martes, 20 de julio de 2010

Maledicencia, el pecado del que no se habla


Un sabio fue visitado por alguien que se puso a hablar mal de otro amigo del sabio, y este le dijo:

—Después de tanto tiempo, me visitas para cometer ante mí tres delitos: primero, procurando que odie a una persona a la que amaba; segundo, preocupándome con tus avisos y haciéndome perder la serenidad; y tercero, acusándote a ti mismo de calumniador y malediciente.

Si todos tuviéramos la misma actitud del sabio, no habría maledicientes. Para que una persona hable mal de otra, se necesita alguien que escuche. El que oye es tan culpable como el que habla. Como dijera de manera cómica Tito Maccio Plauto (251—184 a.C.), el autor de comedias latino:
Los que propagan el chisme y los que la escuchan, todos ellos deberían ser colgados: los propagadores por la lengua, y los oyentes por las orejas. 
Maledicencia es sinónimo de calumnia, difamación, engaño, mentira, malicia y vituperio. La forma de lograr que se produzca la maledicencia es divulgando informes falsos o parciales, dando a conocer algún hecho de forma maliciosa o derechamente utilizando el chisme. (Lv. 19.16). Es un pecado toda vez que vulnera los derechos de otras personas y se cae fácilmente en la mentira, aún cuando lo que se cuente, se crea que es verdad, el sólo hecho de difundirlo es señal de engaño, porque los seres humanos le agregan elementos que hacen que el rumor y el chisme se acreciente como levadura en el pan.


El mensaje bíblico 

La Biblia lo llama testigo mentiroso o falso (Pr. 12.17; 14.5) y expresamente se pronuncia en contra de su práctica. El salmista señala:
El que quiera amar la vida y gozar de días felices, que refrene su lengua de hablar el mal y sus labios de proferir engaños” (Sal. 34.12—13 NVI). Texto que es repetido por Pedro (1 Pedro 3:10). 
El texto une “días felices”, “amar la vida” y “gozar” con “refrenar la lengua”. Eso quiere decir, que quien no es capaz de controlar lo que dice respecto a otras personas, fácilmente perderá la tranquilidad y el gozo que produce vivir correctamente.

Otra sección señala:
No declares sin razón contra tu prójimo ni hagas afirmaciones falsas (Proverbios 24.28 DHH). 
El apóstol Pablo, con la asertividad que lo caracteriza, exhorta:
Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia (Efesios 4.31). 
No hay lugar a interpretaciones en este texto, la maledicencia puede tomar muchas formas y Pablo señala varias de ellas.

El apóstol Santiago es mucho más drástico:
Hermanos, no hablen mal unos de otros. Si alguien habla mal de su hermano, o lo juzga, habla mal de la ley y la juzga. Y si juzgas la ley, ya no eres cumplidor de la ley, sino su juez (Santiago 4.11). 
En este versículo Santiago da un giro interesante al “hablar mal de los hermanos” al señalar que quien lo hace “habla mal de la ley” y se pone como juez de la misma. En otras palabras, no es esa nuestra función, en ningún caso.

El salmista se pregunta: 
¿Quién, Señor, puede habitar en tu santuario? ¿Quién puede vivir en tu santo monte? (Salmo 15:1). 
El legalista contestará: “El que guarda los mandamientos”.

El formal dirá: “El que asiste a la iglesia”.

La respuesta del fariseo será: “El que se aparta de los pecadores”.

La respuesta bíblica a continuación es el: 
Que no calumnia con la lengua, que no le hace mal a su prójimo ni le acarrea desgracias a su vecino (Salmo 15:3). 
Una vez más la constante bíblica, la religión se vive en relación con los demás y no en el ascetismo apartado, en el misticismo silencioso, en el formalismo orgulloso o en la actitud condenatoria del fariseo.

Una de las características que la Biblia da de los dirigentes de la iglesia es que no deben ser de “de dos lenguas” (1 Timoteo 3:8 RV00), “sin doblez” (RV60), dice otra versión. Me gusta como lo traduce la Nueva Versión Internacional: “Que nunca falten a su palabra”. Es decir, honestos, transparentes, que no tengan que andar dando explicaciones de algo que dijeron respecto a otras personas.

Uno de los mandamientos del Decálogo prohíbe expresamente el falso testimonio (Éxodo 20.16; Deuteronomio 5.20).

Incluso es más, la invitación expresa de la Escritura es: 
No des informes falsos, ni te hagas cómplice del malvado para ser testigo en favor de una injusticia (Éxodo 23.1). 
Es decir, la Biblia entiende claramente que el dar informes falsos o calumniar, o simplemente expandir un chisme es ponerse de parte de los malvados y de la injusticia. El siguiente texto señala, como un corolario de lo que acontece a menudo: “No sigas a la mayoría en su maldad” (Éxodo 23:2).

En el pueblo de Israel, con el fin de evitar que se transmitieran informes falsos o testimonios incorrectos de una persona se exigía que al menos hubieran dos testigos para declarar (Números 35.30; Deuteronomio 17.6; 19.15–21). Muchos chismes de hoy no pasarían esa prueba.

Sin censura eclesiástica 

El pecado de hablar mal de otros, a menudo no es motivo de censura en la iglesia. Nos gusta más dedicarnos a “pecados visibles”. De esa forma soslayamos nuestra propia culpa y responsabilidad en dicha situación, no obstante, al actuar así no entendemos el testimonio claro de la Escritura.

¿Por qué se habla tan poco de esta falta moral? Como señala acertadamente Daniel Tubau, escritor, guionista, director, profesor y licenciado en Filosofía: 
Me temo que la verdadera razón de su poco uso es que ‘hablar de los demás’ es completamente equivalente a ‘hablar mal de los demás’.
El mismo escritor afirma: 
Del mismo modo que la crítica parece identificarse siempre con crítica negativa, sólo se habla de los otros para hacerlo mal. Yo conozco muchas personas que cuando elogian algo o alguien en realidad están criticando a quienes no son como aquel al que elogian. 
Me parece completamente razonable. Muchos han entendido mal lo que implica “hablar de otros” o hacer lo que eufemísticamente la gente dice: “una crítica constructiva”, cuando a menudo son lejos, cuestiones destructivas.

Las personas que hablan mal de otros se convierten en rehenes de aquellos de quienes hablan, puesto que están constantemente pendientes de otras vidas, y de algún modo sutil, abandonan la propia y se estancan. 

Blaise Pascal (1623-1662), el matemático, físico, filósofo y teólogo francés, en sus Pensamientos escribe:
Nadie habla en nuestra presencia del mismo modo que en nuestra ausencia. La sociedad humana está fundada en este mutuo engaño. 
Se puede entender esta actitud en el mundo no cristiano, pero no es posible aceptarla en quienes tienen a Jesús como modelo. En ese caso, es simplemente una acción maledicente que empaña la figura de Cristo. Un cristiano que habla mal de otros es una contradicción para el estilo de vida que pretende vivir.

Maldición y maledicencia 

Desde el punto de vista sintáctico, maledicencia está vinculado directamente a la expresión maldición. La raíz latina expresa dos ideas “mal” y “decir”, en otras palabras, hablar mal de otros. Es interesante esta relación lingüística, puesto que cuando una persona hace uso de la maledicencia simplemente está maldiciendo su propia vida y la de otros.

Según Mariano Arnal, deberíamos reemplazar la maledicencia por la “benedicencia”, es decir, aprender a hablar bien de otros, buscar, sin ser lisonjero, meloso, zalamero o adulador, exponer las bondades de las vidas de otras personas.

De cualquier persona se puede aprender a hablar bien y descubrir sus bondades.

Cuentan que un grupo de hermanas se reunía habitualmente para preparar ropas para darlos a los necesitados. Sin embargo, ellas tenían la costumbre de hablar mal de otros, siempre tenían algún motivo para criticar o contar algún chisme de algún miembro de la iglesia o algún conocido. Sin embargo, había una anciana que siempre que ellas hablaban daba alguna característica positiva del aludido. Las otras señoras solían molestarse mucho, porque con sus palabras cambiaba el ambiente y ya no era cómodo seguir hablando.

Un día se pusieron de acuerdo y dijeron:

—Tenemos que hablar de alguien que no tenga nada bueno.

