilidad permanente o a un ser inamovible. Lo real es que todos los seres humanos estamos constantemente en proceso de cambios, basta que nos miremos al espejo y comparemos lo que allí observamos con alguna de nuestras fotografías.
William Inge, dramaturgo norteamericano, pone en labios de Adán, cuando es expulsado del Edén, una broma para consolar a Eva, que no entiende lo que está ocurriendo:
-“Pero, querida, ¿qué le vas a hacer? Vivimos en una época de transición”.[1]
Más allá del chiste la verdad es que la vida toda es una constante y permanente transición. Lo único permanente es el cambio.
¿Qué es la transición?
La palabra “transición” está relacionada con los vocablos “transitar, transitivo, tránsito”, todo lo que conlleva la idea de pasar de un lado hacia otro, implica avanzar y no estar detenido.
Transitar por la vida es cambiar. Lo inmóvil muere. El agua que se detiene deviene en otro ser. La vida misma, por definición es constante transitar. José Ortega y Gasset, el filósofo español, decía, que “el hombre es un incesante, ineludible y puro hacer”.[2] En este sentido, el ser humano está en todo instante pasando de un punto a otro.
El cambio como esencia de la vida humana
Muchas personas sin entender plenamente lo que están diciendo afirman temer al cambio. De hecho, uno de los temores más extendidos entre los humanos es a cambiar. Sin embargo, la realidad demuestra que es un temor infundado. No tiene sentido. Hoy podemos ver que el cambio es tan vertiginoso que simplemente temerle, no sólo es absurdo, sino que nos inmoviliza para poder adecuarnos a dicho cambio.
Algo de eso era la lectura que hacía hace un par de décadas el periodista Alvin Toffler cuando nos hablaba de un “schock” en relación al futuro.[3] Cuando las personas no son capaces de vivir junto con el cambio de manera inteligente, entonces, se produce un fracaso de adaptación que nos impide gozar del inmenso privilegio de vivir con sentido. En muchos individuos hay una resistencia casi patológica a cambiar, no sólo en sus asuntos personales sino en relación a la sociedad en general.
Sonreímos al observar a comunidades religiosas tan cerradas al cambio como los Amish, por ejemplo, grupo protestante norteamericano de origen menonita. Ellos han sido capaces a fuerza de tradición de mantener un modo de vida ligado al pasado que no acepta las influencias de la sociedad industrializada de hoy en día. Visten de un modo extremadamente sencillo, utilizando corchetes en vez de botones y viajan en coches tirados por caballos en vez de utilizar vehículos. Por otro lado, nos provoca cierto fastidio el observar el odio recalcitrantre de grupos terroristas como el tristemente famoso Ku Kux Klan que se ha negado sistemáticamente a aceptar las diferencias raciales e ideológicas aferrándose a esquemas rígidos, no sólo de pensamiento sino de conducta. Lo dramático de estos grupos es que son la parte visible de una conducta humana más normal de lo que desearíamos la de aquellos que se resisten a cambiar.
El peligro del rechazo al cambio
Cuando nos oponemos al cambio, entonces nuestras vidas se convierten no sólo en rutinarias sino que negamos el elemento más vital y trascendente de la vida humana la transformación y el crecimiento.
Es obvio el cambio físico que uno observa en las personas, sin embargo, cuando dicho cambio no va acompañado por cambio en sus estructuras mentales, en análisis de sus juicios, en curiosidad para aprender, en suma, de someterse a la posibilidad de cambiar, entonces, se llega fácilmente al dogmatismo y al fanatismo, las dos caras de una misma moneda.
La intransigencia obcecada es el producto visible de quienes se niegan a aceptar el cambio. Es cierto que muchos temen que el cambio puede traer males y de allí su temor. Sin embargo, el hecho de que un adolescente se caiga con más frecuencia o sea torpe en tomar los objetos porque “está cambiando” no significa que el cambio en sí sea malo, simplemente, está aprendiendo a vivir con dicho cambio.