—Del diablo —dijo una de ellas muy entusiasmada, y todas rieron con complicidad.

Así que en la siguiente ocasión esperaron que la anciana llegara y comenzaron a hablar de Satanás. Cada una daba su opinión y expresaban su molestia con las características más negativas que se les pudiera ocurrir. Todas miraban de reojo a la anciana que estaba tejiendo, a la espera de si iba a decir algo, cuando de pronto ella levantó la cabeza y dijo:

—¿Se han dado cuenta lo perseverante que es el diablo?

Siempre es posible hablar bien de las personas, cuando queremos y cambiamos nuestra actitud mental.

Resultados 

Jorge Luis Alcázar del Castillo, señala que:
El daño causado por la maledicencia es muy difícil de reparar. No siempre nos damos cuenta del perjuicio. Se agravia, ofende y calumnia con un desparpajo increíble, si preguntamos a un chismoso de donde ha sacado esas expresiones, responderá: 'lo escuché', 'me dijeron', 'se comentó en una conversación', 'me lo contó un amigo'. En muchos casos la maledicencia se basa en afirmaciones sin sentido, pero una vez que han sido pronunciadas causan un daño difícil de reparar”. 
Por esa razón, el religioso Francisco de Sales (1567—1622) calificaba a la maledicencia como “una especie de homicidio”, porque con la palabra se asesina la reputación de una persona, de forma gratuita y amparado en la más completa impunidad.

Pecado sin censura

Lamentablemente al interior de las congregaciones religiosas se suelen considerar este pecado como un mal menor o como una situación poco meritoria de condena. De hecho, la mayor parte de los grupos religiosos dan más importancia a los llamados “pecados de la carne” que a este tipo de situaciones que suele ser notablemente insidiosa y provocar mucho daño.

Jean Baptiste Poquelin, el dramaturgo francés más conocido por su apodo, Moliere (1622–1673) solía decir que “contra la maledicencia no hay escudo”. No estoy completamente de acuerdo, algo se puede hacer para detener esta lacra social.

Alcázar cita una historia que tiene a protagonista a Sócrates, las tres rejas:

Un joven discípulo de Sócrates llega a casa de éste y le dice:

—Escucha, maestro. Un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia...

—¡Espera! —lo interrumpe Sócrates— ¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?

—¿Las tres rejas?

—Sí. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?

—No. Lo oí comentar a unos vecinos.

—Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme ¿es bueno para alguien?

—No, en realidad, no. Al contrario...

—¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?

—A decir verdad, no.

—Entonces —dijo el sabio sonriendo— si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el olvido.

¿Cuán bien le haríamos a las relaciones interpersonales cuando alguien nos venga con un chisme contestarle de esa forma? Si nos pusiéramos en campaña para evitar que nos cuenten chismes, estaríamos contribuyendo a detener este flagelo que sólo hace daño. No hay que olvidar que es tan culpable el que actúa con maledicencia, como el que escucha dichas charlas que destruyen la reputación del otro. 

Conclusión

Antioco del Monasterio de Saba señala: 
En ausencia del hermano no se debe hablar mal de él para difamarlo, aunque digamos la verdad. Esto sería maledicencia. 
Es hora de comenzar a hablar de este pecado, y detenerlo, de otra forma seguirá destruyendo vidas y enturbiando las relaciones entre las personas.

lunes, 19 de julio de 2010

Iglesia, murmuración, chisme y rumor

Artículo anterior: Biblia y rumor

Trabajé durante pocos años como pastor de iglesia, en todas las congregaciones donde estuve puse una regla que señalaba el primer día que nos reuníamos en una junta administrativa eclesiástica. Les decía a los hermanos:

—En nuestras reuniones nadie está autorizado para decir nada de nadie, si no ha seguido el principio bíblico de Mateo 18, es decir, hablar con la persona en privado, luego de un tiempo haber hablado con un testigo si la persona no ha cambiado y en último término traer el tema a la junta de la iglesia, pero sepan que cuando ustedes hagan eso, no les permitiré hablar sin la presencia de la persona de la cual se va a hablar, la que tendrá derecho a defenderse y exponer su punto de vista, esta es una iglesia, no es un juzgado, ni menos un bar de amigos donde se emiten juicios y chismes de las personas.

En general los miembros se quedaban en silencio sin decir nada, sin embargo, en una congregación que dirigí, una de las hermanas, levantó la cabeza y dijo honestamente preocupada:

—Y entonces pastor, ¿de qué vamos a hablar en las juntas?

Hace tiempo cuando pensaba en esa hermana me reía, por su ingenuidad y su sincera preocupación. Ahora, con el paso de los años, ya no me causa gracia, me da una gran tristeza, especialmente porque voy observando cómo actúan algunas congregaciones con la información que manejan.

¿Qué es la iglesia? 

Lo primero que tenemos que preguntarnos es qué es la iglesia. A menudo solemos utilizar dicha expresión para referirnos a una organización eclesiástica: “la iglesia adventista”, “la iglesia bautista”, “la iglesia católica”. Dicho uso no es bíblico ni es correcto. En ninguna parte de la Escritura la “iglesia” está asociada a un grupo determinado con nombre y apellido.

En otras ocasiones nos referimos a la “iglesia” como si se tratara de un edificio, se suele decir, “voy a la iglesia”, “estoy en la iglesia”, etc. Otra forma impropia de utilizar el término, puesto que al ubicar espacio-temporalmente la iglesia, estamos distorsionando el concepto bíblico de iglesia.

La iglesia no es una organización, ni un edificio, ni siquiera una congregación local. Iglesia es lo que la Biblia denomina “el cuerpo de Cristo” y se refiere al conjunto de creyentes que tienen a Cristo como su cabeza. Están unidos entre sí por la confesión de Jesús como salvador y de los dones otorgados por él mismo para la edificación del cuerpo de Cristo, usando terminología paulina.

Cuando usamos el concepto “iglesia” para referirnos a una denominación en particular o a un edificio, simplemente estamos saliendo del uso bíblico del término.

En ese sentido, la iglesia es un cuerpo de creyentes, ni siquiera un credo ni un conjunto de doctrinas, sino personas que aman a Jesucristo y se denominan sus seguidores. Es lo que señala la Biblia y expresa con su más pura sencillez.

¿Qué caracteriza a los miembros de la iglesia? 

La Biblia da una sola y única característica que expresa Jesús con total trasparencia:
De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros (Juan 15:35). 
Es decir, los cristianos, la iglesia, no será conocida por su doctrina, por sus edificios e instituciones, ni siquiera por la propaganda denominacional, sino exclusivamente por el tipo de relación que tienen unos con otros.

Ese es un punto vital. Un cristiano busca imitar a Cristo, y como tal vive de tal modo que lo expresa en su vida, pero no en actividades formales, sino en el día a día.

El dualismo ha deformado la forma de entender el cristianismo. La tendencia religiosa es circunscribir la experiencia religiosa a ritos y actividades formales. Cristo vivió y pensó la religión en el contexto de la vida cotidiana. Pablo transmite la idea de ser cartas abiertas “leídas por todos” (2 Corintios 3:2). Es decir, de cara a la gente, no encerrados entre cuatro paredes.

Por lo tanto, la característica esencial de los cristianos, no son las ideas, doctrinas, templos, edificios, instituciones, ni ningún otro elemento externo. Lo distintivo es que se amen unos a otros. Sin eso, toda la religión deriva en mera charlatanería.

¿Cómo se comportan los miembros de la iglesia? 

Como hermanos. Son parte de una misma familia, por lo tanto, aunque discrepen o tengan ideas diferentes, incluso aunque tengan formas de vida disímiles, se siguen amando.

Los miembros de una familia no se odian por pensar diferente. Tampoco se rechazan mutuamente ni dejan de ser hermanos.

Los hermanos pueden ser distintos, pero no andan con rumores y chismes entre ellos. Uno de mis hermanos es pastor bautista, el otro es hippie no creyente, mi hermana es un ama de casa y educadora de párvulos, que ocupa todo su tiempo libre en el evangelismo. Cuando vivíamos en casa, muchas veces discutimos, como todos los hermanos, peleamos, nos enojamos y estuvimos sin hablarnos por unos días, pero nunca, por ninguna razón, pensamos que tendríamos menos amor unos por otros. Éramos y somos familia.

La iglesia es una familia, donde hay miembros más débiles que otros, donde tienen diferentes dones y talentos, pero todos colaboran para que todos se sientan protegidos, cuidados y contenidos. No hay lugar en una familia para maltratarse ni destruirse, si eso ocurre, algo muy malo se instala en el entorno familiar.

La Biblia utiliza dos imágenes claves para la iglesia: 
  • Cuerpo, donde todas las partes del mismo colaboran para el equilibrio de todos sus miembros. 
  • Familia, donde todos los componentes se tratan de la mejor manera posible unos y otros. 
El chisme destruye la armonía de la iglesia

El chisme es una agente destructor. Cuando se instala el rumor y el chisme, entonces, la armonía se rompe y se da lugar a situaciones que no ayudan a la armonía y la convivencia de hermanos. Hay muchas formas en que la convivencia se altera.
  • Cuando hablamos sin conocer todos los detalles y sin medir las consecuencias para las personas que tiene lo que digamos. 
  • Cuando se trae a colación en alguna reunión administrativa alguna información de alguna persona sin tomar los recaudos adecuados. 
  • Cuando grupos de hermanos o personas individuales hablan de algún miembro de iglesia como si fuera enemigo o sin actuar como corresponde a una congregación de hermanos. 
Juntas de nombramientos 

Nunca he entendido algunas situaciones que se dan en el contexto de las iglesias. Hermanos que se ofenden cuando no son propuestos para un cargo eclesiástico, otros que se pelean porque alguien ha tomado una responsabilidad que ellos desearían tener, etc. Dios tiene que tener mucha paciencia con los llamados “cristianos” que actúan de una forma horrorosa en la relación con sus hermanos de iglesia.

Aún no supero la impresión que tuve por una familia que conocí que odia a muerte a otra familia de la iglesia simplemente por una discusión de quienes fueron los fundadores de la iglesia, y han pasado décadas, y aunque van a la misma iglesia no se hablan, no se toleran y lo irónico es que se llaman “cristianos”. ¡Qué espectáculo para el mundo! ¡Qué regocijo para el enemigo de Dios!

Varios que me conocen saben que me opongo terminantemente a que cuando una persona va a ser propuesta para un cargo eclesiástico y está presente en la junta de nombramiento respectiva se le pida que salga de la sala. Me parece, simplemente, una falta de respeto y un insulto a la inteligencia. En varias ocasiones en que he estado en esa situación he dicho:

—Si van a hablar a mis espaldas sea bueno o malo, no voy a salir. ¿En qué parte de la Biblia se sostiene dicho criterio?

El supuesto de dicha práctica es para “hablar más tranquilo”. No me imagino a Jesucristo diciéndole a Pedro:

—Por favor Pedro, ¿podrías ir a dar un paseo que tenemos que hablar con los otros discípulos y no queremos que tú escuches? Así hablamos tranquilos.

Esa práctica fomenta el rumor, el chisme, la injuria, la calumnia, y la falta de transparencia. No es lo que sostiene Mateo 18, que cuando se va a hablar de una persona, en todo momento, el individuo es testigo presencial de lo que se habla de él.

Si algo no está bien, la persona debe escucharlo, de sus hermanos, que lo aman y desean lo mejor para él. Si algo está bien, con más razón es preciso que la persona lo oiga, para su crecimiento personal.

Nunca debería decirse nada en la iglesia sin darle a la persona la oportunidad de expresar su punto de vista o de tener la oportunidad de conocer la preocupación honesta de sus hermanos que lo aman. La Biblia es clara:
Pero ahora abandonen también todo esto: enojo, ira, malicia, calumnia y lenguaje obsceno. Dejen de mentirse unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios. (Colosenses 3:8-9).
Es mentira:
  • Cuando se dan informaciones tergiversadas. 
  • Cuando se entregan datos incompletos. 
  • Cuando no se dicen las cosas frente a frente y a quien corresponde. 
  • Cuando se usa la excusa del “avance de la obra” o el cumplimiento de la misión, y se difama a alguien gratuitamente. 
Conclusión 

Muchos, amparados en el precepto bíblico de no llevar a sus hermanos ante tribunales de justicia, se dan el lujo de difamar, emitir juicios, dar impresiones falsas, señalar errores de manera desmedida, difundir rumores, atentar contra la honra de otros individuos, etc. Todos, delitos, que podrían perfectamente ser ventilados en tribunales de justicia, pero ¿qué espectáculo sería para el mundo?

Dios espera que sus hijos actúen como él ha enseñado. Con bondad, honestidad, trasparencia y verdad. Todo otro comportamiento que salga de esos cánones, simplemente, no corresponde al actuar de una persona que dice ser seguidor de Jesucristo, quien nunca utilizó el rumor ni el chisme, de ninguna forma.


sábado, 17 de julio de 2010

Biblia y rumor

Artículo anterior: Psicología del rumor

Cuando salí de la Universidad, recién graduado como Licenciado en Teología, fui llamado por la Asociación Central de Chile (actualmente Asociación Metropolitana) en Chile. El que era presidente en ese momento, el Dr. Rubén Pereyra me pidió que me quedara en la institución por esos días, puesto que se estaba efectuando un congreso de la iglesia. Accedí muy entusiasmado, sabiendo que sería la primera vez que participaría como delegado.

Uno de esos días, estaba en el comedor como un flamante delegado. Me senté en una mesa donde había cinco delegados más, todos pastores. Estaba emocionado, todo era nuevo para mí. De pronto uno de ellos dijo:

—Bueno, como estamos en confianza, supieron…

Y se largó a contar un rumor sobre otro pastor, alguien al que todos ellos conocían, menos yo. Algunos agregaron comentarios, dijeron chistes, se rieron y el que había comenzado no paraba de agregar detalles y comentarios.

Yo me mantenía en silencio y miraba al pastor que estaba sentado en la cabecera de la mesa. Lo observaba porque se había mantenido en silencio y desde el momento en que la otra persona había comenzado a hablar había dejado de comer y mantenía su cabeza inclinada y jugaba con su cuchara con la comida. De pronto levantó la cabeza y dijo con calma mirando directamente a los ojos del chismoso:

—¿Cómo sabes que lo que has dicho es cierto?

El hombre se sorprendió por la pregunta y sólo dijo:

—Me lo contó alguien que me merece toda mi confianza.

—¿Cómo sabes que esa persona dice la verdad?

El chismoso se quedó callado y todos hicieron un silencio tenso. Luego el pastor agregó:

—Me parece vergonzoso hablar algo de lo que no tenemos plena certeza, y si fuera verdad, también me parece incorrecto, ¿es una persona por Dios? ¿Cómo podemos ayudarla si hacemos lo que ustedes están haciendo?

Se hizo un silencio difícil y aquel pastor continuó comiendo. Los demás callaron y poco a poco se fueron yendo incómodos. Cuando quedé sólo con aquel hombre me acerqué y le pregunté:

—¿Usted es amigo de la persona que hablaban?

—No, ni siquiera lo conozco, aquí el asunto es el principio que hay que defender.

Desde ese día confié en ese hombre y por años ha sido un modelo de vida. Hace poco en un viaje a Santiago de Chile visité al Pr. Luis Araya, padre, ya anciano, jubilado y cansado por los años. Conversamos, salimos a comprar, caminamos y me sentí contento de saber que él me dio una lección de vida cuando comenzaba mi ministerio.

La Biblia y los chismosos 

Mal que le pese a quienes propagan chismes la Biblia es de una claridad meridiana cuando se refiere a las personas que propagan rumores.

No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová (Levítico 19:16). 

Este versículo es interesante porque califica el chisme como un atentado hacia el prójimo. Por lo que sé de dicha palabra, un atentado es un ataque terrorista a mansalva sobre la vida de otras personas. De hecho, así suelen referirse los medios periodísticos a los actos terroristas.

El hombre deslenguado no será firme en la tierra (Salmos 140:11). 

Una persona “deslenguada” vive una vida inestable, de hecho, cava su propia reputación con la lengua, puesto que a la larga nadie confía en un chismoso, todos temen ser víctimas de su lengua, cosa que el chismoso no percibe, lamentablemente.