Hace unos días conversaba con alguien hablándole de las ventajas del uso de Internet, esa herramienta contemporánea que ha eliminado literalmente las fronteras entre los seres humanos convirtiéndonos a todos en habitantes de un solo país, la tierra. Le hablaba por ejemplo, que ya no hay fronteras reales, simplemente basta una conexión para que podamos comunicarnos con todo el mundo. Ayer, sin más, recibí cartas de España, Indonesia, Malasia, Chile y EE.UU., incluso en un momento conversé de manera instantánea con tres de ellos que viven en diversos continentes. Eso, que alguna vez fue privilegio de gobiernos y aparatos muy sofisticados hoy está al alcance de cualquiera gracias al cambio. La persona me escuchó mi discurso y luego haciendo un gesto de desdén me dijo:
-¡Hasta donde vamos a llegar! Un día se van a meter en nuestras casas para espiarnos y ver que hacemos. ¡Prefiero ir al correo y pagar por una estampilla! ¡Es más seguro!
¡Pobre!, aún no sabe que hoy en día es posible espiar lo que hace en la intimidad de su dormitorio aún desde un satélite a miles de kilómetros de distancia. Sin embargo, no quise decirle eso, tal vez se hubiese asustado más.
De hecho la negación del cambio produce entre otros males la incapacidad de dialogo. Las personas se tornan en dogmáticos y seguros de que su discurso es el único viable de ser escuchado.
Cambiar una ley natural ineludible
Vivir constantemente en transición es lo único permanente en la vida humana. El cambio es una ley que no se puede esquivar. Quien rechaza la posibilidad de cambiar es como quien se niega a respirar, tarde o temprano algún órgano vital dejará de funcionar.
Cuando no cambiamos estamos negando un proceso natural. La vida en sí misma es cambio permanente.
Cambio y pensamiento
Llama la atención que la Biblia constantemente está haciendo llamados al cambio. De hecho “conversión”, la expresión más usada por el mundo cristiano es sinónimo de cambio.
El apóstol Pablo quién entendió por experiencia propia la necesidad de cambiar hace llamados constantes a la transformación. Sin embargo, entiende que el cambio siempre ha de comenzar en la mente. Dice en una de sus cartas: “no vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios” (Rom 12:2). En otras palabras, todo cambio de vida va precedido por un cambio en la forma en cómo pensamos. Dicho de otro modo, nadie cambiará de manera perdurable a menos que cambie su modo de pensar.
Esto reduce el problema a un asunto de estructuras mentales. El cambio es vital. No obstante, también es fundamental que las personas realicen una revisión de su forma de pensar. Y allí está probablemente el meollo del asunto. Esto se vuelve un círculo sin sálida: No es posible cambiar si no se cambia la manera de pensar, pero, no es posible cambiar la manera de pensar si no se está dispuesto al cambio. ¿Cómo salir del atolladero?
El problema no es sencillo. No es que tengamos la panacea, sin embargo, es preciso hacer un breve análisis de nuestros hábitos y tal vez, ese sea un camino para poder descubrir si estamos dispuestos a cambiar o no. Por ejemplo, podríamos hacernos las siguientes simples preguntas:
-¿Cuándo tuve un díalogo honesto y sincero con alguien que pensaba diferente a mi? En dicha ocasión, ¿estuve dispuesto a revisar mis pre-conceptos o simplemente me dediqué a objetar y defender mis puntos de vista ya asumidos? Cuando nos atrincheramos sólo vemos nuestra trinchera, de ese modo, es difícil visualizar otro horizonte.
-¿Tiendo a desacreditar o menospreciar la forma de pensar que tienen otras personas aún a riesgo de caer en argumentos de agresión verbal a nuestro interlocutor? Una actitud tal puede estar revelando que no estamos dispuestos a escuchar, salvo a nosotros mismos.
-¿Tengo la tendencia a creer que mi argumentación es la mejor y no admite revisión? Una conducta semejante puede evidenciar que estamos en camino de convertirnos en fanáticos recalcitrantes.
Conclusión
Ningún ser humano tiene respuestas absolutas. Tal vez eso se evidencia en aquel pequeño pero ejemplificador poema de Antonio Machado el poeta español:
“¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela”.[4]
La Verdad es una sola, sin embargo, su aprenhensión total sólo es prerrogativa divina. Los humanos sólo tenemos vislumbres de dicha verdad. Sólo quienes estén dispuestos a cambiar, a analizar, a esquivar los preconceptos, a reflexionar estando dispuestos a escuchar los argumentos contrarios a los suyos, en suma, a pensar con posibilidad de cambio son los que podrán gozar del privilegio grandioso de crecer en la verdad.
Referencias
William Inge, dramaturgo norteamericano, pone en labios de Adán, cuando es expulsado del Edén, una broma para consolar a Eva, que no entiende lo que está ocurriendo:
-“Pero, querida, ¿qué le vas a hacer? Vivimos en una época de transición”.[1]
Más allá del chiste la verdad es que la vida toda es una constante y permanente transición. Lo único permanente es el cambio.
¿Qué es la transición?
La palabra “transición” está relacionada con los vocablos “transitar, transitivo, tránsito”, todo lo que conlleva la idea de pasar de un lado hacia otro, implica avanzar y no estar detenido.
Transitar por la vida es cambiar. Lo inmóvil muere. El agua que se detiene deviene en otro ser. La vida misma, por definición es constante transitar. José Ortega y Gasset, el filósofo español, decía, que “el hombre es un incesante, ineludible y puro hacer”.[2] En este sentido, el ser humano está en todo instante pasando de un punto a otro.
El cambio como esencia de la vida humana
Muchas personas sin entender plenamente lo que están diciendo afirman temer al cambio. De hecho, uno de los temores más extendidos entre los humanos es a cambiar. Sin embargo, la realidad demuestra que es un temor infundado. No tiene sentido. Hoy podemos ver que el cambio es tan vertiginoso que simplemente temerle, no sólo es absurdo, sino que nos inmoviliza para poder adecuarnos a dicho cambio.
Algo de eso era la lectura que hacía hace un par de décadas el periodista Alvin Toffler cuando nos hablaba de un “schock” en relación al futuro.[3] Cuando las personas no son capaces de vivir junto con el cambio de manera inteligente, entonces, se produce un fracaso de adaptación que nos impide gozar del inmenso privilegio de vivir con sentido. En muchos individuos hay una resistencia casi patológica a cambiar, no sólo en sus asuntos personales sino en relación a la sociedad en general.
Sonreímos al observar a comunidades religiosas tan cerradas al cambio como los Amish, por ejemplo, grupo protestante norteamericano de origen menonita. Ellos han sido capaces a fuerza de tradición de mantener un modo de vida ligado al pasado que no acepta las influencias de la sociedad industrializada de hoy en día. Visten de un modo extremadamente sencillo, utilizando corchetes en vez de botones y viajan en coches tirados por caballos en vez de utilizar vehículos. Por otro lado, nos provoca cierto fastidio el observar el odio recalcitrantre de grupos terroristas como el tristemente famoso Ku Kux Klan que se ha negado sistemáticamente a aceptar las diferencias raciales e ideológicas aferrándose a esquemas rígidos, no sólo de pensamiento sino de conducta. Lo dramático de estos grupos es que son la parte visible de una conducta humana más normal de lo que desearíamos la de aquellos que se resisten a cambiar.
El peligro del rechazo al cambio
Cuando nos oponemos al cambio, entonces nuestras vidas se convierten no sólo en rutinarias sino que negamos el elemento más vital y trascendente de la vida humana la transformación y el crecimiento.