El que anda en chismes descubre el secreto; no te entremetas, pues, con el suelto de lengua (Proverbios 20:19). Otra versión lo traduce: El chismoso traiciona la confianza; no te juntes con la gente que habla de más (NVI).

Este versículo es drástico, nos invita a dejar al chismoso solo, apartarnos de él, no entrar en relaciones ni vínculos con una persona que usa el rumor como una forma habitual de tratar con las personas. Si siguiéramos este consejo al pie de la letra, ¿con cuántas personas podríamos juntarnos?

El perverso de corazón nunca hallará el bien, y el que revuelve con su lengua caerá en el mal (Proverbios 17:20).

Este texto da un paso más y califica al chismoso como una persona perversa y que con su lengua cae en el mal. Nos cuesta entender la perversión que hay detrás de quienes distribuyen chismes, pero Dios, que conoce el accionar humano no duda en calificarlo de esa forma. 

Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina (Proverbios 12:18).

Alguna vez escuché que “ser sabio” era hablar con cuidado, al estilo de los diplomáticos y aduladores profesionales, que hacen de la mentira su forma de ser. El versículo habla de otra cosa, se refiere a quienes con sus palabras buscan provocar daño y estropear la vida de otras personas. Es un retrato de los chismosos. El sabio es quien no trasmite chismes, así de simple.

Las palabras del chismoso son como bocados suaves, y penetran hasta las entrañas (Proverbios 18:8).

Con su forma habitual hebrea, el autor de este proverbio relaciona el chisme con un plato apetitoso, y resulta que lo es. Porque un “buen” chisme (suponiendo que exista uno bueno), siempre resulta atractivo, especialmente para quienes viven en el ocio mental o en la desidia intelectual.

Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda (Proverbios 26:20).

Esta es una buena metáfora, un chismoso hace que el fuego arda y las relaciones se rompan. Se necesita un chismoso, sólo uno, para provocar una guerra. Eso sucedió ya en Argentina, cuando un chismoso le llevó un rumor a la primera ministra de Inglaterra, chisme que se habría evitado si simplemente se hubieran detenido a observar las evidencias.

El perverso provoca contiendas, y el chismoso divide a los buenos amigos (Proverbios 16:28).

Este versículo es una versión distinta pero similar al anterior. Pone el acento en las dificultades que trae sobre la vida de las personas el tener que compartir con un chismoso que tarde o temprano termina dañando a todos los que se relacionan con él.

El que anda en chismes descubre el secreto; mas el de espíritu fiel lo guarda todo (Proverbios 11:13)..

El pastor al que hacía referencia al comienzo de esta reflexión, simplemente se guió por el principio de la honorabilidad. El respetar la honra y el prestigio de otras personas. Si esa fuera la forma habitual de actuar, entonces, no tendríamos los conflictos interpersonales que a menudo tenemos por no obrar conforme a la voluntad de Dios.

Sepulcro abierto [es] su garganta; con sus lenguas tratan engañosamente; veneno de áspides [está] debajo de sus labios; cuya boca está llena de maledicencia y de amargura (Romanos 3:13-14)..

Pablo con toda su elocuencia no duda en calificar a los chismosos (que en el texto llama maldicientes) como gargantas que son como sepulcros abiertos (una imagen no agradable), y califica su labios como “veneno de áspides”, una de las serpientes más ponzoñosas de oriente, con una sola de sus mordidas bastaba para morir. Dicho así, la maledicencia es simplemente una argucia maligna para destruir.

Toda amargura, y enojo, e ira, y gritería, y maledicencia sea quitada de vosotros, y toda malicia (Efesios 4:31)..

El apóstol Pablo invita a los cristianos a que dejen la “maledicencia”, otra forma de llamar al chisme, en síntesis es “hablar mal de otra persona”, y eso es precisamente el chisme, porque cuando se habla bien de otro se llama elogio, y eso no hacen los chismosos.

Conclusión 

Podríamos seguir con otros ejemplos bíblicos, bastan estos para mostrar que la Biblia es tajante es sostener que el chisme y los chismosos no tienen nada que ver con lo que Dios pide de sus hijos. Quien propaga un rumor es tan culpable como quien lo ha generado. No hay excusa. Además, hay un mandamiento claro al respecto:

No des falso testimonio en contra de tu prójimo (Éxodo 20:16)..

Cuando transmitimos un chisme o un rumor, estamos transgrediendo un mandato claro de Dios. No podemos fingir que no lo sabemos. Al hablar de otra persona, simplemente, nos hacemos parte de una conspiración maligna, ni más ni menos.


Psicología del rumor

No generes chismes. Habla sólo sobre lo que comprendes. Chismear es como llevar la basura a la sala de tu casa y disfrutarlo. (Yogi Bhajan).
¿Qué mueve a las personas a transmitir rumores sin ningún tipo de sustento lógico ni evidente? ¿Por qué resulta más sencillo creer un rumor que la verdad simple y llanamente? ¿Qué sucede en la mente de las personas que se sienten compelidas a creer un chisme? ¿Por qué se dicen chismes de algunas personas y no de otras?

Estas son preguntas que me vienen rondando en la cabeza en estos días. He estado lejos de mi país por más de doce años. Cada vez que regreso me encuentro con “novedades”, y varias de ellas relacionadas con mi persona. Confieso que al principio, las supuestas noticias me hacían gracia. Sin embargo, con los años, no sé si yo he perdido el sentido del humor o ya no me parece gracioso que algunas personas inventen historias en relación a otros.

El rumor es un fenómeno social

No se dicen rumores de animales y nadie le interesa chismes sobre mascotas. Lo que a las personas les moviliza es conocer lo que está ocurriendo en la vida de otros.

Hay un mínimo común denominador en la psicología del chisme: Mientras menos atractiva y divertida sea la vida de una persona, más se congraciará con escuchar y divulgar chismes. De alguna forma retorcida, el rumor será una forma de compensar sus propias falencias personales.

Cuando se divulga un rumor por un momento se es centro de la atención. Se asume una posición de superioridad fantasiosa frente a otros y en relación a quien se va a divulgar alguna información.

El rumor les concede a las personas que tienen una vida oscura, apagada y sin sentido, un momento de gloria que los saca de su tedio vital, para poder al menos vivir a través de la vida de otro.

Las características del rumor

En general el rumor se caracteriza por:
  • Dar información ambigua sobre alguien.
  • Proveer datos sobre individuos que de algún modo son interesantes para otros (no se difunden rumores sustentables sobre el mendigo de la esquina, a menos que alguien se entere que el mismo alguna vez fue profesor universitario, allí se convertiría en centro de interés).
  • Lo que se difunde tiene carácter de novedad o primicia, de otro modo, pierde impacto.
  • El que da la información de algún modo se siente en condiciones de dar el dato porque alguna situación relativa le otorga cierta credibilidad (es amigo, vecino, conocido, excompañero, etc.).
  • La fuente siempre suele ser desconocida, las personas se amparan en que lo escucharon de alguien que a su vez lo oyó de otra persona. Establecer exactamente la fuente en ocasiones suele ser una tarea titánica.
  • A menudo no se le da la oportunidad a las personas víctimas del rumor, para desmentir lo que se dice de ellas, simplemente se da por hecho que la información transmitida es verdadera.
  • El rumor, especialmente cuando es corrosivo, produce cierto placer al tener que “saborear” sobre la vida de otra persona, especialmente si la persona chismosa vive una existencia insulsa.
  • Pasa de boca en boca, y a medida que se desarrolla va sufriendo cambios donde se le agregan o quitan detalles que desfiguran la información inicial, casi siempre asociado a las propias experiencias, culpas y sentimientos del que difunde el rumor. Como dice el chiste: “No todos repiten los chismes que oyen. Algunos los mejoran”.
  • Se esparce con mucha facilidad, especialmente si el hecho reviste cierta dosis de escándalo. Mientras más retorcida sea la situación, más fácil es que se escurra entre las lenguas de los chismosos.
  • Omite detalles que podrían darle a la información que se esparce un sentido totalmente diferente.
Para que un rumor pueda circular se deben dar al menos dos condiciones:
  • El asunto deberá revestir cierta importancia.
  • Los hechos reales han de estar revestidos de cierta ambigüedad inducida por ausencia o parquedad de noticias.
Un rumor no posee fundamento, sin embargo pasa de boca en boca, con fines que a menudo son inconfesables. Es notable como los rumores perduran en la mente de las personas, aún después que se ha comprobado que es falso, y es extraordinario como se expande sin ni una mínima prueba que lo respalde. Es la forma más absurda de la comunicación que existe, pero, la que se da con mayor fuerza.

La forma de comunicación del rumor

En general los rumores se basan en percepciones respecto a un hecho puntual que a alguien le parece de importancia transmitir.

Hay dos tipos de rumor, pero ambos igualmente dañinos:
  • El rumor ocioso, nacido en la despreocupación por el impacto que puedan producir los chismes dichos sin medir las consecuencias de sus dichos. Son efectuados en rondas de conocidos o amigos, simplemente por hablar o decir algo, para pasar el rato y sin otro fin que hacer que el tiempo transcurra.
  • El rumor malicioso o intencional, que es premeditado. A menudo surge de manera estudiada y con el fin expreso de causar daño a la honra y la reputación de alguien. En general está asociado a pugnas de poder, envidias, conflictos motivados por sentimientos de inferioridad por el éxito o prosperidad ajena.
Sea el tipo que sea, el daño es evidente, tanto para la víctima del rumor que de pronto ve su honra mermada o su influencia menoscabada, y también para el que emite el chisme, porque va desarrollando el hábito de difundir información sin tener evidencias certeras o se confabula en su mente la tendencia a crear mitos, convirtiéndose de paso en un mitómano (llegar a creer que sus fantasías son reales).

La ironía del que transmite el rumor

Las personas se amparan en dichos tales como:
  • “Me han dicho”… “pero hay que tomarlo como un rumor no más”.
  • “No estoy seguro, pero me contaron”.
  • “Me dijo fulano de tal que, pero, supongo que es un rumor!”.
  • “Supiste lo que le sucedió a…”, … “pero debe ser un rumor, no creo que sea cierto”.
En el fondo la persona sabe que lo que está transmitiendo es un chisme, que no debería hacerlo y debería callar, pero lo dice, amparándose en que supuestamente un rumor, y diciéndole a otro que es tal, en realidad lo que expresa es “yo sé que es un rumor, si lo transmites es tu problema”. No sé si quienes así lo hacen padecen de algún tipo de retraso o simplemente creen que los demás tienen algún problema mental. ¿Cómo puedo prestarme para transmitir un rumor sabiendo que es tal? A menos claro, que me guste enlodar la vida de otras personas y eso me produzca cierto maligno placer.

Tengo tendencia a no confiar en personas que son chismosas, porque si hoy día hablan mal de alguien, mañana, sin escrúpulos también hablarán mal de mí.

Una persona que esparce rumores y chismes es peligrosa. No merece confianza. El que expande el mal es tan culpable como el mal que acusa. Como dice el dicho:
El Chisme es una moneda que empobrece al que la recibe.
O en palabras del dramaturgo inglés George Bernard Shaw:
Un chisme es como una avispa, si no puedes matarla al primer golpe mejor no te metas con ella.
En realidad, para que se expanda un chisme, se necesitan personalidades homogéneas, en otras palabras, personas con el mismo tipo de mentalidad retorcida. No se esparce un rumor cuando alguien dice:

—¿Qué evidencias tienes de que lo que estás diciendo es verdad? Y si es verdad, ¿por qué das a conocer algo que sabes que va a dañar?

A esas personas no se le cuentan chismes, los chismosos saben que no va a prosperar el rumor con alguien que busca honestamente la verdad sobre todo.

Conclusión

Hace poco le comentaba a un amigo acerca de rumores o chismes de los que he sido víctima en los últimos meses, no es raro que me suceda, generalmente le sucede a los que están más expuestos (escritores, predicadores, empresarios, políticos, profesionales de éxito, etc.), y me contestó con una vieja respuesta que procede del Quijote de Miguel de Cervantes:

—Es que la gente tira piedras a los árboles que dan frutos.

Al leer la respuesta en principio asentí, sin embargo, luego me puse a pensar que hay mejores formas de sacar frutas, de hecho, quien apedrea un árbol frutal corre el riesgo de dañarlo y de paso, destruir la fruta. Así que el ejemplo no me parece bueno. Los que tiran piedras al que da frutos, simplemente lo hacen por mala intención, invocando no sé que figura retorcida, pero no es la forma de tratar con otros seres humanos. Como dirían en mi niñez los pescadores:

—Siempre se golpea al pez que asoma la cabeza.

La realidad es que se rumorea o se dicen chismes de quienes destacan en algo. Lamentablemente los seres humanos no somos solidarios con otros. Nos gusta la masa, el anonimato, el ser anodinos, no existir entre otros. Cuando alguno sobresale, entonces, de algún modo, procuramos destruirlo y la forma más sutil, aparentemente inocua, es con el rumor y el chisme, que se esparce como un veneno que tarde o temprano termina por destruir todo, incluso a quienes con su lengua envenenan las relaciones humanas.

La única forma de parar esto, es no ser parte de una conspiración maligna contra otras personas. Como alguien dijera:
Si quieres silenciar el chisme, no lo repitas.
Si se es parte de un chisme es evidencia de que tengo un serio problema personal. En palabras de Eduardo Martí:
El chisme, para la chusma. La información, para la gente.
Una manera un tanto agresiva de decirlo, pero no deja de ser cierto. Quienes prefieren ser parte de la masa sin nombre, propagan chismes. Los que piensan, los que se guían por criterios, los que procuran la verdad, callan, porque saben que difundir un chisme es participar de un atropello sórdido a la vida de otra persona y porque entienden que en algún momento ellos pueden ser las víctimas.

Siguiente artículo: Biblia y rumor

viernes, 16 de julio de 2010

Augurios de un nuevo milenio

Nota aclaratoria: Escribí este artículo hace diez años, a pedido de la entonces revista Vida Feliz, el año 1999, fue publicado en diciembre de ese año, como una preparación para el nuevo siglo. Hoy lo leí, y me pareció que los conceptos que en ese momento expresé, siguen plenamente vigentes, juzguen ustedes.



“Hemos fracasado sobre los bancos de arena del racionalismo demos un paso atrás y volvamos a tocar la roca abrupta del misterio”. (Urs von Balthasar)[1]

El nuevo milenio nos sorprende a cuestas con una gama enorme de significaciones. Uno de los recurrentes conceptos de este último tiempo tiene relación con la “postmodernidad”, una expresión de múltiples significados, por mucho que los filósofos de fines de este siglo se hayan esforzado por darle un sentido coherente, sigue, con ironía sintomática, digna de posmodernidad, siendo una expresión propia de los tiempos: difusa.

Se respira en el ambiente intelectual en todas sus vertientes ideológicas una melancolía que tiene vizos de ser parte de un solo proceso: Se nos viene encima un nuevo milenio, la pregunta que flota en el aire es ¿qué hemos hecho hasta aquí? ¿qué haremos con lo que viene?
Jean Francois Lyotard sostiene que el posmodernismo no es el fin del modernismo sino su estado naciente, y dicho estado es permanente y constante.[2] Hay en la mente posmoderna entonces, una búsqueda de lo imposible, una constante ansiedad por
presentaciones nuevas, no para gozar de ellas sino para hacer sentir que hay algo que es impresentable.[3] 
Un afán por lo novedoso, no por la aspiración moderna de conocer, sino por la ambición post-moderna de la novedad por la novedad misma.

Otros autores como G. Vattimo en cambio, señalan que el signo distintivo de la modernidad fue la búsqueda del progreso y hoy, simplemente, el hombre postmoderno vive en una sociedad de la comunicación generalizada donde los medios de comunicación han conformado la sociedad dándole un marco referencial completamente distinto a todo lo conocido.[4]

Las características esenciales de la postmodernidad son la fragmentación, la discontinuidad y lo caótico. Desde esa perspectiva, no es de extrañar la aprehensión del humano actual frente a un nuevo siglo con todo su avispero de premoniciones y expectativas apocalípticas.