Es obvio el cambio físico que uno observa en las personas, sin embargo, cuando dicho cambio no va acompañado por cambio en sus estructuras mentales, en análisis de sus juicios, en curiosidad para aprender, en suma, de someterse a la posibilidad de cambiar, entonces, se llega fácilmente al dogmatismo y al fanatismo, las dos caras de una misma moneda.
La intransigencia obcecada es el producto visible de quienes se niegan a aceptar el cambio. Es cierto que muchos temen que el cambio puede traer males y de allí su temor. Sin embargo, el hecho de que un adolescente se caiga con más frecuencia o sea torpe en tomar los objetos porque “está cambiando” no significa que el cambio en sí sea malo, simplemente, está aprendiendo a vivir con dicho cambio.
Hace unos días conversaba con alguien hablándole de las ventajas del uso de Internet, esa herramienta contemporánea que ha eliminado literalmente las fronteras entre los seres humanos convirtiéndonos a todos en habitantes de un solo país, la tierra. Le hablaba por ejemplo, que ya no hay fronteras reales, simplemente basta una conexión para que podamos comunicarnos con todo el mundo. Ayer, sin más, recibí cartas de España, Indonesia, Malasia, Chile y EE.UU., incluso en un momento conversé de manera instantánea con tres de ellos que viven en diversos continentes. Eso, que alguna vez fue privilegio de gobiernos y aparatos muy sofisticados hoy está al alcance de cualquiera gracias al cambio. La persona me escuchó mi discurso y luego haciendo un gesto de desdén me dijo:
-¡Hasta donde vamos a llegar! Un día se van a meter en nuestras casas para espiarnos y ver que hacemos. ¡Prefiero ir al correo y pagar por una estampilla! ¡Es más seguro!
¡Pobre!, aún no sabe que hoy en día es posible espiar lo que hace en la intimidad de su dormitorio aún desde un satélite a miles de kilómetros de distancia. Sin embargo, no quise decirle eso, tal vez se hubiese asustado más.
De hecho la negación del cambio produce entre otros males la incapacidad de dialogo. Las personas se tornan en dogmáticos y seguros de que su discurso es el único viable de ser escuchado.
Cambiar una ley natural ineludible
Vivir constantemente en transición es lo único permanente en la vida humana. El cambio es una ley que no se puede esquivar. Quien rechaza la posibilidad de cambiar es como quien se niega a respirar, tarde o temprano algún órgano vital dejará de funcionar.
Cuando no cambiamos estamos negando un proceso natural. La vida en sí misma es cambio permanente.
Cambio y pensamiento
Llama la atención que la Biblia constantemente está haciendo llamados al cambio. De hecho “conversión”, la expresión más usada por el mundo cristiano es sinónimo de cambio.
El apóstol Pablo quién entendió por experiencia propia la necesidad de cambiar hace llamados constantes a la transformación. Sin embargo, entiende que el cambio siempre ha de comenzar en la mente. Dice en una de sus cartas: “no vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios” (Rom 12:2). En otras palabras, todo cambio de vida va precedido por un cambio en la forma en cómo pensamos. Dicho de otro modo, nadie cambiará de manera perdurable a menos que cambie su modo de pensar.
Esto reduce el problema a un asunto de estructuras mentales. El cambio es vital. No obstante, también es fundamental que las personas realicen una revisión de su forma de pensar. Y allí está probablemente el meollo del asunto. Esto se vuelve un círculo sin sálida: No es posible cambiar si no se cambia la manera de pensar, pero, no es posible cambiar la manera de pensar si no se está dispuesto al cambio. ¿Cómo salir del atolladero?
El problema no es sencillo. No es que tengamos la panacea, sin embargo, es preciso hacer un breve análisis de nuestros hábitos y tal vez, ese sea un camino para poder descubrir si estamos dispuestos a cambiar o no. Por ejemplo, podríamos hacernos las siguientes simples preguntas:
-¿Cuándo tuve un díalogo honesto y sincero con alguien que pensaba diferente a mi? En dicha ocasión, ¿estuve dispuesto a revisar mis pre-conceptos o simplemente me dediqué a objetar y defender mis puntos de vista ya asumidos? Cuando nos atrincheramos sólo vemos nuestra trinchera, de ese modo, es difícil visualizar otro horizonte.
-¿Tiendo a desacreditar o menospreciar la forma de pensar que tienen otras personas aún a riesgo de caer en argumentos de agresión verbal a nuestro interlocutor? Una actitud tal puede estar revelando que no estamos dispuestos a escuchar, salvo a nosotros mismos.
-¿Tengo la tendencia a creer que mi argumentación es la mejor y no admite revisión? Una conducta semejante puede evidenciar que estamos en camino de convertirnos en fanáticos recalcitrantes.
Conclusión
Ningún ser humano tiene respuestas absolutas. Tal vez eso se evidencia en aquel pequeño pero ejemplificador poema de Antonio Machado el poeta español:
“¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela”.[4]
La Verdad es una sola, sin embargo, su aprenhensión total sólo es prerrogativa divina. Los humanos sólo tenemos vislumbres de dicha verdad. Sólo quienes estén dispuestos a cambiar, a analizar, a esquivar los preconceptos, a reflexionar estando dispuestos a escuchar los argumentos contrarios a los suyos, en suma, a pensar con posibilidad de cambio son los que podrán gozar del privilegio grandioso de crecer en la verdad.
Referencias
[1] Citado por José L. M. Descalzo, Razones para vivir (Salamanca: Sociedad de Educación Atenas, 1998), 166.
[2] Unas Lecciones de Metafísica (Madrid: Alianza Editorial, 1970), 28.
[3] El “Schock” del Futuro (Barcelona: Plaza & Janes, Editores, 1982).
[4] Poesías Completas (Buenos Aires: Losada, 1958), 225.
jueves, 3 de junio de 2010
El padre pródigo
Cuando no nos detenemos en los detalles, tal como cuando pasamos en un vuelo de avión, tenemos una perspectiva global, pero los elementos más enriquecedores, los que hacen la diferencia, los que nos dejan palpitando y nos muestran senderos que motivan, alientan y dan esperanza están allí en el detalle.
Una de las parábolas más leídas de la Biblia es la que se ha dado en llamar el “hijo pródigo”, cuando en realidad, el personaje central no es el hijo, sino el padre.
El trasfondo
Para comenzar a entender el contexto tanto histórico como textual de las palabras de Jesús es preciso comprender que Cristo dirigió la parábola a un grupo específico de personas: “Fariseos y maestros de la ley”. Lucas señala: “Muchos recaudadores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para oírlo, de modo que los fariseos y los maestros de la ley se pusieron a murmurar: ‘Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos’” (Lc. 15:1-2).
Los escribas y los fariseos no soportaban que Jesús permitiera que se acercaran a él los “pecadores”. Dicha expresión en tiempos de Cristo tenía una connotación clara, se refería a los no judíos (gentiles), a mujeres que eran consideradas por definición pecadoras, a enfermos puesto que la enfermedad era entendida como castigo de Dios, algunos oficios como cuidar cerdos u ovejas, eran consideradas tareas para pecadores, además, los recaudadores de impuestos.
Ante esta situación los fariseos, auto referidos como “los puros” y los maestros de la ley (llamados escribas), que eran una especie de guardianes de la moral, las costumbres y la ley, definitivamente condenaron a Cristo por relacionarse con ese tipo de personas. La razón ideológica de dicha actitud era porque los religiosos enseñaban que mantener cualquier tipo de contacto con personas consideradas pecadoras, contaminaba y convertía a la persona en una pecadora.
Lucas 15
Se suelen hablar de las “parábolas” de Lucas 15, así en plural, sin embargo, la realidad es que es una sola parábola en tres versiones que incorpora distintas perspectivas respecto a Dios, que en las tres versiones tiene un rol y forma diferente. Dios es un pastor de ovejas, una mujer dueña de casa y un padre rico.