Hay hoy una nostalgia inherente en todo nuestro entorno. Un nihilismo moral y ético que ralla en la locura. Una crisis de paradigmas donde los viejos modelos no sólo son criticados sino desechados y donde lo más caótico es que las propuestas de paradigmas de reemplazo no son claras o visibles. Una verdad que ha dejado de ser una utopía de filósofos y teólogos, y se ha empantanado en el pluralismo del “vale cualquier verdad posible”. Una vivencia del tiempo que es la fugacidad misma caracterizada por la respuesta típica del joven de hoy:

-¿Cómo estás?

-¡Pasándola!

Un regreso a la metafísica cuyo rasgo más característico es la búsqueda de lo sagrado y lo oculto. Una celebración de lo diverso en todo ámbito.

Crisis y valores

Hoy vivimos lo que Enrique Rojas ha definido como el “hombre light”[5], un ser humano que vive marcado por el hedonismo y la permisividad, afanado por la diversión, ansioso y consumista, indiferente y de espaldas a la muerte.[6] Cuando la ética es “light”, entonces se llega a lo que Friedrich Nietzsche, llamó "la llegada de nihilismo"[7], es decir, una época cuando "los valores supremos pierden validez".[8]

El producto más evidente de la postmodernidad es la ética hedonista. La invitación más patente hoy es la búsqueda incesante del pluralismo ético. El antiguo eudemonismo griego fue superado por una ética del placer y la fugacidad de la diversión.

De allí que teólogos de la talla de Hans Küng vengan proponiendo en este contexto de superación de la modernidad, una ética global.[9] Hoy nos enfrentamos a problemas que involucran a toda la humanidad: colapso ecológico, hambre, guerra, terrorismo, enfermedades pestilentes que, al parecer, siguiendo la lógica de Küng, requieren de principios éticos globales.

El mercado como religión

Hoy asistimos a la globalización de la economía que ha hecho surgir, lo que J.J. Tamayo, siguiendo al teólogo Leonardo Boff, llama “la religión del mercantilismo”.[10] Una nueva religión que se caracteriza por tener como dogma básico el poder del dinero, sacramentando los productos comerciales, haciendo de los bancos verdaderos templos y convirtiendo a economistas y financistas internacionales en los verdaderos guías o gurus de la sociedad actual.

El fruto de este culto al mercado es la ética de la competitividad voraz que sustituye completamente la ética de la abnegación y el sacrificio, propios del discurso cristiano. En este contexto, sólo el capital tiene características divinas. Hoy Jesucristo, caminando por nuestras calles, sería un loco alienado.


Expectativas y ensoñaciones

Ernesto Sábato, en su último libro ha declarado con aire de profeta: 
Náufrago en las tinieblas, el hombre avanza hacia el próximo milenio con la incertidumbre de  quien avizora un abismo.[11]
Del mismo modo E.M. Cioran, otro de los visionarios de nuestro tiempo ha escrito: 
Codo a codo con los que se dicen hombre, hombro con hombro con los espectros de ideales carcomidos, varado en medio de decepciones tendidas como ropa sucia, la vida se vuelve un arroyo de resignación, el devenir es una cósmica hediondez atenuada por lo ridículo. ¿Quién mató el futuro de un pueblo sin pasado?.[12] 
Cómo no creerles ante el espectáculo que nos ofrece hoy nuestra realidad. 

¿Qué salida viable tenemos hoy? 


Sábato concluye con una certeza que ha servido de acícate a múltiples generaciones:
El hombre sólo cabe en la utopía”.[13] 
La historia demuestra lo que Cioran -el filósofo del pesimismo- ha dicho con claridad meridiana: 
Todo se puede sofocar en el hombre, salvo la necesidad del Absoluto, que sobrevivirá a la destrucción de los templos, así como también a la desaparición de la religión sobre la tierra.[14] 
Es imperioso volver a rescatar el sentido de lo sublime. Volver al Dios verdadero, no el de las metáforas tipo New Age que sólo lo esconden. Volver a la religión verdadera esa que no nos llena de doctrinas sin razón y pensamiento, sino aquella que nos da una forma nueva de mirar el mundo. Una religión que no necesariamente cambie los hechos de nuestro entorno pero que 
sí puede cambiar el modo en que vemos esos hechos, y eso solo puede significar una verdadera diferencia.[15] 
Es necesario volver a reencontrarnos con la naturaleza para ver en ella no sólo fines utilitaristas para no quedarnos con la tragedia de un hombre no sorprendido, uno que simplemente va recorriendo el mundo en aras de la utilidad y el placer. Esto último irónicamente reflejado en el relato de Saúl Bellow “El Niño y la Luna”: 

“Erase que se era un niño que caminaba con su padre en una ciudad de rascacielos. Era de noche. Repentinamente el niño alzó la vista y vislumbró la presencia de un objeto extraño, una cosa redonda y brillante en el cielo. 

Era la luna. El no la había visto nunca. En consecuencia preguntó a su padre. 

-Papá, eso ¿a qué le hace propaganda?”.[16] 

Triste. No sin razón sostiene Barylko que “el hombre interior está eclipsado”.[17] Es preciso recuperar aquella luz del origen. Es necesario que Dios diga nuevamente “sea la luz”, para que el hombre de fin de siglo se reencuentre con lo perdido, el sentido de su ser más profundo, de esa esencia de ser que sólo se encuentra en la convicción de saber que la vida humana no avanza en la soledad del universo, sino al amparo de la providencia, y eso, aunque el caos, el pesimismo y la desidia de pronto encubran su mano y su voz guiándonos. 

Digamos a modo de paráfrasis que “no tenemos nada que temer del próximo milenio y de sus profetas del augurio tenebroso, a menos que olvidemos al Dios que hemos tenido en el pasado y nos ha acompañado hasta aquí. Nada que temer a menos que dejemos a un lado la esperanza que nos mantiene erguidos frente al abismo de anuncios apocalípticos”.



Referencias

[1] Citado por Ernesto Sábato, Antes del fin (Buenos Aires: Seix Barral, 1998), 201.
[2] J. Francois Lyotard, La Postmodernidad: Explicada a los niños (Barcelona: Gedisa, 1992), 23, 25.
[3] Ibid.
[4] G. Vattimo y otros, En torno a la postmodernidad (Barcelona: Anthropos, 1990), 9.
[5] Enrique Rojas, El hombre light: una vida sin valores (Santiago: Editorial Planeta Chilena, 1995).
[6] Ibid.
[7] Friedrich Nietzsche, Voluntad de poderío (Madrid: Edaf, 1981), 29.
[8] Ibid., 33.
[9] Hans Küng, Proyecto de una ética mundial (Madrid: Trotta, 1993). Cf. René Smith. “El proyecto de una ética mundial como riesgo pedagógico”, en: Christ in the Classroom: Adventist Approaches to the Integration of Faith and Learning. Humberto Rasi, editor. (Silver Spring, MD: Institute for Christian Teaching, 1998): 259-272.
[10] Juan José Tamayo, Presente y futuro de la Teología de la Liberación (Madrid: San Pablo, 1994), 121-122.
[11] Sábato, Antes del fin, 115.
[12] E. M. Cioran, Breviario de los vencidos (Barcelona: Tusquets Editores, 1998), 86-87.
[13] Sábato, Antes del fin, 214.
[14] Citado por Ibid., 154.
[15] Harold Kushner, ¿Quién necesita a Dios? (Buenos Aires: Emecé Editores, 1990), 25.
[16] Citado por Jaime Barylko, El arte de vivir (Buenos Aires: Editorial Bonum, 1999), 211.
[17] Ibid., 212.

viernes, 9 de julio de 2010

Elegancia versus sinceridad

Lao Tse fue un filósofo chino que vivió probablemente en el siglo IV a.C. Es considerado como una de las mentes más brillantes que ha dado oriente. Mucho de su pensamiento se conserva a modo de aforismos. Una de esas gemas de pensamiento dice:
Las palabras elegantes no son sinceras; las palabras sinceras no son elegantes.
Lao Tse deja en evidencia uno de las paradojas del hablar asertivo, si se quiere ser honesto, es muy difícil ser diplomático.