Muchos creyentes no pueden entender lo que significa la lucha por encontrar a Cristo. A veces actuamos como si nosotros fuéramos mejores que aquellos que no están en la fe y eso ponen barreras e impide que el evangelio triunfe.
Por esa razón Jesús cuenta una parábola en tres partes, porque de alguna forma cubre todas las posibilidades de seres humanos:
b. La moneda, que representa a quienes se pierden dentro de la casa. Es Dios tomando la forma de una mujer, lo que debe haber parecido un insulto a los oídos de los fariseos. Busca en la propia casa, y encuentra a los que se han perdido.
c. Los hijos, que están perdidos ambos, uno en la provincia lejana y que se ha ido por voluntad propia y puede regresar, y otro que está perdido en la casa teniéndolo todo, pero no tiene conciencia de estar perdido, que representa a los fariseos y escribas perdidos en sus tradiciones legalistas.
El público al que Jesús dirige esta parábola en tres partes es el mundo de los fariseos y escribas, pagados de sí mismos y contentos con sus arrogancias legalistas.
En la actualidad sigue siendo necesario revisar los conceptos que aparecen en este capítulo, pues siguen habiendo personas que en su arrogancia no logran entender que la gracia no exige obediencia a la ley, sino compromiso de sumisión al Padre que es quien hace el milagro de la transformación real.
En más de alguna ocasión he dicho que temo las reacciones de los santos, los puros y quienes consideran que tienen un lugar preferente en el reino de los cielos, a menudo suelen ser personas tan llenas de soberbia legalista que se convierten en lobos, antes que en ovejas. Mi oración en más de alguna ocasión ha sido, y sin ironía: “Señor líbrame de caer en las manos de algunos de los santos de la iglesia…”
Al margen de una actitud que necesita ser constantemente analizada, la última parte de la parábola, que prefiero llamarla “El padre pródigo”, nos muestra ocho características de Dios, como una fotografía gigante de quien es realmente el Dios al que adoramos. Detenerse en los detalles de la historia contada por Cristo nos ayuda a comprender la magnitud de la obra divina y el carácter de Dios.
1. RESPETA
El texto dice que “El menor de ellos le dijo a su padre: 'Papá, dame lo que me toca de la herencia.' Así que el padre repartió sus bienes entre los dos” (Lc. 15:2 NVI).
No repartió la herencia sólo con el hijo menor, también le dio al mayor lo que correspondía. Lo que sorprende de la manera en que está presentada la narración es que el Padre no exigió explicaciones de ningún tipo. Tampoco puso condiciones, simplemente respetó la decisión de su hijo, aunque no estuviera de acuerdo y aunque representara de muchas formas una especie de insulto al Padre. En realidad le estaba diciendo, “desearía que estuvieras muerto, dame mi herencia”.
La lección es que Dios no obliga a nadie, es un error presentar a un Dios que exige obediencia, no es el mensaje bíblico. Dios espera que le sirvamos por amor, no por miedo ni por manipulación ni nada que se le parezca. Cuando damos otra impresión, entonces, presentamos una caricatura de Dios. El Dios en el que creo respeta, incluso, está dispuesto a aceptar mi rechazo, sin obligarme, ni forzarme de ninguna forma.
El hijo mayor, el que se queda, pasó toda su vida sirviendo por obligación y no por amor. Su vida demuestra que la obediencia sin amor, siempre lleva a la amargura y al sentimiento de llevar una carga que no permite disfrutar la existencia adecuadamente.
2. AMA.
La segunda característica es que Dios ama. De hecho, el texto simplemente dice que en el momento de mayor angustia, cuando había tocado fondo y ya no podía caer más bajo el hijo que se había marchado se dice a sí mismo: “Tengo que volver a mi padre” (Lc. 15:18).
¿Por qué vuelve el hijo? Simplemente porque sabe que su padre lo ama. El hijo conoce a su padre y entiende que su amor es incondicional. El padre ha demostrado en el pasado quién es y el hijo conoce ese rasgo de su padre. Si no lo hubiera sabido nunca hubiera vuelto.
Nadie ha caído tan bajo que no pueda regresar. Cuando presentamos la idea que Dios no está dispuesto a recibir a quien se equivoca, entonces, caricaturizamos a Dios. El amor de Dios es tan grande que nunca rechazará a quien decide volver.
3. ESPERA.
No estamos acostumbrados a la imagen de un Dios paciente que espera. Al contrario, suele recurrirse a la idea de un Dios que está enojado porque sus hijos no deciden rápido. La idea de un Dios que espera, debe haber sonado como herejía a los oídos de los fariseos.
El texto señala que el hijo: “Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio” (Lc. 15:20). ¿Por qué lo vio? Simplemente, porque lo estaba esperando.
Eso muestra un rasgo de Dios: nunca olvida a sus hijos. A veces presentamos a un Dios vengativo que se complace en vernos sufrir o que está pronto a castigarnos por nuestros errores. Pero, eso no es lo que presenta la Escritura. Dios espera que regresemos a él. Dios no nos olvida nunca. Está presto a darnos su ayuda y compañía siempre. Espera con paciencia al momento en que reaccionemos y vamos a sus brazos de amor.
3. ES COMPASIVO.
El texto dice que el Padre “se compadeció de él” (Lc. 15:20). Eso implica que Dios actúa por compasión, no por venganza. Si entendiéramos que Dios es compasivo, actuaríamos distinto con los que se equivocan.
La palabra compasión es hermosa, supone una actitud de amor incondicional. Eso implica que Dios no nos condena nunca, es el ser humano el que se condena a sí mismo por las decisiones que toma.
Si se transmite la idea de compasión, entonces, la visión que normalmente se tiene de Dios cambia. La caricatura presenta a Dios persiguiendo, castigando y denostando a los que yerran. La idea bíblica es totalmente diferente. Dios no realiza una acción de ese tipo, al contrario.
4. VIENE A NUESTRO ENCUENTRO.
El concepto común presentado en círculos religiosos es “ven a buscar a Dios”, “busca a Dios”, etc. El texto nos dice que el Padre “salió corriendo a su encuentro” (Lc. 15:20). Una idea distinta a la presentada tradicionalmente en el folklore religioso contaminado con ideas extrabíblicas. En el mundo antiguo “no se consideraba digno que un anciano corriese; sin embargo, él corre”.[1] Eso da la idea de un Dios activo, que se compromete y que no espera pasivamente.
Se suele presentar a un Dios ausente. Por el contrario, la historia que cuenta Cristo nos muestra a un Dios que viene a nuestro encuentro, lo mismo que vivió Jesús en la experiencia con los seres humanos.
Enseñamos a los niños ideas tales como que Dios se aleja de algunos lugares, o derechamente que Dios no se acerca a determinadas personas, cuando en realidad, Dios nos está buscando siempre.
Él viene a nuestro encuentro cuando menos lo pensamos. Dios siempre está intentando llegar a nosotros.
Como señala William Barclay: “Jesús no creía que se puede glorificar a Dios vilipendiando al hombre; lo que sí creía es que el hombre no es realmente él mismo hasta que vuelve a Dios”.[2]
5. NOS RECIBE.
El Padre, que podría estar ofendido, furioso y distante, se acerca a su hijo, y Jesús dice que: “Lo abrazó y lo besó” (Lc. 15:20).
El hijo venía sudoroso, mal oliente al estar trabajando con cerdos, con ropas sucias, raídas. Al padre no le importó. No le pidió cuentas. No le dijo: “Antes de presentarte a mi cámbiate de ropa”. No esperó un cambio externo, él simplemente lo recibió.