La lógica de lo políticamente correcto

Vivimos una época donde la elegancia ha reemplazado a la sinceridad. Se prefieren palabras almidonadas y de circunstancia, antes que abordar con transparencia y directamente cuestiones que a menudo simplemente son soslayadas.

Los asertivos o directos, en la lógica de lo “políticamente correcto” son tildados de maneras despectivas llegando incluso al desprecio. La lógica de lo políticamente correcto es la filosofía de la simulación, de la sonrisa efectista, de las palabras que esconden medias verdades. Se prefiere eso a ser honesto completamente.


La sinceridad no es un bien apreciado en muchos ambientes donde la lógica imperante es “no ofender a nadie”, aún cuando con ese planteamiento se caiga en la negación de la verdad y la defensa de las formas y la falta de transparencia.

Un Jesús políticamente incorrecto

A menudo se pinta una imagen de un Jesús políticamente correcto, alguien que adornaba la verdad, y que pretendía llevarse bien con todos…. La realidad dista mucho de ese estereotipo históricamente absurdo. Si Jesús viviera hoy lo más probable es que causaría escándalo con sus palabras, especialmente a aquellos que están acostumbrado al discurso adornado y a la palabra dicha con anfibologías (discurso sofista que decía frases que podían ser entendidas de más de un modo, de esa forma quedaban bien con todos).

Al leer sus reprensiones a los fariseos lo que se observa son expresiones ferozmente honestas, tanto que la mayoría de los cristianos, seguidores del Maestro se niega a pronunciarlas por temor a ser tildados de duros, crueles o insensibles con los sentimientos de otros.

A modo de ejemplo iluminador, algunas de las expresiones que utilizó Jesús y que hoy ciertamente serían motivo de escándalo entre algunos de los adornadores de discursos:

Hipócritas
¡Hipócritas! Les cierran a los demás el reino de los cielos, y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que intentan hacerlo” (Mt. 23:13).
El Diccionario de la Real Lengua Española define hipocresía como “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”. En otras palabras, el hipócrita finge ser lo que no es. Se pone una máscara y muestra algo distinto.

No nos atreveríamos a llamar a algunas personas de ese modo, aunque lo pensemos, menos con la soltura aparente que lo hizo Cristo. No tuvo empacho en catalogarlos de esa forma, fue su manera de desenmascararlos.

Difícilmente en algunos púlpitos o entornos actuales le permitiríamos a Jesucristo expresarse de ese modo, seguramente se le pediría moderación en sus palabras y respeto. ¡Qué ironía! Los seguidores de Jesús solemos ser tan cuidadosos que parecemos políticos ensayando continuamente discursos de buena crianza.

Guías ciegos
Guías ciegos” (Mt. 23: 16).
La siguiente frase de Jesús es una ironía que raya en el insulto. Nadie en su sano juicio le encomienda su vida a un guía ciego. Se supone que la persona que orienta debe ser capaz de ver con claridad y observar los baches y peligros del camino.

Al caracterizar a los fariseos de ese modo les está diciendo que ellos creen ser guías, cuando en realidad son ciegos, que no pueden conducir a nadie. Seguramente quienes escucharon estas palabras no deben haberse sentido cómodos, todo lo contrario, es una frase poco feliz, según los cánones de la diplomacia religiosa que busca “caer en gracia” antes que “llevar a la gracia”.

Ciegos insensatos
¡Ciegos insensatos! (Mt. 23:17).
Pero las palabras de Jesús van en aumento, y su dureza es cada vez mayor. En la siguiente parte de su discurso adjetiva a los que antes ha tratado de ciegos y ahora los llama insensatos.

Nuevamente el Diccionario de la Real Academia viene en nuestro auxilio para expresar exactamente qué está diciendo Cristo. Insensatez es “necedad, falta de sentido o de razón”. En otras palabras, los está tildando de irracionales. La palabra insensato también es sinónimo de alocado, loco, necio, desatinado, imprudente, irreflexivo, irrazonable.

De ningún modo Cristo los está halagando, al contrario, los está confrontando con su falta de sabiduría y con las mentiras que han creado para engañar a otros. En ningún caso está buscando caerles simpáticos. Muy distinto al discurso de algunos de sus seguidores que han buscado el discurso políticamente correcto, porque les interesa más el favor de otros, que la defensa de la verdad.

Pero el discurso no acaba allí, si hubiese sido hasta allí, seguramente algunos del discurso florido moverían la cabeza y tenderían a creer que Jesús se extralimitó. Pero lo que viene es simplemente escandaloso.

Falsos
¡Hipócritas! Limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno (Mt. 23: 25).
Ya les ha dicho hipócritas, ahora da un paso más y simplemente los trata de ladrones y desenfrenados. El discurso se torna decididamente políticamente incorrecto. Deja en evidencia el tipo de personas que son, sin ambigüedades, sin discursos floridos, sin palabras de buena crianza, ni expresiones almidonadas. No se los manda a decir con nadie.

Sepulcros blanqueados
Sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre (Mt. 23: 27).
El último de los ejemplos es francamente ofensivo. No tiene límites para calificar la verdadera condición de sus interlocutores. Simplemente pasa a la descalificación. Los trata de podredumbres y de estar carcomidos por dentro.

La imagen del sepulcro blanqueado es simplemente horrorosa. Si se piensa bien en la figura y en lo que representa, es algo difícil no sólo de imaginar sino de ver.

Quienes lo escuchaban quedaron en silencio, estupefactos al ver cómo el discurso de Jesús se tornaba virulento y sin ningún tipo de adorno zalamero les dijo claramente lo que él pensaba de ellos. La ambigüedad no era una característica de Cristo.

¿Qué nos ha pasado?

No sé en qué parte del trayecto el discurso cristiano se tornó políticamente correcto, pero en algún momento dejamos la senda de Jesucristo.

No sé si el discurso de Jesús debe pronunciarse del mismo modo, pero, sin duda, su forma de interactuar con los religiosos que se habían convertido en guías de ciego dista mucho de ser la forma habitual de los cristianos.

Sin duda ha habido cristianos en todos los tiempos capaces de jugársela por un discurso que no es políticamente correcto, y han pagado el precio. Pienso en un Martín Luther King o en Dietrich Bonhoeffer. Dos teólogos a los que admiro profundamente, cuyo discurso les costó la vida y paradojalmente ambos en sociedades cristianas, el primero en EE.UU. y el otro en Alemania.

La verdad dicha sin ambigüedades, la palabra pronunciada sin miedo, la mentira dejada al descubierto, el engaño evidenciado sin palabras almidonadas, esas son las características del discurso de Jesús. Probablemente a eso debemos aspirar, o seguiremos en la senda en que estamos, mimetizados, con miedo a asomar la cabeza, simplemente con un perfil bajo, para ser “políticamente correctos”.
¡Ay Jesús, que desubicado estarías hoy!

miércoles, 7 de julio de 2010

Los tres pilares fundamentales de un profesional

Introducción 

Toda profesión implica un acto de compromiso, similar al que se hace en un contexto religioso. De hecho, la expresión profesión viene de la expresión “profesar”, que implica creer y comprometerse.

Creo que existen dos tipos de “profesionales”, los que profesan lo que hacen y aquellos que simplemente están mal ubicados en la tarea que realizan. Los primeros son los que hacen la diferencia y su trabajo se torna no sólo en una vocación, sino también en un apostolado. Los segundos, son los mercenarios, los que trabajan sólo porque necesitan sobrevivir, en ese grupo están los funcionarios, aquellos que no tienen vocación y están en las antípodas del apostolado comprometido.

Los verdaderos profesionales basan su compromiso en tres pilares fundamentales: Responsabilidad, destreza e integridad.



Responsabilidad en el saber 

La expresión viene del latin: “res habilis”, que puede traducirse como “responder con habilidad” o dicho de otra forma, “tener la habilidad para responder”. Ese responder se refiere a la capacidad de dar cuenta de los actos que se realizan, porque en ese sentido, se es responsable siempre ante alguien, empezando por sí mismo. El Diccionario de la Real Lengua Española lo define como: “Capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente”.