En algunos círculos se transmite la idea de que Dios espera que nosotros seamos transformados antes de ser recibidos, concepto que no es bíblico. Dios nos recibe en nuestra suciedad. Luego viene el cambio que él realiza. Dios recibe sin pedir transformaciones, él sabe que el individuo está herido, sucio y derrotado. El acto de recibirlo, es la constatación de un Dios que no actúa por venganza ni por retribución, sino por misericordia compasiva.
6. TRANSFORMA.
Una vez que hubo recibido al hijo, al que no le pide nada a cambio, el “padre ordenó a sus siervos: '¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies” (Lc. 15:22).
Llega como un cuidador de cerdos, como una persona despreciada, sucia, raída, mal oliente. La lección es que Dios transforma. No es ese un acto humano, no el individuo el que realiza la acción de la auto recuperación.
El acto de ofrecerle lo que le entrega tiene una gran significación en el entorno judío: “La ropa representa el honor; el anillo, la autoridad, porque el que una persona le diera a otra el anillo era como darle poder notarial; los zapatos distinguían, a los hijos, de los esclavos, que no los tenían”.[3]
Dios quita nuestra inmundicia. Saca de nosotros las ropas raídas y sucias y nos da algo mejor. Pone su anillo en nuestro dedo. Nos otorga la posibilidad de llamarnos sus hijos. El padre, que es el único que tiene el poder, realiza la acción de la manera mejor que puede, demostrando amor incondicional y una simpatía a toda prueba por el pecador que no puede cambiar su condición.
7. DEFIENDE.
Luego, ante el ataque del hijo que ha quedado en casa, el padre le responde: “Tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado” (Lc. 15:21-22).
En medio de la fiesta el enemigo siempre nos va a acusar. El hermano representa al enemigo de Dios y a quienes no entienden el amor de Dios ni lo que él hace por sus hijos que se han ido y regresan. Su forma de referirse despectivamente a su hermano como “tu hijo”, muestra a una persona que se complace más con la acusación que con la gracia, típica actitud de los fariseos a quienes representa.
Además, como señala Barclay “tenía una mente sucia. No se mencionan las prostitutas hasta que lo hace él. Parece que acusaba a su hermano de pecados que le habría gustado cometer a él”.[4]
Dios nos defiende. Él es nuestro abogado defensor. Él es quién se presenta delante del enemigo. Mucha gente no entiende este aspecto del carácter de Dios. Actúan como si esa tarea fuera nuestra, pero no es así, Dios es el defensor de sus hijos.
8. HACE FIESTA.
El corolario de la historia es hermoso. En cada una de las secciones, tanto del pastor como de la mujer, se culmina con una fiesta. En este caso, siguiendo la lógica anterior, no podía ser diferente. La justificación que da el padre es: “Teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado” (Lc. 15:22).
Dios nos es Dios de funerales. Muchas veces confundimos “reverencia” con “tristeza” o “amargura”. Cristo fue serio pero alegre.
Necesitamos entrar en la fiesta de Dios. El cristiano está llamado a compartir el gozo del Señor. Hay fiesta por cada pecador que se arrepiente. Dios espera hacer dicha algarabía, porque bien lo merecen quienes han optado por la vida.
Conclusión:
En la parábola del “padre pródigo” se presentan las siguientes características de Dios: Alguien que respeta; Ama; se compadece; viene a nuestro encuentro; nos recibe; transforma; defiende y finalmente, hace fiesta.
Reflexionar diariamente en ese Dios nos hará ser más compasivos, comprensivos y amables con quienes se van a la “tierra extraña” renegando de todo lo que se refiera a Dios, que caen tan bajo que comienzan a codiciar la comida de los cerdos. El Dios en quien creo recibe a cuidadores de cerdos y le pone su manto encima para recordarle que no importa cómo vista, como se vea, es un hijo de Dios que merece ser restaurado. Nunca deberíamos dar otra idea, de lo contrario, desfiguramos al Dios de la Biblia.
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