Esa es la clave. Sólo se es responsable cuando se es plenamente libre. Por lo tanto, la responsabilidad es una cualidad de la libertad. Una persona libremente elige un curso de acción y como sujeto de derecho, tiene la obligación ética de hacerse cargo de aquello que ha elegido. Responder con habilidad por sus actos es el supremo privilegio de los libres.

Muchos optan por excusar sus acciones suponiendo que otros tienen que dar cuenta, y que ellos no deben hacerlo lo que supone un acto de irresponsabilidad.

En los sistemas humanos lo fácil es culpar al gobierno de turno, al jefe de paso o a la institución en conjunto en la que se trabaja. Sin embargo, la persona que actúa con responsabilidad entiende que en primer lugar debe encarar con valentía sus decisiones y hacerse cargo.

En Chile, se suele hablar del “maestro chasquilla”, una expresión para señalar una paradoja. Supuestamente la palabra “maestro”, alude a alguien especializado, pero la cultura popular la agregó la expresión “chasquilla”, que es sinónimo de “flequillo” y que en Chile se la utiliza para referirse al cabello que cae sobre la frente de manera desordenada y sin un patrón único. Por lo tanto, la expresión se refiere a alguien que se supone un maestro en un área, pero al final se considera experto en todo: Gasfíter, fontanero, electricista, albañil, jardinero, pintor, mueblista, constructor, y todo lo que ustedes puedan imaginarse. El “maestro chasquilla” puede hacer cualquier cosa.

Sin embargo, el “maestro chasquilla” no paga seguros, así que si el trabajo no sale bien, él argüye que no es su culpa, total usted lo contrató a cuenta y riesgo. La experiencia señala que para pequeñas cosas, en las cuales no hay riesgo el “maestro chasquilla” sirve, pero, cuando es necesario precisión y conocimiento superiores, el “maestro chasquilla” es un peligro.
Un profesional no puede ser “maestro chasquilla” en el desarrollo de su profesión. Es decir, harán lo que es correcto porque conocen. Tienen la información pertinente. Están preparados. No improvisan.

Uno de los mayores peligros que corre un profesional desde la perspectiva ética, es convertirse en una persona que no esté bien informada de lo que atañe a su profesión.

Un “maestro chasquilla” puede darse el lujo de ser chapucero o improvisador, un profesional no puede darse ese lujo.

Por lo tanto, ser responsables en el saber, implica el compromiso ético de estar informados claramente de los contenidos más actuales, pertinentes y necesarios para ejercer con propiedad lo que se ha elegido como modo de vida. La vocación que señala el curso de la existencia.

Destreza 

El otro elemento fundamental es la destreza, que corresponde al aspecto práctico.

La persona diestra es aquella que tiene la habilidad para hacer algo y bien. Se refiere a quien no sólo sabe lo que hay que hacer, sino que es hábil en realizarlo. Eficiente en el hacer.

Se ha instalado una vieja disputa en occidente, en parte motivada por el pragmatismo contemporáneo, pero también, como parte de una mentalidad de mediocridad que quiere obtener los máximos beneficios con el menor esfuerzo. Es la pregunta sobre qué es más importante, ¿la teoría o la práctica?

Sin pretender zanjar completamente la disputa, creo que es una discusión estéril y mal enfocada. Teoría sin práctica no sirve, así como práctica sin teoría. En otras palabras, la teoría es fundamental para la práctica, y una buena práctica no se puede realizar sin un buen fundamento teórico. Son las dos caras de la misma moneda.

Las personas que llegan a ser diestras en un arte lo hacen por amor. Amor a lo que realizan. Amor por entender que es lo que da la alegría para realizar lo que se hace día a día. El amor que nos acompaña para vivir con ganas, con ilusión y con deseos de hacer las cosas bien.

Cuando yo tenía 9 años mi madre me llevó al médico porque venía desde hace días con un fuerte dolor estomacal. El médico luego de examinarme y sin querer adelantar un diagnóstico me dejó internado en el hospital para observación. Por razones que desconozco me derivaron a una sala de adultos, no sé si el Hospital Regional de Iquique no tendría sala para niños, pero, fui puesto en una sala donde habían otros veinte enfermos, en el ala antigua del hospital con esas inmensas salas que databan de la colonia. Un edificio de madera, pulcro, bien cuidado, pero con el olor propio de medicamentos y de enfermedad.

Me sentía aterrado. No lloré delante de todos porque temía más al ridículo que al miedo que sentía de estar en ese lugar. Sin embargo, al poco rato de haber llegado y estar instalado apareció ella. La señorita Eliana como todos la llamaban, la verdadera reina del lugar. Todos en aquella sala, incluyendo médicos, enfermos, familiares y enfermeras se rendían ante su majestad. Ella daba órdenes como si fuera la dueña del lugar. Se empinaba coquetamente sobre la mediana edad. No tenía gran estatura, pero cuando hablaba todos callaban silenciosos. Se acercó a mi cama, se sentó sobre ella y me dijo con calidez:

─Hijo, no te preocupes por nada. Yo te voy a cuidar.

Lo dijo con tanto cariño que mi terror se disipó completamente.

Fueron diez días en aquel cuarto de hospital. Pero aunque han pasado muchos años los recuerdo como si fueran ayer. Eliana no figura en ningún libro de gente famosa. No se han construido estatuas en su honor. Sin embargo, es probable que tal como en mi niñez fue mi heroína, ella quede en la memoria colectiva de cientos de personas que pasaron por aquella sala de hospital. Era sólo la jefa de enfermeras, pero no era sólo eso, era una persona que unía a su saber la destreza. Sin embargo, hacía lo mejor que puede hacer una enfermera. Tenía la capacidad para reconocer en los ojos de un niño tímido el terror de estar frente a una situación superior a su comprensión y fuerzas; podía decir con claridad que algo no estaba bien, pero, acercarse con ternura a alguien que estaba sufriendo para darle su apoyo y calmarlo con palabras que sólo ella sabía pronunciar. En mi mente de niño, me parecía que Eliana vivía en el hospital porque siempre estaba. Cuando crecí y fui adulto, regresé a ese hospital para saludarla y darle las gracias. Sin embargo, no la encontré. Había emigrado al sur. En algún lugar hay una anciana que en algún momento fue la reina de una sala de hospital.

Teoría sin práctica no sirve, pero práctica sin teoría es muerte. Son las dos caras de una misma moneda. Al saber es preciso unir la destreza. Ambas deben ir unidas como las dos caras de una misma moneda.

Integridad 

En un mundo como el que vivimos la integridad no sólo es un valor fundamental, sino que constituye la mayor necesidad en una sociedad que se cae a pedazos a causa de aquellos que han elegido el camino de la corrupción y del bandidaje.

Ser íntegro significa ser recto, probo, honesto, intachable. Características cada vez más necesarias y en el contexto de profesiones de servicio, absolutamente necesarias.

Un profesional informado y diestro no es suficiente. También tiene que ser recto, de tal modo que esté dispuesto incluso al sacrificio si es necesario con tal de defender lo que es correcto.

Cuando los individuos se dejan llevar por intereses mezquinos y sin sentido, entonces, es fácil caer en el bandidaje de la corrupción. En suponer que el fin justifica los medios o en convertir el dolor ajeno en un negocio donde no interesan otros fines que el lucro y la vanidad.

Una persona íntegra, no siempre es la más popular, pero, a la larga, es la que se recuerda y la que hace la diferencia.

Cuando el evangelio dice en palabras de Cristo: “Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece” (Mt. 5:10), es otra forma de decir: “Dichosos los íntegros, que son perseguidos por su integridad”, Dios no desconoce ninguno de sus caminos.

¡Que te persigan por ser correcto, nunca por ser corrupto!

¡Que te envidien por tu trasparencia, no por lo que logras de mala manera!

¡Que te reprochen tu férrea lealtad a lo que es correcto, y que no tengas que escuchar el reproche de tus hijos que se avergüenzan de tu mentira!

¡Que te recuerden por ser intachable y no por engrosar la lista larga de quienes roban justificando sus carencias!

Se necesitan profesionales que sepan, que sean diestros, pero por sobre todo que sean íntegros. Sólo en esos tres pilares lograremos construir un mundo del cual seamos capaces de estar orgullosos y podremos cumplir el cometido de una vocación que nos llama a vivir de manera coherente lo que predicamos con las palabras
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